José Ignacio Árciga arzobispo de Michoacán.: Primera parte 1830-1878 y Relación de la visita ad limina
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Comprende su formación en Pátzcuaro y en el Seminario Tridentino de Morelia, tanto en estudios como en valores y normas de conducta; el magisterio que desempeñó en matemáticas y teología, la expulsión que padeció junto con todo el seminario a causa de la ocupación del edificio por tropas de Epitacio Huerta; el destierro y continuación del magisterio en Celaya, el ministerio de párroco en la ciudad de Guanajuato. Se da el contexto eclesiástico y nacional: el triunfo del liberalismo, la Intervención francesa, la creación de nuevas provincias y diócesis, la desilusión del imperio de Maximiliano. Su nombramiento como obispo auxiliar de Munguía y la vista pastoral que emprende en algunas parroquias de la diócesis de Zamora por enfermedad del Obispo José Antonio de la Peña. Su elevación a segundo arzobispo de Michoacán, que incluía gran parte del Bajío guanajuatense. Su ejemplar visita a La Piedad.
El viaje a Europa con motivo del Concilio Vaticano I: el significado y trascendencia de sus definiciones y de proyectos no concluidos pero discutidos. El retorno y la redefinición de proyectos: la incesante visita pastoral, con la colaboración de varios clérigos, a todas las parroquias del arzobispado, que además de inspecciones formales incluía reevangelización, catequesis en todos los niveles, numerosas confirmaciones, confesiones, comuniones y matrimonios; reforma de costumbres, implantación de la disciplina del clero, reconstrucción o levantamiento de iglesias, restauración del esplendor del culto, reencauzamiento de la piedad popular. El impulso a los cultos eucarístico, del Sagrado Corazón y mariano. La renovación del Cabildo catedral y del Seminario conciliar, poniendo al frente a José María Cázares, institución de alto nivel académico frente al positivismo. La resistencia pacífica y activa frente a la Reforma exacerbada de Lerdo de Tejada, que incluyó merma de actividades y personal de la Iglesia. Todo en el contexto del pontificado de Pío IX y el inicio del de León XIII, que coincidía con el advenimiento del porfiriato, la consagración de Cázares como segundo obispo de Zamora y la redacción de la visita ad limina de 1878.
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José Ignacio Árciga arzobispo de Michoacán. - Carlos Herrejón Peredo
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D. R. © 2022, Carlos Herrejón Peredo
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Versión impresa ISBN: 978-607-99398-2-3
Versión digital ISBN: 978-607-99398-3-0
Los textos aquí presentados fueron arbitrados (doble-ciego) y dictaminados por especialistas nacionales.
Posteriormente fueron revisados, corregidos y modificados por el autor antes de llegar a su versión final.
Dirección editorial y diseño de portada: Miryam D. Meza Robles
Cuidado de la edición y corrección de estilo: Óscar Díaz Chávez
Diagramación: Carlos A. Vela Turcott
Versión Digital: Daniel P. Estrella Alvarado
Impreso en México
Índice
Introducción
Raíces y educación
Tiempos de su nacimiento e infancia
Pocas reglas y mucho ejercicio
Iniciación en la vida cristiana
El Seminario: síntesis de humanidades y ciencias
Ni abatimiento ni altanería, benevolencia contra burla
Estudiante de teología
Vida de fe y prácticas cristianas
El sacerdote y su tiempo
En el horizonte de la Iglesia y de la nación
Clérigo en el fragor de la lucha fratricida
Barbarie del despojo y sobrevivencia en el destierro
Párroco de Guanajuato
En la adversidad, la Iglesia mexicana se reestructura
La Intervención que pronto desilusionó
Doctrinas del Papa sin medias tintas
La situación en Michoacán durante el Imperio
Obispo en diócesis ajena
El obispo auxiliar y su programa
Visita en la diócesis de Zamora, Tingambato y San Ángel
En el paraíso de Ziracuaretiro
Virtudes y vicios de Taretan
Saldos negativos en Nuevo Urecho
La Huacana, muchas satisfacciones
El cazador de venados
En el ardor de Churumuco
Hasta el Océano Pacífico, diócesis de Chilapa
El retorno cuesta arriba
El arzobispo, padre conciliar
Sucesor de Munguía recibe el palio y visita La Piedad
Sacramentos, predicación y disgusto jacobino
Convocado al concilio ecuménico
Visita pastoral a Celaya dilata el viaje
En El Vaticano
Vicisitudes del retorno
Las definiciones del Concilio
Reflexiones en el viaje
Renueva la Iglesia
en la República restaurada
Redefine proyectos
Supera quebranto de salud y se acoge a devociones
Catequesis y sacramentales
Gobiernos de Justo Mendoza y Rafael Carrillo
El desengaño de Lerdo de Tejada empezó por un juramento
La República restaurada en el estado de Guanajuato
Los cultos y la educación integral
Culto eucarístico y al Sagrado Corazón de Jesús
El culto mariano
La elocuencia de la fe en una peregrinación inédita
El Seminario da pasos de recuperación
Informe rectoral, premios y fragmentos de una ópera
Instrucción y educación integrales frente al positivismo
El valor trascendente de la verdad
Resistencia pacífica y activa
Libertad religiosa contra la Ley Orgánica de Lerdo de Tejada
El episcopado: vigencia de protestas, sin hostilidad
Vuelta a las raíces del cristianismo
Mayor actividad, a pesar del repliegue
Sarcasmo en la supresión de las Hermanas de la Caridad
A llenar vacíos con empeño común y renovada fe
Recuperar la fuerza interior: oración constante
Resonancias en el Seminario
Hacia la síntesis de la enseñanza
El Tridentino en 1875: obra modesta y de gran utilidad
Enseñanza cristiana recapitula el saber
La enseñanza científica de la verdad católica
El silencio elocuente en el contexto de la usura
Volcado en el servicio de su grey, lo visita Plancarte
Amplitud de instrucción concatenada
Libros inspirados en el error y libros de preciosa doctrina
Los seminarios, eslabones de tradiciones universales
Las mentes de Árciga y Cázares reflejadas en los textos
El Seminario en 1877
Recapitula en nueva alborada
Contexto eclesial en el pontificado de Pío IX
Catolicismo social, difusión de la Biblia y el Pío Latino
Nuevo panorama en el estado y en la República
Propone a Cázares para obispo de Zamora y lo consagra
Recibe la primera encíclica de León XIII
La comenta, así como una carta sobre educación
El ideal de un obispo
Un recuento general: la Relación de la visitaad limina
Relación de la visita ad limina del arzobispado
de Michoacán, 1878,
Por el arzobispo José Ignacio Árciga
Capítulo I
La situación material de la Iglesia
Capítulo II
Sobre el arzobispo de Michoacán
Capítulo III
El clero secular
Capítulo IV
El clero regular
Capítulo V
Las religiosas
Capítulo VI
El Seminario
Capítulo VII
Cofradías y obras pías
Capítulo VIII
El pueblo
Capítulo IX
Lo que humildemente se pide a la Santa Sede
Manuscritas
Impresas
Introducción
La figura de José Ignacio Árciga me atrajo desde los estudios de primaria, cuando leíamos unas páginas del padre Luis Coloma sobre la visita pastoral de Árciga a La Huacana. Años después palpé en el Seminario de Morelia la casi veneración tradicional que se le tenía, plasmada en los Apuntes para servir a la historia del arzobispado de Morelia, de Juan B. Buitrón, incentivo para que en una de mis participaciones en obra colectiva sobre Don Vasco de Quiroga y el arzobispado de Morelia aventurara un breve capítulo en torno a Árciga, intento de juventud que quedó como pendiente para profundizar. La ocasión de hacerlo se presentó no hace mucho por dos caminos.
El primer camino fue mediante otra biografía, también en curso, la del abogado y luego obispo de Zamora, José María Cázares, quien fuera brazo derecho de Árciga durante una década, primero como párroco del Sagrario y luego como rector del Seminario y miembro del Cabildo Catedral. De manera que lo relativo a esa institución educativa se halla en ambas biografías. Sin embargo, a pesar de que el Seminario era en cierta manera la niña de los ojos del arzobispo, esa historia institucional no dice mucho del drama biográfico del prelado. Por fortuna en la investigación sobre Cázares y del Seminario, sorpresivamente dimos con una fuente excepcional para la vida misionera de Árciga, narrada por él mismo. Se trata de la relación o informe día por día de la visita pastoral que por encargo del enfermo obispo de Zamora llevó a cabo, recién consagrado obispo, en varias parroquias de esta diócesis. Aunado ese informe a un amplio reportaje periodístico de la primera visita pastoral a La Piedad, tales recorridos pastorales, que se llevarían a cabo varias veces en todas las parroquias, revelan el principal quehacer del arzobispo al cubrir aspectos de la misión propia de la Iglesia en el afán de restaurar y reintegrar su arquidiócesis aún grande, pues comprendía regiones de Tierra Caliente, de la Sierra Tarasca, de algunos bajíos michoacanos y de gran parte del Bajío guanajuatense.
La otra ruta para llegar a nuestro personaje fue la creación, dentro del Centro de Estudios de las Tradiciones de El Colegio de Michoacán, de un seminario interinstitucional sobre Historia de la Iglesia en México durante el siglo xix, que nació de la persuasión de que esa historia había sido secuestrada por la política, en cuanto solía reducirse a su relación, a menudo conflictiva, con el Estado, y dejó de lado o en la penumbra la misión propia de la Iglesia de evangelizar, catequizar, impartir los sacramentos, fomentar el culto, establecer una disciplina propia canónica, formar cuadros y llevar a cabo las obras de misericordia, tareas que definieron la vida de Árciga.
Sin embargo, el resultado de este doble camino, no ha sido una biografía, sino la primera parte de una misión episcopal con un sello muy personal. De mirada brillante y altura sobresaliente, como ciprés entre arbustos, su carácter era de gran sensibilidad: no escondía sus emociones y respondía con prontitud a los estímulos. Se conmovía fácilmente ante la desgracia ajena y de inmediato trataba de remediarla, se disgustaba por la falta de compostura de los participantes en funciones litúrgicas con el consiguiente reproche, lloraba en las tristezas y en las alegrías; se entusiasmaba al diseñar proyectos grandiosos, para los que hacía cuentas y revisaba meticulosamente ingresos y egresos: había sido maestro de matemáticas. Sabiendo de sus rápidas reacciones, alguna que otra vez lo sorprendieron con informes manipulados sobre tal o cual sacerdote: de momento los creía y de inmediato la llamada de atención, aunque luego tuviera que rectificar. No paraba en sus actividades, mas por ello no raras veces caía postrado por días, volvía a levantarse y el ciclo se repetía. Su gusto, predicar y catequizar; sus lecturas, la Biblia y los santos padres: había sido maestro de Teología. Se lamentaba ante las medidas antieclesiásticas del gobierno, las criticaba, pero las respetaba y buscaba caminos de conciliación.
No es la biografía completa, porque he debido atender otras obligaciones inaplazables, pero no he querido esperar a que se publique esta primera parte, puesto que las instituciones exigen mostrar constantemente resultados visibles. He ido reuniendo materiales para esa segunda parte conclusiva, que ya he iniciado.
Así se trate de un muy modesto acercamiento a un punto de la historia comprensiva de la Iglesia mexicana en el siglo xix, esto ha requerido el apoyo de manuales de historia de la Iglesia y de historia de la teología, elaborados por reconocidos autores, como Roger Aubert y Josep-Ignasi Saranyana, particularmente en lo que se refiere a tiempos de Pío IX, a su encíclica Quanta cura con el Syllabus, y al Concilio Vaticano I, del que Árciga fue padre conciliar. En la búsqueda y consulta de libros y folletos no sólo arrumbados, sino despreciados y malbaratados aun por gente de Iglesia, por tratarse de piezas ya superadas
, encontré, como ejemplo de hallazgos, un Breviarium escolar, de Eugenio Grandclaude, pionero en la restauración de la filosofía tomista y adoptado en Morelia por Cázares y Árciga. Para la insoslayable relación de la Iglesia mexicana con el Estado decimonónico hemos recogido las explicaciones recientes y plausibles de Emilio Martínez Albesa, Martha Eugenia García Ugarte, Manuel Olimón Nolasco y Brian Connaughton; sin desconocer la obra de Cecilia Adriana Bautista, de quien hemos aprovechado su aportativa tesis de licenciatura sobre la gestión episcopal de Árciga. Y aunque anteriores, han sido de consulta constante las obras concisas y siempre útiles de José Bravo Ugarte. Y para las últimas páginas, La transformación del liberalismo, de Charles Hale. Varios aspectos del contexto provinciano han sido apuntalados con la Historia general de Michoacán, coordinada por Enrique Florescano.
Una fuente impresa de la mayor relevancia han sido edictos y cartas pastorales de Árciga de este primer tiempo, como la de una sorprendente peregrinación espiritual y la que suscribió a una con Pelagio Labastida y Pedro Loza, parteaguas de la historia de la Iglesia mexicana, como resistencia pacífica y activa, frente a la renovada agresión liberal.
Los principales archivos consultados han sido los eclesiásticos de Morelia: el de la Secretaría del antiguo obispado, hoy en casa de Morelos, y los catedralicios. Gracias a mi profesor Jean Pierre Berthe, de muy grata memoria, obtuve copia de varias relaciones de visita ad limina, originales conservadas en el Archivo Vaticano, entre ellas una ya publicada de Munguía, y la primera de Árciga, que ahora traducida damos a luz y que vale para su momento como una historia reciente, temática, de la Iglesia michoacana, narrada por el mismo Árciga.
Mi reconocimiento a los habituales apoyos de infraestructura de El Colegio de Michoacán, Centro Público de Investigación Conacyt, por medio del Centro de Estudios de las Tradiciones y a varios ayudantes de investigación: Carlos Espinoza, Rubén Ahumada y Nelly García. Especial gratitud a la hermana Eugenia Macías y a los encargados de los repositorios consultados: Pascual Guzmán, que en paz descanse, y Emelia Hernández. La elaboración de esta obra también recibió apoyo muy significativo del Centro de Estudios Interdisciplinares A. C., por medio de su director, el doctor Jaime del Arenal Fenochio.
Gracias
1
Raíces y educación
Tiempos de su nacimiento e infancia
José Ignacio, hijo de don Pablo Árciga y doña Rafaela Ruiz de Chávez, nació en Pátzcuaro, Michoacán, el 19 de mayo de 1830.[1] Al día siguiente fue bautizado con el nombre de José Ignacio en la iglesia parroquial por fray Antonio María de Alcocer, prior de San Agustín, y cuyo párroco era Manuel de la Torre Lloreda. Antes que José Ignacio, había nacido su hermano Luis, el 29 de mayo de 1824, en el rancho de Santa Cruz, jurisdicción de Tzintzuntzan,[2] donde su padre había venido al mundo y tal vez fue el administrador. Además de ellos, el matrimonio Árciga Ruiz de Chávez tuvo otros doce hijos.[3]
Al año de haber nacido José Ignacio, el obispado de Michoacán contaba con un nuevo prelado, Juan Cayetano Gómez de Portugal, nombrado por el papa Gregorio XVI, al igual que otros cinco obispos para otras diócesis de México.[4] El camino fue largo, debido a la oposición de la corona española, que no reconocía la independencia de las colonias y pretendía seguir con el patronato. El papa estaba entre dos fuegos: las presiones de Fernando VII y la impostergable necesidad de proveer de obispos las sedes vacantes. Luego de varios intentos de acercamiento de enviados de la Republica a Roma, el sacerdote poblano Pablo Vázquez, enviado por el presidente Anastasio Bustamante, había logrado presentarse con el cardenal secretario de estado del papa Pío VIII, quien poco antes de morir ya había resuelto la renovación de los episcopados. Tocó al siguiente pontífice, Gregorio XVI, celebrar el consistorio en el mismo mes de su elección, febrero de 1831, por el que preconizó a seis obispos para la República mexicana. Y el mismo papa consagró obispo de Puebla a Pablo Vázquez, para que renovara en México la sucesión apostólica. Escribió al rey de España, haciéndole ver que entre sus primeros cuidados debía asegurar pastores a las Iglesias, y entre éstas, dárselos a las Iglesias mexicanas, donde es tanto urgente la necesidad, pues mayor es el abandono en que se encuentran desde hace tanto tiempo por la carencia de obispos
. Al saberse la noticia en México estalló el júbilo y durante tres días seguidos no cesaron de repicarse las campanas en las iglesias de la República
.[5]
El aún enorme obispado de Michoacán, que abarcaba la provincia de Guanajuato y buena parte de San Luis Potosí, de manera especial había sufrido la falta de obispo, puesto que habían pasado 21 años de sede vacante; de manera que el tiempo del nacimiento de José Ignacio Árciga coincidía con una etapa en que los retos y las tareas de una Iglesia renaciente eran enormes. La renovación del episcopado en México representaba un hito en el proceso por el que el papado se venía fortaleciendo paradójicamente a raíz del práctico aprisionamiento del papa Pío VII por Napoleón, a cuya caída el sumo pontífice fue recobrando su autoridad moral no sólo entre los católicos sino en el mundo entero. La progresiva recuperación del ejercicio de su potestad suprema sobre toda la Iglesia se enfrentó con el patronato español que la misma Santa Sede había otorgado y que la Corona había ampliado abusivamente. Los papas siguientes, deseosos de restablecer el episcopado en América española, hubieron de ir avanzando y transigiendo, desde un desconocimiento de las independencias, que por la información que tenían podían parecer sediciones, hasta el progresivo reconocimiento y provisión de obispos. Un episodio de este camino fue un breve de León XII por el que un presbítero podía confirmar.
Por lo dicho, para México el año de 1832 representó el parteaguas entre una Iglesia en orfandad y un episcopado nacional que pudo establecer comunicación directa con el papa. En un momento en que el principio de las nacionalidades se iba confirmando más y más, se llevaba a cabo la restauración de la autoridad romana en un sentido supranacional que parecía iniciar en cierto modo un retorno a la antigua cristiandad
.[6]
Este período está marcado por el ascenso del liberalismo tanto político como económico cuyos intereses se enfrentarían a menudo y fuertemente con la Iglesia en muchos países, entre ellos México. Uno de los primeros prelados que sobresalieron en la defensa de la Iglesia dentro del episcopado fue el ya dicho Cayetano Gómez de Portugal, quien hizo su entrada en Morelia el 25 de octubre de 1831; en mayo de 1832 emprendía la visita pastoral empezando por la zona lacustre de Pátzcuaro y la sierra, y ese mismo año nombraba rector del Seminario Tridentino al licenciado Mariano Rivas, que emprendió su notable renovación con trascendencia en toda la diócesis.[7]
Otro suceso coincidente con el tiempo del nacimiento y primera infancia de José Ignacio Árciga, importante por su significado en la Iglesia de México, fue la aparición de la primera versión de la Biblia hecha en Latinoamérica, la llamada Biblia de Vence, traducida del francés por mexicanos e impresa por Mariano Galván en 1831, adicionada con estampas y mapas en 1835; en tanto que la de Torres Amat, versión de la Vulgata, era completada en la misma imprenta de México con índice cronológico y notas en forma de diccionario en 1833 y 1835. Por supuesto que desde antes circulaban en México ediciones latinas de la Biblia Vulgata y las traducciones al español se promovieron en España dentro del marco de la ilustración católica durante el siglo xviii. Pero anteriormente el temor al libre examen luterano había frenado su amplia difusión.
La aludida defensa de la Iglesia por parte del obispo Gómez de Portugal se inserta como la contrapartida al renacimiento de la Iglesia mexicana, cuya libertad no cuadraba a los liberales regalistas que de inmediato trataron de avasallarla. Entre ellos también había clérigos y regulares, algunos ilustrados y no pocos llevaban vida relajada. Y es que los nuevos obispos tenían entre sus objetivos la restauración de la disciplina y de la moral de ambos cleros. El vicepresidente Valentín Gómez Farías, en funciones de presidente de la República, había promulgado entre 1833 y 1834 decretos que afectaban la vida eclesiástica: se urgía un patronato nacional sobre la Iglesia; se despojaba a ésta de su papel en la instrucción pública; se suprimía la coacción civil sobre votos religiosos y pago de diezmo. La alarma cundió por la República y, sin duda, el párroco de Pátzcuaro a una con la feligresía aplaudieron el movimiento que en Morelia encabezó Ignacio Escalada en contra de las reformas de Farías; pero luego, a raíz de que aquel movimiento se retrajo, el gobierno de Michoacán exigió el destierro y la pérdida de temporalidades del obispo Portugal, renuente a sujetarse al patronato, si bien en cuanto a la coacción sobre el pago del diezmo no estuvo en desacuerdo, antes bien impulsó una reforma al interior del obispado. Pero hubo de marchar al destierro el 27 de abril de 1834.
No duró la pena, porque reapareció el presidente Antonio López de Santa Anna, que no sólo impulsó la derogación de los decretos reformistas de Gómez Farías,[8] sino que nombró secretario de Justicia al obispo Portugal, quien ocupó ese ministerio del 2 de julio al 25 de noviembre de 1834, cinco meses escasos porque volvió a su prioritaria misión episcopal.[9] Este primer gran embate del liberalismo regalista ha sido interpretado como reduccionismo nacionalista que trataba de ignorar el carácter católico de la Iglesia, en que los obispos no eran dueños sino administradores con obligación en conciencia de rendir cuenta a la misma Iglesia antes que al Estado.[10]
Poco después de la restitución de Portugal a su sede, llegaban hasta Pátzcuaro noticias y rumores de la desastrosa guerra de Texas, de 1835 a 1836. Y, desde luego, las autoridades políticas de la ciudad lacustre hubieron de ajustarse al cambio de sistema político de la República, que de 1835 a 1846 dejó el federalismo para convertirse en República centralista, de modo que los Estados cambiaron a Departamentos.
Pocas reglas y mucho ejercicio
Vecino del barrio fuerte
de la ciudad lacustre, inmediato al santuario de Nuestra Señora de la Salud, José Ignacio, terminada la instrucción primaria, ingresó en 1843 al colegio de los Padres Paulinos o Lazaristas, cuyo director por entonces era don Juan E. León.[11] Había sufrido contradicción desde el inicio de su carrera.
Cuando niño casi, dio principio a su misión bienhechora.
[12] Lo vemos desde su adolescencia, consagrado a la práctica del bien, que es la más alta sabiduría, trabajando desde entonces en distinguirse de los de su edad, por virtudes dignas de otra mayor.
[13]
Al igual que en otros colegios, en el de Pátzcuaro se estudiaba gramática española, gramática latina y retórica; además en el de Pátzcuaro se impartirían las siguientes cátedras: Matemáticas, Física, Lógica, Metafísica y Moral. Funcionaba como seminario auxiliar del Tridentino de Morelia.
Durante los tres años que José Ignacio Árciga estuvo en este colegio estudió primordialmente las gramáticas española y latina, en nivel superior al que se había iniciado en la primaria, pues ahora tendría que adentrase en ellas conforme a las reformas educativas del Seminario de Morelia, extensivas al auxiliar de Pátzcuaro, en cuyas reformas, para el estudio del castellano, se adoptó la gramática de Joaquín Avendaño,[14] con ciertas modificaciones, y completado con las Lecciones Prácticas de Lengua Castellana, del rector Clemente de Jesús Munguía, [15] sin perder de vista el Compendio de la gramática, de Vicente Salvá.[16]
En latín se cambió el texto de Juan de Iriarte[17] por el del catedrático del mismo Seminario Tridentino, bachiller Prisciliano Álvarez Altamirano;[18] con todo, la mayor parte del tiempo de esta clase se ocupaba en analizar y traducir fragmentos considerables de los clásicos "Fedro, Cornelio Nepote, Cicerón, Salustio, extractos de Tácito y Tito Livio y algunos trozos oratorios, arengas o pequeñas narraciones de los escritores más distinguidos de la buena latinidad, así como también de Virgilio, Horacio, Ovidio y algunas pequeñas piezas de los otros poetas del siglo de oro. Suelen traducirse también varios trozos de la Ilíada en la versión latina de Alegre, y diversos himnos del Breviario",[19] teniendo en todos los idiomas esta norma:
pocas reglas y mucho ejercicio".[20]
Además del estudio de la gramática y el ejercicio de la traducción, los alumnos practicaban la memorización y recitación de piezas latinas, previo su detallado análisis: "oraciones íntegras de Cicerón, arengas completas de Catón y de César, episodios de Virgilio, odas de Horacio, toda su Arte poética…" [21] Se pretendía un conocimiento más amplio, depurado y profundo de los clásicos latinos. En todo caso esas antologías de colegio implicaban análisis, traducción y pública declamación.
De tal suerte la función de la gramática latina era más formativa que informativa. Como aprendizaje temprano de otra lengua, ofrecía un punto de referencia para el mejor conocimiento de la propia lengua castellana. En cuanto instrumento propedéutico, abría las puertas de un amplio sector de la cultura occidental, pues varios de los estudios superiores de aquel tiempo seguían en textos latinos. La retórica no atendía únicamente a la corrección, como la gramática, sino más bien a la perfección, a la belleza y al arte de agradar o persuadir. En este sentido, más que un simple complemento, la retórica constituía el sentido último de los estudios humanísticos, puesto que se enderezaba a la expresión brillante del hombre por medio de la palabra. Su utilidad reaparecía al término de las demás facultades como Teología y Derecho, en cuanto arte de aplicar con eficiencia y persuasión esos conocimientos. Árciga transitó por esos caminos desde adolescente y joven.
En el Seminario de Morelia dentro de este ciclo de humanidades también había cátedras de griego y de francés; la primera conforme a la Gramática, de Antonio Bergnes de las Casas,[22] y la francesa por la Gramática, de Camilo Bros.[23] Agapito Ayala era el catedrático de estas lenguas en el Seminario.[24] Es probable que en el auxiliar de Pátzcuaro también se tuvieran. Ciertamente el calendario escolar del Colegio de Pátzcuaro debió de ser básicamente el mismo que el del Seminario de Morelia. De tal suerte, hacia mediados o fines de noviembre se salía a vacaciones para regresar a mediados de enero.
Iniciación en la vida cristiana
Cabe preguntarnos sobre la cultura religiosa en Pátzcuaro y en especial sobre la iniciación en la vida cristiana por parte del niño y adolescente José Ignacio. De familia practicante y devota, todo empezó en el seno del hogar: sus padres lo evangelizaron y catequizaron con el ejemplo y la palabra: por medio de la plegaria cotidiana, la asistencia y participación en los templos, la devoción a Nuestra Señora de la Salud, al Santo Cristo de la iglesia de San Francisco y al del Humilladero, a sus santos patronos san José y san Ignacio, cuya iglesia, de este último, le quedaba a un paso. Y algo se enteró de la vida y milagros de otros santos cuyas