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El costo de la libertad: De San Lorenzo Cerralvo a Yanga, una historia de largo aliento
El costo de la libertad: De San Lorenzo Cerralvo a Yanga, una historia de largo aliento
El costo de la libertad: De San Lorenzo Cerralvo a Yanga, una historia de largo aliento
Libro electrónico516 páginas8 horas

El costo de la libertad: De San Lorenzo Cerralvo a Yanga, una historia de largo aliento

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En este libro, Alfredo Delgado realiza una investigación profunda sobre esclavitud de las poblaciones africanas y afrodescendientes en la Nueva España. El autor reconstruye esta historia y su época apoyándose en la consulta de los archivos General de la Nación, el municipal y notarial de Córdoba, de Orizaba y de Jalapa, to
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 oct 2022
ISBN9786075396774
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    El costo de la libertad - Alfredo Delgado Calderón

    CostoLibertad_portada.jpg

    El costo de la libertad.

    De San Lorenzo Cerralvo

    a Yanga, una historia

    de largo aliento

    Científica

    Colección Africanías

    El costo de la libertad.

    De San Lorenzo Cerralvo

    a Yanga, una historia

    de largo aliento

    ALFREDO DELGADO CALDERÓN
    Centro inah Veracruz

    secretaría de cultura

    INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA


    Delgado Calderón, Alfredo

    El costo de la libertad. De San Lorenzo Cerralvo a Yanga, una historia de largo aliento [recurso electrónico] / Alfredo Delgado Calderón. – México: Secretaría de Cultura, INAH, 2022

    1.6 MB : ilus.,; – (Colec. Africanías)

    ISBN: 978-607-539-677-4

    1. Yanga (México) – Vida social y costumbres 2. Veracruz -Civilización – Influencias africanas 3. Negros – México – Historia 4. México – Relaciones raciales I. t. II. Ser.

    LC F1392


    Primera edición electrónica: 2022

    Producción:

    Secretaría de Cultura

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Fotografía y diseño de portada: José Luis Martínez Maldonado

    y Paola Ascencio, 2020. Tomada de la escultura de Yanga, Veracruz.

    D. R. © 2022 Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Córdoba 45, col. Roma, C.P. 06700, alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México

    informes_publicaciones_inah@inah.gob.mx

    Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad

    del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción

    total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

    comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,

    la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización

    por escrito de la Secretaría de Cultura / Instituto

    Nacional de Antropología e Historia

    ISBN: 978-607-539-677-4

    Hecho en México

    Índice

    Agradecimientos

    Introducción

    I. Los orígenes

    Mito e historia

    El puerto de la Veracruz: núcleo de dispersión

    Cimarrones

    Negros y mulatos libres

    El nuevo camino a México

    Los abusos de los oficiales reales

    La mudanza de Veracruz

    En resumen

    II. Hostilidades y acuerdos

    Rebeldía pertinaz

    Campaña contra Yanga

    Los 33 negros

    Premios y castigo

    En síntesis

    III. Córdoba y San Lorenzo Cerralvo

    Fundación de Córdoba

    Fundación de San Lorenzo Cerralvo

    La Santa Hermandad

    El motín de La Rinconada

    Córdoba contra San Lorenzo Cerralvo

    Recapitulación

    IV. Reconfiguración regional

    Ingenios y trapiches

    El padre Gemelli Careri

    Las tierras de San Lorenzo

    Los palenques de Córdoba

    Tierras y títulos

    La descripción de Villaseñor y Sánchez

    Córdoba: autonomía y rebeldía

    Fundación de Amapa

    Negros y mulatos fandangueros

    Francisco de Ajofrín

    Repúblicas de naturales

    Nuevas sublevaciones

    San Lorenzo en el siglo xix

    De San Lorenzo a Yanga

    Sumario

    Epílogo

    Política imperial

    La fuente de los mitos

    Cimarronaje y asimilación

    Archivos consultados

    Bibliografía

    Agradecimientos

    Muchas personas me apoyaron durante el proceso de este trabajo. Quiero manifestar mi agradecimiento a María Elisa Velázquez, José Luis Martínez y Gabriela Iturralde, del Pro­gra­ma Nacional de Investigación Afrodescendientes y Diversidad Cultural del inah, por apoyar de diversas maneras este trabajo. Estoy en deuda también con mis compañeros del Centro inah Veracruz, Álvaro de Jesús Alcántara López, Fernando Miranda Flores y Luis Alberto Montero García, quienes me apoyaron con documentos e información de primera mano, además de enriquecer la discusión sobre el tema con sus puntos de vista. Este trabajo es producto de un proyecto más amplio desarrollado conjuntamente con el doctor Alcántara, a quien debe mucho este texto. Para este trabajo también utilicé información del Archivo General de la Nación que generosamente me hizo llegar el camarada Lorenzo Chávez Beltrán. Mi agradecimiento también a Bernardo García Díaz, quien me facilitó bibliografía sobre el tema que difícilmente podría haber conseguido, además de haber apoyado de muchos otros modos. Por supuesto, la doctora Adriana Naveda merece una mención especial, ya que ella fue pionera en el estudio de la región y del tema, y sentó las bases para investigaciones posteriores. Igualmente estoy en deuda con Ana Salazar, quien me apoyó en la consulta de los archivos notariales. Como siempre, dedico esta obra a mis hijas, Dainí y Luz del Carmen, y a mi madre, Virginia Calderón Gómez, que ha sido mi principal lectora.

    Introducción

    Yanga se ha convertido en un símbolo de resistencia e identidad para los grupos de afrodescendientes. Al igual que al Padre de la Patria, don Miguel Hidalgo, a Yanga frecuentemente se le representa con sus muñecas sujetas con grillos de los que penden fragmentos de cadenas, para figurar que rompió las cadenas de la esclavitud, y que por tanto es símbolo de libertad. En las pinturas o murales, Yanga se representa como un negro al que se le pone como fondo plan­tacio­nes de caña de azúcar. En la escultura de bronce de la plaza que lleva su nombre, en el pueblo de Yanga, el personaje está parado, levantando un machete en la mano derecha, mientras en la izquierda sostiene una caña de azúcar y de su muñeca pende una cadena sostenida por un grillete; atrás de él se ve un trapiche, para simbolizar que escapó de la esclavitud azucarera a la que estaba sometido por los españoles.

    Según el padre Francisco Javier Alegre, Yanga era un negro de cuerpo gentil, bran de nación, y de quien se decía que, si no lo cautivaran, fuera rey en su tierra. Con estos elevados pensamientos, había sido el primero en la rebelión desde treinta años antes, en que con su autoridad y bellos modos para con los de su color había engrosado considerablemente su partido. Esta descripción ha seducido a generaciones enteras. Con raras excepciones, la mayoría de autores se queda con las aventuras de Yanga y con el acto fundacional del pueblo de San Lorenzo Cerralvo de los Negros, pueblo al que supuestamente los cimarrones de Yanga dieron origen, luego de que las autoridades virreinales no pudieron derrotarlos. Como bien señala Adriana Naveda, no hay estudios que sobrepasen esta etapa y analicen la población de carne y hueso que protagonizó este episodio y posteriormente habitó y luchó por garantizar la permanencia del asentamiento.¹ Menos aún hay estudios sobre la vida cotidiana de un pueblo de negros libres que logró adaptarse y sobrevivir en un entorno social hostil.

    Al pueblo también se le ha denominado como primer pueblo libre de América, otro estereotipo que se repite una y otra vez y que los propios yanguenses han asumido plenamente, a grado tal que la frase se encuentra en su escudo municipal. Yanga despierta pasiones, y cuestionar o revisar los estereotipos construidos en torno a él no es fácil; aportar datos diferentes o que contradigan la imagen del caudillo se considera en ciertos ámbitos un insulto a su memoria.

    Pero la certeza de la historia de bronce se cae cuando la confrontamos con los documentos generados en su propia época y entorno, pues ni siquiera de la fecha de fundación del pueblo hay seguridad, ni podemos confirmar el origen del héroe, ni de los cimarrones que lo acompañaron. Además, entre la fundación del pueblo (en 1608, 1609, 1618, 1630, 1631 o 1636, según el autor que se prefiera) y su cambio de nombre de San Lorenzo Cerralvo a Yanga (en 1932) hay más de tres siglos, de los cuales poco se sabe de su vida cotidiana, de la historia del pueblo, de su economía, de su organización social, de su participación en los procesos regionales, de otros personajes o de su cultura. Pareciera que toda la historia del pueblo se sintetiza y toma sentido con el príncipe Yanga, como hoy se le llama.

    Para construir la historia y la imagen de Yanga los investigadores, cronistas y artistas han usado básicamente la relación del padre Juan Laurencio, recogida y publicada por el padre Francisco Javier Alegre, y a partir de ella se han escrito variantes y resaltado rasgos o hechos que definen al pueblo y al personaje. Hay una copia de este mismo relato en el Archivo General de la Nación, que fue publicada por Leonardo Pasquel en la colección Suma Veracruzana, en 1974. Estos relatos son la fuente principal de la mayoría de autores que escriben sobre Yanga y los cimarrones. Aguirre Beltrán y García Bustamante amplían en diversas obras la perspectiva de la lucha de los cimarrones, aportando varios documentos del Archivo General de la Nación y del Archivo de Indias de Sevilla, entre otros repositorios. Por su parte, Antonio García de León ofrece nuevas fuentes e inserta al personaje y al pueblo en una historia regional de largo plazo, ligada al Sotavento veracruzano, mientras que Jean-Pierre Tardieu lo ubica dentro de los procesos de resistencia de los negros de la Nueva España.

    En nuestra propuesta nos interesaba conocer la procedencia de los cimarrones, las causas de su escape, la manera de sobrevivir y organizarse en las montañas, su vida cotidiana, así como sus relaciones con otros negros, libres y esclavos, con los pueblos indios y con los estancieros de la región. La relación de Juan Laurencio sólo narra una expedición contra los cimarrones entre enero y marzo de 1609 (mal fechada, por cierto), pero la realidad es que fueron una serie de entradas, combates y negociaciones que duraron más de tres décadas y dieron como resultado la fundación del pueblo de San Lorenzo Cerralvo. Es decir, San Lorenzo es resultado de un proceso más amplio y de circunstancias sociales concretas, y no de la voluntad de un solo personaje y de una sola acción armada. Los negros y mulatos que fundaron el pueblo de San Lorenzo en realidad pertenecieron a otra generación de cimarrones, pues Yanga había sido ejecutado 12 años antes. Además, una vez fundado el pueblo, es importante entender la difícil relación entre un pueblo de negros libres con una villa como Córdoba —señorial y altiva, que apelaba rabiosamente a su independencia frente al poder virreinal y que sólo creía depender del rey de España—, la cual se fundó precisamente para combatir y sujetar a los cimarrones que asaltaban el camino real. También fue frecuente el choque de San Lorenzo Cerralvo con los estancieros y trapicheros vecinos, que siempre trataron de usurpar sus tierras, y utilizar a sus habitantes como mano de obra barata; y hay que entender, además, la relación del pueblo con los arrieros y tratantes del camino real, así como la subordinación que tuvieron con los sacerdotes, inquisidores, alguaciles, capitanes, alcaldes ordinarios y demás autoridades virreinales.

    Más allá de la visión romántica de los antiguos esclavos venciendo a los orgullosos españoles y de los símbolos que genera, nos interesa la construcción de una historia crítica que se centre en los procesos de largo plazo y en los contextos históricos. Lejos del estereotipo de ser un foco de resistencia, lo que encontramos es un grupo de negros y mulatos que lucha por integrarse a la sociedad novohispana, que busca privilegios y teje redes de parentesco y compadrazgo con otros pueblos y castas. San Lorenzo Cerralvo no fue el faro de libertad que algunos pretenden ver, pues los estancieros cordobeses se cuidaron muy bien de que no sirviera de ejemplo a los demás esclavos, y los agobiaron y despojaron a cada paso para demostrar que no sabían vivir en policía.

    Para pergeñar este relato, consultamos diversos archivos, como el General de la Nación, los archivos notariales de Orizaba, Córdoba y Xalapa, el Archivo Histórico Municipal de Córdoba y el Archivo de Indias de Sevilla, además de hacer una revisión exhaustiva de la bibliografía sobre los temas tratados. Igualmente se revisaron las crónicas de las distintas épocas, los relatos de los viajeros, las descripciones geográficas novohispanas y las publicaciones locales y regionales.

    ¹ Naveda, 2012: 62.

    I. Los orígenes

    Mito e historia

    El pueblo de Yanga no se diferencia del resto de pueblos veracruzanos. Es una población más, semiurbanizada, inmersa en un entorno rural, rodeada de cañales y cruzada por una de las principales carreteras federales. Sólo su nombre rememora las antiguas gestas del caudillo cimarrón, el Espartaco mexicano, como lo han definido algunos autores. En los pueblos de los alrededores, de Córdoba a Cuitláhuac, murales y grafitis callejeros recrean el mito de Yanga, y en las plazas del pueblo los monumentos representan al caudillo y las placas de bronce testifican que Yanga es el primer pueblo libre de América. En cuatro siglos muchas cosas han cambiado, hasta la traza del viejo camino colonial, cuya huella sigue la carretera actual, pero un libramiento permite a los viajeros evadir el paso por el centro del pueblo. Pocos kilómetros al norte, una moderna autopista canaliza el mayor flujo de vehículos que circula entre las ciudades de México y Puebla a Veracruz y al sureste del país. Muchos de los yanguenses son cañeros, y otros tantos son traileros —los actuales arrieros que transportan mercaderías entre regiones distintas—. Los nombres de los pueblos, cerros y parajes son los mismos que en tiempos coloniales, pero el prurito antirreligioso del movimiento agrarista de 1932 eliminó de los pueblos a los santos patronos y cambió el nombre de San Lorenzo a Yanga; San Juan de la Punta tomó la denominación de Cuitláhuac y Santiago Huatusco cambió a Felipe Carrillo Puerto. Yanga es ahora cabecera de un municipio llamado de igual forma.

    El nombre de Yanga evoca sufrimiento y rebeldía. Pero la historia del caudillo es sólo una parte de la historia del pueblo. Aunque se repita una y otra vez, en sentido estricto Yanga no fue el fundador del pueblo de cimarrones de San Lorenzo Cerralvo. Su historia, la historia del cimarronaje en el centro de Veracruz, fue mucho más compleja y de largo plazo.

    San Lorenzo Cerralvo, pueblo de negros libres, se formó con esclavos huidos y remontados a las sierras y pantanos, donde se volvieron cimarrones. Fueron varias generaciones de cimarrones y muchas las rancherías que formaron, alen­tadas por el nuevo camino real que subía de San Juan de Ulúa a México, pasando por Orizaba, trazado a partir de 1573. El puerto de San Juan de Ulúa, las ciudades de la antigua y nueva Veracruz, y las estancias ganaderas comarcanas fueron el principal origen de aquellos esclavos rebeldes. Esas primeras generaciones de cimarrones no trabajaron como esclavos en el corte de la caña de azúcar ni escaparon del rudo trabajo de los trapiches, sino que eran vaqueros, estibadores, sirvientes, boyeros, arrieros y similares. Ser cimarrón era una opción más para los esclavos huidos; la mayoría prefería escapar a regiones lejanas y se mimetizaba entre la gran población de negros y mulatos libres. Hubo rancherías de cimarrones o palenques en toda la Nueva España, y en general fueron combatidas sin contemplaciones. Pero las rancherías de Río Blanco, en la zona donde después se fundaría la villa de Córdoba, fueron una amenaza para el comercio de las flotas españolas y para la plata del rey que pasaba hacia Veracruz rumbo a España. Por eso se les combatió una y otra vez, pero nuevas fugas hacían emerger nuevos caseríos subversivos en un ciclo que se repetía sin cesar, hasta que se negoció con ellos, como se negoció con indios alzados y negros rebeldes en toda la América hispana. Esas negociaciones eran parte de una política imperial que integraba a los rebeldes a la sociedad española en aquellos lugares estratégicos donde eran una amenaza para el flujo de las riquezas extraídas. Eso sucedió en Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador y Filipinas, igual que en México. En todos los casos, a los rebeldes se les dieron tierras y se les concedieron derechos, a cambio de que se convirtieran en súbditos y de que combatieran a los indios y esclavos que en adelante se levantaran contra la Corona española o buscaran su libertad. Así se dieron los primeros acercamientos con Yanga, y a esa dinámica responden las capitulaciones propuestas por su grupo a los negociadores fray Alonso de Benavides y el capitán Manuel Carrillo. Pero los 11 puntos tratados y muy conocidos por los cronistas e historiadores no son los que se firmaron, pues el grupo de Yanga rompió el diálogo en 1609 y se reanudaron los asaltos a las estancias, pueblos indios y caminantes. Hubo otros grupos de esclavos rebeldes en la misma zona, que estuvieron en desacuerdo con el diálogo de los yanguicos y los españoles. El famoso enfrentamiento del ejército comandado por el hacendado y capitán Pedro González de Herrera y las huestes yanguicas no tuvo como corolario la fundación del pueblo de San Lorenzo, como generalmente se afirma; además, aunque venció a los cimarrones, no logró eliminarlos. Por varios años más continuaron los campamentos cimarrones en la sierra, nutriéndose de nuevas evasiones de esclavos. Fue hasta octubre de 1618, pocos meses después de fundada la villa de Córdoba, cuando las fuerzas militares del capitán Antonio Rodríguez Lobillo desbarataron la principal ranchería de cimarrones y aprehendieron a su cabecilla, que hacía 50 años estaba remontado en la sierra. Aparentemente se trataba de Yanga, pues se le cali­ficaba como bandido famoso, del cual se ordenó su ejecución. Ni aun así se terminó el cimarronaje en la zona de Río Blanco. Fue hasta octubre de 1631 que, por órdenes del virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo, el capitán Hernando de Castro y Espinoza fundó el pueblo de San Lorenzo Cerralvo, cuyos habitantes eran cimarrones que aceptaron congregarse y firmaron unas capitulaciones distintas a las propuestas por Yanga, pero que en esencia reconocían al rey de España como soberano, y obtenían tierras y su libertad a cambio de buscar y entregar a los esclavos huidos y acudir a la defensa del puerto de Veracruz. San Lorenzo Cerralvo se fundó como parte de la política imperial que negociaba con los rebeldes para integrarlos a la sociedad y facilitar el flujo de riqueza hacia la metrópoli, pero Yanga no estuvo presente, pues había muerto años antes; el pueblo fue producto de varias oleadas de cimarronaje y de más de 60 años de lucha no de la voluntad de un solo hombre. Aunque en la segunda mitad del siglo xvii se le recordaba en San Lorenzo Cerralvo como uno de los cabe­ci­llas cimarrones, no hay indicios documentales de que a Yan­ga se le reconociera entonces como el fundador del pueblo. Quien se llevó ese mérito, por mucho tiempo, fue el virrey marqués de Cerralvo.

    Esclavos vaqueros y estibadores

    Es un lugar común afirmar que los cimarrones de Yanga escaparon de los trapiches e ingenios de la región de Huatusco, de las minas y del servicio doméstico.¹ Pocos autores se detienen a indagar el origen de los cimarrones y la causa de la huida de este grupo en particular y en esta etapa, que abarca las últimas décadas del siglo xvi y la primera década del siglo xvii, pues dan por sentado que se trata de esclavos escapados de la industria azucarera. Sin embargo, una revisión atenta de la situación económica del Veracruz central de la segunda mitad del siglo xvi no permite sostener esta aseveración. Los esclavos fugados de los trapiches fueron un problema agudo en la zona hasta la primera mitad del siglo xviii y poco tienen que ver con los cimarrones de Yanga. Éstos, que se han convertido en leyenda, se fugaron del puerto de Veracruz, del tráfico mercantil, del servicio doméstico de la vieja y nueva Veracruz, y de las estancias ganaderas comarcanas; si acaso hubo esclavos evadidos de los trapiches entre los negros insumisos de la primera década del siglo xvii en el centro de Veracruz, su número fue irrelevante. Que los cimarrones se concentraran en la zona montañosa aledaña al río Blanco no fue a causa de la presencia de ingenios azucareros, sino que tuvo que ver con dos sucesos fundamentales para la historia regional: la apertura del nuevo camino de San Juan de Ulúa a México, vía Orizaba, y el traslado de la ciudad de Veracruz a las Ventas de Buitrón. Eso es justamente lo que nos proponemos demostrar en este primer capítulo.

    Los primeros esclavos

    Cuando Hernán Cortés llegó a San Juan de Ulúa en abril de 1519 los españoles tenían casi tres décadas conquistando y colonizando las islas del Caribe. Desde su segundo viaje al Nuevo Mundo, en septiembre de 1493, Cristóbal Colón llevó 1 500 hombres, así como ganado caballar, vacuno, caprino y porcino, con el fin de empezar a colonizar. Llevaban la anuencia del papa Alejandro VI, quien mediante una bula hizo donación y merced a los Reyes de Castilla y León, de todas las islas y tierra firme que descubriesen al occidente, con tal de que al conquistarlas enviasen allá predicadores a convertir a los indios idólatras.² Los castellanos pronto fundaron villas y puertos en la Isla Española (Santo Domingo), Jamaica y decenas de islas menores. Cristóbal Colón y sus hermanos, Bartolomé y Diego, se comportaron de manera cruel con los indígenas durante los primeros ocho años que gobernaron, obligándolos a trabajar en las minas y placeres de oro, esclavizándolos, forzando a sus mujeres y saqueando sus pueblos.³

    Pero los esfuerzos por colonizar las Antillas tomaron impulso en 1502, cuando llegó como gobernador de Santo Domingo Nicolás de Ovando con una pequeña flota de 30 navíos y 1 500 colonos más. Hasta entonces la mano de obra era principalmente de indios y moros esclavizados. Cronistas como López de Gómara y Antonio de Herrera coinciden en que el primer trapiche para procesar caña lo estableció el bachiller Gonzalo de Velosa en Santo Domingo en 1506. Este trapiche dio lugar a varios más y fue el motivo de empezar a introducir esclavos negros a las Antillas. Sobre este proceso detalla el cronista real Antonio de Herrera:

    viendo los Padres Gerónimos la buena muestra dello, y conociendo que sería muy provechosa granjería, ordenaron que se prestasen quinientos pesos de oro a cada vecino que quisiese hacer ingenio de azúcar, y con este principio en poco tiempo se hallaron en la isla cuarenta ingenios de agua y de caballos: y es de notar que antiguamente no había azúcar, sino en Valencia, y después le hubo en Granada, de donde pasó a Canaria y de allí a las Indias: lo cual dio mayor cuidado en llevar negros para el servicio de los trapiches, y esto despertó a los portugueses, para ir a buscar muchos a Guinea, y como la saca era mucha, y los derechos crecían, el Rey los aplicó para la fábrica del Alcázar de Madrid, y para el de Toledo. Probaron también los negros en la isla Española, que se tuvo por opinión que si no acontecía ahorcar al negro nunca moría, porque no se había visto ninguno que de su enfermedad acabase, y así hallaron los negros en la Española su propia tierra, como los naranjos, que les es más natural que su Guinea: pero como los metieron en los ingenios de azúcar, por los brebajes que hacen de las mieles de cañas, hallaron su muerte, y por no trabajar se huían cuando podían en cuadrillas, y se han levantado, y hecho muertes, y crueldades.

    Dados los abusos que hacían a los indígenas, que llevaron a su desaparición en varias islas, fray Bartolomé de las Casas gestionó ante las Cortes que a los Castellanos que vivían en las Indias se diese saca de negros, para que con ellos en las granjerías, y en las minas fuesen los indios más aliviados. Así se justificó el inicuo tráfico de esclavos africanos.

    Buscando minas de oro y esclavos indios, los españoles continuaron explorando y conquistando. Así, desde 1501 ya co­nocían la tierra firme continental de Panamá, donde Vasco Núñez de Balboa fundó Santa María del Darién en 1510. Pese a ser descubierta por Cristóbal Colón, San Juan de Borinquén se empezó a colonizar hasta 1509 por Juan Ponce de León, quien descubriría La Florida tres años después. Pasaba lo mismo con la isla de Cuba, nombrada Isla Fernandina, pues aunque fue descubierta por Colón en 1492, fue hasta 1511 que Diego Velázquez de Cuellar fundó la primera población, llamada Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa. Nombrado gobernador en 1513, Velázquez siguió fundando villas, separándose del gobernador de Santo Domingo, Diego Colón. En todos estos viajes de exploración y colonización hubo un número indeterminado de esclavos negros y moriscos, así como negros y mulatos libres.

    En este contexto de exploración y expansión de las colonias españolas en las Indias Occidentales se dieron los viajes de Francisco Hernández de Córdoba en 1517 y Juan de Grijalva en 1518, que exploraron desde Yucatán hasta las costas de Veracruz. Estos viajes fueron patrocinados por Diego Velázquez desde Cuba, mientras que desde Jamaica Francisco de Garay en 1518 armó tres carabelas y exploró desde Florida hasta Pánuco.

    Todas estas expediciones llevaron indígenas del Caribe y negros como ayudantes y cargadores. Aunque las fuentes no especifican su número, sabemos de ellos por ser mencionados en diferentes documentos. Por ejemplo, Juan Díaz, capellán de la expedición de Grijalva, menciona lo que probablemente fue el primer contacto entre negros e indígenas en la costa veracruzana. Anotaba Juan Díaz que volviendo de explorar la costa de Chalchicuecan, donde pusieron nombre a las islas de San Juan de Ulúa y Sacrificios, una nave se averió y entraron en el río San Antonio, o Tonalá, y abunda:

    Determinamos quedarnos en el dicho puerto para adobar la nave, que fueron quince días, en los cuales los esclavos que traíamos de la isla de Cuba andaban en tierra, y hallaron muchas frutas de diversas suertes, todas comibles: y los indios de aquellos lugares traían mantas de algodón y gallinas, y dos veces trajeron oro, pero no osaban venir con seguridad por temor de los cristianos y nuestros esclavos dichos no tenían temor de ir y venir por aquellos pueblos y la tierra adentro […] Cuatro de nuestros esclavos salieron del real y fueron al dicho pueblo de los indios, quienes les recibieron muy bien, les dieron de comer gallinas, los aposentaron y les enseñaron ciertas cargas de manta y mucho oro, y les dijeron por señas que habían aparejado las dichas cosas para traerlas a otro día al capitán. Ya que vieron que era tarde y que era hora de volver, les dijeron que se volviesen a las naves, dando a cada uno dos pares de gallinas.

    Esas primeras expediciones que recorrieron la península de Yucatán y la costa veracruzana se limitaron a explorar e intercambiar bisutería por oro, joyas, mantas y piedras preciosas. La tercera expedición, en 1519, al mando de Hernán Cortés, venía, además, con la intención de colonizar. Trajo 11 navíos, 550 españoles, de los cuales 50 eran marineros, y había también doscientos isleños de Cuba para carga y servicio, algunos negros y algunas indias.

    Debido a intrigas, y a viejas rencillas personales, Diego Velázquez a última hora intentó detener la pequeña flota de Cortés y destituirlo del mando, pero el capitán adelantó la salida y buscó separarse de la gobernación de Cuba.¹⁰ Con los conquistadores llegaron algunos negros libres y esclavos, como lo registra el Códice Durán.¹¹ De igual manera, referencias distintas mencionan al negro libre Juan Garrido, que fue conquistador en La Florida y la Nueva España, traficó esclavos indios y negros en lo que hoy es el estado de Guerrero y en Guatemala, casó con una española y reclamó mercedes y encomiendas como conquistador y por haber introducido el trigo a la Nueva España.¹²

    También se menciona ocasionalmente a otros negros en relación con hechos relevantes o anécdotas superficiales. Por ejemplo, Torquemada señala a un negro chocarrero o bufón que acompañaba a Narváez y a otro que contagió de viruelas a los indios de Cempoala, desde donde la epidemia diezmó a la población nativa.¹³ Fray Diego Durán refiere que Moctezuma recibió a Cortés en Tenochtitlan, que iba con 300 hombres, sin otra gente de servicio de negros y criados.¹⁴ Otro ejemplo, entre muchos, son las probanzas de Luis Marín, ya que un testigo declara que, para la conquista de Tuxtepec, Xaltepec, Coatzacoalcos y Chiapas, gastó parte de su fortuna y puso de su peculio cuatro arcabuces, seis caballos, negros y criados y con ellos servía a su majestad.¹⁵

    El puerto de la Veracruz:

    núcleo de dispersión

    Los hombres de Cortés fundaron la Villa Rica de la Veracruz frente a los médanos de San Juan de Ulúa a mediados de mayo de 1519, pero poco después mudaron la villa ocho leguas al norte, frente al peñón de Quiahuiztlán.¹⁶ Desde un principio se pretendió que la Villa Rica de la Veracruz fungiera como puerto y cabeza de playa de la conquista hispana. Vencido el gran imperio de Anáhuac, Veracruz fue la puerta de entrada de multitud de colonos y nuevos conquistadores, así como de ganado y materiales para reconstruir la gran Ciudad de México. Pero el puerto de la Villa Rica era peligroso, debido a que la mayor parte del año era golpeado por los furiosos vientos del norte, por lo que San Juan de Ulúa siguió operando también como puerto. Pero entre el puerto de San Juan de Ulúa y la Villa Rica de la Veracruz mediaban unos 40 kilómetros, de modo que se buscó acercar la ciudad al puerto, mudándola una vez más, ya que las bodegas y oficinas quedaban demasiado lejos, aumentando considerablemente los costos de las mercaderías debido a los fletes y pérdidas en el camino, además de que los oficiales reales no eran suficientes para llevar el control.¹⁷

    La villa cambió de asiento nuevamente en 1525 para regresar unas cuatro leguas al sur, junto al río Huitzilapa, acercándose más al puerto de San Juan de Ulúa.¹⁸ El pueblo frente al peñón de Quiahuiztlán siguió recibiendo el nombre de Villa Rica, pero el nombre de Veracruz se lo llevó consigo el nuevo asentamiento, al que se le empezó a llamar Ciudad de la Veracruz. Otras villas que se fueron fundando en la naciente Nueva España, como Segura de la Frontera o Tepeaca, Coyoacán, Acatlán, Zacatula, Colima, San Ildefonso de los Zapotecas, Puebla y Zacatecas, entre otras muchas, requerían herramientas e insumos como papel, azogue, textiles, loza, vino, vinagre y otras muchas mercaderías que llegaban de España a Veracruz. Por Veracruz salían, rumbo a Europa, productos como plata, vainilla, ixtle, cacao, azúcar, cueros de res, algodón, tabaco y otros frutos de la tierra. Desembarcar los géneros que llegaban y embarcar los frutos que se mandaban a España requería de mucha mano de obra. Se necesitaban cientos de esclavos para descargar los barcos en el puerto, llenar los lanchones y llevarlos hasta la desembocadura del río Huitzilapa, a unos 20 kilómetros, donde se pasaba la carga a las lanchas planas o chatas que subían río arriba hasta el muelle de Veracruz, descargarlas una vez más y llenar las carretas para llevar los fardos y barriles a los almacenes reales y particulares. Las reales bodegas se empezaron a construir hasta 1531, y no fueron suficientes para albergar toda la carga, de modo que gran parte de ella se llevaba a las casas particulares. En ese momento la ciudad era pequeña, tenía apenas ciento treinta vecinos, gente advenediza que vive de tratos y mercaduría, según se le describe en los documentos de la época.¹⁹ Eso implicaba que eran unos 650 españoles, más los esclavos y negros libres, que eran muchos más.²⁰

    Poco a poco los vecinos de Veracruz fueron monopolizando el traslado de las cargas en las barcazas y las chatas, el alquiler de caballos y mulas, la renta de almacenes, la renta de las carretas, los figones y la encomienda de los cargamentos de mercaderías. Los encomenderos eran comerciantes españoles o consignatarios que introducían diversos géneros para luego revenderlos tierra adentro. Por Veracruz tenían que pasar marineros, funcionarios reales, arrieros, comerciantes y viajeros. Era común que todos ellos tuvieran esclavos. La ciudad de Veracruz dependía al 100% del puerto de San Juan de Ulúa, aunque entonces estuvieran separados por 20 kilómetros (figura 1).²¹

    Durante las décadas que siguieron, hasta fines del siglo xvi, todo ese trabajo implicaba que los barcos estuvieran surtos en Ulúa entre 10 meses y un año, tiempo durante el cual morían muchos marinos y pasajeros, en tanto que los barcos eran barrenados y debilitados por moluscos a los que llamaban bromas, y las jarcias y velas se pudrían por la humedad de la costa. Todo el año tenían que trajinar los esclavos de los tratantes, de los arrieros y de las familias que llegaban o se iban. El puerto mismo tenía esclavos, que eran propiedad del rey, y se compraban y mantenían con un impuesto especial llamado de avería. Estos esclavos de la avería variaban según las épocas. Pero normalmente había entre 100 y 200 esclavos y esclavas del rey dedicados a la estiba y a otras tareas portuarias.²²

    Figura 1. La ciudad de Veracruz estaba separada del puerto de San Juan Ulúa por 4 leguas, lo que aumentaba el trabajo y el tiempo de desembarque y embarque de mercaderías. De 1519 a 1573 el único camino habilitado para comunicar Veracruz con la Ciudad de México era el que subía a Xalapa, continuando por Perote para, a partir de la Venta de Cáceres, dividirse en dos: uno que pasaba por Puebla y entraba a la Ciudad de México por Chalco, y otro que subía por Calpulalpan y Ecatepec para entrar por Tepeyac. Dibujo: Dainí Delgado Arias, a partir de un mapa de Alfredo Delgado Calderón.

    Una interesante descripción de la ciudad de Veracruz la dejó el cura Arias Hernández en 1571. Mencionaba que eran más de 200 casas de otros tantos vecinos, que junto con sus familias sumarían 500 españoles, y que los más ricos, que serían 10 o 12, tenían capitales que rebasaban los 20 000 pesos, y otros muchos de allí abajo, todos mercaderes y tratos de bodegas, carretas de bueyes y barcas y casas para alquilar que valen mucho cuando está allí la flota. Detallaba que la iglesia era de paja, pero que en ese tiempo se estaba haciendo de piedra y ladrillo. No había ningún monasterio, pero sí tres hospitales, aunque al hospital real se le había quitado el apoyo que daba el puerto por haberse establecido uno en San Juan de Ulúa. Sin embargo, el hospital de Nuestra Señora era sólo de negros, libres y esclavos, aunque no funcionaba propiamente como hospital, sino como iglesia desde hacía 10 años:

    porque son tantos que no cabrían en la iglesia, y por no esperar la misa mayor es como ermita cubierta de paja y dice misa uno de los clérigos. Hay alguno nombrado por el vicario y aprobado por el alcalde mayor que lleva los negros a la doctrina. Hicieron ellos el hospital de limosnas que pidieron y la ciudad les paga la misa que se dice las fiestas y domingos. No hay enfermos ningunos porque no es más que iglesia sin pila, aunque tiene cementerio en que se entierran, cercado de tapias. Es de tapia y paja.²³

    Mencionaba el cura que había una casa de cabildo cubierta la mitad de teja y la otra mitad de tejamanil, además de la casa de contratación y sus carnicerías, y aclaraba: No hay ca­sa de mujeres públicas. Tampoco había indios que vivieran en la ciudad. Las autoridades eran un alcalde mayor, dos alcaldes ordinarios, un alguacil mayor y dos alguaciles menores, así como cuatro regidores que eran perpetuos y los nombraba el rey. Estimaba que los negros y negras serían unos 600, pocos libres, aunque algunos. No hay mestizos ningunos, aunque hay algunos mulatos.²⁴

    Sobre San Juan de Ulúa, el cura Arias Hernández escribía en 1571:

    El puerto de San Juan de Ulúa es una isleta que está en la mar un buen tiro de artillería y desde allí a la Veracruz hay cinco leguas de la Boca del Río hasta la Veracruz como media legua. La isla es de piedra puesta allí a mano y encima está una pared de cal y canto norte sur, dejando la isla casi toda al norte, detrás de la cual se abrigan las naos de los nortes, al fin de la pared que está hacia la tierra está una torre de cal y canto en que hay artillería y un alcalde por el virrey. Para llegar las naos a ponerse detrás de la pared han de entrar por uno de dos canales: una que llaman Canal de Fuera que va arrimándose a la costa norte sur hasta pasar el paredón; otra que llaman la Canal Gallega que va del este a oeste derecha a dar en la tierra, porque en torno de ella es bajíos todo. Lo que está descubierto de la isla será como una buena plaza en que hay veinte casas para los negros que trabajan en la obra que son del rey levantadas en unos postes, pero cuando crece la mar todo se cubre. Hay una iglesia y un vicario en ella que administra también los indios de Medellín. Item, hay un hospital que mandó hacer el virrey don Martín Enríquez.²⁵

    Poco más de una década después, en 1584, otro religioso, fray Alonso Ponce, compañero de fray Antonio de Ciudad Real, describía a San Juan de Ulúa de la siguiente manera:

    Cinco leguas de Veracruz, de mal camino, está el puerto e isla de San Juan de Ulúa, entre tierra firme y la islilla sobredicha, media legua de distancia; en esta isla hay hecha una plaza cuadrada, los lienzos destos cuadros son casas hechas de tablas, en los tres moran los oficiales de la isla y los soldados y muchos negros y negras que tiene allí el rey para el servicio de la fortaleza que allí está edificada y oficiales y soldados della, el otro lienzo ocupa la iglesia, en que reside un cura que administra los Sacramentos a los de la isla; sin estos cuatro lienzos hay otras casas, así mismo de tablas, fundadas sobre la misma mar en aquellos arrecifes, que el agua anda debajo de ellas y algunas veces sube arriba; entre éstas hay un hospital hecho de la mesma manera, en que se curan los enfermos de las flotas y se les hace mucha caridad; este hospital está a cargo de los hermanos de San Hipólito de México, y de allí, de la isla, os suben a Jalapa y después a México.²⁶

    En conclusión, la ciudad de Veracruz, junto a su puerto, tenía cientos de negros esclavos y varios negros y mulatos libres que superaban ampliamente a los españoles y que se desempeñaban en el rudo trajín del puerto y en el trabajo doméstico de los comerciantes y tratantes españoles asentados en la ciudad. Fue el núcleo más importante de negros y mulatos de toda la costa del golfo y el foco desde el cual se diseminaron a varias regiones inmediatas, como los pantanos de Alvarado, la zona de Río Blanco y los montes de Actopan.

    Devastación indígena y estancias ganaderas

    Los pueblos de indios del Veracruz central disminuyeron rápidamente. La gran ciudad de Cempoala, que se unió orgullosa a la empresa de conquista, tenía 20 000 habitantes cuando llegó Hernán Cortés, pero mediando el siglo xvi apenas quedaban 30 casas de indios.²⁷ Lo mismo pasaba con Iztcalpan, pueblo renombrado después como La Rinconada y otorgado en encomienda a Hernán Cortés, que pasó de tener 10 000 habitantes a poseer sólo 50 casas. Pronto seis leguas a la redonda de Veracruz quedaron casi deshabitadas, desapareciendo pueblos enteros, dejando sólo sus nombres como recuerdo. Pueblos grandes como Ospicha, Cotaxtla y Jalcomulco quedaron reducidos a unas 12 o 15 casas. Por ejemplo, Totutla tenía 150 vecinos cuando fue encomendado a Sebastián Vázquez en 1522, pero en 1535 apenas quedaban 15 o 20 indios, y el encomendero explicaba que eso se debía así por mortandades como por ser la tierra estéril; se han ido a vivir a otra tierra mejor, por manera que en el dicho pueblo no han quedado casi indios, y si algunos hay no son de quince a veinte. Después Totutla quedaría despoblado y ese espacio sería conocido como los Montes de Totutla, donde se establecerían varias estancias ganaderas, ran­chos, ventas y el primer pueblo de negros libres de Nueva España.²⁸

    Una plaga que arrasó a la población nativa se dio en 1543. La gran epidemia de cocoliztli se llevó a cinco de cada seis indios en el Altiplano central, pero no tenemos registro de cómo afectó a Veracruz.²⁹ Seguramente las causas de esa gran despoblación tenían que ver con el clima malsano, las epidemias y la explotación a la que eran sometidos los pueblos indios por los encomenderos, pero también tuvo que ver la esclavitud de los indígenas, a la que Motolinía incluía entre las plagas que asolaron a la Nueva España, así como el trabajo de los indios en las minas.³⁰

    La caída de Tenochtitlan no significó la pacificación del extenso territorio descubierto. Durante décadas siguieron llegando miles de españoles para conquistar Chiapas, Yucatán, Jalisco, Cíbola y muchas otras regiones que persistieron en su rebeldía o se fueron descubriendo conforme avanzaba la colonización.³¹ Los indios capturados

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