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¿Dónde estás?, ¿qué haces, Leona Vicario?
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¿Dónde estás?, ¿qué haces, Leona Vicario?
Libro electrónico145 páginas2 horas

¿Dónde estás?, ¿qué haces, Leona Vicario?

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Si la joven no salía de su casa sin un adecuado acompañamiento de damas de compañía o de un familiar, ¿Cómo se atrevió a escapar de la Ciudad de México para reunirse con los insurgentes en la lejana Tlalpujahua? Atrapada y reducida a la presión, embarrada de tizne burló la vigilancia y, montada en una mula, huyó para refugiarse en Oaxaca. Aprendió
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 feb 2021
ISBN9786075644325
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    ¿Dónde estás?, ¿qué haces, Leona Vicario? - Anne Staples

    PRIMERA PARTE

    Cómo se gestó este libro

    ¿Dónde estuvo Leona Vicario durante casi cinco años, del 22 de abril de 1813 al 14 de marzo de 1818, cuando la presencia de una mujer citadina, criolla y acomodada se hubiera notado y dado de qué hablar en Oaxaca, las lejanas tierras calientes de Michoacán y la intendencia de México? ¿Qué hacía esta mujer, que con salir de su casa y seguir a los insurgentes rompió el orden que se supone era la base de la vida familiar? Al morir, fue llamada benemérita y dulcísima madre de la Patria, aunque otra heroína, Josefa Ortiz de Domínguez, tuvo 14 hijos y le ganó en la carrera maternal. Ambas contribuyeron al levantamiento contra la Corona de España, la primera como proveedora y acompañante, la segunda como conspiradora, e hicieron caso omiso a la supuesta subordinación de la mujer en cuestiones políticas y al requisito de quedarse en casa a atender a la prole, a cuidarse del qué dirán. ¿Qué llevó a Leona a entregarse a la causa rebelde, incluso antes de conocer a su futuro marido Andrés Quintana Roo? ¿Cómo pudieron las tertulias, las conversaciones, los impresos y la correspondencia influir al grado de involucrar a una joven doncella en una decisión política de gran peso, la de apoyar la insurgencia? ¿Tuvo Leona tan poco aprecio por las comodidades de su vida de mujer adinerada que estuvo dispuesta a prescindir de ellas o se sentía protegida? ¿Qué la llevó a violar el orden que en apariencia regía la sociedad, las consideraciones morales de virtud y obediencia, si era católica devota? ¿Pudo relativizar el precepto de decencia y orden que debía guardar en su propia vida? ¿Experimentó conflictos al comparar su actuación con lo que se esperaba de ella? ¿Cómo manejó el concepto del pudor? Como estas, hay muchas otras preguntas que por falta de testimonios no podemos contestar.

    Explicar los episodios heroicos de la vida de Leona requiere saber si fueron guiados por el amor o el patriotismo. El gran historiador Lucas Alamán la acusó públicamente de haberse unido al movimiento insurgente para seguir a su amante, cargo que ella rebatió indignada en la prensa. Desde aquel entonces, 1831, le hemos creído a su negativa. Hay pocas declaraciones en los documentos históricos de los sentimientos privados elevados a rango de información pública y menos cuando estos causan un revuelo político. Leona representa un caso en el cual las motivaciones emocionales desempeñan un papel central. ¿Su actuación tan prominente se debió al corazón, a la imaginación o a la reflexión? Es un misterio que hasta la fecha no se ha resuelto. El otro misterio es el de su ubicación después de la huida del Colegio de Belén de la ciudad de México en abril de 1813, el viaje a Oaxaca, el haber llegado o no a Chilpancingo, los siguientes meses y años de andar a salto de mata con Andrés Quintana Roo y los remanentes del Congreso de Anáhuac, su residencia en alguna hacienda o rancho en lugares inhóspitos y aislados de Tierra Caliente, hasta la aceptación del indulto en 1818. Después de esa fecha cambia la historia y sabemos en dónde se hallaba, pero antes de ese momento existen pocos indicios de su presencia física. Esta falta de datos fidedignos ha dado lugar a mitos o relatos que no podemos comprobar, como el haber dado a luz en una cueva, sala de parto bien incómoda. ¿Por qué se sometió a semejantes incomodidades, si el gobierno virreinal le mandaba con insistencia ofrecimientos de indulto en buenos términos? Hay más preguntas que respuestas acerca de una vida privada que se volvió pública por el juicio al cual se le sometió y por los periodicazos, por elección propia o por la fuerza. Recrear el itinerario de sus actividades ha sido un reto; entender sus razones rebasa las fuentes acostumbradas del historiador: oficios gubernamentales, leyes, decretos, memorias de gobierno, cartas, diarios, periódicos, actas de bautizo, matrimonio y defunción y retratos, muchos de los cuales no existen.

    Si es tan difícil el tema, ¿cómo me enredé yo en él? La aventura empezó con el ofrecimiento de escribir un libro breve sobre Leona Vicario para una colección que publicaría la Presidencia de la República durante el mandato de Luis Echeverría. El plazo era absurdo: un mes (ampliado a mes y medio) para hacer la investigación, redactar el texto y entregarlo un viernes de 1973 a las cinco de la tarde en la residencia de Los Pinos. Tres mujeres aceptamos el desafío: Armida de la Vara escribió acerca de Josefa Ortiz de Domínguez, Teresa del Conde de Frida Kahlo, y yo. A lo mejor ellas habían hecho acopio de material sobre sus objetos de estudio, pero yo no tenía nada; hube de empezar desde cero.

    Pero para mí significó sacar de la biblioteca de El Colegio de México las biografías ya escritas con mucha antelación por el historiador y recopilador de documentos Genaro García en 1908 (publicada el año siguiente), por Manuel Miranda y Marrón (sobre Andrés Quintana Roo) en 1910, y por Carlos Alberto Echánove Trujillo en 1945, más menciones sueltas debidas a la pluma de Carlos María de Bustamante y de Alamán, los periódicos de la época y los Documentos históricos mexicanos reunidos por el mismo García. Pocas fuentes más estaban a mi disposición. Sabía que el historiador Edmundo O’Gorman era descendiente del matrimonio del cónsul general inglés Charles O’Gorman con la hija de la media hermana de Leona, así que me armé de valor, visité a don Edmundo en su casa, me contó muchas historias que ya no recuerdo, y me enseñó algunos papeles de familia. Con estos pocos materiales armé un texto que fue producto de una estricta disciplina. Me levantaba a las cinco de la mañana, redactaba hasta que lloraba mi hija de meses de nacida, le daba de comer, volvía a redactar y así. Siempre con el calendario enfrente: faltan tantos días… tengo que revisar tantos documentos… Nunca sentí una presión parecida y nunca volví a aceptar un compromiso tan perentorio, pero entregué el manuscrito en tiempo y forma a la Oficialía de Partes.

    Lo que siguió me enseñó una importante lección en la vida. Había sacrificado atender a mi familia, mi salud, las ganas de hacer algo meditado, reposado, ponderado y no a la carrera. Por supuesto que no me satisfizo el texto. No hubo tiempo de hacer revisiones ni de verificar fuentes. El texto quedó en manos de un funcionario del Departamento Editorial de la Presidencia, quien lo echó a la maleta, se fue a Europa (según me contaron), y mi escrito desapareció durante años. Tiempo después me llegó a El Colegio de México un paquete del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, con una carta de la investigadora de historia del arte Teresa del Conde. Algo extrañada, anexó esa carta diciendo que no había tenido nada que ver con el contenido de ese paquete: veinte ejemplares de un librito titulado Leona Vicario, escrito por Teresa del Conde. Así figuraba en la portada. En la página 66, al final del texto y antes de las notas, se encontraba el nombre impreso de la autora: Anne Staples. En sus prisas por publicar todos los títulos atrasados al final del sexenio de Echeverría, nadie se fijó que llevaba mi nombre y se le puso el único que tenían a la vista, por estar en la misma colección, el de Teresa. Alguien le envió los ejemplares y ella amablemente me los hizo llegar. O sea, me esforcé para entregar a tiempo un libro que tardó años en llegar a mis manos, con el nombre de otra persona en la portada. Este librito no circuló, poca gente lo conoció, no se encuentra citado en casi ningún trabajo sobre Leona y, sin embargo, al momento de su entrega fue el primer texto moderno sobre Leona después de los de 1909 y 1945.

    Portada del libro Leona Vicario, con el nombre de Teresa del Conde como autora.

    No terminan aquí las vicisitudes de estos ejemplares. Traté de averiguar dónde estaban los demás, pues con seguridad se hizo un tiraje amplio. Hablé a la Secretaría de la Presidencia, preguntando por un libro publicado por ellos en 1976, y me informaron que había dejado de existir el Departamento Editorial. Así que nunca supe adónde fue a parar la edición. Mandé hacer unas etiquetas para cubrir el nombre de Teresa y poner el mío, pero me topé con otro obstáculo. La maestra María del Carmen Velázquez, directora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio y compiladora de la Bibliografía Histórica Mexicana, se negó a incluir el libro como mío hasta que fuera registrado en la oficina de Derechos de Autor. Hice el trámite, entregué uno de mis pocos ejemplares a la Biblioteca Daniel Cosío Villegas de El Colegio de México, bajo mi nombre, y al año siguiente la compiladora de la Bibliografía Histórica Mexicana (1980), agregó el título sin ningún problema. No considero perdido el esfuerzo, pero sí desproporcionado el resultado. Ahora, en la colección coordinada por Pilar Gonzalbo Aizpuru, tengo la oportunidad de resucitar el texto, agregarle el material nuevo que he encontrado a lo largo de los años y plantear los misterios, contradicciones y lagunas en la documentación de esta mujer que se hizo famosa por su actuación durante la guerra de Independencia, por los reclamos para recuperar su fortuna y por la ayuda prestada a su marido, Andrés Quintana Roo, para escapar de la persecución política que amenazó su vida en más de una ocasión.

    Esta nueva edición de Leona Vicario agrega información sobre su forma de vida, las personas que la rodeaban y su camino en zigzag por las tierras michoacanas y de la intendencia de México durante los años de los que se tiene poca documentación sobre ella. Trata de establecer con un alto grado de probabilidad los datos acerca de su estancia en Oaxaca, su llegada a Tierra Caliente, su matrimonio con Andrés Quintana Roo y el nacimiento de

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