Pasión por Jesús
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Ivonne Cervantes Corte habla de las diferencias y malentendidos que tiene con una amiga acerca de la existencia de Dios. Diferencias que parecen ser irreconciliables a partir de la discusión generada por la matanza de Acteal. Finalmente le confía en una grabación, que sí cree en Dios, en Jesús, que Él ha estado presente en todos los aspectos de su vida aunque a veces le asalten dudas... y que también lo ama.
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Pasión por Jesús - Ivonne Cervantes Corte
Pasión por Jesús
Ivonne Cervantes Corte
México, 2001
Pasión por Jesús
por
lvonne Cervantes Corte
© Derechos reservados, primera edición, México, 2001, por
Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.
José de Teresa No. 253 Col. Campestre
01040 México, D.F.
Tel. 5 593 58 50 Fax 5 662 52 08
Correo electrónico: demac@stamet.net.mx Impreso en México
ISBN 9781370541645
Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualesquiera de los medios -incluidos los electrónicos- sin permiso escrito por parte de los titulares de los derechos.
Para]., el mago Rebeca, la semilla Ángela, la musa Huberto, el hálito Fausto, el consejero César, el chamán
Índice
Introducción
1
2
3
Introducción
El presente texto contiene la transcripción de una confesión.
En diciembre del 97, un día después de la matanza de Acteal, mi compañera y yo estábamos en casa y hablábamos, con estupor, de lo sucedido en Chiapas. No podíamos creerlo, era tan terrible que nos costaba trabajo. Ambas estábamos conmocionadas, dolidas, indignadas y fácilmente irritables. En un momento de la conversación, yo exclamé sin pensar: ¡Jesús, no es posible!
Entonces ella me miró y, más indignada aún, me increpó: ¡¿De qué Jesús hablas?!
Aquello fue suficiente, la gota que derramó el vaso; nos enzarzamos en una discusión terrible, con gritos y todo, sobre Dios, la razón, la fe... y las niñas, niños, mujeres y hombres que acababan de ser acribillados mientras rezaban, a unos cuantos días de Navidad. ¿Dónde está tu Dios del amor?
, fue lo último que escuché antes de azotar la puerta del departamento.
Pero esa discusión-pelea no había sido sino la culminación de muchas otras: desde hacía tiempo, el tema Dios se había convertido en un punto álgido entre nosotras. Ella insistía en saber qué pensaba yo, si era creyente o no, y yo solía responder con evasivas o con silencio.
Una semana después decidí contarle, confesarle que sí, que creía en Jesús, y no sólo eso, sino que también lo amaba. Le contaría toda mi historia con Él, por más ridícula, enloquecida y culpable que me sintiera. Sin embargo, al estar frente a frente me faltó valor y terminé por desviar la conversación. Luego pensé en escribirla; nada, no podía con mi autocensura y desistí. Entonces se me ocurrió grabarla. Lo hice.
Le entregué los casetes y le pedí que por favor los destruyera después de oírlos. Así lo hizo, al menos eso creí. El tema no volvió a tocarse entre nosotras; fue algo que también le solicité.
En la Navidad pasada (diciembre de 2000), ella llegó a casa con un regalo: un díptico donde se convocaba a un concurso: Para mujeres que se atreven a contar su experiencia del pecado, el cuerpo y la sexualidad desde su espiritualidad y su religión
.
- ¿Qué es esto? -le pregunté, intentando disimular.
-Creo que tienes algo que compartir -me dijo-. Y a mí me parece que es digno de contar, aunque yo no sea fan de Jesús, ni creyente... Piénsalo -agregó, y me entregó los casetes, con una sonrisa de complicidad.
1
Hablar de mi relación con Jesús me produce vértigo; pero escribir, cariño mío, escribir ha resultado un tormento mayor. ¡Qué suerte que no estás en casa para presenciar este desolador paisaje de hojas arrugadas y esparcidas por el suelo y la mesa, producto de una feroz batalla entre la fe y la razón! Por otro lado, ¡qué desagracia! Si entraras a la habitación en este preciso instante y me vieras tumbada en el sofá, cara de angustia, grabadora en mano - ¡yo!, que tan poco aficionada soy a estas cosas-, rodeada de un cementerio de papeles, comenzarías a entender el porqué de mi silencio cada vez que me has cuestionado sobre Él.
La semana pasada volviste a hacerlo, recuerdo bien tus palabras y el tono de ironía que las acompañaba: "No entiendo, María José, cómo puedes, siendo una mujer de razón, creer