Un crimen en Durango en el siglo XIX: Doña Nepomucena Alcalde y el terrible asesinato de su marido
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Un crimen en Durango en el siglo XIX - Leticia Mayer Celis
bibliografía
PRIMERA PARTE
La fascinación de las búsquedas en archivos y bibliotecas
Durante la última década del siglo pasado me encontraba escribiendo la tesis de doctorado. El tema eran las estadísticas en el siglo XIX y la comunidad científica que se formó en torno a este tema. Finalmente se publicó la tesis con el título Entre el infierno de una realidad y el cielo de un imaginario. Estadística y comunidad científica en el México de la primera mitad del siglo XIX, por El Colegio de México. Dado el tema de la tesis, el archivo que más consulté fue la Colección Lafragua en la Biblioteca Nacional custodiada por la UNAM. Resultaba fascinante llegar cada mañana al campus de Ciudad Universitaria y encaminarme a la Biblioteca Central, con su precioso edificio rodeado de árboles. Después de cruzar el umbral me encaminaba al Fondo Reservado. Recorrer el túnel del tiempo que conecta la biblioteca con los archivos más antiguos era un ritual maravilloso. Conforme entraba al cobrizo pasaje sentía que mis amigos de otro siglo se alegraban de verme llegar. Ahí me esperaban el conde de la Cortina, José Fernando Ramírez, Manuel Ortiz de la Torre, Fernando Navarro y Noriega, Juan Nepomuceno Almonte, Lucas Alamán, Ignacio Cumplido, Mariano Galván, José Ramón Pacheco y varios amigos más. Cada uno de ellos me contaba una historia nueva y sorprendente. Algunas narradas sólo en palabras, pero muchas de ellas complementadas con números y tablas estadísticas. Era sorprendente ver cómo el discurso numérico se había abierto camino en el conocimiento.
Un día encontré la Disertación económico-política sobre los medios de aumentar la población de la nación, su ilustración y riqueza que se presentó para el Certamen Científico de 1825 en el Colegio de San Ildefonso. Esta disertación había sido escrita por Manuel Ortiz de la Torre, un estudiante de aquella época.
Esa fue una época de euforia en México. El año anterior, 1824, se había elegido al primer presidente de la nueva República: Guadalupe Victoria. La pequeñísima comunidad científica quiso celebrarlo y se organizó el certamen mencionado.
Analicé aquel documento y lo dejé para una escritura posterior. Pasaron los meses y olvidé al ganador del certamen. Tiempo después, entre muchas estadísticas de toda la República, encontré un documento, de 1833, con normas para realizar este trabajo numérico: Instrucción sobre los datos o noticias que se necesitan para la formación de la estadística de la república… Llegué entusiasmada a mi casa a revisar mis notas sobre el valioso documento. Por la noche soñé que el autor del escrito me decía: ya nos conocemos, yo fui quien ganó el certamen del Colegio de San Ildefonso.
Me desperté abruptamente y fui a mi estudio en busca del documento; efectivamente, el autor era Manuel Ortiz de la Torre. Me invadieron varios sentimientos: el miedo, la sorpresa y el gusto de volver a encontrar a aquel amigo. Si yo hubiera sido una persona del siglo XVII seguramente habría creído que un fantasma se me había aparecido, pero mi pensamiento racional del siglo XX me obligó a darme otra explicación: posiblemente el inconsciente había registrado el nombre y lo recordé en el sueño. Ese tipo de experiencias viven los historiadores en sus maravillosos encuentros con personajes de otros tiempos.
Seguí con mi búsqueda de estadísticas y hallé el excelente documento de don José Fernando Ramírez publicado en 1851: Noticias históricas y estadísticas de Durango. El gran historiador, quien recuperó el Códice Ramírez y logró hacer una de las mayores bibliotecas del México del siglo XIX, había escrito sobre estadística y se interesó en los recuentos de delincuencia. Al analizar los números de criminalidad en Durango y cruzarlas con las estaciones del año, Ramírez hizo las siguientes reflexiones:
Estos datos contienen hechos que no dejan de excitar la curiosidad del filósofo y el interés del estadista. Lo primero que llama la atención es la notable diferencia que se advierte entre la criminalidad de los primeros semestres del año [sic] comparada con la de los segundos [sic]; ¿cuáles causas pueden influir para que sea mayor la de estos que la de aquellos?… ¿Acaso los rayos del sol estivo, que vivifican la naturaleza y sazonan sus frutos, también fecundan al perverso para que broten crímenes…? ¿La naturaleza es productora en todos sus seres…?¹
Los datos de las estadísticas de Fernando Ramírez y sus reflexiones me llevaron a pensar que era uno de los abogados que estaban en la discusión decimonónica sobre la probabilidad jurídica ¿Existiría algún documento jurídico del prominente abogado donde pudiera encontrar evidencia de este interés?
Nuevamente pasaron los meses e incluso algunos años. Terminé la tesis y me doctoré. Con un poco más de tiempo para las preguntas que quedaron sueltas me di a la tarea de buscar más documentos de José Fernando Ramírez, como abogado más que como historiador. Regresé al hermoso espacio del Fondo Reservado y a la Colección Lafragua; cuál no sería mi sorpresa al encontrar un caso de parricidio que él había defendido en Durango: Alegato que el Lic. José F. Ramírez presentó a la ecselentísima sala de vista de este departamento en defensa de doña Nepomucena Alcalde acusada de Parricidio, publicado en Victoria de Durango en 1837 en la Imprenta del Gobierno a cargo de Manuel González.² El documento es largo, consta de 120 páginas en las cuales se narran muchos episodios de vida cotidiana intercalados en la acusación de parricidio. En el siglo XIX se consideraba como parricidio no solo el asesinato de los padres, sino también el del marido.³ Aparentemente doña Nepomucena había matado a su esposo.
Pasó algún tiempo y un día platicando con Elías Trabulse, quien había sido mi director de tesis, me comentó que en la British Library de Londres se encontraba un tesoro de documentos mexicanos que habían sido poco explorados. Me dediqué a investigar sobre las historias maravillosas que Elías Trabulse me había platicado acerca de la migración de enormes bibliotecas mexicanas del siglo XIX, a varios países de Europa. Particularmente eran la Biblioteca Andrade, la Biblioteca Fischer y la Biblioteca de José Fernando Ramírez. Entre la de Andrade y la Fischer se había formado una gran parte de la Biblioteca Imperial de México creada por Maximiliano. Nuevamente me encontraba con José Fernando Ramírez, ahora como librero y gran coleccionista de tesoros bibliográficos y antigüedades. Este personaje pudo apropiarse de magníficos documentos antiguos, principalmente, a partir de la exclaustración de los conventos en el siglo XIX. Aquellos antiguos papeles, que se sacaron de los conventos, fueron llevados a lugares donde el Estado, que ya era laico, los pudiera custodiar. Sin embargo en el proceso se perdieron muchos de ellos.
La suerte de las grandes bibliotecas monásticas se fue agravando con el paso del tiempo, en particular después de