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Historia de una utopía.: Toribio Esquivel Obregón (1864-1946)
Historia de una utopía.: Toribio Esquivel Obregón (1864-1946)
Historia de una utopía.: Toribio Esquivel Obregón (1864-1946)
Libro electrónico410 páginas5 horas

Historia de una utopía.: Toribio Esquivel Obregón (1864-1946)

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Este libro pretende arrojar algunas luces sobre una zona oscura de la Historia de México. En el campo historiográfico es mucho lo que se ha escrito sobre los protagonistas del porfiriato y más aún sobre los líderes más destacados de la Revolución mexicana. Pero es muy poco lo que se sabe sobre los opositores políticos que lucharon por el poder pero
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2019
Historia de una utopía.: Toribio Esquivel Obregón (1864-1946)

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    Vista previa del libro

    Historia de una utopía. - Monica Blanco

    Primera edición, 2012

    Primera edición electrónica, 2013

    D.R. © Mónica Blanco

    D.R. © El Colegio de México, A.C.

    Camino al Ajusco 20

    Pedregal de Santa Teresa

    10740 México, D.F.

    www.colmex.mx

    D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México

    Facultad de Economía

    Circuito Interior s/n.

    Ciudad Universitaria

    04510 México, D.F.

    ISBN (versión impresa) 978-607-462-391-8

    ISBN (versión electrónica) 978-607-462-513-4

    Libro electrónico realizado por Pixelee

    A Irene, Julia, Luciano,

    Marcelo y Mía

    ÍNDICE

    PORTADA

    PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL

    ÍNDICE DE MAPAS

    ÍNDICE DE CUADROS

    DEDICATORIA

    AGRADECIMIENTOS

    INTRODUCCIÓN

    I. LOS AÑOS INICIALES

    El pasado familiar: la raigambre española

    El terruño natal: la desafiante León

    Un abogado en ciernes

    II. LAS VICISITUDES DE UN POSITIVISTA EN LEÓN

    El periodo gonzalino

    Porfirio Díaz encarna el progreso y la paz

    Un pasado agobiante. La herencia hispánica

    El desplazamiento del grupo gonzalino

    El enfrentamiento con los católicos

    III. UN JOVEN SIN FUTURO POLÍTICO

    La consolidación profesional

    La gestión como munícipe

    El sueño de Aramútaro

    IV. ENCUENTROS Y DESENCUENTROS CON EL ANTIRREELECCIONISMO

    Crítico de los científicos

    Motivos de un encuentro

    Motivos de un desencuentro

    V. EL MEDIADOR

    Las razones de una decisión

    Un mediador oficioso

    La ruptura con Madero

    La elección de gobernador de Guanajuato

    VI. EL SECRETARIO DE ESTADO

    Las condiciones políticas de su nombramiento

    La propuesta de fraccionamiento de los latifundios

    Hacia el exilio

    VII. EL DESTERRADO

    Wilson, Estados Unidos y México

    Una propuesta de pacificación: elecciones y Ley Agraria

    Un exilio más prolongado

    La asamblea pacificadora

    Nuevos trabajos en Nueva York

    Polémica en El Universal

    Un proyecto alternativo: la modernidad conservadora

    VIII. EL OPOSITOR

    El regreso

    El catedrático y prolífico escritor

    Una vez más… el político

    EPÍLOGO AL FIN DE SUS DÍAS… OTRA VEZ LEÓN

    BIBLIOGRAFÍA

    LA AUTORA

    COLOFÓN

    CONTRAPORTADA

    ÍNDICE DE MAPAS

    Mapa 1. División territorial en 1870

    Mapa 2. Rancho de San Juan Bautista

    ÍNDICE DE CUADROS

    Cuadro 1. Candidaturas que se han presentado y discutirán en la Convención del Partido Anti-Reeleccionista, que se celebrará el 15 de abril próximo

    Cuadro 2. Diferencias entre la solicitud de la Secretaría de Hacienda y el monto autorizado por el Congreso de la Unión respecto del empréstito de 1913

    Cuadro 3. Bancos suscriptores del empréstito de 1913

    Cuadro 4. Organigrama de la Caja de Préstamos (26 de marzo de 1913)

    AGRADECIMIENTOS

    Comprendí la importancia de estudiar la biografía de Toribio Esquivel Obregón cuando realicé mis investigaciones sobre la historia de Guanajuato. Allí tomé conciencia de que se trataba no sólo de un personaje protagónico en León, su ciudad natal, sino que había participado en algunos de los acontecimientos que determinaron el rumbo de México durante el porfiriato y la Revolución mexicana. Y que su estudio, por tratarse de un personaje poco conocido, podía añadir algunas novedades sobre todo para un periodo tan estudiado y controversial.

    Un trabajo de investigación es un trayecto lleno de revisiones, caminos desandados, marchas y contramarchas. En este largo, estimulante, pero a veces angustioso trajinar, las revisiones críticas realizadas por colegas inteligentes y conocedores fueron invaluables para encontrar el rumbo que me permitió redactar la versión final del texto. En tal sentido, este libro ha tenido muchos interlocutores a lo largo de los años.

    Agradezco la buena disposición de los compañeros del área de Historia de la Facultad de Economía, con quienes compartía mis avances de investigación en seminarios y conversaciones informales. En particular a Pablo Arroyo, Beatriz Fujigaki, Esperanza Fujigaki, Elsa Gracida, Aleida Guerrero, quien ya no está entre nosotros, y a María Eugenia Romero Sotelo, quien no sólo me hizo atinados comentarios a lo largo de los años, sino que tuvo la paciencia de leer todo el manuscrito y realizó valiosas observaciones y sugerencias.

    Otros interlocutores que contribuyeron en forma muy activa a mi reflexión fueron los estudiantes de los cursos que impartí sobre Historia Política Contemporánea de Mexico. Quiero reconocer también el tino y el talento de Óscar Sánchez Rangel por su colaboración; su trabajo en los archivos y bibliotecas y su lectura crítica del texto fueron medulares. En cuanto a la revisión mecanográfica agradezco a Yamilet Motte y Criss Ayala.

    Tuve la buena fortuna de beneficiarme de la generosidad intelectual y de la rigurosidad de los colegas del Seminario de Revolución Mexicana de El Colegio de México que dirige Javier Garciadiego, cuyo permanente aliento a esta investigación agradezco de manera especial. Alberto Arnaud, Gabriela Cano, Víctor Díaz Arciniega, Cristina Gómez, Georgette José Valenzuela, Martha Loyo, Josefina MacGregor, Ignacio Marván, Antonio Saborit, Alicia Salmerón y Pablo Yankelevich leyeron en varias ocasiones capítulos del libro e hicieron atinados comentarios. También quiero reconocer las lecturas analíticas de Rita Zepeda y la colaboración de Leonor Ludlow del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y de Pablo Serrano, del Instituto de Nacional de Estudios de las Revoluciones de México.

    Respecto a la documentación utilizada, estoy profundamente agradecida con el personal de todos los archivos consultados y con Laura D’Acosta, nieta de Toribio Esquivel Obregón, por su permanente aliento e interés. Asimismo, agradezco el trabajo de los dos dictaminadores anónimos designados por el Comité Editorial de la Facultad de Economía para evaluar la pertinencia de la publicación de este volumen. Por último, deseo reconocer el respaldo de la Facultad de Economía y de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (Proyecto UNAM-DGAPA PAPIIT IN)304509, de la Universidad Nacional Autónoma de México y a El Colegio de México, por el sostén brindado a la investigación que permitió la factura de este libro.

    En esta larga lista debo añadir a mi familia. A mis hijos, María Bartolucci, quien con paciencia y amor leyó en innumerables ocasiones partes del manuscrito y a Ernesto por sus atinados comentarios. A Laura con toda mi admiración por su esfuerzo y sus logros. Mis nietos, Luciano, Marcelo y Mía y mis sobrinas, Irene y Julia, a quienes dedico este libro, han crecido con él y enriquecido la etapa de mi vida en que la obra fue escrita.

    INTRODUCCIÓN

    En el campo historiográfico son abundantes los trabajos sobre los protagonistas del porfiriato y más aún los referidos a los líderes más destacados de la Revolución mexicana. En cambio, el estudio de los opositores políticos, o sea de aquellos que más que ejercer el poder desde la función pública lo han cuestionado, apenas ha empezado a conformarse como objeto de investigación en el ámbito de los historiadores profesionales. En este último sentido el caso de Toribio Esquivel Obregón es de especial interés. Integrante de la elite dirigente –como munícipe en su natal León– del gobierno de Porfirio Díaz, empezó a caminar hacia la oposición a inicios del siglo XX, primero al manifestar su desacuerdo con la política llevada adelante por el gobernador de Guanajuato, Joaquín Obregón González y del influyente grupo de los Científicos, hasta integrarse como vicepresidente del Partido Antirreeleccionista en 1909. Distanciado de Francisco Madero, un poco más tarde aceptó ser secretario de Hacienda en el gobierno de Victoriano Huerta, decisión que le costó el exilio. En Nueva York militó activamente en los grupos de desterrados políticos antirrevolucionarios y al volver a México, en 1924, se relacionó con la corriente de oposición a la Revolución y fue miembro fundador del Partido Acción Nacional (PAN) en 1939.

    En su plenitud y complejidad la biografía de Toribio Esquivel Obregón es prácticamente desconocida, aunque a partir de los ochenta se ha despertado un interés que se materializó en la reedición de parte de su obra y en estudios parciales que dan cuenta de momentos puntuales de su trayectoria. Este fenómeno debe atribuirse, en primer lugar, al reconocimiento de su trabajo en diversos campos entre los que destacan la historia política, la economía y la historia del derecho. Además, el ámbito de los historiadores profesionales se amplió notablemente propiciando el interés por el estudio de los llamados personajes medios, es decir, aquellos que han tenido contribuciones sustanciales a los procesos históricos a pesar de no contar con un rol protagónico de primer nivel. No menos explicativa es la riqueza documental de su archivo personal y las facilidades que para su consulta ofrece la Universidad Iberoamericana. Sin embargo, por largos años a Esquivel se lo citaba prioritariamente sólo para descalificarlo. Con esta intención los momentos que se destacan en la biografía de Esquivel son su actuación como mediador oficioso en las negociaciones entre el gobierno de Porfirio Díaz y los rebeldes maderistas, en 1911, en Ciudad Juárez, con la prioritaria intención de resaltar sus diferencias políticas con Francisco Madero y su participación como secretario de Hacienda en el gabinete de Victoriano Huerta. Esta perspectiva maniquea niega la posibilidad de tener una visión integral del personaje y analizar su legado.

    La elaboración de la leyenda negra sobre Esquivel se construyó desde temprana época y fue obra de sus opositores políticos, los revolucionarios. La primera descalificación trascendente la realizó Iglesias Calderón, un personaje ligado al carrancismo, quien en inflamados artículos periodísticos acusó a los ex ministros del gabinete huertista de ser corresponsables de los asesinatos de Francisco Madero y Pino Suárez durante la Decena Trágica. En el momento en que se forjó la leyenda negra Esquivel era un opositor declarado a la Revolución, quien desde su exilio en Nueva York escribía artículos en contra de la Constitución de 1917 y, sobre todo, ponía en evidencia la postración en que se encontraba el país y la falta de resultados económicos del nuevo régimen, misma que relacionaba con la penuria crediticia por la falta de capacidad del Estado para cumplir con sus compromisos en el pago de la deuda externa. Quien mejor sintetiza la actitud descalificadora es Pascual Ortiz Rubio. Así, siendo gobernador de Michoacán, en una frase escrita en un claro lenguaje de combate, este autor afirmó en 1919: El pueblo de México no cesará de maldecir a Óscar Braniff, Rafael Hernández, Toribio Esquivel Obregón y Ernesto Madero, que en abril de 1911 prepararon en Ciudad Juárez el cadalso de don Francisco I. Madero y la hecatombe que aún no concluye.[1]

    La descalificación de Esquivel por parte de los carrancistas debe relacionarse no sólo con su participación como secretario de Estado en el primer gabinete de Victoriano Huerta sino, también, y lo que es más importante, con una reivindicación del legado maderista. Desde temprana época el gobierno revolucionario se preocupó por forjar una interpretación oficial de la historia que explique, justifique y simiente al Estado mexicano, por crear un pensamiento político que le permita preservar el nuevo orden. Así, la renovación historiográfica no pudo evitar politizarse. La búsqueda de justificación por medio de la historia fue especialmente importante para los revolucionarios, pues éstos carecían de la legitimidad que le pudieron haber dado los créditos electorales y los buenos resultados gubernamentales. Así, los constitucionalistas retrataban a su movimiento como la continuación de la revolución de 1910: Huerta representaba el despotismo y la restauración del Porfiriato, y Carranza, la democracia y el rescate del régimen maderista. Desde su perspectiva Carranza, quien esgrimía la cuestión política como inaplazable, y defendía la unidad y la legalidad ante todo continuaba, aunque fortaleciéndolo, el camino iniciado por Madero. Así Esquivel fue estigmatizado por representar dos pecados capitales para el carrancismo: ser antimaderista y huertista.

    Manteniendo la connotación ideológica que hemos estado describiendo, pero con una visión más matizada, Esquivel ha sido citado por destacados historiadores. Luis Chávez Orozco y Jesús Silva Herzog reconocieron la agudeza de Esquivel para plantear tempranamente los problemas agrarios de México, pero censuraron su incapacidad para comprender el significado histórico de la Revolución mexicana. Luis Chávez Orozco reconoció la sensibilidad de Esquivel para advertir los riesgos potenciales de la reforma bancaria de 1908, pero lo acusó de traidor a sus principios por incorporarse al régimen huertista.[2] Gastón García Cantú ubica a Esquivel en el campo de los reaccionarios junto con otros exiliados, cuyas propuestas contrarias a la Constitución de 1917, contenidas en Ensayo sobre la reconstrucción de México, define como un simple recetario resultado de una pretensión para examinar las condiciones de México desde fuera del país.[3] En el mismo sentido José C. Valadés vio en la trayectoria política de Esquivel una contradicción reprochable. Aunque elogió la contribución de Esquivel a lo que llama la prognosis de la Revolución, especialmente por sus ideas en el campo de las rentas públicas, no perdonó los pasos que dio con posterioridad a su participación en el antirreeleccionismo. Durante esta etapa, dice Valadés, Toribio Esquivel daba la idea de ser un hombre con todos los vuelos del talento y la erudición, pero el tiempo destruyó esta imagen. Su participación como ministro huertista lo convirtió en un desertor de los viejos anhelos democráticos.[4] Aun algunos autores que exculpan la decisión de Esquivel de aceptar ser ministro del primer gabinete huertista aceptaron que se trataba de un asunto polémico. Así lo reconoce su paisano leonés, Wigberto Jiménez Moreno, quien matiza diciendo que como ministro Esquivel se distinguió por un sincero interés en resolver los problemas sociales y económicos del país. No obstante no deja de advertir que Esquivel, quizá, no supo comprender la Revolución.[5]

    El propósito de este libro no es reivindicar el camino recorrido por el personaje. Lejos de la intención de introducir a Esquivel en el panteón de los héroes, el análisis se propone explicar los principales momentos de su actuación política a fin de comprender los motivos de la misma, indisolublemente ligados al contexto político que le tocó vivir. Lo que se pretende es presentar una visión humanizada del personaje ligando sus ideales con sus intereses. Y explicar la utopía que significa permanecer la mayor parte de su vida en el terreno de la oposición política.

    Se trata de un texto donde la línea central de análisis es la historia política, pero dado que Esquivel fue uno de los primeros economistas mexicanos se analizan en detalle los proyectos que elaboró en esta materia. Así el texto refiere a las características de la familia de Esquivel, quien nació en un hogar de clase media, católico y muy relacionado con poderosos personajes políticos y grupos económicos de la región del Bajío. Su infancia en León, ciudad moderna y pujante en lo económico, desde esta perspectiva, la más importante del estado, pero desplazada del poder político local y en permanente pugna con la capital, la señorial Guanajuato. Los cambios que vivió este provinciano, tanto en su formación como en su personalidad, gracias a la experiencia y las enseñanzas de sus maestros, algunos de ellos grandes políticos del porfiriato, recibidas en la Escuela de Jurisprudencia en la Ciudad de México. Su pronto regreso a León, a fin de colaborar en la administración del gobernador Manuel González. Aquí podemos encontrar la primera etapa importante de la actuación política de Esquivel ligada al régimen de Porfirio Díaz (1887-1893) En ésta destacan su apoyo a las políticas de Manuel González, en dos aspectos, la defensa de la producción agrícola como el eje de la economía de Guanajuato y de la educación laica y positivista como periodista y también profesor y vicedirector en la Escuela de Instrucción Secundaria de León. En esta parte, podremos apreciar las vicisitudes que enfrentó un positivista en una ciudad como León, donde el peso del catolicismo era muy marcado, que lo condujo a un enfrentamiento, que se volvió recurrente, con la jerarquía católica de su ciudad natal.

    En 1893, con la muerte del gobernador González el grupo político en el que participaba Esquivel se ve desplazado y comienza así la segunda etapa de su trayectoria donde se convierte en un adversario local, iniciando un largo camino como opositor político (1893-1908). En ese momento se amplía su labor como abogado de empresarios agrícolas, con los que tejió una relación trascendente, no sólo como defensor de sus intereses en lo económico sino también en lo político. Conjuntamente, participa como regidor del Ayuntamiento de León, elaborando proyectos dirigidos al crecimiento económico del municipio y defendiendo en varios campos las atribuciones de esta institución frente a la centralización política impuesta por el gobernador de Guanajuato, Joaquín Obregón González.

    La tercera etapa es la de opositor nacional (1908-1913). Ésta inicia en 1908 cuando, aprovechando las oportunidades políticas que brindó para la oposición la entrevista Díaz Creelman, Esquivel escribió una larga serie de artículos –que tuvieron gran repercusión– en el diario El Tiempo y en los que criticó la política económica llevada adelante por el secretario de Hacienda, José Yves Limantour, en especial sus aspectos agrarios y crediticios; allí planteó también las primeras ideas de lo que sería su proyecto de división de los latifundios. El momento clave de esta etapa fue su participación como miembro fundador y vicepresidente del Centro Antirreeleccionista de México, donde fue un activo colaborador de Francisco Madero en la construcción del primer partido político moderno de México. Su distanciamiento con el líder de la Revolución dio inició cuando aceptó ser propuesto, por una corriente opositora a la línea oficial del partido, como candidato a ocupar el cargo de vicepresidente, en la fórmula presidencial del antirreeleccionismo para la contienda electoral de 1910. Este periodo termina con su fallido intento de mediación en Ciudad Juárez y su apuesta al orozquismo como opción política al interior del movimiento antirreeleccionista.

    Distanciado de Madero, Esquivel comenzó a transitar en la cuarta etapa de su trayectoria como opositor a la Revolución mexicana, en la que permanecería hasta su muerte (1913-1946). El primer hito en este largo camino fueron los cinco meses en que ocupó la Secretaría de Hacienda en el primer gabinete del gobierno del dictador Victoriano Huerta (febrero-junio de 1913) donde gestionó el último empréstito internacional, previo a la cesación de pagos, recursos que permitieron al régimen cubrir los remanentes atrasados de la deuda externa y mantener la guerra contra los revolucionarios norteños. Durante su gestión Esquivel envió al Congreso, para su consideración, una Ley Agraria en la que se pretendía lograr la subdivisión de la gran propiedad y la creación de la pequeña propiedad, mediante la venta de parcelas favorecida por el crédito gubernamental. La guerra civil y el abandono por parte de Huerta de su promesa de convocar a elecciones provocaron su renuncia; pasó así de colaborador con el régimen a ser considerado como su enemigo político.

    Perseguido, en un clima de violencia generalizada, Esquivel eligió el camino del destierro. Éste fue su segundo momento como opositor antirrevolucionario (1913-1924). Durante los casi once años que vivió en Nueva York, Esquivel desarrolló una intensa labor. Participó en la Asamblea Pacificadora, un fracasado intento de formar un frente político entre las distintas corrientes de exiliados. Se propuso como mediador, primero entre el gobierno huertista y el movimiento constitucionalista, y, más tarde, entre los exilados políticos y el gobierno carrancista. Constantemente escribió artículos periodísticos en los que criticó la política económica del régimen y la Constitución de 1917. Ser descalificado como huertista obstaculizó su intención de regresar en 1920, a pesar de que después del asesinato de Carranza, el régimen surgido de la rebelión de Agua Prieta tuvo una política de puertas abiertas con otros exiliados políticos.

    Su regreso en 1924 marca el inicio del tercer momento de Esquivel como opositor a la Revolución (1924-1946). En el que fue también el último periodo de su vida, Esquivel se dedicó a la academia, como profesor de la Escuela Libre de Derecho y de la Universidad Nacional Autónoma de México y escribió su obra más trascendente: Apuntes para la historia del derecho en México. A pesar de que su relación con los sonorenses fue mucho más fluida que con los carrancistas y que participó en la elaboración del proyecto del Banco de México, Esquivel siguió siendo un opositor político. Durante el cardenismo se relacionó con un grupo de intelectuales que enfrentaron el intervencionismo estatal y fue miembro fundador del PAN en 1939. En su último año de vida, en 1946, participó en la defensa de la libertad municipal en León. Cuando murió era candidato a senador por su ciudad natal, con la que siempre mantuvo una estrecha relación, por el Partido Fuerza Popular (PFP).

    NOTAS AL PIE

    [1] Ortiz Rubio, La Revolución de 1910, p. 279. Años después Juan Sánchez Azcona y Federico González Garza, quienes habían participado en las negociaciones de Ciudad Juárez en una posición contraria a la de Esquivel, se sumaron a los críticos de la labor de intermediación. Así Juan Sánchez Azcona hizo suyo el mote de negociadores vergonzantes, con que Ortiz Rubio los había calificado.

    [2] Chávez, La crisis agrícola, p. II.

    [3] García Cantú, El pensamiento de la reacción, p. 852.

    [4] Valadés, Obras, pp. 453 y 576.

    [5] Jiménez, Los orígenes de la provincia, p. 25.

    I. LOS AÑOS INICIALES

    EL PASADO FAMILIAR: LA RAIGAMBRE ESPAÑOLA

    Toribio Esquivel Obregón nació en la ciudad de León, Guanajuato, el 5 de septiembre de 1864, en el seno de una familia de clase media. A pesar de no ser el hijo mayor fue bautizado con el nombre de su padre, tal vez debido a que éste, un médico propietario de tierras y político liberal, originario de Jalisco, murió poco antes de su nacimiento. Toribio fue un niño enfermizo y muy pegado a su madre, Rafaela Obregón y Martín del Campo; ejerció gran peso sobre Esquivel el hecho de que por el lado materno tenía antepasados ilustres y estaba emparentado con familias que eran parte de la aristocracia de la región, en las que se conjuntaba el poder, el prestigio y el dinero.[1] Cuando Toribio nació, León estaba ocupada por los franceses y en la localidad una parte importante de la elite, incluso de su familia, veía con buenos ojos al imperio de Maximiliano de Habsburgo. Su madre se vio obligada a permitir que la comandancia del ejército imperial ocupara su casa; Toribio evoca esos primeros años viviendo en unos pocos cuartos y siempre con el temor de aquellos extraños que invadieron su hogar.[2]

    La ausencia del padre propició que la influencia de su madre fuera muy marcada. Rafaela, nacida en 1839, perteneció a una de esas típicas familias guanajuatenses de origen español, que actuaban en un medio donde la presencia de España era fuerte y sostenida, pues se nutría constantemente con la llegada de nuevos migrantes y en la cual, por lo tanto, se conservaban las costumbres y tradiciones de la considerada por ellos la madre patria. Agustín Obregón y Arce, el primer miembro de la familia que vivió en América, llegó a la Villa de León proveniente de Yerena, localidad situada en la región norteña de Burgos, en el último tercio del siglo XVII.[3] Esta raigambre española fue muy importante para Esquivel, como podremos ver en detalle más adelante; por ahora basta mencionar que en numerosos escritos, a lo largo de su vida, aparece su preocupación por aquilatar el significado de la presencia de España en la historia de México.

    Aunque no lo llegó a conocer, el prestigio y la fortuna de su abuelo materno, Miguel de Obregón y Portillo, pesó mucho sobre Toribio, quien conservó el sentir de pertenecer a una familia de clase alta, a pesar de que su patrimonio había mermado considerablemente. Miguel de Obregón fue un acaudalado comerciante importador que poseía una tienda de regular tamaño en León, la negociación de Las Palomas, donde se vendían telas, abarrotes, cristalería, loza, mercería y artículos de tlapalería.[4] Fue un hombre al que le gustaba el lujo y la buena vida; su casa estaba situada en una de las esquinas de la plaza principal de León y su tienda, que ocupaba el mismo predio, le dio nombre al portal este, que por ello se llamó el portal de Las Palomas. Rafaela heredó dicha casa y en ella vivió Toribio su infancia y juventud. La abuela de Toribio fue Eugenia Martín del Campo, proveniente de Lagos, localidad situada en Los Altos de Jalisco, familia con cuyas mujeres ya habían contraído matrimonio los Obregón con anterioridad, siguiendo las relaciones endogámicas propias de la elite de la época. Miguel de Obregón fue jefe político de León durante los años de la invasión norteamericana, 1843 a 1848, y nuevamente en 1855.[5] Sentía un especial cariño por su hija Rafaela, tal es así que le puso el nombre de su propia madre. A la muerte de Miguel, en 1856, la posición económica de la familia sufrió un dramático derrumbe. Poco después Rafaela se casó con el doctor Amado Aguirre, quien murió luego de cuatro meses de matrimonio.

    Toribio Esquivel padre recibió su instrucción primaria en San Juan de los Lagos, en el estado de Jalisco y luego estudió en el Seminario de Guadalajara, donde presentó examen como profesor de Medicina y Cirugía en 1845.[6] Posteriormente regresó a San Juan de los Lagos, donde combinaba la actividad política con la práctica profesional y la atención de sus negocios, en su mayoría de tierras. Miembro del Partido Liberal, siendo alcalde segundo del Ayuntamiento, fue agredido por personas que se amotinaron por oponerse a la jura de la Constitución de 1857. Tuvo que huir y se trasladó primero a Guadalajara y después a León, donde se casó con la madre de Toribio en 1861.

    A la muerte de Esquivel padre su familia heredó el rancho de Necaspiloya, en el distrito de Jalostotitlán en el estado de Jalisco, y varias casas en San Juan de los Lagos. Los bienes que dejó su padre, junto con la buena administración que hizo de éstos su madre, sirvieron para mantener a la familia, hasta que Rafaela, cuando Toribio tenía cinco años, volvió a contraer nupcias con Sebastián Morgado, quien le doblaba la edad. Su padrastro también realizó una buena administración de dichos bienes. El rancho de Necaspiloya fue vendido en 1874, cuando Toribio tenía diez años, y se compraron numerosas casas en la ciudad de León, entre 1871 y 1877.[7]

    En sus memorias Esquivel habla de su padrastro con cariño y respeto, no exento de crítica: lo ve como un hombre honrado a carta cabal, de opiniones conservadoras, partidario del imperio y muy religioso, y agrega: pero con una instrucción superficial exclusivamente sacada de las novelas populares que a un buen católico le estaban permitido leer.[8] Morgado se dedicaba a administrar negocios y a llevar asuntos de varias empresas.[9] Esto posibilitó que desde niño Toribio estuviera en contacto con familias de la burguesía local, que serían importantes para sus posteriores actividades como político, abogado e inversionista. Entre ellos destaca –por ser uno de los empresarios de mayor fortuna– Manuel Cánovas, dueño de la hacienda de Jalpa, administrada por Morgado junto con otros negocios en León. La cercanía se hizo más estrecha cuando Manuel Cánovas se casó, en 1875, en segundas nupcias con Octaviana Portillo y Martín del Campo, unida a Toribio por un doble parentesco, era hija de un primo de su padre y sobrina de su abuela materna.[10] Tuvieron una hija, Guadalupe Cánovas, que años más tarde se casó con Óscar Braniff. Con Guadalupe Cánovas y luego con Óscar Braniff, Esquivel mantuvo relaciones profesionales, de negocios e incluso con Óscar, relaciones políticas durante una parte importante de su vida.

    Toribio creció en el seno de una familia culta, en la que se comía abundante comida española y donde la lectura común de obras literarias a la luz del candil era una práctica cotidiana: desde niño le gustó la pintura. Además de su madre y su padrastro, convivía con su único hermano mayor, Enrique, dos primos y un tío materno que tenía alteradas las facultades mentales. Toribio no pudo asistir a los primeros años de la escuela primaria, debido a lo precario de su salud, y fue su madre quien le enseñó a leer, las primeras operaciones de la aritmética y el catecismo cristiano del padre Ripalda; luego terminó la primaria en el Instituto Científico Literario de León, un establecimiento privado para varones.[11]

    Llama la atención que Toribio no haya asistido a una escuela dependiente de la curia local, dada la profunda religiosidad y el interés por el conocimiento que existía en su familia. Más aun estando al frente de la diócesis el obispo de León, José María Díez de Sollano y Dávalos, un hombre cultísimo, estudioso de las lenguas antiguas, de la astronomía, profundo conocedor de la filosofía tomista y quien tenía el prestigio de haber sido el último rector de la Universidad de México, cuando el gobierno liberal la clausuró por considerarla un foco de expansión del clericalismo y de la tradición colonial.

    Esta interrogante se explica pues la madre y el padrastro de Toribio pertenecían al sector de los católicos tradicionalistas intransigentes. Algunas de las características de este grupo eran: antimodernismo, moralismo económico, resistencia a la secularización, jerarquización de la sociedad, oposición de la separación entre el Estado y la Iglesia y aceptación de la supremacía de ésta sobre aquél. En cambio Díez de Sollano pertenecía al grupo de los católicos que propugnaban por la renovación teológica; éstos conjuntaban la vieja racionalidad tomista y la novedosa cuestión social.[12]

    Por lo tanto, lo que separaba a la familia Esquivel de la enseñanza impartida por la curia local era una actitud aristocratizante, compartida por otras familias del lugar, que se negaban a enviar a sus hijos a las escuelas religiosas, debido a que allí tenían que compartir las aulas con niños provenientes de los sectores populares, en gran parte indígenas. Esquivel nos da la clave de esta situación en sus Memorias cuando, refiriéndose al Seminario Diocesano, afirma:

    ...las ideas igualitarias y filantrópicas del obispo, su tolerancia para ciertos defectos y el poco valor que en las antiguas escuelas se daba al aseo personal y a la higiene, hicieron que aquel colegio se poblara desde un principio con muchachos de las clases bajas, generalmente indígenas que el obispo recogía de los pueblos de las sierras (...) en sus visitas pastorales, y que, una vez

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