“Esa historia no la olvido, pero no me victimizo por que murió mi padre. Los asháninkas recordamos para que esa tragedia no vuelva a pasar”.
– ÁNGEL PEDRO VALERIO
Se llaman a sí mismos guerreros: ovayerii. En los años de lucha contra Sendero Luminoso, estos grupos –reconocidos por la ley como Comités de Autodefensa– derrotaron al terrorismo en la selva del Vraem. Hoy día, pese a la indiferencia del Estado, “el ejercito asháninka” resiste frente al narcotráfico, los madereros ilegales y los invasores de tierras. Para ellos, la paz sigue bajo amenaza.
Lo llamaban Bendito. Era un joven alto y robusto como un tronco, pastor de una pequeña iglesia evangélica, cuyas palabras solían ser tan enérgicas y seductoras que pudo convertir decenas de asháninkas (como él) en cristianos. Sin embargo, en la comunidad nativa de Potsoteni, donde había nacido y crecido al igual que sus antepasados, Bendito no logró convencer a los militantes de Sendero Luminoso de cambiar el camino de las armas por el perdón. Para los terroristas –muchos de ellos profesores o agricultores también ashá– ninkas– el único modo de abandonar esa vida de pobreza, ese “abandono histórico” del Estado peruano, era tomar el poder a través de “la guerra popular”. Todo aquel que se opusiera a ese proyecto era un enemigo y debía ser exterminado. Degollado. Ahorcado. Apedreado. Morir con un balazo en la cabeza.
Bendito vio cómo asesinaron a las autoridades de Potsoteni, cómo las familias aceptaban unirse a las filas del Partido Comunista por miedo. Entonces una noche,