Corazón de oro: Edición juvenil e ilustrada
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Louisa May Alcott
Louisa May Alcott (1832-1888) was an American novelist, poet, and short story writer. Born in Philadelphia to a family of transcendentalists—her parents were friends with Ralph Waldo Emerson, Nathaniel Hawthorne, and Henry David Thoreau—Alcott was raised in Massachusetts. She worked from a young age as a teacher, seamstress, and domestic worker in order to alleviate her family’s difficult financial situation. These experiences helped to guide her as a professional writer, just as her family’s background in education reform, social work, and abolition—their home was a safe house for escaped slaves on the Underground Railroad—aided her development as an early feminist and staunch abolitionist. Her career began as a writer for the Atlantic Monthly in 1860, took a brief pause while she served as a nurse in a Georgetown Hospital for wounded Union soldiers during the Civil War, and truly flourished with the 1868 and 1869 publications of parts one and two of Little Women. The first installment of her acclaimed and immensely popular “March Family Saga” has since become a classic of American literature and has been adapted countless times for the theater, film, and television. Alcott was a prolific writer throughout her lifetime, with dozens of novels, short stories, and novelettes published under her name, as the pseudonym A.M. Barnard, and anonymously.
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Corazón de oro - Louisa May Alcott
LLEGA POLLY MILTON
Capítulo I
— ¿ES QUE NO PIENSAS IR a la estación, Tom?
—Claro que sí. Te estaba esperando.
—Pero yo no voy a ir. Con el día tan húmedo que está, me despeinaría completamente.
—¿Es que pretendes que vaya solo a buscar a una chica que no conozco?
—Naturalmente; y si no fueras un salvaje, te encantaría.
—¡Qué graciosa! ¡Tú habías dicho que iríamos los dos! Te prometo que nunca más volveré a ocuparme de tus amigas.
Hecho una furia, Tom se levantó del sofá, pero como en la casa todos estaban acostumbrados a su aspecto feroz, no produjo gran efecto. Parecía que le habían encargado acompañar a un criminal peligroso.
—¿Pero ¿cómo voy a saber quién es si no la he visto nunca? —exclamó, viendo los cielos abiertos ante esta nueva dificultad.
—Te será muy fácil, porque ella también te estará buscando: estoy segura de que ella ha de conocerte, porque en mis cartas te he descrito detalladamente.
—¡Ah, pues entonces seguro que no me reconoce! —dijo Tom, pensando que su hermana no habría sido justa al describirle.
—Bueno ¡vete ya, que vas a perder el tren! ¿Qué va pensar de mí Polly Milton, si no hay nadie esperándola cuando llegue?
—Pues pensará que te preocupa más tu pelo que tus amigas.
Con esta respuesta lapidaria Tom pudo salir de casa muy dignamente, aunque muy despacio, sin apresurarse lo más mínimo, mientras estaba bajo la mirada de su hermana. En cambio, en cuanto dobló la esquina de la calle, una vez seguro de que nadie le veía, se abrochó la chaqueta, se caló su visera y salió corriendo disparado hacia estación.
Llegó agitado y colorado como una remolacha por la carrera, en el mismo momento en que entraba el tren. ¿Quién será Polly Milton?
pensaba, malhumorado ante perspectiva de tener que dirigirse a varias muchachas desconocidas. Supongo que llevará moño y polisón, como todas las amigas de mi hermana, pero eso no basta para distinguirla
.
Entre otras muchas chicas, ninguna de las cuales tenía cara de buscar a nadie y a las que Tom se había resignado mirar con cara de mártir, distinguió una muy elegante, que estaba mirando a todas partes. Esa es
, se dijo Tom avanzando hacia ella, preguntó:
—¿Eres Polly Milton?
—No —respondió la jovencita, lanzando una mirada congeladora al muchacho.
—¿Dónde se habrá metido? —pensó Tom alejándose enfadado.
Unos pasos ligeritos le hicieron volver la cabeza y vio a otra chica de cara alegre y sonrosada que corría por la estación tan contenta. Al verle le sonrió agitando su maletín. Tom pensó: Apostaría a que ésta sí es Polly Milton
.
La chica se le acercó tendiéndole la mano.
—Tú eres Tom, ¿verdad?
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Tu hermana me dijo que tenías el pelo rizado, la nariz chata y que te metías la gorra hasta los ojos. Como, además, he visto que me buscabas, me ha sido fácil reconocerte.
Polly sonrió. En realidad, lo que decía Fanny en sus cartas es que Tom tenía el pelo rojizo, la nariz respingona y que su gorra era muy vieja.
—¿No tienes más equipaje? —preguntó Tom, tomando el maletín de Polly.
—Le he dado mi billete a un mozo y está allí con mi baúl; así me dijo papá que lo hiciera.
Polly, seguida de Tom, fue hacia el mozo. Tom iba pensando que no se parecía la amiga de su hermana a las chicas de ciudad que él conocía, que no era tan remilgadita como aquéllas y que, además, era muy guapa.
Entraron en el coche que les esperaba y Polly saltó en el mullido asiento, echándose a reír.
—¡Qué bonito es todo esto! Me gusta ir en coche, viajar, ver cosas nuevas y divertirme; ¿y a ti?
—No mucho —respondió Tom, sin darse cuenta de lo que decía, porque el ir con una chica en coche le ponía un poco nervioso.
—¿Cómo está tu hermana? ¿Por qué no ha venido a recibirme?
—Está bien, pero temió que la humedad echara a perder su peinado, y por eso no vino.
—A nosotros no nos molesta la humedad, ¿verdad? Te agradezco mucho que hayas venido a esperarme.
Estas palabras conmovieron a Tom. No había tenido con Polly más que la atención de cogerle el maletín para lar dos pasos con ella y la chiquilla ya se lo agradecía, de forma que su corazón se sintió inundado de ternura e inmediatamente, echando mano a su bolsillo, le ofreció unos cacahuetes, cosa de que siempre disponía con abundancia.
Pero apenas lo había hecho, se acordó de que su hermana consideraba a los cacahuetes como algo muy vulgar y pensó que con aquel gesto había deshonrado a su familia, sintiendo tal vergüenza que tuvo que asomarse por la ventanilla para mirar al exterior.
Permaneció así tanto rato que Polly, inquieta, le preguntó si ocurría algo.
Tom se sintió enemigo de todas las chicas en general. ¿Qué me puede importar a mí esta idiota de pueblo?
, pensó. Y decidió jugarle una trastada.
—Espero que tenga serenidad para contener los caballos —dijo afectando seria preocupación.
—¿Qué dices? ¿Hablas del cochero?
—En efecto: está borracho como una cuba.
—¡Dios mío! Nos vamos a estrellar. ¡Haz algo, por favor!
—Voy a ver si puedo dominar la situación subiéndome al pescante con él.
Y Tom, que estaba deseando librarse de la compañía de la asustada Polly, hizo lo que decía, sentándose junto cochero.
Poco después llegaban a casa. Tom descendió del pescante y entró en casa gritando: Aquí os la traigo
, como si regresara de una difícil expedición de caza en África; Fanny se adelantó a saludar a su querida Polly
con mucho mimo y monaditas, y la invitó a subir al piso de arriba. Tom, después de dar unos zapateos, desapareció en la cocina, a reponer fuerzas.
—¿Quieres descansar un poco? Estarás molida del viaje...
—No lo creas. He tenido un viaje estupendo, sin ninguna contrariedad, salvo lo del cochero borracho. Pero Tom pudo dominar los caballos y no pasó nada.
—No hagas caso. Todo eso era mentira, guapa. Tom lo dijo porque no querría estar en el coche contigo. No soporta a las chicas.
—¿Tú crees? Pues a mí me ha parecido un chico muy simpático.
—Ya le irás conociendo. Es abominable. Te atormentará todo lo que pueda. Todos los chicos a su edad son odiosos, pero él es peor que ninguno.
Polly, muy extrañada, decidió cambiar de tema.
—¡Qué habitación tan bonita! Tenéis una casa preciosa. Yo nunca he dormido en una cama con dosel y jamás he tenido un tocador tan precioso.
—Hija, por Dios, procura no decir esas cosas delante de mis amigas.
—¿Por qué no?
—Porque se reirían de ti. Yo me alegro mucho de que gusten estas cosas, pero hay que hacer como si estuvieses acostumbrada a ellas, ¿comprendes?
—Debe ser como tú dices.
—Mientras estés conmigo me acompañarás algunos días a la escuela, porque yo no quiero perder las clases de música y francés.
—Me va a dar mucho apuro si todas tus amigas saben tanto como tú y visten tan bien...
—No te preocupes, tontita. Yo te arreglaré para que no parezcas rara.
—¿Soy rara?
—Sí, querida; lo eres. Estás más guapa que el año pasado, pero te han educado de forma distinta a nosotros y chocas con nuestras costumbres.
—¿En qué sentido?
—Pues mira; en primer lugar, te vistes como una niña.
—¿Y cómo iba a vestirme, si soy una niña? —y Polly miraba su sencillo vestido de lana, sus fuertes botas y su pelo corto.
—A los catorce años nosotras nos consideramos ya las señoritas —y Fanny veía en el espejo su pelo alto, su vestido rojo y negro, con amplia faja, botones de colores otros detalles. Llevaba un medallón al cuello, preciosos pendientes, relojito y varios anillos.
Polly veía en el espejo ambas figuras y llegó a la conclusión que la más rara era la de su amiga. Verdaderamente le impresionaba algo el lujo, pero el contraste no lograba turbarla y poco después decía alegremente:
—¿Qué haría yo si me adornara como tú? ¡No sabría cómo moverme! ¿No te olvidas de arreglarte esas almohadillitas que llevas detrás, antes de sentarte?
Iba a contestar Fanny, cuando se oyeron unos gritos espantosos.
—No te asustes; es Maud. Se pasa el día llorando.
No había terminado de decirlo, cuando entró una niña de seis o siete años, llorando estrepitosamente. Al ver a Polly se quedó callada mirándola seriamente durante unos instantes, pero en seguida reanudó su lloro con más entusiasmo que antes.
—¡Tom se ríe de mí! —dijo entre hipos—. ¡Dile que no se ría!
—¿Qué has hecho tú para que se ría?
—Yo sólo dije que anoche en la fiesta tomamos leche fría.
—¡Claro! —dijo Fanny riendo—. Tomamos helados, niña.
—Es lo mismo. Yo tuve que poner el mío junto a la estufa para que se calentara y después Willy Bliss me lo echó por encima.
Y rompió de nuevo a llorar ante esta desgracia.
—¡Vete con Katy! Hoy estás insoportable.
—Katy no me divierte. Y yo tengo que divertirme porque soy una rebelde. ¡Mamá lo ha dicho!
—Bueno, vamos al comedor.
Bajaron al comedor, donde esperaba toda la familia, incluso el odioso
Tom. Este se pasó toda la cena mirando fijamente a Polly.
El padre de Fanny, el señor Shaw, la saludó:
—Espero que lo pases bien con nosotros —dijo.
Después pareció olvidarla completamente. La madre de Fanny, pálida, nerviosa, se ocupó de