Mujercitas: Edición Juvenil Ilustrada
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Pues Mujercitas no es otra que la historia de los March, una familia acostumbrada al trabajo y al sufrimiento. Aunque el padre está lejos sirviendo en el ejército de la Unión, las hermanas Meg, Jo, Amy y Beth mantienen sus espíritus en alto junto a su madre. Su amistoso regalo de un desayuno en Navidad a una familia vecina es un acto de generosidad recompensado con el obsequio del Sr. Laurence de un banquete sorpresa. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos para ser buenas, las muchachas muestran defectos: la linda Meg está descontenta con los niños a los que da clases; la infantil Jo pierde sus estribos con regularidad; mientras la colegiala de cabellos de oro Amy se inclina hacia la afectación. Sin embargo, Beth, quien mantiene la casa, es siempre amable y apacible.
En esta edición se presenta una cuidada edición ilustrada, adaptada al público más joven, y para los adultos que quieran revisitar las vicisitudes de Meg, Jo, Amy, y Beth de una manera rápida y amena.
Louisa May Alcott
Louisa May Alcott was a 19th-century American novelist best known for her novel, Little Women, as well as its well-loved sequels, Little Men and Jo's Boys. Little Women is renowned as one of the very first classics of children’s literature, and remains a popular masterpiece today.
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Mujercitas - Louisa May Alcott
2017
Índice
Capítulo I ÁNGELES CON MITONES
Pg. 5
Capítulo II UNA NOCHE INOLVIDABLE
Pg. 21
Capítulo III LAS ESPINAS
Pg. 31
Capítulo IV EL PALACIO HERMOSO
Pg. 41
Capítulo V UN PEQUEÑO OGRO ATACA A JO
Pg. 55
Capítulo VI UNA MARIPOSITA SE ACERCA AL FUEGO
Pg. 65
Capítulo VII UNA NUEVA VIDA
Pg. 79
Capítulo VIII UN DÍA EN EL PRADO LARGO
Pg. 91
Capítulo IX SUEÑOS Y CONFIDENCIAS
Pg. 103
Capítulo X CORAZONES A PRUEBA
Pg. 118
Capítulo XI FELIZ NAVIDAD
Pg. 141
Capítulo XII LOS ENAMORADOS
Pg. 151
Capítulo I
ÁNGELES CON MITONES
La nieve cubría en silencio la tierra en aquel suave atardecer de diciembre. En la acogedora sala de una modesta finca, cuatro hermanitas, de temprana edad, se ocupaban en la confección de gruesos calcetines azules para el ejército.
Margaret o Meg, la mayor de las cuatro muchachitas, tenía dieciséis años y era muy hermosa. Su abundante pelo castaño claro, sus ojos grandes y sus manos blancas, de las que estaba un tanto vanidosa, le daban un porte aristocrático. Jo, con sus quince años, alta y morena, tenía, por el contrario, un simpático aspecto desgarbado. Su única belleza consistía en el cabello negrísimo que, para que no la estorbara, lo llevaba recogido, con todo cuidado, en una redecilla. Elizabeth o Beth, la de la carita de rosa y los ojos claros como luz de primavera, contaba trece años y era tímida y pacífica como una paloma. Tanto, que su padre, rebosante de cariño, la apodaba Tranquilita
. Finalmente, Amy con sus escasos doce añitos, ojos azules y bucles de oro, blanca y gentil como un hada, persona de mucha categoría... según ella misma opinaba.
— ¡Qué triste es ser pobre! —suspiró Meg acariciando su viejo vestido.
— Sí, este año no nos va a parecer Navidad, pues una Navidad sin regalos... —exclamó Jo, tendida en la alfombra.
— Es injusto que ciertas muchachas gocen de la abundancia y otras no tengan nada —protestó Amy.
— Queridas: tenemos a papá y a mamá y nos tenemos a nosotras mismas —sugirió Beth con su más dulce sonrisa.
A la luz del alegre fuego de la chimenea hubo unos relámpagos de júbilo en los juveniles rostros, que pronto se entristecieron cuando Jo exclamó:
— Papá no está aquí y quizá tarde mucho en estar con nosotras.
Un soplo helado atravesó aquellos amantes corazones que palpitaban bajo el mismo temor: ¿volverían a abrazar al padre querido que se hallaba en la lejana guerra?
Después de la dolorosa pausa, fue Meg la que rompió el silencio:
— Mamá dice que no debemos pensar en regalos esta Navidad, mientras nuestros hombres sufren en el frente. Cree que debemos hacer pequeños sacrificios, pero yo no sé si voy a poder... Empieza por costarme mucho trabajo dar lecciones a esos niños...
— Poco podemos hacer por el ejército con el dólar que tenemos cada una —dudó Jo—. Hoy he decidido que me conformaré con que no me regalen nada, si es que me permiten comprar Undin y Sintram
. ¡Tengo tantas ganas de leerlo! Y creo, además, que lo merezco después de aguantar a esa señora vieja y caprichosa. Trabajamos como esclavas todo el día...
— Hacemos mal en quejarnos, hermanas —exclamó Beth—. Yo también lavo y friego todo el día y me estropeo las manos tanto, que no puedo tocar el piano.
— Pues sufro yo más que todas vosotras —interrumpió Amy—. Yo he de ir a la escuela a vérmelas con muchachas impertinentes que se ríen de vuestros vestidos y os defaman
porque el padre no es rico...
— Si quieres decir difaman
, dilo así —exclamó Jo con una carcajada.
— Yo quisiera tener ahora el dinero que perdió papá cuando éramos pequeñas. ¡Qué felices seríamos! —dijo Meg acordándose de otros tiempos.
— Sin embargo —objetó Beth— dijiste el otro día que éramos más dichosos que los adinerados niños de King, que no hacían más que reñir.
— Y es verdad. Creo que lo somos. Trabajamos, pero nos divertimos en animada pandilla, según Jo.
— ¡Jo no es nada elegante! —afirmó Amy.
La aludida se levantó de un salto y exclamó:
— Aborrezco a las muchachas presumidas y fatuas.
— Los pajaritos están siempre de acuerdo en sus nidos
—recitó Beth cómicamente para apaciguarlas.
— Las dos merecéis una reprimenda, queridas —sentenció Meg en su papel de hermana mayor—. Tú, Jo, ya no tienes edad para esas gracias de chicos. Ahora llevas moño y debes recordar que eres una señorita.
— ¡No lo soy! ¡Y si es por el moño, me arreglaré el pelo en dos trenzas hasta que tenga veinte años! —gritó Jo despojándose de la redecilla y dejando caer sobre sus hombros la espesa melena—. No quiero pensar en tener que llegar a ser la señorita March y vestir faldas largas. No puedo acostumbrarme a la desgracia de ser mujer cuando me muero de ganas por ir al lado de papá.
— ¡Pobre Jo! —la consoló Beth acariciando su cabeza—. Tendrás que conformarte.
— Y tú Amy, eres demasiado afectada —continuó Meg—. Aunque ahora hagas gracia, llegarás a cansar de puro tonta. Tus fingidas palabras son tan feas como la jerga de Jo. Te aconsejo que vayas cambiando.
— Si Jo es un zagalón y Amy una relamida ¿qué soy yo? —quiso saber Beth.
— Tú eres mi niña querida —respondió Meg abrazando al ratoncito
de la familia.
El antiguo reloj dio en aquellos momentos las seis y Beth, levantándose con presteza, colocó para que se calentaran, un par de zapatillas ante el fuego.
A la vista de aquellas viejas pantuflas, todas las discusiones se apagaron como por arte de magia. Iba a llegar la madre, ocupada todo el día en servicios asistenciales dedicados a los que luchaban en los frentes de guerra. Meg encendió la lámpara, Amy arrastró la butaca y Jo se acercó a la chimenea, exclamando:
— Estas zapatillas están muy viejas.
— Yo pensaba comprarle unas con mi dinero —expuso Beth.
— Lo haré yo —gritó Amy.
— Soy la mayor y... —comenzó Meg.
— De las zapatillas me encargaré yo —interrumpió Jo con su acostumbrada decisión—. Soy el hombre de la familia en ausencia de papá y él me confió el cuidado de mamá.
— ¿Por qué no le regalamos cada una de nosotras algo en Navidad y suprimimos nuestros propios regalos? —sugirió Beth.
— Siempre tienes que ser tú la del pensamiento más hermoso, chiquilla querida —exclamó Jo, abrazando a su hermana—. Le podéis regalar unos guantes, pañuelos bordados y un frasquito de colonia. Yo le presentaré unas buenas zapatillas.
— Pondremos los obsequios sobre la mesa y dejaremos que mamá misma venga a abrir los paquetes —expuso Meg.
— Le haremos creer a mamá que vamos a comprar cosas para nosotras —siguió Jo—. Tendremos que salir mañana de compras y vamos muy atrasadas con la preparación de la velada para Navidad. Ensayemos ahora. Amy: repite la escena del desmayo, pero sin ponerte rígida como un palo.
— No sé desmayarme de otro modo —repuso Amy, que no reunía disposición para la escena, pero que había sido escogida porque era pequeña y el protagonista del drama podía llevársela en brazos.
Cuando el ensayo terminó, Meg reconoció:
— Es lo mejor que hemos hecho hasta ahora.
— Jo, escribes y representas maravillosamente —se admiró Beth—. ¡Eres un verdadero Shakespeare!
— No tanto, hermanita. Lo que yo quiero hacer es Macbeth
. ¿Es un puñal eso que veo delante de mí?
—terminó recitando Jo.
— No, es el tenedor de tostar el pan —le respondió Meg en el mismo tono dramático.
Y una fresca y general carcajada llenó de alegría la habitación.
— Así me gusta encontraros, hijas mías —dijo de improviso una cariñosa voz en la puerta. Y al volverse las sonrientes caras se encontraron con una señora regordeta y simpática que las miraba del modo especial que lo hacen las madres cuando contemplan a los pedazos de su corazón—. ¿Cómo habéis pasado el día? ¿Tu resfriado, Margaret? Tengo una grata sorpresa para vosotras... después de cenar.
— ¡Carta! ¡Carta de papá! —gritó Jo, tirando la servilleta al aire y palmoteando.
— Sí, una carta muy larga, queridas. Se conserva bien y creo que soportará el invierno aceptablemente. Os envía un mensaje especial para Navidad —anticipó la señora March acariciando el papel que guardaba en el bolsillo como la más preciada joya.
Desde este momento, la cena fue una carrera de obstáculos para las muchachas en cuyos ojos había aparecido una amorosa luz.
Cuando terminaron, se agruparon alrededor de la butaca de la madre; Beth a sus pies, Meg y Amy sentadas sobre los brazos del sillón y Jo detrás, apoyándose en el respaldo.
La carta era conmovedoramente alegre. En ella se pasaban por alto las miserias y los peligros sufridos y se relataban con todo detalle los escasos momentos satisfactorios. Solamente al final...:
" Todo mi cariño y un beso a cada una. Diles que pienso en ellas, durante el día, y, por la noche, pido a Dios que el tiempo que me resta para verlas sea lo más corto posible. Recuérdales que, mientras esperamos, todos podemos hacer que estos días tan duros no se consuman inútilmente. Sé que ellas serán buenas y cariñosas contigo, que, cuando vuelva, podré enorgullecerme de mis mujercitas más que nunca ".
Un grueso lagrimón cayó sobre el papel blanco al llegar a este punto. De todos los ojos