Peter Pan en los jardines de Kensington
Por J. M. Barrie
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J. M. Barrie
J. M. Barrie (1860-1937) was a Scottish novelist and playwright. Born in Kirriemuir, Barrie was raised in a strict Calvinist family. At the age of six, he lost his brother David to an ice-skating accident, a tragedy which left his family devastated and led to a strengthening in Barrie’s relationship with his mother. At school, he developed a passion for reading and acting, forming a drama club with his friends in Glasgow. After graduating from the University of Edinburgh, he found work as a journalist for the Nottingham Journal while writing the stories that would become his first novels. The Little White Bird (1902), a blend of fairytale fiction and social commentary, was his first novel to feature the beloved character Peter Pan, who would take the lead in his 1904 play Peter Pan; or the Boy Who Wouldn’t Grow Up, later adapted for a 1911 novel and immortalized in the 1953 Disney animated film. A friend of Robert Louis Stevenson, George Bernard Shaw, and H. G. Wells, Barrie is known for his relationship with the Llewelyn Davies family, whose young boys were the inspiration for his stories of Peter Pan’s adventures with Wendy, Tinker Bell, and the Lost Boys on the island of Neverland.
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Peter Pan en los jardines de Kensington - J. M. Barrie
KENSINGTON
PETER PAN EN LOS JARDINES DE KENSINGTON
CAPÍTULO I
Una larga visita a los jardines
Inmediatamente os daréis cuenta de que sería casi imposible seguir las aventuras de Peter Pan, si no nos familiarizamos con los Jardines de Kensington. Estos Jardines están en Londres, donde vive el rey. Todos los días solía llevar a David,
a no ser que estuviera un poco resfriado. Nunca un niño ha conseguido visitar los Jardines, porque llega muy pronto la hora de volver a casa; y la hora de volver a casa llega muy pronto, porque, cuando uno es tan pequeño como David, duerme de doce a una. Si mamá no se empeñara en haceros dormir de doce a una, quizá lograríais visitar los Jardines de cabo a rabo.
Los Jardines limitan por una parte con una interminable hilera de autobuses, sobre los que vuestras niñeras tienen el poder de obligarles a detenerse con una simple señal de la mano cada vez que quieren cruzar tranquilamente la calle con vosotros.
Es verdad que hay muchas puertas de entrada a los Jardines, pero vosotros siempre entráis por la misma, y, antes de entrar, os paráis a charlar con la señora de los globos, que se sienta allí, muy cerca de la verja, agarrada a las barras… Pues, si se olvidara de agarrarse bien a las barras, los globos la elevarían y se la llevarían volando. Está tan acurrucadita porque los globos continuamente intentan escapar de sus manos, y por el cansancio tiene la cara tan roja. Hace ya tiempo que hay una señora nueva, porque a la que estaba antes se la llevaron los globos volando, y David se ponía muy triste, cuando recordaba a aquella viejecita, pero le habría gustado ver cómo salió volando.
Los Jardines son un lugar impresionantemente grande, con centenares y centenares de árboles. En primer lugar, nada más entrar, encontramos las Magnolias, pero no conviene que nos detengamos aquí, porque es un lugar para diminutos personajes altivos, a quienes les está prohibido mezclarse con la gente, y se llaman así porque, según la leyenda, se visten con gran pompa. A estos petimetres los llaman David y otros héroes como él Magnolias, y, para tener una idea de los modos y costumbres de esta zona snob de los Jardines, pensad que allí al cricket se le llama crochet. De vez en cuando una Magnolia se sube a la valla y se larga a ver mundo. Así sucedió, por ejemplo, con la señorita Mabel Grey; pero ya hablaremos de ella, cuando lleguemos a la verja que lleva su nombre. Ha sido la única Magnolia verdaderamente
famosa.
Ahora nos encontramos en el Paseo Central, que, en comparación con otros paseos, es tan grande como vuestro padre, comparado con vosotros.
David siempre se preguntaba si, al principio, aquel paseo habría nacido pequeño y luego habría crecido y crecido hasta hacerse grande, y si los otros paseos serían sus hijos. Incluso llegó a hacer un dibujo que le gustaba mucho: había representado el Paseo Central llevando de paseo, a tomar el aire, en un cochecito, a un paseo chiquito. En el Paseo Central uno se encuentra a las personas que vale la pena; generalmente van acompañadas de un adulto para impedirles que se metan en el césped húmedo, y les mandan de castigo ponerse de pie en un extremo del banco, si hacen el pillo o hacen pucheros.
Hacer pucheros quiere decir comportarse como una niña; hacen pucheros porque la niñera no quiere cogerlos en brazos o hacen mohínes, chupándose el dedo pulgar, y esto es algo muy desagradable. Y hacer el pillo equivale a dar patadas a todo lo que encuentra, y en esto, por lo menos, hay alguna satisfacción.
Si tuviera que enseñaros todos los lugares importantes mientras pasamos por el Paseo Central, se haría la hora de volver a casa antes de llegar al final. Por eso me contentaré con indicarlos al pasar, señalando con mi cachava el árbol de Cisco el Mochuelo, famoso lugar donde un niño, llamado Cisco, perdió un penique, y, cuando se puso a buscarlo, encontró dos. Desde entonces, a menudo, se hacen excavaciones.
Más adelante está la Casita de madera, en la que se escondió Marmaduke Perry. Nunca había ocurrido en los Jardines una historia tan terrible como la que contaban. Marmaduke Perry, que había estado haciendo pucheros tres días seguidos, por lo que le castigaron a presentarse en el Paseo Central vestido con la ropa de su hermana. Entonces se escondió en la Casita de madera y no quería salir hasta que no le llevaran pantalones que le llegaran a la rodilla y con bolsos de verdad.
Estoy seguro de que ahora os gustaría dirigiros al Estanque Redondo, pero las niñeras lo odian, porque no son muy atrevidas que digamos, y os hacen mirar para otra parte, hacia el Gran Ochavo y hacia el Palacio de la Niña. Era la niña más famosa de los Jardines de Kensington y vivía sola en el palacio, rodeada de muchísimas muñecas. La gente tocaba la campanilla, y ella, aunque fueran más de las seis, se levantaba de su camita, encendía una vela y abría la puerta en camisón, y todos gritaban felices: «¡Viva la reina de
Inglaterra!» Pero lo que más intrigaba a David era cómo la niña sabía dónde estaban escondidas las cerillas. El Gran Ochavo era un monumento dedicado a ella.
Inmediatamente después, llegamos a la Chepa, la zona del Paseo Central donde se hacen las grandes carreras. Aunque uno no tenga ganas de correr, cuando os vais acercando a la Chepa, corréis porque es un lugar en descenso encantador y deslizante. A menudo os paráis, cuando os encontráis a mitad camino de la bajada, y entonces estáis perdidos. Menos mal que hay cerca otra casita de madera, llamada la Casa de los Extraviados, y entonces le decís al señor que os habéis perdido y él os encuentra. Es una diversión maravillosa deslizarse cuesta abajo por la Chepa, pero
no lo podéis hacer los días de viento, porque esos días no podéis ir; sin embargo, en vuestro lugar, lo hacen las hojas caídas. No hay nada en el mundo que tenga tantas ganas de divertirse como una hoja caída.
Desde la Chepa podemos ver la puerta que lleva el nombre de señorita Mabel Grey, la Magnolia de la que prometí hablaros. Siempre iban con ella dos niñeras, o por lo menos una madre y una niñera. Y durante mucho tiempo ella fue una niña modelo, que, cuando tosía en la mesa, se daba la vuelta, y saludaba con educación a las otras magnolias. Sin embargo, un día, aburrida de todo esto, se puso