Cuentos de un papá
Por Ramiro Brunand
5/5
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Información de este libro electrónico
Dando vida a personajes que son verosímiles y cotidianos, honestos y cálidos, brinda a los grandes la oportunidad de volver a la infancia, y a los niños de conectarse con sus juegos, deseos y sueños.
Con relatos simples y profundos, permite adentrarse en la imaginación que caracteriza la niñez, acompañándola con un conjunto de mensajes que dan valor a la familia, la diversidad, el respeto y el amor en todas sus formas.
Se trata de cuentos cortos que se leen rápido y se guardan para siempre.
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Comentarios para Cuentos de un papá
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Son excelentes cuentos para la edad de 3 a 5 años. A mis hijos les encantaron!!!
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Cuentos de un papá - Ramiro Brunand
historia
Prólogo
Leer un cuento. Se trata simplemente de eso.
Es tomar una parte de un universo infinito de pensamientos, posibilidades, sueños, afectos, y regalársela a alguien.
Es tomarse un tiempo de todo lo que creemos que tiene valor, y darle un lugar protagónico a las palabras y su poder de creación, construcción y transformación.
Es encontrarnos con el deseo de compartir aventuras, con las ganas de aprender, con el interés por emocionarse.
Es asustarse hasta cerrar los ojos, reírse hasta que duela la panza, sorprenderse hasta que falte el aire, sensibilizarse hasta llorar.
Leer un cuento es ponerle voz a un mundo imaginario, donde todo es posible y nada termina.
Como psicólogo, creo firmemente en el poder de un buen puñado de palabras.
Cuando emprendí la compleja tarea de pensarme como papá, me encontré con la necesidad de decir cosas más allá de lo cotidiano. Entonces pensé en los cuentos, como un modo lúdico de mostrarle a mi hija todas las opciones que puede tener en la vida.
En un momento en el que las imágenes, los videos, los juegos que casi se juegan solos, han tomado tanto lugar, quise construir un encuentro que sea solo para compartir una buena historia.
La niñez no demanda solo por capricho, sino también por lo que se le ofrece. Los adultos tenemos la enorme posibilidad de mostrar no solo cómo pensamos, sino también nuestros deseos y nuestras formas de querer.
Ahí donde parece que está todo dicho, donde lo más grande, brillante y costoso es lo que creemos que tenemos que dar, la apuesta debe ser regresar a lo más simple: escuchar.
Hoy escucho niños y niñas con ansias de creer en la magia, de conocer travesías imposibles, de volar alrededor del mundo, de imaginar que pueden ser y lograr cualquier cosa.
Afortunadamente, existe un lugar donde eso puede pasar.
Estos son cuentos de un papá que eligió jugar un rato como cuando era chico, que eligió escribir y contar, que eligió soñar.
Los ruidos
Felipe era un nene feliz. Iba a la escuela, jugaba con sus amigos a la tarde, hacía los deberes, y cenaba todas las noches la comida que su papá cocinaba: verduras, pescado, arroz, frutas... Todo le gustaba.
El único problema que tenía Felipe era que tenía miedo antes de irse a dormir. No era por las pesadillas, ya que sus sueños eran siempre lindos. Tenían aventuras, golosinas, juguetes y animales.
Tampoco era por lo que podía haber debajo de su cama. Él sabía que Sabio, su perro, siempre se iba a acostar antes que él, y que el lugar más cómodo que había encontrado en la casa era ese debajo suyo, ahí donde la alfombra estaba un poco gastada.
No, el miedo de Felipe no era a los monstruos, los fantasmas o los bichos. Su miedo era que, al momento de cerrar los ojos, todos los ruidos que escuchaba se multiplicaban, aumentaban, crecían terriblemente, y él no sabía por qué.
Cuando él estaba solo en su pieza, y tenía los ojos abiertos, los ruidos eran normales: el viento, la lluvia, los pasos del vecino del piso de arriba, la música de su hermana, los ronquidos de Sabio... Pero una vez que cerraba los ojos, aparecían un montón de ruidos nuevos, que él no sabía de dónde venían, y por eso lo asustaban.
Él le había contado a su hermana lo que le pasaba, pero ella se había burlado, así que seguía asustado. A pesar de que le daba vergüenza, una vez se lo había dicho a su papá, y él le había contestado que tenía que estar tranquilo, que seguramente eran los ruidos que él hacía cuando ordenaba la casa a la noche, cuando él y su hermana se habían ido a dormir. Pero Felipe seguía asustado... Y no podía prender la luz para espantar los ruidos como había hecho con sus otros miedos.
Un día, cansado de sentirse así, decidió enfrentar la situación e hizo algo que nunca creyó posible: con las luces apagadas, y los ojos completamente cerrados, se levantó de la cama y empezó a seguir los ruidos. Los empezó a escuchar cada vez más cerca, así que siguió avanzando. Se tropezó con una zapatilla, se golpeó el dedo chiquito con la cama, se chocó la lámpara de su escritorio... Pero a pesar de todo, siguió caminando.
De a poco, muy de a poquito, los ruidos fueron cada vez más claros. Los empezó a diferenciar, ya no eran tan difusos: había martillazos, bocinas de autos, cajas apiladas que se caían, papeles volando por el viento, hasta humo saliendo de las chimeneas. Muchos ruidos. Y gritos, muchos gritos."¡Dale, más arriba! ¡Nos falta mucho para terminar,