Las Travesuras de Naricita
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Por fin los niños y niñas de Chile podrán vivir las más grandes aventuras en la parcela del pájaro carpintero amarillo, viajar por el reino de aguas claras y comer jabuticabas junto a los miles de lectores de todo el mundo que han disfrutado estas historias por cien años. El rol de Monteiro Lobato en el desarrollo de la literatura y cultura brasileña fue fundamental, ya que el autor paulista difundió valores y visiones innovadoras, principalmente sobre el concepto y noción de la infancia.
En 2020 celebramos el centenario de la creación de los personajes más conocidos de la literatura infantil brasileña, que surgieron en la obra La niña de la naricita respingada. Este dato no fue inadvertido por la Dra. Letícia Goellner, quien reunió aquí a varios especialistas de renombre que trabajaron en los ensayos y traducciones de los cuentos escogidos para esta edición crítica.
Tanto los profesionales en la formación de lectores, de la traductología o de la historia y crítica de la traducción, como los lectores de todas las edades interesados en la literatura infantil y juvenil o en los cuentos clásicos de la lengua y cultura brasileña, se van a deleitar con los comentarios y nuevas traducciones de los cuentos de Monteiro Lobato ¡publicados por primera vez en Chile! Dra. Marie-Hélène Catherine Torres Profesora titular de la Universidade Federal de Santa Catarina (UFSC).
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Las Travesuras de Naricita - José Monteiro Lobato
EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Vicerrectoría de Comunicaciones
Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile
editorialedicionesuc@uc.cl
www.ediciones.uc.cl
Las travesuras de Naricita
José Monteiro Lobato
Organización
Letícia Goellner
Traducción
Letícia Goellner, Pablo Saavedra y Vicente Menares
Prólogo
Regina Zilberman
Ensayos críticos
Alessandra Harden y Fernanda Coutinho
Ilustraciones
Melissa Garabeli y Giulia Garcia
Colaboración
Valentina Labrín (ayudante pregrado)
Agradecimientos especiales:
Este libro ha sido publicado gracias al financiamiento del Concurso de Creación Artística 2020 de la Dirección de Artes y Cultura, Vicerrectoría de Investigación, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Programa de Traducción- Magíster UC, Facultad de Letras UC. Pontificia Universidad Católica de Chile
© Inscripción Nº 2020-A-9466
Derechos reservados
Noviembre 2020
ISBN edición impresa Nº 978-956-14-2731-0
ISBN edición digital Nº 978-956-14-2732-7
CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
Lobato, José Bento Monteiro, autor.
Las travesuras de naricita / José Monteiro Lobato; Ilustraciones de Melissa Garabeli y Giulia García; Traducción de Leticia Goellner, Pablo Saavedra y Vicente Menares.
1. Cuentos infantiles brasileños.
2. Cuento brasileño.
I. t.
II. Garabeli, Melissa, ilustradora.
III. García, Giulia, ilustradora.
2020 B869.3 + DDC23 RDA
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com | info@ebookspatagonia.com
Índice
Naricita respingada
I. Naricita
II. Una vez...
III. En el palacio
IV. El bufoncito
V. La costurera de las hadas
VI. La fiesta y el Mayor
VII. La píldora parlante
La Parcela del Pájaro Carpintero Amarillo
I. Las jabuticabas
II. El entierro de la avispa
III. La pesca
IV. Las hormigas pelirrojas
V. Pedrito
Los cien años de las travesuras de Naricita en la Parcela del Pájaro Carpintero Amarillo
I. Naricita
En una casita blanca, allá en la Parcela del Pájaro Carpintero Amarillo, vive una viejita de más de sesenta años. Se llama Doña Benta. Quien pasa por el camino rural y la ve en la terraza, con el canastito de costura en el regazo y los anteojos de oro en la punta de su nariz, sigue su camino pensando:
–Qué tristeza vivir así tan sola en este desierto…
Pero se engaña. Doña Benta es la más feliz de las abuelas, porque vive en compañía de la más encantadora de las nietas: Lucía, la niña de la naricita respingada, o Naricita, como todos le dicen. Naricita tiene siete años, es morena como una pomarrosa, le gustan mucho las cabritas y ya sabe hacer unas bolitas de yuca bien sabrosas.
En la casa viven además dos personas: la Tía Nastácia, una señora negra muy querida por la familia que se hizo cargo de Lucía cuando era pequeña, y Emília, una muñeca de trapo con el cuerpo bastante desastrado. Emília fue hecha por la Tía Nastácia, con ojos de carrete de hilo negro y las cejas tan arriba que hacen que parezca una bruja. A pesar de esto, Naricita la quiere mucho; no almuerza ni cena sin tenerla a su lado, ni se acuesta sin primero acomodarla en una hamaquita colgada entre las dos patas de una silla.
Además de la muñeca, el otro encanto de la niña es el arroyo que pasa por la parte trasera del pomar. Sus aguas, muy rapiditas y chismosas, corren por entre las negras piedras de limo.
Todas las tardes, Lucía toma la muñeca y se va a pasear a la orilla del agua, donde se sienta en la raíz de un viejo árbol pacay para dar migas de pan a los pececitos lambaris.
No hay pez en el río que no la conozca, por lo que, cuando aparece, todos acuden muy hambrosos. Los más pequeños se ponen más cerquita, los más grandotes parecen desconfiar de la muñeca, por lo que se quedan recelosos, mirando de reojo desde lejos. Esta entretención le toma horas a la pequeña, hasta que aparece la Tía Nastácia en la cerca del pomar y grita con su voz sosegada:
–¡Naricita, la abuela te está llamando…!
II. Una vez…
Una vez, después de dar comida a los pececitos, Lucía sintió que los ojos le pesaban de sueño. Se acostó en el pasto con su muñeca en el brazo y se quedó mirando cómo paseaban las nubes por el cielo, a veces formando castillos, y otras, camellos. Y ya estaba casi durmiendo, envuelta en el chismeo de las aguas, cuando sintió cosquillas en el rostro. Se le agrandaron los ojos: un pececito vestido como una persona estaba de pie en la punta de su nariz.
¡Sí, vestido como persona! Traía un abrigo rojo, un sombrerito de copa y un paraguas en la mano. ¡La más grande de las galanterías! El pececito miraba la nariz de Naricita frunciendo la frente, como quien no entiende nada de lo que está viendo.
La niña contuvo el aliento por miedo a asustarlo y así se quedó hasta que sintió unas cosquillas en la frente. Espió con el rabillo de los ojos. Era un escarabajo que se había posado ahí. Pero un escarabajo que también estaba vestido como una persona, llevaba un sobretodo negro, anteojos y un bastón.
Lucía se quedó aún más inmóvil, porque todo eso le interesaba mucho.
Al ver al pececito, el escarabajo se sacó el sombrero respetuosamente.
–¡Muy buenas tardes, señor Príncipe! –dijo.
–¡Buenas, maestro Cascudo! –fue su respuesta.
–¿Qué novedades trae a Vuestra Alteza por aquí, Príncipe?
–Es que me corté dos escamas del lomo y el doctor Caracol me recetó aires de campo. Vine a tomarme el remedio en este prado, que me es muy conocido, pero encontré aquí este cerro que me parece extraño –y el Príncipe golpeó con el regatón del paraguas en la punta de la nariz de Naricita.
–Creo que es de mármol –observó.
Los escarabajos son muy entendidos en cuestiones de la tierra, porque viven cavando hoyos. Aun así, aquel escarabajo con un sobretodo no fue capaz de adivinar qué tipo de tierra
era aquella. Se agachó, se ajustó los anteojos, examinó la nariz de Naricita y dijo:
–Es muy blando como para ser mármol. Parece más queso crema.
–Es muy moreno para ser queso crema. Parece más chancaca –apuntó el Príncipe.
El escarabajo probó la tal tierra con la punta de la lengua.
–Es muy salada para ser chancaca. Parece más…
Pero no concluyó, porque el Príncipe lo había dejado para ir a examinar las cejas.
–¿Serán aletas, maestro Cascudo? Venga a verlas. ¿Por qué no se lleva algunas a sus niños para que las usen como látigos en sus juegos?
Al escarabajo le gustó la idea y fue a recoger las aletas. Cada hebra que arrancaba era un dolorcito agudo que la niña sentía, ¡y ella tenía muchas ganas de sacarlo de ahí con una mueca! Pero soportó todo, curiosa por ver en qué terminaría aquello.
Dejando al escarabajo ocupado con las aletas, el pececito fue a examinar las ventanas de la nariz.
–¡Qué bellas madrigueras para una familia de escarabajos! –exclamó. –¿Por qué no se viene para acá, maestro Cascudo? A su esposa le gustaría esta división de piezas.
El escarabajo, con el manojo de aletas debajo del brazo, se fue a examinar las madrigueras. Midió la altura con su bastón.
–Realmente son buenas –dijo–. Solo temo que viva aquí alguna bestia peluda.
Y para asegurarse hurgó en el fondo de la madriguera.
–¡Chú! ¡Chú! ¡Sal de ahí, bicho inmundo!
No salió ninguna fiera, pero como el bastón le hizo cosquillas a la nariz de Lucía, lo que sí salió fue un formidable estornudo: ¡Achú!… y los dos bichitos, cogidos por sorpresa, dieron vueltas con