Fantasmas Del Pasado
Por Antonio De Vito
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Fantasmas Del Pasado - Antonio De Vito
Prefacio
Puede que nadie lo hubiese visto salir de aquella casa.
Mientras caminaba a paso lento, con la mirada perdida en el vacío, cada cosa con la que se encontraba parecía que le abría el camino.
La mirada de Sam daba la impresión de que había hecho un esfuerzo sobrehumano. Sus ojos verdes aparecían apagados y miraban al suelo. Las piernas se movían una delante de la otra con dificultad a pesar de que seguían un recorrido concreto. Sus brazos estaban relajados, las manos abiertas; ahora las venas de su cuerpo habían dejado de latir como un torrente. La cabeza baja dejaba caer hacia delante la espesa cabellera y de la boca, con cada respiración, una nube de humo envolvía su cabeza por unos instantes. Era un hombre exhausto.
Ahora necesitaba ayuda.
1
Sam era un hombre alto y robusto, con unos ojos verdes de aquellos que no dejaban indiferente. Tenía un buen físico, aunque no era de esos que dedicaban demasiado tiempo a sí mismos.
Desde el momento en que Stacie le había hecho entender que si se pusiese en movimiento su destino podría, finalmente, cambiar, él había intentado arreglar las cosas. Él creía seriamente en su historia de amor que, sin embargo, parecía que no acababa de arrancar. Habían pasado ya dos años desde los buenos tiempos de la Universidad y era necesario que Sam comenzase a buscar un trabajo serio.
Stacie pertenecía a ese género de mujeres que parecían tener siempre las ideas claras. Había sido siempre así desde el momento en que ella y Sam se habían conocido en la Ohio State University y habían descubierto que provenían del mismo pueblo de Colorado.
La sorpresa de descubrir que eran conciudadanos había sido sólo el inicio de una velada con una botella de Chianti en medio y había acabado como muchas otras, acostados en una cama o sobre una alfombra delante de una chimenea todavía humeante de la noche anterior.
Durante los años de universidad en Ohio, Sam y Stacie no fueron nunca estudiantes modelo. Se conocieron en una de esas fiestas que se daban en el campus y hubo un entendimiento súbito. Eran dos personas que veían las cosas de la misma manera. Les encantaba beber vino italiano y a veces exageraban hasta perder el sentido. Les encantaba estar a lo suyo y, sobre todo, si uno de los dos tenía un problema el otro sabía perfectamente cómo resolverlo.
Los mejores años de la relación, sin embargo, se acabaron y los dejaron huérfanos de sueños. La realidad se demostró enseguida bien distinta de los días de limitados horizontes de la universidad, un revoltijo asqueroso de sumisiones y jornadas amargas, renuncias y compromisos que soportar para no acabar aplastado por el ritmo cotidiano.
Sam había dejado a su familia en Colorado para ir a la universidad de Ohio, excitado por aquello que le estaba sucediendo. Estaba tan emocionado que no perdió el tiempo y, durante los años de estudio, encontró el modo de ganarse la vida cortando el césped y, a veces, trabajando a media jornada en un local de comida rápida. No tuvo nunca la posibilidad de entrar en el equipo de fútbol a causa de un problema físico que intentó esconder incluso a sí mismo.
Stacie, al contrario que Sam, consiguió vivir los años de universidad con menos preocupaciones económicas gracias a la beca que había conseguido y a una pequeña herencia recibida después de la muerte de su abuela.
Los dos vivieron durante cinco años en perfecta simbiosis sin preocuparse jamás por lo que ocurriría con ellos en el futuro. Fue un auténtico amor de novela hasta que Sam, una mañana, decidió que era el momento de cortar con aquella relación.
En Cleveland hacía mucho frío durante los meses invernales y Stacie solía regresar del bufete de abogados, donde trabajaba, cuando afuera era ya noche cerrada. La oficina no estaba demasiado lejos de casa pero estaba mal comunicada. Siempre se veía obligada a hacer un par de kilómetros a pie después de haber salido del metro. La nieve o la lluvia contribuían a hacer el recorrido más accidentado.
«Eh, Sam, ¿estás aquí?» preguntó con voz cansada mientras se sacaba el impermeable. «Eh, Sam, ¿te parece el momento de bromear?»
Las luces estaban apagadas y el hombre no respondía. Stacie, entonces, buscó el interruptor general y lo levantó. En ese momento el salón se iluminó y, mientras observaba la mesa, ella comprendió en un instante el motivo de aquella oscuridad. Sam apareció después de unos segundos desde la puerta de la cocina, con una botella de vino en una mano y dos copas en la otra.
« ¿Cómo haces siempre para no darte cuenta de que es una sorpresa? Me pones las cosas demasiado fáciles» dijo Sam con aire complacido.
«No quería desilusionarte, quién sabe cuánto trabajo te habrá llevado preparar todo esto» le rebatió Stacie con un punto de sarcasmo.
Sin tener en cuenta la ironía de las palabras de la mujer Sam fue hacia ella y comenzó a servir el vino. Ella lo bebió enseguida, casi como si hubiera sido la medicina tan esperada después de una jornada pesadísima. Para Sam, en cambio, la razón de aquella ansia era totalmente distinta y con aquel fondo de incomprensión comenzó una velada que concluiría después de unas horas entre las mantas de su cama.
A la mañana siguiente Sam se levantó en primer lugar. Estaba preparado y pasó unos diez minutos decidiendo qué hacer. Después de vestirse, escribió una nota que pegó en el espejo; rápidamente, se puso el abrigo y se escabulló afuera por la puerta, temiendo que Stacie pudiese despertarse de un momento al otro.
No tenía coche, así que se dirigió hacia el metro a un par de kilómetros de allí; sólo después de un centenar de pasos desapareció en la niebla.
Sam no tenía las ideas claras sobre a dónde ir con exactitud, de todas formas aquella noche había decidido que se marcharía.
Quería dejar Cleveland.
La indecisión que flotaba en su cabeza era la única cosa auténtica, como era auténtico que no podía estar mucho tiempo sin beber al menos un vaso de vino.
Caminó durante horas sin una meta fija, reflexionando sobre todo el tiempo pasado con Stacie y en todos los años de pasión; pensó en cómo todo había ido, poco a poco, desapareciendo. No soportaba el hecho de que él, acabados los estudios, hubiese perdido su energía y aquella ansia de actuar que, hasta el momento, le habían permitido mantener el ritmo de su mujer.
Ya era por la tarde y Sam se paró en el Wine Lounge Brother en Cleveland Avenue, donde pasaba mucho tiempo con Stacie. Un local para apasionados del vino, cuidado en cada detalle por Harry, el propietario amigo de Sam. Habían compartido todos los años de universidad con la única diferencia que Harry había demostrado enseguida saber qué quería hacer y, después de acabar los estudios, se había dedicado en cuerpo y alma a su proyecto.
«Harry, hoy es un día asqueroso. Tú que sabes escoger siempre bien los vinos, ¿qué me aconsejas en este caso?»
«Que no es un gran día lo llevas escrito en la cara, pero un buen tinto italiano hará que sea mucho mejor.»
Harry conocía bien los gustos de su amigo. Sabía que no existía un día tan asqueroso para Sam que pudiese ganar a un buen vaso de vino tinto italiano.
«Dame el mejor que tengas en la bodega, porque durante un tiempo no me verás el pelo.»
« ¿Qué vais a hacer? ¿Os