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Las chicas de Lorna Jackson
Las chicas de Lorna Jackson
Las chicas de Lorna Jackson
Libro electrónico754 páginas6 horas

Las chicas de Lorna Jackson

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El Bronx, New York. Actualidad.

Lorna Jackson, una chica de 29 años decide cambiar su vida. Decide dejar de flirtear con Kelso (el “chico malo” que no le conviene) y, aprovecharse de Winston, al que acaba de conocer: atento, detallista y protector. Él descubre a Lorna el mundo de las oportunidades y los negocios ilegales. Pronto la ambiciosa Lorna escalará puestos tras conocer al Sr. Hayes, el jefe de Winston, iniciando su carrera en solitario hasta crear su propio imperio. Una vez convertida en la reina de los negocios del sexo de lujo, volverá a enfrentarse a Kelso, esta vez desde una posición muy distinta.

Temas: Venganza, amor, sexo, mafia y negocios ilegales.
Subgéneros: Ficción, Suspense, Drama, Novela negra, erotismo y Crimen.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 jul 2015
ISBN9781311154217
Las chicas de Lorna Jackson
Autor

María Meneses

Comencé a escribir con 9 años, tras un horrible suceso que tuvo lugar en mi vida. Quizá lo hiciera para compensar mi timidez, quizá para expresar todo lo que callaba.Desde entonces nunca he dejado de escribir. Al principio buscando mi estilo, más tarde en las aulas de escritura de Novela y guión cinematográfico, buscando mi voz.He estudiado Publicidad y RR.PP., Dirección y Producción de cine, especializada en Novela y Guión Cinematográfico. He ganado diferentes premios literarios y cinematográficos. Además de escritora soy fotógrafa, videógrafa y editora de vídeo.La influencia del cine es más que obvia en mi novela, la acción es frenética y el contenido es muy visual. Mi forma de escribir, apasionada, femenina y cineasta, ofrece una experiencia literaria única, difícil de olvidar.He vivido en Estados Unidos, Inglaterra y España. A 10.000 kilómetros de mi hogar encontré a mi marido, también escritor, con el que me siento amada y equilibrada."Las chicas de Lorna Jackson" es una novela negra creada bajo un punto de vista femenino, que trata sobre mujeres luchadoras, arriesgadas, irreverentes e incansables. Una ficción literaria que habla de moda, mujeres fuertes y problemas femeninos, pero con acción, crimen y erotismo.Estoy segura de que jamás olvidarás a Lorna Jackson.*******************************************************************

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    Las chicas de Lorna Jackson - María Meneses

    Capítulo 1: En busca de mi felicidad.

    Dicen que la vida es una suma de decisiones. Yo debo haber equivocado todas las que he tomado porque no me va bien el ámbito laboral, ni personal, ni familiar, ni sentimental. Estoy más enamorada de Kelso de lo que me gustaría admitir. Es un chico de mi barrio, con el que he comenzado recientemente a hablar en el gimnasio.

    Kelso me confunde tanto que, a veces me da la sensación de que le gusto y otras de que ni siquiera le parezco una mujer. Suelo ponerme tan nerviosa cuando hablo con él que sólo digo estupideces y sonrío con cara de tonta. Seguramente él debe pensar que soy idiota.

    Anoche todos los del gimnasio salimos de fiesta. Kelso apareció con traje, era la primera vez que le veía bien vestido para ir a bailar y un escalofrío me recorrió el cuerpo poniéndome a mil. A medianoche, cuando estábamos esperando en la cola para entrar al Night club, me dijo que le gustaban mucho las mujeres de color. Yo sonreí aliviada, aunque sabía que no lo decía por mí. Mientras pronunciaba aquellas palabras miraba el culo de una chica de color que entraba por la puerta VIP. Me alivió pensar que por lo menos yo tenía posibilidades, podía intentar cambiar muchas cosas de mí, pero el color de mi piel sería imposible.

    Más tarde, mientras caminábamos en la discoteca, Kelso quiso cogerme de la mano para no perdernos de nuestro grupo de amigos. Yo no reaccioné a tiempo, estaba atontada mirándole el culo, aprovechando que él iba delante de mí. Kelso se detuvo en seco, se giró hacia mí y dijo muy serio:

    —Me das la mano o qué.

    Y sonreí al sentir su mano cogiendo la mía. Imaginé que estábamos solos, aunque tras de mí, otro de mis amigos sostenía mi otra mano. En aquel momento me sentí tan feliz, creía que Kelso sería el final de mis problemas. Le deseaba con tanta fuerza que me prometí conseguirle sin importarme nada más.

    Aquella noche no pude dormir hasta que no le envié una foto por privado a Facebook. Era un selfie un poco subido de tono y, para suavizarlo, fingí una confusión. Por supuesto le dije que aquella fotografía no era para él y le pedí que la borrase. Inmediatamente llamé a mi amiga Moira y tuvimos una reunión de urgencia, saliendo a fumar un cigarro a la escalera de incendios de nuestro edificio. Allí establecimos que para cambiar mi vida, a partir de aquel momento debería tomar las decisiones opuestas a las que había tomado anteriormente. Es decir, debería decir sí donde normalmente hubiera dicho que no. Y al revés, decir no cuando antes hubiera dicho sí.

    Moira era de la opinión de que los tíos son muy básicos y sólo tienes que quitarle lo que quieres que deseen para conseguir que realmente lo deseen. Así había conseguido ella liarse con tíos del barrio con mucho dinero, que la trataban como a una princesa. El problema es que eran bastante peligrosos, casi todos pertenecían a bandas o pasaban droga.

    Eso es lo malo de soñar con un tipo malo que te proteja, que a veces no sólo es malo para los demás y no siempre te protege.

    Nuestro plan de acción consistía en hacer creer a Kelso que no me gustaba, para que se sintiera atraído por mí. Acordamos que yo debía ir divina al gimnasio y mostrarme muy fría con él. También me aconsejó esperar varios minutos antes de contestarle un WhatsApp. El plan era hablarle poco, responder con frases cortas y encontrar un chico más guapo que Kelso con el que tontear y ponerle celoso.

    Es curiosa la competitividad de los hombres, estábamos seguras de que si Kelso veía un chico más guapo interesado en mí, él desearía tenerme.

    Las chicas de LORNA JACKSON

    Capítulo 2: Abortamos misión.

    Sin darme cuenta, me pasé la mañana siguiente viendo vídeos de moda en Youtube y comprando accesorios de moda femenina. No sabes lo incómodas que son unas pestañas postizas hasta que no las llevas más de cinco horas pegadas a tu párpado, y es increíble cuántas formas hay de despegarse una uña postiza de gel. Compré diferentes tonos de pintalabios rojos, una plancha para el cabello, un vestido negro muy estrecho y los taconazos más altos que encontré.

    Por la tarde, me paseé por el barrio caminando sensualmente lenta, moviéndome sexy y reproduciendo gestos que había ensayado ante el espejo y me parecían muy atractivos. Pero no hubo suerte, no me crucé con Kelso y como daño colateral mis vecinos del barrio comenzaron a pensar que ejercía la prostitución. Era una teoría normal al verme pasear vestida de aquella manera de una esquina a otra fumando cigarros, mientras esperaba a cruzarme con Kelso.

    Media hora más tarde, entré en la sala de fitness con unos shorts negros y una camiseta Adidas con escotazo. La idea era saludar a Kelso desde lejos y tontear con todos los tíos guapos que viera. Pero resultaba difícil correr en la cinta con todo aquel maquillaje, pestañas y uñas postizas, y aquella camiseta que, durante el último minuto del tiempo de calentamiento, pensé que dejaría libre una de mis tetas.

    Me senté en la primera máquina que me tocaba según mi nueva rutina, la de abductores. Kelso apareció repentinamente y se sentó en la máquina contigua.

    —¿Has hablado ya con tu amigo, Lorna?

    —¿Qué amigo?

    —Joder Lorna, el de la otra noche, el de la discoteca.

    El plan parecía funcionar. Era yo o ¿Kelso estaba interesado en si llamé a aquél tío?

    —¡Ahhhhhh! No. Me llamó varias veces al día siguiente pero no le cogí el teléfono.

    —Yo llamé a las de la discoteca para quedar con ellas.

    —¿¡Qué!? ¿Quiénes son Las de la discoteca?

    —Le pedí el teléfono a dos chicas.

    —¿Cuándo? Yo no recuerdo eso.

    —Estabas en el baño, creo.

    Y aquí se jodió todo mi plan. La expresión de mi rostro cambió, estaba tan nerviosa, dolida y enfadada que las palabras salían de mi boca sin mi permiso.

    —¿A la chica aquella del culo grande?

    Sí, lo admito. Era una frase de niña de cinco años, pero fue lo primero que se me ocurrió.

    —No sé, no recuerdo que a ninguna que tuviera el culo grande. Hay cosas que no recuerdo de esa noche.

    —Sí, al parecer yo tampoco.

    Él continuó hablando pero yo ya había dejado de escucharle, sólo me sentía triste.

    —Llamé a la primera, pero no me cogió el móvil. Le dejé un mensaje, pero como no me contestó, borré su teléfono. Luego llamé a la segunda y…

    ¡Cómo podían no devolverle la llamada aquellas zorras! Yo me moriría porque él quisiera quedar conmigo una noche con esas intenciones, e incluso sin esas intenciones. La idea de quedar con él a solas me obsesionaba.

    —Por cierto Lorna, ¿cuando vienen tus primas?

    —El viernes que viene. ¿Por qué?

    ¡Mierda! Recordé algo de la noche del sábado. Quise hacerme la dura y le dije a Kelso que le presentaría a una de mis primas cuando vinieran. Imaginé la tortura que sería si él se liase con una de ellas. Y de pronto, la frase que temía salió de la boca de Kelso.

    —Una de tus primas es para mí, acuérdate.

    —¡Será si le gustas!

    —Claro, si le gusto.

    —¿Te has parado a pensar que a lo mejor no le gustas?

    —¿Y por qué no le voy a gustar?

    —No sé, ¿has pensado alguna vez que hay una pequeña parte del mundo, por ínfima que sea, a la que no le gustas?

    —¿Tú cuando conoces a un tío no crees que le vas a gustar?

    —No, yo no soy de ésas.

    Me alejé de él enfadada y celosa. Me molestaba que Kelso estuviera tan seguro de sí mismo que creyera que le gustaba a todas las chicas. Me senté en una bicicleta estática. Pedaleé aceleradamente mientras en mis auriculares sonaba música que yo no escuchaba. Kelso se acercó a la bicicleta dónde yo entrenaba y me acercó el auricular de su móvil para que escuchase una canción que a mí me encantaba. Yo tenía la misma canción en mi mp3 en ese momento. (Sí, aún tengo mp3 y además no es de marca buena, porque mi contrato temporal acabó unas semanas atrás y vivo con mi madre en el Bronx, New York).

    Sonreí y le ofrecí mi auricular para que supiera que estábamos escuchando la misma canción, pero justamente aquel auricular era el que no funcionaba. Me sentí tan idiota.

    —Oye Lorna ¿Crees que soy un poco creído? ¿Parezco así?

    —No…Yo…Te he dicho eso por picarte un poco…Lo siento. Es que no he tenido un buen día…Me han despedido del trabajo, mi madre está enfadada, tengo problemas con mis hermanos…Y cuando no estoy bien…

    —Ya. Lo entiendo.

    Aquella era una de las cosas que adoraba de Kelso, ni se había enfadado ni tenía que explicarle nada más, éramos muy parecidos y nos entendíamos rápidamente.

    Aquella misma noche me llamó dos veces el chico de la discoteca. No le cogí el teléfono. Traté de convencerme de que mis sentimientos por Kelso eran sólo un cuelgue. No era el típico tío que me gustaba, se me pasaría. Un sustituto sería una buena forma de entretenerme. Tenía que encontrar a alguien que me gustase mínimamente y olvidarme de Kelso de verdad. No funcionaba el fingir que no me importaba.

    Buscando consuelo a mi tristeza devolví la llamada del chico de la discoteca y encontré en él a un compañero de juegos. Winston vestía trajes y era de sonrisa fácil. ¿Qué daño podía hacerme un tío que me había tratado bien, me hacía reír y consiguió que me olvidara unas horas de Kelso?

    Mi corazón me decía que era un error, no estaba buscando un sustituto. Estaba buscando otro Kelso.

    Las chicas de LORNA JACKSON

    Capítulo 3: Medidas desesperadas.

    Lloré toda la noche y no sabía exactamente si era por Kelso, por no tener trabajo o porque mi madre y yo discutíamos muy a menudo. Mi madre estaba muy nerviosa porque creía que iban a despedirla de su trabajo después de doce años limpiando aquellas mismas casas día tras día. Las mujeres, dueñas de las casas, a las que mi madre veneraba, eran algo crueles y despiadadas con ella, y un par de ellas le habían dicho que podían encontrar a alguien que hiciese el mismo trabajo más barato. No pensaban despedirla, tan solo asustarla para que trabajase más tiempo o hiciese más tareas de la casa por menos dinero.

    Al volver a casa aquella tarde, tras mi cita con Winston, encontré a mi madre enfadada. Me reprochó cómo podía estar tan alegre saliendo con chicos sin tener trabajo ni perspectiva de encontrarlo en breve. Mis dos hermanos pequeños estaban aún en el instituto y mis hermanos mayores formaban parte de dos bandas rivales. Eran tiempos difíciles para nosotros. Pero no lograba comprender qué tenía de malo divertirse un poco por la noche, si por la mañana iba a buscar trabajo igualmente. Mi única oportunidad de olvidarme de todo había sido la cena con Winston. Me hizo ilusión arreglarme para ir a un restaurante italiano a cenar. Por fin algo nuevo que rompía mi rutina. La esperanza de algo que comenzaba, los gestos confusos y las conversaciones nerviosas de una cita. Descubrir que alguien te espera nervioso. Que te envía mensajes tontos o que te recuerda durante el día.

    Winston era un chico encantador, bastante mayor que yo, también afroamericano, con un piso en un barrio bueno de NY. Sabía distinguir qué vinos pueden acompañar a cada comida, intentaba hacerme sonreír y me trataba bien. Pero no había nada de química entre él y yo, o por lo menos yo no la sentía. Sin embargo cuando Kelso me rozaba, había magia. Winston, me había besado y no sentí nada. Absolutamente nada.

    Mi madre siempre decía que si algún día llegase el hombre de mi vida con un buen trabajo y pidiéndome una relación estable yo le rechazaría, porque no me gustan las cosas fáciles. Decía que yo era demasiado complicada. Quizá tenía razón.

    Al día siguiente entré guapísima y nerviosa al gimnasio, Moira me había contado que Kelso peguntó por mí el día anterior. Había planeado contarle a Kelso mi noche con Winston, añadiendo alguna exageración, para comprobar si surgía alguna chispa de celos en sus ojos. Pero cuando entré al gimnasio Kelso ni me miró. Parte de mi alma cayó al suelo, mirando cómo Kelso hablaba horas con un chico que conocía desde hacía pocos días.

    Mientras entrenaba, algo enfadada, esperé a que Kelso se acercara a mí en algún momento, pero no lo hizo. Tan solo al despedirse desde lejos, me dijo que ya nos veríamos. Entonces me enfrenté a la realidad, él era muy importante para mí, pero yo no era nada para él. Nada. Corrí, medio llorando, a casa de Winston y, rabiosa, me lo tiré contra una pared del recibidor de su casa.

    Por la mañana Winston me tenía abrazada en su gran cama de diseño, de su habitación en el último piso con techo de cristal. Sonó su móvil y discutió unos minutos con alguien. Luego me miró y me apartó el cabello de la cara para susurrarme al oído.

    —Princesa, tengo que irme a trabajar.

    —¡Ah! Vale, ¿Yo me visto rápido y me llevas a casa?

    —No, tengo que irme ya Lorna.

    —Es que como vine directamente desde el gimnasio, no he traído dinero para el autobús y…

    —Toma, llévate este coche.

    —¿De quién es?

    —Es uno de mis coches.

    —Pero…y…Cómo voy a…

    —Tranquila, llévatelo y esta noche me lo devuelves.

    —¿Esta noche?

    —Sí, cuando cenemos juntos.

    En el momento en que Winston salió por la puerta recorrí su casa y cotilleé entre sus cajones. Quería imaginarme qué tipo de persona era. Distrajo mi búsqueda una enorme bañera y sales de baño con olor a melón. Tortitas y gofres en la cocina y una televisión enorme en el salón.

    Tras un largo baño y desayunar mientras llamaba a Moira, me subí en el Chevrolet Corvette C5 de Winston. Busqué una emisora de música que me gustase y entré en mi barrio a tiempo de llevar a mi madre a trabajar.

    La expresión de sorpresa de mi madre fue increíble cuando le dije que aquella mañana no cogería el autobús, que yo la llevaría en aquel cochazo a trabajar, como una reina.

    —Lorna, ¿De dónde has sacado este coche?

    —¿Te gusta mamá? Es cómodo, ¿verdad?

    —No lo habrás robado.

    —¡Claro que no! Es de un amigo.

    —¿De tu amigo?

    —Sí.

    —Lorna, creo que deberías casarte con él.

    Hacía mucho que no veía sonreír a mi madre, y mucho más tiempo que no la escuchaba bromear. Sonreí satisfecha de que al menos aquella mentira en la que vivía con Winston hiciese a mi madre feliz.

    Al volver, mientras conducía por mi barrio, todos miraban el coche de Winston. Algunas bandas se agrupaban tras el coche. Mi ingenuidad me llevó a pensar que estaban asombrados al verme a mí bajar de él, pero no era aquella una mirada de envidia, sino algo distinto.

    Las chicas de LORNA JACKSON

    Capítulo 4: El vestido de 15 dólares.

    Mi abuela materna siempre decía que para que algo nuevo entrase en mi vida, debía sacar algo viejo de ella. Ordené mi habitación, mi armario, mi email…y tiré todas las cosas viejas que pude, pero no logré cambiar nada.

    Winston se impacientaba cada vez más en sus llamadas pidiéndome volver a vernos. Yo tonteaba con él por teléfono, le enviaba mensajitos y fotos, pero evitaba verle porque no quería volver a acostarme con él, me sentía culpable. No sentía nada por Winston, pero me trataba bien, pagaba todo y cuando me llevaba a cenar o salíamos a algún sitio, no me sentía hundida en aquel gran agujero negro que era en aquel momento mi vida. Reconozco que también me encantaba conducir su coche y sentirme importante cuando entraba con él en algún restaurante.

    Sentía que, de alguna forma, aquello era una manera de prostituirme y había decidido alejarme de él durante unos días. Y Winston cada vez más seguro de sí mismo, me presionaba para vernos lo antes posible. Él pensaba que me gustaba. Le mentí cuando estábamos cenando en The Red Lobster y me miró fijamente a los ojos para preguntarme qué sentía por él. No estaba orgullosa de haberle mentido, pero reconozco que me sentí ganadora a la nominación del Oscar cuando le miré intensamente, sonreí y, fingiendo timidez, aparté la vista para mirar a mi servilleta. Tras contar tres segundos volví a mirarle y, con la mayor pasión, le susurré que me gustaba muchísimo. Sostuve la mirada mordiéndome traviesamente el labio. Y él me creyó.

    Estaba claro que se me daba bien fingir, el mayor problema era que no sabía cómo salir de aquella situación y se me agotaban las excusas. No podía evitar verle, ni mentirle eternamente.

    La primera vez que me tiré a Winston fue porque estaba rabiosa con Kelso, la segunda, porque me invitó a cenar a un sitio muy caro, y al mirarle mientras él no me veía, observé cómo arrugaba nervioso la servilleta. Yo le gustaba mucho y sentí lástima. La tercera porque estábamos borrachos pasando la noche en Chicago, la siguiente ni siquiera la recuerdo…pero la última fue porque me regaló una pulsera de Swarovsky, que empeñé al día siguiente, y sentí que le debía algo.

    El sonido de los zapatos de mi madre subiendo las escaleras retumbaba lentamente informándonos que mamá volvía a casa cansada tras su larga jornada. El número de casas que mi madre limpiaba había disminuido porque la gente hablaba demasiado y todos sabían que mis hermanos mayores formaban parte de peligrosas bandas. A las señoras de las casas no les gustaba tener contratada a la madre de unos delincuentes de barrio.

    Algún que otro día yo iba a limpiar con mi madre y había tenido un par de entrevistas gracias a un curso de fotografía que finalicé en verano, pero no encontraba trabajo. Básicamente, mis ingresos eran los regalos de Winston. Aquél era el principal motivo por el que no podía romper con él.

    Mi móvil volvió a vibrar, era la tercera vez que Winston me llamaba. Cada vez encontraba menos excusas para no verle.

    —Lorna cielo, ¿estás lista?

    —Hmmmm…Sí, pero no me encuentro muy bien. ¿Lo dejamos para mañana?

    —Estoy abajo esperándote. Y tengo noticias importantes para ti.

    —¿Ah sí? ¿Qué?

    —Baja y te lo cuento.

    —Vaaaaaaale.

    Colgué el teléfono algo resignada. Mi madre me hizo el gesto de que sonriera y me colocó bien el vestido por detrás. Era un vestido alquilado, Winston ya había visto todos mis vestidos formales para salir a cenar. Nos había costado quince dólares alquilarlo, pero era un vestido negro precioso, cogido al cuello y sin espalda. Un ribete rojo recorría los bordes adornando incluso una raja lateral que lo hacía ser entallado y no estrecho. Los zapatos eran rojos con casi diez centímetros de tacón.

    Winston al verme llegar sonrió e hizo un gesto de asentimiento. Abrió inmediatamente la puerta de su coche para que yo subiera, y al hacerlo observé por el retrovisor que Kelso caminaba por la acera volviendo del gimnasio.

    —Winston cariño, espera un momento.

    —¿Por qué? ¿Qué pasa?

    Sujeté la puerta antes de que la cerrase y empujé para abrirla. Estaba tan nerviosa. Estoy segura de que conocéis esa sensación cuando el chico que te gusta se acerca a ti y en ese momento el corazón te late tan deprisa que te tiembla hasta la voz.

    —Lorna, ¿has olvidado algo?

    —No, es que… sí… he olvidado algo en casa. Enseguida vuelvo.

    Al poner el primer pie en el suelo, sabía que Kelso me miraba. Intenté salir del coche con clase, gracia y algo lentamente para acabar mirando a Kelso a los ojos e impactarle con aquel increíble vestido. Casi pierdo el equilibro con los dichosos tacones, pero logré ponerme en pie, sonreír y mirarle fijamente. Kelso me miraba sorprendido. No supe sostener su mirada y me puse tan nerviosa que no supe qué hacer. Me encendí un cigarro. Winston me miraba aún con la puerta del coche abierta y a dos pasos de distancia. Kelso se acercaba mirándome fijamente.

    —Lorna, no tenemos tiempo para cigarros. ¡Lorna! ¡Lorna! ¿Me escuchas?

    Y yo sólo podía mirar a Kelso y desearle más que nunca. Desear que me besase, me quitase el vestido y me hiciera volver a casa por la mañana despeinada y feliz. Winston se acercó y me quitó el cigarro de la mano.

    —¿Qué?

    —Nos vamos Lorna, tenemos reserva dentro de quince minutos.

    Kelso estaba tan solo a cinco pasos de distancia, mi respiración se aceleraba. Winston dio un par de rápidas caladas al cigarro y lo tiró al suelo, apagándolo con el pie. Kelso se acercaba un par de pasos más. Winston me besó. Yo miré a Winston. Kelso se paró a mirarnos. Y continué besando a Winston sin dejar de mirar a Kelso. Winston me subió al coche. Yo miraba a Kelso a través de la ventanilla, y él me miraba. Winston cambió la emisora de radio. Yo abrí la ventanilla, y observé a Kelso entrando en el portal. Winston aceleró.

    —¿Sabes Lorna? Hoy estás preciosa. Ese vestido es perfecto para lo que tenemos que celebrar.

    —¿Qué es?

    —Tengo un trabajo para ti.

    —¿Para mí?

    —Sí, como fotógrafa. Me dijiste que habías hecho un curso de fotografía, ¿verdad?

    —Sí, pero era solo un curso de verano, no sé mucho de fotografía.

    —No importa, será suficiente.

    Yo aún miraba hacia atrás.

    Las chicas de LORNA JACKSON

    Capítulo 5: Elección de caminos.

    Mi trabajo consistía en fotografiar a unos tipos en casa de Winston, en una especie de estudio improvisado, con cortinas blancas y luces alquiladas. Después pasaba las imágenes de la cámara a un ordenador. Eso era todo.

    Winston me recomendó que no hablase mucho con aquellos tipos, sólo lo imprescindible: Siéntate ahí. Sonríe. Mira aquí, no te muevas.. Winston decía que todos aquellos tipos tenían mucha prisa. Pero había otra cosa común en todos aquellos tíos, estaban muy nerviosos y no tenían buen aspecto. Cuando les decía que se sentasen en el taburete, parecían no entenderme bien. Miraban constantemente a todos lados y ninguno sonreía para la fotografía. A veces, incluso se me parecían mucho unos a otros.

    Winston tenía un gimnasio en el sótano de su casa. Yo entrenaba allí todos los días a las horas a las que no había clientes a los que fotografiar. Ya no iba a mi gimnasio ni veía a Kelso. Pensé que podría ser positivo, tenía la esperanza de que, si no me veía aparecer en un par de semanas por el gimnasio, me enviaría algún mensaje o WhatsApp preguntándome si estaba bien, pero no fue así.

    No madrugaba pero normalmente acababa muy tarde de trabajar, cuando había oscurecido era cuando solían venir todos los clientes. Dormía con Winston casi todas las noches porque él insistía que era tarde y peligroso volver a mi barrio a aquellas horas. Y digo dormir porque cada vez intentaba con más fuerza no tener relaciones sexuales con él, o no en las que yo participase activamente.

    Deseaba enamorarme de Winston y sentir algo por él, porque nunca había vivido en una casa como aquella, con jardín y gimnasio propio. Sin embargo me sentía aislada, apartada de mi familia y amigos. Lejos de mi barrio y de mi zona de confort. Necesitaba sentirme viva, me agobiaba estar todo el día allí encerrada. ¿Siempre tengo que recorrer primero el camino erróneo para luego rectificar y escoger el correcto?

    La tarde de mi vigésimo día de trabajo Winston entró algo alterado al gimnasio y me avisó de que había gente esperando en el estudio. Yo subí rápidamente las escaleras y preparé la cámara. Avisé que ya estaba todo preparado a uno de los tres o cuatro tipos que siempre estaban en casa de Winston pegados a un móvil. No sabía muy bien si eran compañeros, amigos o empleados.

    Por la puerta del estudio entró un tipo afroamericano, alto, fibrado, nervioso y con tres dientes de oro en la parte superior derecha de la dentadura. Era un exnovio de Moira. No le había reconocido a primera vista pero, al observarle mejor a través del visor de la cámara, supe que era Lamar.

    —Hola Lamar, ¿Qué tal? ¿Cómo estás?

    —Hmmm…Yo…yo…no puedo habl…Hola.

    —Hace mucho que no nos veíamos. Desde que fuimos a aquella fiesta…Bueno, desde que te partieron aquellos dientes…

    —Sí. Sí. Oye Lorna…Me han dicho que no puedo hablar contigo. Hazme la foto ya.

    —¿Qué? ¿Por qué? Pero si yo…

    Asomó la cabeza Wilfred, uno de los hombres de confianza más grandes e imponentes y me dijo con bastantes malos modos que dejara de hablar e hiciera las fotografías. Fotografié a Lamar y Wilfred se lo llevó a empujones.

    Aquella noche, cuando le pregunté a Winston qué había pasado, tartamudeó varias veces antes de contestar. Tosió un par de veces y me habló mirando hacia otro lado.

    —No ha pasado nada, Lorna. Pero si te pasas el día hablando con los clientes, bueno…ya sabes. Se…se formará una cola larguísima. Y a ti…a nosotros…nos pagan para hacer fotos.

    —Ya, comprendo.

    Sabía que me estaba mintiendo, pero no me importaba. Decidí ir a mi barrio al día siguiente y preguntarle directamente a Lamar. Estaba segura de que aquella mentira se convertiría en un regalo para mí, era lo que solía hacer Winston cuando se sentía culpable o estaba agradecido.

    Por la mañana me levanté temprano, no había podido dormir bien. Winston se había ido pero me había dejado sobre la cama, como regalo de culpabilidad, unas botas negras, altas hasta el muslo, de suela roja.

    Conduje el coche de Winston hasta mi barrio y busqué a Lamar por todas partes. Tuve que preguntar a unos tíos de la banda de mi hermano Dylon, que como me conocían desde que era pequeña, me dijeron que Lamar estaba escondiéndose en la antigua escuela del barrio, ahora abandonada y a punto de ser demolida.

    A través de una de las ventanas, Lamar me vio bajar del coche y salió corriendo. Corrí tras él. Enseguida me torcí un tobillo. Me quité las botas nuevas y le alcancé en un par de minutos.

    —¡No! ¡No! ¡Por favor!

    —Lamar, ¿Qué te pasa? ¡Espera!

    Él se detuvo en seco, en mitad de la carretera, y se arrodilló ante mí. Sacó una pistola que tenía en la cintura de sus pantalones y la dejó en el suelo. Se tapó la cara con las manos. Todo el barrio nos miraba.

    —Por favor, no lo hagas.

    —¿Qué no haga qué? Levanta Lamar que nos mira todo el mundo, ¿Qué coño te has metido hoy?

    —¿No te envían ellos? Yo no quería, ya les dije que no fui yo. Tú hablaste conmigo. Tú. Es culpa tuya.

    —Lamar por favor, ¿Estás bien?

    —¿No te envía Mengele?

    —¿Quién?

    —No. No. No. No he dicho nada, Lorna. Déjame ir, por favor.

    Recogió el arma y se alejó corriendo entre la multitud que se había detenido a mirarnos. Yo me volví a calzar las botas y subí al coche. Encendí la radio y pensé que era una suerte que mi madre estuviera trabajando y no hubiera visto aquello.

    Al encender un cigarro pensé que era interesante ejercer tanto poder sobre alguien, sobretodo porque antes Lamar me parecía peligroso. Aunque aún no supiera porqué, me sentía fuerte.

    Las chicas de LORNA JACKSON

    Capítulo 6: Mentiras y más mentiras.

    Mengele, aquel nombre resonaba en mi cabeza pero no era capaz de ubicarlo en ningún lugar. Al llegar a casa de Winston lo Googleé: Dr. Josef Rudolf Mengele: Fue un médico y criminal de guerra nazi, especialmente reconocido por sus experimentos con detenidos en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, Polonia. Se le apodó El ángel de la muerte.

    No tenía ni idea de qué había querido decir Lamar con aquella pregunta de si me enviaba Mengele. Quizá ni siquiera tuviese sentido, Lamar era un camello que consumía mucha de la mercancía que no vendía.

    Decidí olvidar aquel incidente, pero dos días después en el estudio improvisado de fotografía apareció Raúl, el mejor amigo de uno de mis hermanos.

    —¡Lorna OMG! Estás buenísima.

    —Estoy como siempre, mentiroso.

    —No, has crecido mucho. Y te han salido unas buenas tetas.

    —No seas idiota, es que hace mucho que no nos vemos.

    —Desde que tu madre no nos deja entrar en tu casa.

    —Sus razones tendrá.

    —Seguro. Oye, ¿Y qué tal te va todo?

    —Pues hice un curso de fotografía y aquí estoy, haciendo fotos a los tíos como tú.

    —¿Haces tú las fotografías para los pasaport…?

    El brusco ruido de la puerta abriéndose repentinamente me impidió escuchar el resto. Entró Wilfred y se llevó a Raúl de un empujón. Los pies de Raúl dando patadas cerraron la puerta. Corrí hacia ella y empujé, estaba cerrada desde el otro lado. Escuchaba golpes y gritos. Golpeé la puerta con las manos.

    —Wilf, ábreme. Déjame salir. ¡Wilf! ¡Raúl! ¿Estás bien? ¡Raúl!. ¡Winston, ábreme por favor, abridme!

    Se oyó un golpe, un grito ahogado y luego silencio.

    —¿Wilf? ¿Raúl? ¿Hay alguien?

    Golpeé con más fuerza. La sensación de incertidumbre y el hecho de sentirme encerrada me hicieron llorar. Cogí el taburete donde se sentaban los clientes y golpeé la puerta, pero sólo conseguí cansarme y clavarme unas cuantas astillas en la mano, de los trozos de puerta que saltaron. Allí dentro no tenía nada, ni móvil, ni teléfonos, nada salvo la cámara y las luces. Llevaba una hora encerrada y lloraba como una niña desconsolada. Golpeé la pared con las manos, había visto a mis hermanos hacerlo y sentirse mejor. Deseaba ser hombre para que toda aquella rabia se canalizara en peleas o golpes y no quedase nada de rencor dentro de mí.

    Mi abuela siempre solía decir que los hombres tienen facilidad para descargar físicamente las emociones y las mujeres la tenemos para mantenerlas.

    En mi caso, ni me sentí mejor ni fui consciente en aquel momento del daño que me hice en la mano. Quería que Winston se sintiera culpable de aquello, así que me levanté y me hice una foto con la cámara. Dos horas después Winston me abrió la puerta.

    —¿Qué haces aquí Lorna?

    —¡Winston! ¡Jodido hijo de puta! Ni se te ocurra fingir que no sabes lo que ha pasado, cabrón!

    Caminé tras él sin hablar. Winston me miraba inquieto.

    —Cálmate Lorna, seguro que no es para tanto.

    —¡No me mientas! Sabes de sobra lo que ha pasado. En tu casa nadie mueve un dedo sin tu permiso.

    —De verdad que no tengo ni idea, Lorna.

    —Ha venido un amigo, Wilfred se lo ha llevado y le ha pegado, como poco. ¿Dónde está mi amigo? Quiero verle.

    —Tranquila Lorna, habrá sido un malentendido. He hablado hace un rato con Wilfred, me ha dicho que era un tipo peligroso y que le sacó del estudio para protegerte.

    —¡Y me encerró!

    —Sí, para protegerte. El tipo se puso agresivo y Wilfred no quería que te hiciera daño. Pero olvidemos todo esto ahora. Nos duchamos y vamos a la fiesta del Sr. Hayes.

    Callé porque necesitaba pensar, sabía que algo malo ocurría, de lo que no estaba segura era de si yo quería formar parte de aquello.

    Las chicas de LORNA JACKSON

    Capítulo 7: Ambiciones.

    No había tenido tiempo suficiente para pensar. Tras la discusión con Winston y una ducha, habíamos aterrizado en la fiesta del Sr. Hayes. A aquellas horas de la noche ya estaba bastante bebida entre tanta copa de champagne francés y tanto mini canapé de diseño.

    Me acerqué a Winston que hablaba de negocios con el Sr. Hayes, quien supuestamente también tenía una empresa de servicios. El Sr. Hayes aprovechó mi acercamiento para admirar mi escote de forma poco disimulada. Aproveché el momento al lado del Sr. Hayes, y de forma sutil me subí un poco el vestido para estirar bien las medias negras hasta el muslo que llevaba bajo aquel Nina Ricci que, esta vez sí, me había comprado.

    Al Sr. Hayes le gustó lo que vio y a Winston no le gustó nada. Creí que mi objetivo de molestar a Winston estaba cumplido, sin embargo lo debí hacer excesivamente bien, porque el Sr. Hayes se me acercó al final de la noche para proponerme indecentes tareas de alcoba.

    Como era un gran hombre de negocios e influyente en mi ciudad, no le dije que no, simplemente le dije que aquella noche era imposible y sonreí antes de irme. Cuando regresamos a casa de Winston, éste estaba enfadado.

    —Pensé que eras especial Lorna.

    —Y lo soy. Mira qué especial soy.

    Le tiré a la cara la fotografía que me hice en el estudio, mientras estaba encerrada.

    —Por cierto, no me habías dicho que te llamaban Mengele.

    —¿Qué? ¿Dónde has oído ese nombre?

    —En la calle.

    —¿De tus amigos los yonkis?

    —Esta noche duermo en casa de mi madre.

    —No, Lorna. Mañana hay que trabajar temprano. Esta noche duermes aquí.

    —Sí, Dr. Mengele, pero olvida la idea de siquiera rozarme.

    —Yo no soy Mengele. Ya te lo he dicho.

    Por la mañana, me despertó el móvil de Winston, le habían llamado cuatro veces insistentemente y él atendió aquella última llamada de bastante mala leche. Después de un rato escuchando en silencio al interlocutor de la llamada, gritó un par de frases.

    —¿Qué dices? ¡Joder! No. Yo lo soluciono, tranquilo. Sí, lo paramos todo. Ok.

    —Lorna ya te puedes ir a casa, hoy no trabajas.

    —¿Por qué?

    —Vamos a darte un par de días de vacaciones.

    —No las quiero, necesito el dinero.

    —Hoy no puedes trabajar, han surgido imprevistos.

    Entró Wilfred sin llamar a la puerta de la habitación. Me tapé con el edredón por inercia. No estaba desnuda ni en ropa interior, pero la forma abrupta de abir la puerte me resultó un tanto agresiva.

    —Winston ¿Ya lo sabes?

    —Sí.

    —¿Y qué hacemos?

    —Pagadle la fianza y esperad mis órdenes.

    —¿Y ahora quién va a…?

    Winston le hizo un gesto con la cabeza señalándome, Wilfred no dijo nada más. Se fue y cerró la puerta tras él.

    —¿Quién va a qué? ¿Qué pasa Winston?

    —Nada.

    —Oye ya sé que estás enfadado por lo de ayer, y que crees que no puedes confiar en mí, pero yo soy tu novia. Si no puedes confiar en mí, ¿en quién vas a confiar?

    —No es tan fácil Lorna.

    —¿Y dices que me quieres? Yo cuando quiero a alguien le confío hasta mi alma.

    —Lorna, hay muchas cosas que no sabes de mí.

    —Pues dímelas. Quiero conocerte, quiero saber quién eres en realidad, Winston. Lo voy a entender, no puede ser tan malo, yo soy del Bronx. Si levantas este muro entre nosotros …

    —Hay un tipo, que trabaja para nosotros, es un señor mayor que lleva muchos años haciendo…su trabajo y hoy lo han detenido. La policía le tendrá vigilado unos días y necesito encontrar a alguien que haga… su trabajo.

    —Yo lo haré.

    —¿Ayudarme a encontrar a alguien?

    —No, yo haré su trabajo.

    —No me hagas reír Lorna, si ni siquiera sabes qué trabajo es.

    —No me importa, necesito el dinero Winston. Es algo ilegal, estoy segura. Será mucha pasta.

    —Que no, Lorna.

    —Puedo hacer lo que sea. ¿Qué es? ¿Mataba a gente?

    —No.

    —Si es un hombre mayor no creo que hiciera nada que yo no pudiera hacer.

    —Lorna, basta.

    —No, quiero hacer ese trabajo. Seguro que está relacionado con las fotografías.

    —¿Por qué?

    —Porque si él no hace su trabajo yo no puedo hacer el mío. Y si está relacionado con las fotos, ¿Quién te va a poder ayudar mejor que yo?

    Presioné a Winston. Quería saber qué era aquello en lo que todos estábamos involucrados. Sabía cómo sacarle aquella información. Le besé suavemente, y le mordí el labio. Luego le mordí una oreja, y le besé el pecho. Le acaricié el torso hasta introducir mis dedos bajo sus pantalones. Los bajé y empecé a hacerle una felación, era por la mañana y Winston estaba muy sensible a esas horas.

    —Lorna, para.

    —Dime qué es lo que tengo que hacer.

    —¿Sabes falsificar pasaportes?

    —Claro. Soy del Bronx.

    No tenía ni idea de cómo falsificar un pasaporte, pero conocía a alguien que sí sabía, y quería hacer algo más que fotos. Aquello me ayudaría a saber con qué clase de gente estaba tratando y posiblemente a no ser el último mono.

    Antes de acabar el sexo oral resonó por la habitación el sonido de un WhatsApp. En cuanto Winston se tumbó en la cama con los ojos medio cerrados, corrí a buscar mi móvil. Era un mensaje que Kelso, pero era uno de esos textos reenviados que siempre borro sin leerlos. Aquella vez lo leí y, aunque no eran sus palabras y lo habría copiado y pegado, decía que yo era una persona especial en su vida. Escondida en el lavabo, lo leí unas diez veces.

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    Capítulo 8: En progresión ascendente.

    Cuando era pequeña e iba a primaria, mi madre me compraba todos los viernes en la panadería de la esquina, antes de llegar a la escuela, un zumo y un pequeño dulce. Mi padre murió ahogado en un accidente laboral cuando yo tenía cuatro años, él intentaba salvar a otro hombre que cayó a la máquina de mezcla de cemento en la construcción en la que trabajaban.

    Desde entonces mi madre siempre me compraba para desayunar aquellos zumos y aquel dulce, porque quería simular en mi pequeño mundo que todo seguía igual o porque deseaba mantenerme feliz.

    Un día una niña de mi clase, Charlotte Baker, se rio diciendo que mis desayunos siempre eran iguales y que quizá a mi madre le regalaba la fábrica o la beneficencia tantos dulces y zumos. Todos los niños rieron. Mi madre limpiaba cuatro casas al día y trabajaba muy duro para poder comprarme aquellos zumos. Esa fue la segunda vez que sentí de cerca lo que era la injusticia.

    Era parecido a lo que sentía en aquel momento ante el Sr. Hayes, él se reía mientras me miraba fijamente repitiendo que yo no podría falsificar un pasaporte.

    —Sr. Hayes, necesito unas ocho horas para demostrárselo. Si no le traigo aquí un pasaporte perfectamente falsificado en ese tiempo, dejaré también de hacer las fotografías de las identificaciones.

    —Te propongo otra cosa, Lorna. Si en seis horas no has presentado un pasaporte falsificado, trabajarás para mí y no para Winston.

    Winston negaba con la cabeza. El Sr. Hayes, sentado en su gran sillón de cuero negro y bordes dorados, babeaba un puro mientras lo volvía a encender.

    —Trato hecho, Sr. Hayes. Ocho horas a partir de ahora, ¿Puedo ir al baño?

    —Claro Lorna. Aprende bien el camino, en poco tiempo trabajarás en esta casa.

    Recorrí la parte superior de la casa de Hayes hasta llegar al tercer lavabo del ala este, parecía que aquel lavabo se comunicaba con una de las habitaciones principales y suponía que por el tipo de puertas gruesas y la decoración y los grabados en las mismas, aquella habitación podría pertenecer al Sr. Hayes y quería registrar un par de cajones. Sin embargo todas las puertas estaban cerradas con llave. Cuando volvía a la sala escuché tras la pared, antes de entrar, el final de la conversación entre Winston y Hayes.

    —Sr. Hayes, Lorna tiene mucha voluntad, pero no será capaz de hacerlo. No sea tan duro, le mantendremos su puesto en el estudio de fotografía. Ya será bastante humillación para ella el hecho de no haberlo conseguido.

    —De eso nada, Winston. Tu chica quiere ascender y yo quiero que trabaje para mí. No te asustes antes de tiempo, aún no os he dicho qué clase de trabajos me hará.

    Cuando entré en la sala de nuevo, el Sr. Hayes reía a carcajadas mientras inhalaba humo del puro que mantenía entre sus dientes. Winston me miraba serio y movía la cabeza con preocupación.

    Conduje el coche de Winston hasta mi barrio, allí busqué a mi hermano Devon. Los tipos de su banda me dijeron que estaba en las hogueras. Aquello significaba que estaría totalmente colocado. Los drogadictos solían esconderse en unas casas abandonadas donde había hogueras, que les reconfortaban de las tiriteras del bajón.

    No quería entrar sola en las hogueras, pero Devon era la única oportunidad de que tanto Winston como el Sr. Hayes me tomasen en serio. Hasta ahora era la chica de Winston a la que él, amablemente, había ayudado y sacado del Bronx dejándola hacer fotos en un pequeño estudio improvisado. No quería que me tuvieran lástima, sino respeto.

    En las hogueras, el paisaje era esperpéntico. Los yonkis alucinaban y caminaban como zombis y la cordura no tenía lugar allí. De pronto alguien que caminaba, se tiraba al suelo y se golpeaba contra una pared, o tiritaba arropado en una manta mientras gritaba al cielo babeando.

    Al entrar todos me miraron. Algunos se levantaron y me gritaron incoherencias. Yo, miraba al suelo. Asustada, me concentraba en las puntas de mis botas caminando deprisa. No miraba atrás aunque me gritasen, no tocaba ninguna puerta ni objeto, simplemente caminaba sin rozar nada.

    Al fondo de la casa, en un rincón, distinguí las bambas Nike verde fluorescente de mi hermano Dylon. Se las habíamos regalado mi madre y yo las últimas Navidades que habíamos celebrado todos juntos. Al año siguiente mi madre echó de casa a mis hermanos.

    Dylon estaba tapado con una manta, medio dormido y babeando en el suelo. Le pegué un par de golpecitos en la cara.

    —Dylon, soy yo tu hermana, Lorna.

    —No, yo no tengo familia.

    —Dylon, despierta por favor. Te necesito. Dylon, levanta.

    Le senté y le metí varias veces los dedos en los ojos. En un cubo cercano de agua muy sucia, que parecía estar allí para recoger goteras, metí su cabeza repetidas veces. Dylon reaccionó casi ahogándose, pero abrió los ojos mientras tosía y me reconoció.

    —Necesito tu ayuda.

    —¡Lorna! ¿Pasa algo en casa?

    —No, todo está bien. Sólo necesito que me enseñes a falsificar documentación, ¿Te acuerdas? La falsificaste para entrar en la banda.

    —¡Qué dices! Yo no he hecho eso.

    —¡Por favor Dylon! ¡Déjate de tonterías! Tengo poco tiempo.

    —Necesito una ducha o algo para aclararme. Ayúdame a levantarme Lorna. ¿Me pagarás?

    —Levántate, vamos a casa de mamá, ella está trabajando ahora.

    Dylon intentaba caminar, yo le sostenía pasando su brazo por mis hombros y tirando de él, que apoyaba su peso en mi espalda. Busqué con la mirada algo que pudiera hacer el traslado de Dylon a mi casa un poco más cómodo, una carretilla oxidada o alguna silla de ruedas medio rota entre aquellas montañas de basura.

    Entró un tipo con abrigo negro, nos llamó la atención porque no se tambaleaba. Miró fijamente a Dylon y caminó hasta nosotros.

    —Tú. Ven conmigo, yonki.

    —¿Qué? ¿Quién coño eres?

    —Mi jefe quiere hablar contigo sobre algo que sucedió ayer.

    —Yo no le robé nada.

    —¡Qué vengas!

    —Lorna, ayúdame. Yo no quería robarle, pero…

    —¿Y esta negrita quién es? ¿No será tu novia?

    —Oye, hijo de puta. Lo de negrita no te lo consiento, ¿Vale?

    —Uy, se ha enfadado la perra. Mueve el culo y trae a tu novio.

    —Mira cabrón ¿No sabes quién soy? ¿Acaso no sabes con quién hablas imbécil? Soy la novia de Mengele.

    Probé suerte con aquel nombre, me acerqué a él y le dije aquello muy cerca de su nariz. No estaba segura de si Mengele era Winston o el Sr. Hayes, pero sabía que en mi barrio todos le temían, por eso miraban tanto el coche cuando yo llegaba.

    —¿Conoces a Mengele?

    El tipo me cogió del cuello y me levantó del suelo. Dylon cayó al faltarle mi apoyo. El tipo me sacó de la casa abandonada y me llevaba a la calle. En la esquina, un gran coche negro esperaba aparcado.

    Las chicas de LORNA JACKSON

    Capítulo 9: Aprendiendo a sobrevivir.

    Quise asustarles con el nombre de Mengele y ellos vieron una oportunidad para hacer débil a su rival.

    El tipo me llevaba de camino al coche, cogida por el cuello y con los pies en alto, yo intentaba tocar con alguno de los pies el suelo. Hacía fuerza hacia abajo, intentando pesar mucho y que el tipo se cansara. Al final se paró, me bajó y con las manos aún en mi cuello me arrastró por el suelo. Cuando mis pies tocaron el suelo hice más fuerza hacia abajo que antes, bajé mi mano derecha y desabroché la cremallera de mi bota izquierda. Él continuaba arrastrándome, faltaban unos metros para llegar a la

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