Todos esos días que pasé sin ti 2: Todos esos días que pasé sin ti, #2
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Continuación de Todos esos días que pasé sin ti
Es la historia de la relación entre dos hermanas que nunca han tenido nada en común y que llevan muchos años sin verse.
Un encuentro casual vuelve a reunirlas y a través de distintos personajes vemos que las casualidades no se quedan solo en ese encuentro, llevando la historia a un punto sin retorno en el que el final se convierte en un drama inesperado.
María es la hermana formal, con una vida aparentemente perfecta. Está casada y tiene un hijo de cerca de tres años.
Marta es la hermana pequeña, de un carácter muy distinto al de María, siempre se ha sentido inferior y poco querida respecto a su hermana.
Tras este encuentro casual las hermanas comienzan a tratarse de nuevo y vamos viendo cómo la relación toma un nuevo rumbo.
En medio de esta nueva relación se va entretejiendo una trama que mezcla al marido de María, policía de profesión, en la vida de Marta, sin que ninguno sepa quién es quién hasta que ya es demasiado tarde.
Una novela que mezcla sentimientos con una trama policíaca escrita de una forma sencilla que empuja a leer un capítulo tras otro en busca del final de la historia.
Imagen de Grae Dickason en Pixabay
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Todos esos días que pasé sin ti 2 - Laura Pérez Caballero
SEGUNDA PARTE: Otros personajes
20.
Por favor, que no entre, por favor, por favor, por favor
. Pero entró.
Elvira no se había resistido, para qué. Ella tenía trece años y pesaba cuarenta y cinco kilos. Él tenía dieciséis y pesaba ochenta.
Luego se lo dijo a su madre. Le contó que el hijo de su novio, aquel tipo cuarentón de pelo canoso y tatuajes en la espalda, la había violado mientras ellos estaban cenando y bailando en alguna discoteca. Su madre no la creyó, o si lo hizo no le importó, era más importante no perder el sustento escaso y roñoso de aquel tipo mientras le durara.
En cuanto cumplió los dieciocho, Elvira se piró de la casa materna. No se llevó demasiadas cosas, pero sí un bagaje con el que podría escribir una guía de supervivencia para una chica joven y mona.
Se buscó un hombre. Luego otro. Y cuando consiguió un empleo de dependienta, por una casualidad de la vida, decidió ser valiente y no depender de ningún tío para vivir su vida.
Se pasó al lado contrario. En cuanto dejó de buscar tipos que la mantuviesen empezó a encontrarse con parásitos que trataban de vivir a su costa.
Entre medias conoció a Ezequiel, un chico de clase media alta que estudiaba en la universidad de económicas y se sentaba en la barra de la cafetería en la que Elvira trabajaba entonces sólo para mirarla.
No habían hablado de boda ni nada parecido, pero Elvira sabía que era un chico formal y que tarde o temprano acabaría pidiéndoselo. Su padre tenía una gestoría que le iba muy bien y Ezequiel entraría a trabajar en ella en cuanto terminara la carrera. Hasta que esto pasara le consiguió hacer un hueco a Elvira como recepcionista.
Esta vez, Elvira tampoco ofreció resistencia, pero no porque la violase, sino porque realmente se enamoró del padre de Ezequiel. Cada vez salían más tarde de la gestoría, uno primero, otro después, para que no se les viese juntos, pero siempre hay algún resquicio y por éste se coló una tarde Ezequiel y los encontró retozando en la mesa del despacho de su padre.
Ahí terminó todo. El padre se libró de ella, como si nunca la hubiera conocido. Ezequiel ni le contestaba al teléfono y, al final, Elvira dejó de insistir.
Encontró trabajo en otra cafetería alejada del centro, alquiló un pequeño piso en el mismo barrio y se instaló allí un día como otro cualquiera. Comenzó a conocer clientes en la cafetería que la invitaban a salir y la llevaban a sitios en los que la droga se fue volviendo cada vez más familiar, y Elvira descubrió que ningún tipo, jamás, sería capaz de hacerla sentir lo que aquellas sustancias. Conseguía olvidarse de sí misma, aquello era lo más.
Ahora, despertaba angustiada de una pesadilla. En ella se veía follando con un tipo canoso mientras arañaba los tatuajes de su espalda.
21.
El día amaneció soleado. Elvira se revolvió entre las sábanas, desenredó una pierna, sacándola al exterior y dejándola colgar del borde de la cama, y se estiró mientras bostezaba estruendosamente. La pesadilla le había revuelto el estómago. Tenía un ligero dolor de cabeza también, nada grave, nada que no pudiera arreglarse con un ibuprofeno. Saltó de la cama y se metió en el cuarto de baño. Mientras se lavaba la cara recordó que Rafa le había dejado cincuenta euros en la mesita la noche anterior. Te has portado bien, nena
le dijo. Elvira se echó a reír mientras se miraba con la cara empapada en el espejo que tenía sobre el lavamanos. Era un gilipollas, un mamón con todas las letras, pero le daba dinero y le conseguía merca
bastante a menudo. Además estaba casado y se cuidaba bien de que su mujer no se enterara de nada, lo cual, le daba a ella un margen amplio de libertad. Él no podía estar constantemente con ella, no venía más que a follársela de vez en cuando, eso era todo, y estaba bien así, no necesitaba que nadie controlara su vida.
Se preparó un café. Se tomó un par de ibuprofenos y se sintió mucho mejor. Volvió al dormitorio y miró la cama con pereza, ya la haré después
pensó. Abrió la puerta del armario y escogió de entre un montón unos pantalones tejanos y una camisa blanca, luego se calzó unas camperas negras y recogiendo el dinero de la mesita salió de la casa y bajó las escaleras hacia la calle.
El sol la golpeó en la cara y recordó que había olvidado las gafas de sol en la casa. Se detuvo en un estanco a comprar tabaco y se metió en un bar dos calles más allá.
El camarero se acercó a ella, que se había acomodado en la barra y hojeaba el periódico sin mucho interés.
—¿Qué tomas, Elvira?
—¿Qué tienes? —preguntó ella, y por el tono de voz el camarero entendió en seguida lo que ella quería.
—No tengo nada, estoy seco —respondió bajando la voz pese a que a aquellas horas de la mañana no había ni un solo cliente en el bar.
—Seca estoy yo, ponme una cervecita, anda —respondió Elvira deteniéndose en una de las hojas para leer el horóscopo. El camarero le puso una San Miguel y una copa delante y la observó mientras leía. Había estado como loco por ella, era la tía más guapa que había conocido nunca, pero ella no le hacía ni caso, ni a él ni a nadie más que al poli