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Suki Desu. Te quiero
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Libro electrónico501 páginas5 horas

Suki Desu. Te quiero

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Un mundo fantástico. Una profecía. Una historia de amor verdadero. 
* Un rewop se diferencia de los humanos en que tiene posesión de dos tipos de poderes en base al color de sus ojos.
* Un rewop es la persona más importante que existe en Andrash.
* Los rewops son los que gobiernan Andrash fomentando que haya una armonía con los humanos.
* Todos los humanos son libres y podrán actuar como tales, pero serán regidos por las decisiones, control y gestión de los rewops.
* Los humanos han de cumplir un toque de queda. Ningún humano saldrá de su hogar pasadas las 20:00 horas, salvo que vaya acompañado por un rewop o sea esclavo de uno.
* Si un humano presencia el poder de un rewop se convertirá y pasará a servir al mismo en todo lo que este le pida, bueno o malo.
* Un rewop puede rechazar a un humano convertido si ese es su deseo, siendo la primera orden la más poderosa y la que se deberá acatar antes de ser abandonado.
           Casius es un chico atormentado por el poder que le domina. Como rewop, su poder del fuego es el doble del de cualquiera de los suyos. Tiene una cuenta pendiente con su mejor amigo, Zether, por quien perdió aquello que más quería. Ahora que ha vuelto, sólo quiere encontrarle y vengarse.
          Aislan lleva un año viviendo sin vivir. Sus padres no la quieren y, el único que le demostraba amor, era su hermano Kyle. Una noche, cuando se encuentra con varios rewops de los que tiene que huir, topa con Zether y éste le ayuda.
          Su encuentro no será más que el enlace para que ella y Casius unan sus destinos.
Una romántica y fantástica donde los protagonistas descubren que, bajo la dura fachada que han creado, hay dos seres que ansían amar y ser amados.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 oct 2015
ISBN9788408146940
Suki Desu. Te quiero
Autor

Kayla Leiz

           Kayla Leiz es el pseudónimo de Encarni Arcoya, autora multidisciplinar que escribe tanto cuentos infantiles como novela juvenil new adult y novela romántica adulta. Una de sus grandes pasiones ha sido siempre escribir y ahora, tras estudiar una carrera y trabajar en una actividad dinámica, donde cada día es diferente, saca tiempo para terminar las novelas que le permiten soñar con esos mundos que imagina.              Actualmente tiene autopublicadas varias novelas, pero también publica con Editorial Planeta, en sus sellos Zafiro y Click Ediciones.               Puedes encontrarla en:  www.encarniarcoya.com www.facebook.com/encarni.arcoya www.facebook.com/kayla.leiz www.twitter.com/KaylaLeiz www.twitter.com/Earcoya

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    Vista previa del libro

    Suki Desu. Te quiero - Kayla Leiz

    cover.jpg

    Índice

    Portada

    Dedicatoria

    1. Casius

    2. Aislan

    3. Toque de queda

    4. ¡Sorpresa!

    5. Encuentros

    6. El Casius de Mistery Secret

    7. Plan de acción

    8. La última canción

    9. Información de Zether

    10. Asesina

    11. Parte del grupo

    12. Caminos separados

    13. En la boca del lobo

    14. Anhelos del corazón

    15. Vuelta a la realidad

    16. Un recuerdo doloroso

    17. Vic

    18. Infierno

    19. Un rayo de esperanza

    20. La verdadera Aislan

    21. Un problema menos

    22. Nueva vida

    23. Viviendo con Casius

    24. Los últimos días de vacaciones

    25. Un nuevo profesor

    26. Tejiendo la telaraña

    27. Estallido de sentimientos

    28. Se desata la tormenta

    29. Suki desu

    30. Te quiero

    Epílogo

    Normas de Andrash

    Agradecimientos

    Biografía

    Notas

    Créditos

    Click

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    Para Ricardo, por acompañarme y darme la fuerza de seguir escribiendo.

    Para mi madre. Espero que donde esté se sienta orgullosa de su hija.

    Y para ti, lector o lectora: que disfrutes de la historia de Aislan y Casius.

    1

    Casius

    afegit.jpg

    Las luces del ascensor iluminaban el desierto pasillo del Hotel Logan. Las puertas se abrieron y de ellas emergió un hombre con el estuche de una guitarra.

    Caminaba con paso decidido por el pasillo, a pesar de que este estaba completamente a oscuras. No le había dado al interruptor, pero tampoco parecía molestarlo, como si se conociera el camino de memoria. Su destino era la suite principal, un apartamento exclusivo que llevaba ocupando varios meses.

    Delante de la puerta colocó su palma sobre el marco y un pequeño láser la recorrió de principio a fin. Una vocecita mecánica irrumpió en el silencioso pasillo: «Identidad confirmada. Buenas noches, señor Steir».

    Escuchó cómo cedía poco a poco y la empujó con una pierna para entrar. Cerró nada más pasar y se echó sobre ella. Parecía cansado.

    A tientas, intentó encontrar el botón de la habitación. Sin embargo, no conseguía llegar a él, como si lo hubieran movido.

    —¡Maldita sea! ¡Luz! —dijo en voz alta, y todas las luces se encendieron.

    Aún apoyado en la puerta, tenía los ojos cerrados. Todavía sostenía en su mano la funda de la guitarra, y se llevó la otra al rostro, restregándoselo de arriba abajo. Lentamente fue alzando la vista para habituarse a la claridad.

    —¡Maldito bastardo! La próxima vez elijo yo el lugar para festejar —gritó.

    Se apartó de la entrada y a trompicones llegó al lugar donde siempre colocaba su instrumento. Después se encaminó hacia el baño. «Una ducha fría —pensó—, eso me despejará.»

    La luz del baño estaba encendida al llegar y pudo ver su cara en el espejo. «Patético», se dijo. Delante de él se reflejaba un chico con el pelo despeinado. Sus ojos, marrones, parecían agotados. En realidad, todo el rostro mostraba una extenuación de varios días.

    Empezó a desnudarse conforme iba andando para meterse en la ducha. Accionó los grifos y dejó que el agua le cayera sobre la cabeza y el rostro. Le daba igual que fuera fría o caliente mientras lo despejara. Después de varios minutos bajo el líquido, aprovechó para lavarse el cuerpo y la cabeza.

    Al salir se envolvió de cintura para abajo en una toalla mientras que con otra se iba secando el pelo. Esa actividad le había dado hambre, así que se encaminó hacia el pequeño frigorífico de la habitación.

    Por el camino observó que el teléfono parpadeaba. Tenía mensajes. Se acercó a él y, en lugar de escucharlos como cualquier persona, los borró directamente.

    De la nevera cogió una manzana y le hincó el diente. Un poco de vida sana no le venía mal a nadie.

    El teléfono empezó a sonar y el chico lo miró con desprecio. Se acercó y lo descolgó sin decir nada.

    —Al menos podrías decir algo, hermanito —dijo una voz.

    —¿Qué quieres? —preguntó. Su voz estaba ronca y no parecía tener ganas de conversar durante mucho tiempo.

    —Sabes lo que quiero. Te he llamado, te he dejado mensajes en el móvil. Incluso tienes una docena de emails míos y no te has dignado a responder ni uno solo.

    —Estoy ocupado. Al menos sabes que sigo vivo —contestó con desgana.

    —¿Pretendes que me contente con eso, Casius?

    —Me importa una mierda contentarte. Déjame en paz —espetó, y se dispuso a cortar la llamada.

    —¡Espera un momento, no cuelgues! —gritaron desde el otro lado.

    Casius inspiró y espiró antes de volver a acercarse el auricular a la oreja.

    —¿Qué?

    —¿Cómo estás?

    —Cansado. Adiós.

    —¿Quieres hacer el favor de esperar un poco? —preguntó su hermano con furia.

    —Es tarde, estoy cansado. Llama mañana.

    —Como si fuera tan fácil contactar contigo…

    —Ya sabes dónde estoy —replicó, y, esta vez sí, colgó el teléfono.

    Casius volvió a dirigirse al baño. Amontonó la ropa sucia a un lado y se acercó al espejo. Sus ojos emitían un ligero brillo inusual. Se agachó sobre el lavabo y con sus manos se ayudó para quitarse las lentillas. Cuando lo hizo, se lavó la cara dándole mayor importancia a la vista para relajarla.

    Cogió la toalla que ahora llevaba al cuello y se la puso delante del rostro para secárselo. Se incorporó y fue bajando la misma conforme iba realizando la tarea. El espejo le devolvía ahora su reflejo, pero algo diferente al anterior. Sus ojos, en un principio marrones, eran ahora rojos, del color de la sangre.

    A pesar de sus años, aún no se acostumbraba a ellos. Los odiaba, como odiaba su propia existencia. Detestaba ser tan cobarde como para no quitarse de en medio él mismo.

    Salió del aseo y fue hacia la cama. Estaba demasiado fatigado para buscar algo de ropa que ponerse, así que se tumbó con la toalla tapándole lo necesario y se quedó dormido.

    pausa1.jpg [1]

    Unos golpes aporreando la puerta de entrada lo sacaron de su letargo introduciéndose en la cabeza como si fueran martillazos. Abrió los ojos y vio que ya había amanecido. Seguían llamando de forma insistente.

    —¡No estoy! ¡Me he muerto! —gritó desde la cama tapándose la cabeza con la almohada para amortiguar el sonido.

    —¡Mueve tu culo y abre la puerta, Casius! —replicaron desde el otro lado.

    —¡Púdrete! —exclamó—. ¡Ven a una hora más adecuada!

    De pronto un ruido ensordecedor se oyó y la entrada principal se abrió de par en par. Un hombre apareció como si nada y la puerta se cerró tras él, aunque de una manera bastante extraña, pues las bisagras habían salido volando.

    Fue hacia la cama donde estaba Casius.

    —No pienso hacerme cargo de eso —le dijo refiriéndose a lo que acababa de romper.

    —Tranquilo, me ocuparé de dejar una buena propina cuando me vaya.

    —Ya estás tardando —replicó cambiando de postura.

    El cuerpo de Casius se elevó en el aire para, acto seguido, estamparse contra la pared y después contra el suelo. Este se levantó con rapidez.

    —Darien… —pronunció con furia.

    Un muro invisible impidió que siguiera avanzando.

    —Tenemos que hablar.

    —Vete a la mierda —respondió dándole la espalda.

    —Hablar. Ahora —desafió.

    Casius lo miró. Sus ojos relucían con un rojo más brillante cuando la pared invisible se transformó en una llamarada de fuego. Del mismo modo que nació, se extinguió.

    —¿Qué quieres? —preguntó de mala gana.

    —Primero, vístete. Te haré algo de desayunar.

    Casius se miró. Aún tenía la toalla puesta, aunque empezaba a resbalarse de sus caderas. Fue al armario y sacó un slip y unos pantalones de piel negra. Se los puso y se miró al espejo del armario. No le sentaban mal. Al menos ahora su hermanito estaría contento, ya estaba visible.

    Cogió una camiseta blanca de manga corta y se la embutió mientras cerraba el armario.

    Fue a la cocina de la habitación y se sentó en uno de los taburetes.

    —¿Cuánto hace que no comes algo decente? —le preguntó Darien.

    —¿Ahora vas a ser mi mamaíta?

    Darien lo miró. Casius tenía genio, demasiado para su gusto. Pero era su hermano, el menor, y tras la muerte de sus padres se había hecho la promesa de estar a su lado.

    —Al menos podrías pedir que te llenaran la nevera.

    —Esos cretinos no conocen mis gustos… —replicó sin darle importancia.

    —Seguramente estaría llena de alcohol… —murmuró Darien cerrando el frigorífico con algo de fruta en sus manos—. Y de helado.

    Casius sonrió.

    —¿Qué ha traído al mismísimo Darien Steir a este lugar? —preguntó con un sarcasmo contenido.

    Darien lo miró.

    —Tenemos que hablar.

    —No me digas. Eso lo sé desde la llamada de ayer. Intenta ser algo más original.

    —Zether —pronunció mientras le pasaba un trozo de manzana.

    —¿Qué ha hecho ahora?

    Darien se volvió buscando un cuenco. Había pelado ya un par de manzanas y las había troceado. Abrió las puertas de los muebles hasta que encontró lo que buscaba y puso la fruta en el interior.

    —¿Azúcar? —preguntó a Casius.

    —¡No me cambies de tema, capullo! —gritó.

    De pronto, una ráfaga de viento le cruzó la cara a Casius. Este miró a su hermano. Su ojo azul estaba brillando.

    —En mi presencia te agradecería controlar esa lengua, hermanito.

    Casius lo miró con desprecio y sus ojos rojos brillaron tenuemente. El bol comenzó a calentarse y la fruta se derritió en él. Darien lo miró y arqueó las cejas.

    —Eso era tu desayuno.

    —Ahora es papilla para bebés —respondió yendo hacia la ventana de la sala.

    La suite principal era la habitación más amplia del hotel; se la consideraba en sí misma un apartamento y se caracterizaba por las amplias vistas que tenía, ya que se podía contemplar toda la ciudad.

    Eso era lo único que le gustaba a Casius de su vida. Su ciudad. Llevaba veinticinco años, toda su existencia, viviendo allí, y cada vez que la miraba era como si la viera por primera vez.

    Andrash era una ciudad dividida. En ella residían dos tipos de personas. Por un lado, aquellos que poseían el poder, y nunca mejor dicho, no solo en el Gobierno y en la Administración, sino también poderes capaces de hacer volar la ciudad o destruirla hasta reducirla a pedazos. Se los llamaba rewops, personas que hacían lo que querían cuando querían.

    Por otro lado, estaban los humanos, gente sin poderes que vivía tranquilamente su vida y disfrutaba de la misma, siempre que siguiera las normas y leyes impuestas.

    Se podía decir que Andrash era una ciudad para rewops, no para humanos, pero ambos convivían en una relativa paz. Por supuesto, siempre había incidentes entre especies en los que se debía tomar cartas en el asunto, normalmente contra ambos sujetos.

    A Casius le gustaba esa ciudad. A pesar de enmascarar su condición de rewop, podía disfrutar de un amplio margen de actuación por ser quien era: Casius, el líder de Mistery Secret, la banda de música del momento. Su popularidad le abría las puertas de cualquier sitio donde iba, y a veces era tan respetado como un rewop, aunque no tuviera tanta libertad. Aun así se sentía feliz de llevar esa vida, una que él mismo había escogido sin depender de ninguna clase de dominio.

    Él era un rebelde. Se había escapado de casa nada más cumplir los dieciocho años (a las doce y un minuto de la madrugada) y no había querido volver a saber nada de su familia desde ese tiempo. Salvo por las visitas ocasionales de su hermano, no había contacto entre ellos, y el que existía era, cuando menos, especial, en el peor sentido de la palabra.

    Era bastante alto, cerca del metro ochenta y cinco, y su cuerpo estaba completamente en forma, con músculos bien definidos en todos los lugares donde debería haber. Su pelo era negro, corto, con mechas en rojo y siempre despeinado. No se preocupaba demasiado por su aspecto, salvo para los conciertos o entrevistas, pero el resto del tiempo se lo pasaba vestido de forma casual o incluso desnudo.

    A pesar de ser tan famoso, Casius nunca estaba con nadie. A excepción del grupo, nadie había logrado acercarse a él, ya fuera del mismo sexo o del contrario. Ya lo habían intentado muchas chicas al salir de los conciertos y todas ellas habían salido huyendo y llorando. Se lo conocía con el sobrenombre de Despiadado por la forma en que solía responder: directo, mordaz e insultante. Y aun a pesar de su carácter, las volvía locas a todas y era el que más fanes tenía a sus espaldas.

    Tocaba la guitarra como un virtuoso. Cada vez que sus dedos rozaban las cuerdas de una, por mínimo que fuera el contacto, este hacía que saliera una hermosa melodía que se convertía en canción, y a él en ídolo de masas. Una tras otra, la música de Casius había llegado a copar las listas de todos los países del mundo, manteniéndose en el mismo puesto durante meses. Ni uno solo de sus competidores lograba batirlo nunca, aunque empezaba a aburrirse de ello.

    A pesar de todo, nunca dejaría el grupo, ya que se había convertido en una distracción lo suficientemente grande y adictiva como para abandonar.

    Nadie sabía que Casius en realidad era un rewop. Ni siquiera lo sospechaban, y le gustaba que eso siguiera así. Su poder, el fuego, era más una maldición que una bendición, y aborrecía todo lo relacionado con esos dones. Solo porque no podía controlarlos.

    Normalmente los rewops nacían con dos clases de poderes, de ahí que poseyeran un ojo de cada color. Casius, por el contrario, tenía los dos ojos del mismo, un rojo ardiente que se encendía siempre que se alteraba. Por eso tenía que llevar un limitador de poder, un pendiente que le permitía controlarse, al menos mientras aguantara, porque ya llevaba rotos varias docenas de ellos por perder el control o enfurecerse por algo. Al menos el que llevaba ahora le había durado más que los anteriores, que solo habían aguantado tres días. Ya era todo un récord.

    Por culpa de su poder no había podido crecer como un niño normal, un niño rewop, por supuesto, lo que se había traducido en limitaciones extremas, entrenamientos hasta caer agotado, encierros, etcétera, que habían moldeado su carácter para convertirse en alguien incapaz de sentir afecto por nada ni nadie. Ni siquiera a sus compañeros del grupo los consideraba amigos. Para él eran simples humanos de los que se servía para divertirse. Pero cuidado con pensar en arrebatárselos.

    Quizá por eso era incapaz de mostrar algún aprecio hacia su hermano, a pesar de los intentos de este por acercarse a él.

    Darien, el hermano mayor de Casius, tenía treinta años y era el líder del grupo Steir, uno de los más influyentes de Andrash.

    Medía un par de centímetros más que Casius y también era musculoso y bien parecido. Siempre solía vestir con traje y, aun en lugares más informales, seguía manteniendo un aura de seriedad y formalidad.

    Su pelo negro era lo único que difería de ese aspecto, pues lo llevaba tan largo que le llegaba a media espalda, recogido siempre por un lazo de un color más claro que el de la camisa que llevara en ese momento. Ese día, Darien llevaba un traje negro con una camisa azul, y su cinta era celeste. No solía llevar corbata casi nunca, y si tenía que hacerlo, esta siempre era blanca. Le gustaba destacar aquello que no utilizaba para que los demás se dieran cuenta.

    Como rewop que era, sus ojos reflejaban los poderes que tenía. Por un lado, su ojo izquierdo, de color verde, era capaz de controlar la tierra y las plantas; mientras que el derecho, azul, le otorgaba el poder de dominar el viento.

    Al contrario que Casius, Darien era una persona muy abierta y empática. Trataba a todos por igual, al margen de que fueran rewops o humanos. Trabajaba como el que más para mantener un orden en la ciudad y que las revueltas entre ambos grupos no se descontrolaran.

    Por eso, él mismo encabezaba la unidad especial de control, para así poder ocuparse en primera persona de aquellos que intentaban destruir la tranquilidad.

    Se había propuesto en varias ocasiones que su hermano se uniera a él, pero siempre lo rechazaba. Sin embargo, cuando se lo necesitaba, y si se sabía qué teclas tocar, se podía conseguir un poco de ayuda de su parte. En ese respecto, Zether era el mejor argumento para lograr una cooperación temporal entre ellos.

    —Supongo que el azúcar ya no hace falta —suspiró Darien.

    —¿Quieres responder la maldita pregunta? —exigió Casius controlando su genio.

    —Vale, vale. Necesito tu ayuda. Zether ha vuelto al servicio activo y está de nuevo en marcha.

    —¿El mismo plan?

    —Bicho malo que no aprende —respondió con una sonrisa encogiéndose de hombros—. Según nuestros contactos, ha encontrado documentos que hablan de un humano «especial» cuyo sacrificio podría desencadenar un gran desastre.

    —Desastre que significa el fin de los humanos y una utopía en Andrash…

    —Más o menos.

    —¿Dónde está? —preguntó Casius.

    —¿Crees que si supiera dónde está estaría aquí tranquilo hablando contigo?

    —Entonces hemos acabado. Búscalo, encuéntralo y llámame. Me ocuparé de él.

    —Casius…

    —¡Él es mío! ¡Que no se te olvide! —gritó, y sus ojos se encendieron haciendo que el microondas y el frigorífico estallaran en llamas.

    El pendiente de Casius explotó en ese momento. Adiós al récord.

    —Cálmate —pidió Darien. Este controló el fuego con su poder del viento y extinguió las llamas—. Espero que tengan seguro de incendios.

    —¿A quién le importa? Tú solo encuentra a Zether y dime dónde está.

    —Si te dejas llevar por la rabia, acabarás mal.

    —Déjame en paz.

    —No puedes cambiar lo que pasó.

    Casius lo miró. Sus ojos destilaban odio. Odio y resentimiento por aquello que había perdido a manos de esa persona.

    —Limítate a encontrar a Zether; del resto me encargo yo —dijo encaminándose hacia la puerta de salida y cogiendo a su paso una gorra y unas gafas de sol—. Su muerte lleva escrito mi nombre —añadió atravesando las puertas.

    2

    Aislan

    afegit.jpg

    —Estás loca… —dijo Clarissa.

    —¡Sip! ¡Lo sé! —exclamó con una sonrisa Aislan.

    —En serio, no sé cómo puedes ser así —intervino Judy.

    —¿Por qué? ¿Acaso tengo que ser como todos los adultos aburridos? ¡Me gusta ser así! ¡Es suke![2]—declaró Aislan dando saltitos mientras andaban por la calle.

    —Loca para que la encierren… —sentenciaron Clarissa y Judy a la vez.

    Las tres se detuvieron y se miraron prorrumpiendo en una sonora carcajada.

    —Supongo que no hace daño a nadie que seas así —comentó Judy.

    —Eso, eso.

    —Y sabes ser seria cuando la situación lo requiere.

    —Sip —afirmó con una sonrisa en su rostro.

    —Pero es raro, Aislan. Eres universitaria y sigues comportándote como una cría, ¿no te dicen nada allí?

    —Allí no me comporto así —respondió cambiando su semblante—. Solo estudio, voy a clases y me marcho. Tampoco hay mucho que hacer. —Siguieron caminando por la calle—. En las clases es igual.

    —Es verdad. ¿Qué tal tus pupilos? ¿Has encontrado a alguien interesante? —preguntó Clarissa.

    —Aún no… Creo que voy a tener que bajar el listón —bromeó—. Definitivamente encontraré a un niño, lo enamoraré y lo moldearé para que sea el chico ideal que cualquier chica querría amar.

    Clarissa y Judy la miraron. Ya sabían del plan de Aislan, aunque no fuera real. Aun así, era divertido salir con ella.

    Aislan era una chica increíble. A sus dieciséis años iba a tercero de Medicina en la universidad de Andrash. Su coeficiente intelectual superaba a muchos y no tenía dificultad alguna en cualquier cosa que se propusiera. Su personalidad era pintoresca. Era todo lo contrario a una persona seria, responsable y centrada, Aislan era una chica alegre, vivaz y alocada. Para ella los temas importantes de la vida, a pesar de su inteligencia, eran cualquier cosa excepto la política, el medioambiente o algún tema aburrido. Todos esos asuntos ocupaban otro lugar, siendo reemplazados por lo que a ella le gustaba, el manga, el anime, la lectura, salir con sus amigas… En resumen, lo que cualquier chica de su edad tendría en la cabeza, solo que ella era capaz, además, de dar un discurso sobre medicina a los de primer curso de carrera (de hecho, colaboraba en el departamento de Pediatría como ayudante del profesor).

    Vivía con sus padres, aunque no se llevaban demasiado bien, y pasaba la mayor parte del día fuera de casa, en la universidad o dando clases particulares a niños. Si podía, solía llegar a casa a la hora del toque de queda y se encerraba en su habitación nada más llegar.

    —¿Mañana tienes tiempo por la tarde? —le preguntó Judy.

    —Nop. Gomen.[3] Mañana tengo clases hasta las ocho.

    —¿Las ocho? ¿Dónde? —quiso saber Clarissa con un deje de preocupación.

    —A unos quince minutos de casa. Y no te preocupes, los rewops no suelen salir tan pronto —la calmó Aislan.

    —Sabes que no lo digo por eso, Aislan. Los rewops están entre nosotros a todas horas, pero a partir de las ocho los humanos tenemos prohibido salir a la calle. Es la ley.

    —Ya, ya. Pero la ley no me da dinero para vivir. Las clases, sí.

    —Te arriesgas demasiado —añadió Judy—. ¿Tan importante es?

    —Ya lo sabes. Además, es con unos rewops, así que si alguna vez tengo problemas, siempre puedo escudarme en ellos.

    —Razón de más para que no sean ellos quienes fomenten el incumplimiento de las leyes. Joder, ¡las hicieron ellos!

    Nandemonai, nandemonai.[4] No os preocupéis tanto. ¿Por qué me preguntabas antes, Judy?

    —Es que me han dado invitaciones para el cine y pensé que podría interesarte. Clarissa también viene, pero si tú tienes clases…

    Gomen—se disculpó Aislan.

    Esa era su vida. A pesar de conservar a dos amigas de su instituto, no podía pasar más que unas horas durante los fines de semana con ellas. El resto casi siempre lo ocupaba estudiando o enseñando.

    El sistema estudiantil en Andrash estaba dividido en varios niveles según las habilidades de los humanos. El nivel más bajo era aquel en el que los humanos estudiaban por separado de los rewops, haciendo grandes distinciones entre ambos; después había un nivel medio donde las clases eran compartidas entre las dos especies, y estudiaban por igual. Y el nivel más alto, aquel que solo alcanzaban unos pocos, era en el que se acudía a una clase casi enteramente formada por rewops. En ella no había más de cinco humanos, y entre ellos no podía haber contacto alguno.

    Aislan pertenecía a ese nivel. Era la única humana en las aulas asignadas para los rewops, lo que ya hacía que las posibilidades de trabar amistad con alguien en la universidad se esfumaran. Si ya era complicado formar parte de una clase llena de rewops capaces de matarte de cien maneras diferentes, aún lo era más si esa chica que se igualaba en inteligencia a ellos solo tenía dieciséis años.

    Para distinguir las distintas clases y estudios, los humanos debían vestir uniforme hasta que se graduaban de la universidad. Dependiendo de si estaban en el colegio, instituto o universidad, su vestimenta cambiaba de color al rojo, marrón o azul marino respectivamente. A su vez, el pañuelo atado al cuello indicaba la clase a la que iba, baja, media o alta, siendo para todos el mismo código: verde para los bajos, amarillo para los normales y blanco para los altos.

    Así, Aislan llevaba su uniforme de camisa y falda de color azul marino con el pañuelo de color blanco. Al menos de eso sí estaba orgullosa: de poder rivalizar con los mismísimos rewops, aunque tuviera las de perder en un enfrentamiento.

    No era, ni mucho menos, una belleza. Era una chica normal y corriente. Su altura no era mayor de un metro setenta y su físico era el habitual para su edad. Era delgada, pero tenía ciertas curvas en su cuerpo, como una mujer debía tener. Su pelo castaño claro se le ondulaba. Poseía una melena corta que dejaba suelta siempre que podía, aunque para estudiar solía recogérselo en una coleta.

    Los ojos de Aislan eran de color verde, que casaba muy bien con su piel blanca (de hecho, nunca había logrado ponerse morena).

    En cuanto a sus amigas, Judy y Clarissa llevaban el uniforme del instituto de color marrón mientras que sus pañuelos eran amarillos. Ambas eran muy diferentes entre sí. Mientras que Clarissa era una chica bastante alta (superaba el metro ochenta) y muy delgada, con los ojos marrones, Judy era lo contrario: casi de la misma altura que Aislan, con los ojos de un intenso color azul que hacían que no te fijaras en el físico, pues estaba un poco pasada de peso y tenía una pequeña cicatriz en la parte derecha de su cuello provocada por un rewop al que había tenido la mala suerte de encontrar. Al menos había conseguido salir con vida, además de no convertirse en su sirviente.

    —Supongo que nos veremos entonces el próximo sábado —dijo Judy.

    —Mochiron! No lo dudes ni un momento —dijo Aislan.

    —Espera, esa es una palabra nueva. ¿Qué significa? —preguntó Clarissa.

    —Perdón. Eso significa «por supuesto». Creía que ya la había usado.

    —Tú y tus cosas… —murmuró Judy.

    Aislan se rio. Lo cierto era que no lo hacía a propósito. Llevaba ya varios años mezclando su idioma con el japonés y cada vez más le salían las palabras sin pensar. Con su hermano había mantenido divertidas conversaciones por ese tema, ya que había sido él quien le había enseñado la mayor parte de lo que sabía, mientras que el resto lo había aprendido de mangas y animes. Era su peculiar forma de hablar (salvo cuando daba discursos o exponía en clase).

    —Nosotras tenemos que irnos ya —dijo Judy.

    Aislan la miró a los ojos, pero retiró la vista unos segundos después.

    —Claro.

    —Nos veremos el próximo sábado, así nos ayudas a preparar los exámenes —comentó Clarissa.

    Hai.[5]

    Clarissa y Judy se marcharon por una calle, mientras que Aislan se fue por la contraria. Estaba algo más triste y caminaba con desgana. Una pequeña lágrima le resbaló por la mejilla.

    —¿De qué me quejo? Al menos tengo a alguien con quien salir —se dijo a sí misma—. Sería peor si tuviera que estar todo el finde encerrada en casa. Al menos sé lo que hay.

    Y Aislan lo sabía bien. El único motivo por el que Clarissa y Judy seguían siendo amigas suyas era porque ella las ayudaba a estudiar, a sacar las mejores notas y a mantenerse donde estaban ahora, en la clase media. Si no fuera por ella, no habrían conseguido entrar y por eso ahora la buscaban y se mostraban tan amistosas. Por eso no le gustaba mirarlas a los ojos, de hecho no le gustaba mirar a nadie.

    Se dice que la cara es el espejo del alma, y Aislan sabía que eso era cierto. Podía saber cosas sobre las personas con mirarlas a los ojos: si mentían, si decían la verdad, si escondían algo… Para ella eran como un libro abierto, pero también un tormento.

    A veces evitaba el contacto, pero cuando era inevitable casi siempre podía ver lo que pensaba la otra persona, la mayoría de las veces algo desagradable. Era con lo que Aislan tenía que vivir, aunque no había día que no se arrepintiera de ser tan observadora.

    Los barrios de humanos y rewops también se diferenciaban entre sí. Todos ellos estaban

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