Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los cachorros híbridos: La Fábrica, #2
Los cachorros híbridos: La Fábrica, #2
Los cachorros híbridos: La Fábrica, #2
Libro electrónico184 páginas4 horas

Los cachorros híbridos: La Fábrica, #2

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Ahora que al fin se han reunido los siete cachorros híbridos, tendrán que buscar la forma de conseguir el gen que les supondrá la libertad respecto a un futuro de dolor y tortura.

Pero no va a resultar fácil, sobre todo desde el momento en que comienzan a destaparse secretos del pasado que condicionarán la visión de los cachorros y les harán replantearse su futuro.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 nov 2018
ISBN9781386481157
Los cachorros híbridos: La Fábrica, #2

Lee más de Laura Pérez Caballero

Autores relacionados

Relacionado con Los cachorros híbridos

Títulos en esta serie (2)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Historias de monstruos para niños para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los cachorros híbridos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los cachorros híbridos - Laura Pérez Caballero

    PARA DIDI, LA MORTAL

    Índice

    1.

    2.

    3.

    4.

    5.

    6.

    7.

    8.

    9.

    10.

    11.

    12.

    13.

    14.

    15.

    16.

    17.

    18.

    19.

    20.

    21.

    22.

    23.

    24.

    25.

    26.

    27.

    28.

    29.

    30.

    31.

    32.

    33.

    34.

    35.

    36.

    37.

    38.

    39.

    40.

    41.

    42.

    43.

    44.

    45.

    46.

    47.

    48.

    49.

    50.

    51.

    52.

    53.

    54.

    LA FÁBRICA 2: Los cachorros híbridos

    1.

    El silencio volvió a hacerse en la cabaña y todos observaron a Pablo, acompañado por aquel muchacho que, quien más quien menos, ya se había hecho una idea de quién era.

    El chico tenía una herida que partía del inicio de su cabello castaño y le llegaba hasta una de sus cejas. También lucía otra herida en uno de sus pómulos hinchado y traía la ropa sucia y destrozada. Sus ojos marrones se detuvieron un segundo en los de Angélica, que le miraba fijamente.

    —Creo que aunque no le hayáis visto nunca, todos imagináis quién es ¿no?

    Efrén pasó una mano sobre el flequillo largo y rubio y le dirigió una mirada a Raúl, a quien había asimilado, un poco, como el líder de los cachorros, a pesar de que al parecer el Alfa era aquel otro chico que se llamaba Jandro.

    —Me hago una ligera idea por lo que he averiguado hasta ahora, pero no estaría mal que alguien me lo confirmara —dijo el rubio—. Este es el hijo del cabrón que ha liado todo este jaleo ¿verdad?

    Daniel arrugó la nariz y apretó los puños. Pablo colocó una mano en su pecho tratando de transmitirle calma.

    —Creo que no es el mejor momento para usar la ironía, Efrén.

    El rubio se encogió de hombros, impasible. Ya le fastidiaba bastante estar en aquel lugar y haber tenido que terminar aceptando que todo aquello era real como para encima tener que ver frente a él al hijo del responsable directo de la muerte de su padre y de la transformación y posterior desaparición de su madre.

    —¿Y qué hace aquí?

    Angélica lo preguntó mientras se acercaba un poco a él. El muchacho la siguió con la vista, desconfiado. Algo en su interior no le dejaba despegar los ojos de ella.

    —Quiere estar con vosotros, de vuestra parte, es un híbrido más —dijo Pablo.

    —¿Por qué íbamos a creerle? —gritó Efrén, fuera de sí —¿Acaso no os dais cuenta de que su padre tiene la culpa de todo? Por su culpa nosotros somos lo que somos, nuestros padres murieron y los que no, fueron condenados por él.

    Pablo levantó una mano pidiendo calma.

    —Él no es su padre, Efrén, no tiene por qué responsabilizarse de lo que esa persona hizo.

    Raúl observaba cómo Angélica no dejaba de mirar al muchacho. Pero, además, observaba alarmado cómo el muchacho tampoco despegaba los ojos de ella. El pecho comenzaba a dolerle y le apetecía saltar sobre aquel muchacho y terminar de reventarle la cara. A cambio, se dirigió a Pablo.

    —De todas formas, doctor, estoy de acuerdo con Efrén, no veo ningún motivo por el que tengamos que creerle.

    Pablo se volvió hacia  Daniel y le hizo un gesto animándole a hablar. El muchacho despegó los ojos de Angélica y los dirigió al suelo antes de comenzar.

    —Las heridas que tengo son, son fruto de una discusión con mi padre. Entiendo vuestro rencor, entiendo que desconfiéis, y seré muy sincero: Todos queremos ese gen, eso está claro, pero lo que mi padre pretende hacer con él... ese es el motivo por el que decidí venir a pedir que me acogierais, es la razón por la cual estoy aquí. Mi padre quiere hacer uso de ese gen exclusivamente con mi abuelo, conmigo, con él mismo y con los lobos transformados, al resto quiere dejarles sometidos a la condena de una vida eterna de dolores crónicos.

    Los muchachos le escuchaban en silencio, desconfiando.

    —Si él estuviera dispuesto a que todos pudiésemos hacer uso de ese gen, yo no estaría aquí, lo reconozco. Pero como no es así y creo que la información que tengo puede serviros de ayuda, he decidido traicionarlo.

    Efrén resopló mientras apartaba el flequillo y Raúl se enfrentaba al chico.

    —¿De qué información estás hablando?

    Daniel le miró y luego volvió sus ojos hacia Martín.

    —Para empezar, te diré, que tienen a tu padre en la cueva, ahí arriba, en el monte. Están esperando que te entregues a cambio de suministrarle también a él el gen.

    Martín recibió las palabras de Daniel como si le pegaran un martillazo en el cráneo. Pensó que cada vez llevaba peor lo de que le hubiera tocado en suerte ser él el portador de aquel gen.

    2.

    Daniel estaba sorprendido de lo fácil que había resultado. Se lo había planteado a Ezequiel: se infiltraría y le contaría a aquel muchacho que tenían a su padre en la cueva. Se haría pasar por uno de ellos y le torturaría contándole lo mal que se encontraba su padre y que la única forma de que le inyectaran aquel maldito gen era que él se entregase. Tendría que ser sutil, pero sabía que el sentimiento de culpa haría el resto.

    La idea de golpearle para hacerlo más real fue de Ezequiel, claro, pero ni siquiera tuvo las agallas de hacerlo él mismo. También en eso les había mentido a los demás, había sido Ibrahim el que se había dado el gusto, sobre todo después de acumular rabia tras la paliza que había recibido de Jandro.

    Ahora, frente a todos aquellos chicos, pero más que nada, ante el recibimiento y acogida del doctor, comenzaba a sentirse incómodo.

    —Creo que alguno de vosotros podría dejarle algo de ropa —decía el doctor.

    Martín levantó una mano.

    —Bueno, puede que no tarde mucho en poder heredar la mía, así que puedo ir haciéndole un préstamo.

    Angélica le dio un codazo en un costado y Martín la sujetó con un brazo por en encima de los hombros y fingió que apretaba su cabeza con la otra.

    —Ten cuidado con esta tiparraca, sus miradas matan.

    En muy poco tiempo se había establecido una relación entre los híbridos que no hubiese sucedido si Pablo no les hubiera obligado a compartir a todos juntos la misma cabaña. Angélica se preguntaba si no habría sido aquella la verdadera razón y no aquella excusa de que todo era por su seguridad.

    Daniel sonrió un poco mientras la miraba. Aquella chica despertaba unos sentimientos extraños en él. Deseaba observarla e incluso acercarse a ella, pero no era lo que esperaba sentir hacia una chica que le gustara.

    —Tampoco él se queda corto mirando —Raúl pasó un dedo por uno de los laterales de su nariz y metió aire con fuerza.

    Angélica entreabrió la boca sorprendida ante el comentario de Raúl. Aquella tensión que existía entre ellos estaba segura de que era mutua, pero no conseguía entender por qué el muchacho se alejaba de ella.

    —Está bien, entonces  déjale algo de ropa, Martín, y luego llévale  al colegio tengo algo muy importante que contaros.

    Pablo salió de la cabaña y el resto se movió dispuesto a seguirlo.

    Angélica no podía creérselo. Aquello no podía ser cierto. Cuando había notado que su conexión con alguno de los híbridos, por fin, tenía algo de especial, vio cómo una de las manos de Milita se posaba sobre el antebrazo del muchacho al adelantarlo para salir tras el doctor y cómo el muchacho se giraba hacia ella y sus ojos se dilataban su boca se abría un poco y todo su cuerpo temblaba ante la impresión.

    No lo vio sólo ella. Todos en la cabaña se quedaron eclipsados ante la imagen de los dos muchachos mirándose. Todos notaron cómo el ambiente se volvía tan intenso que abarcaba el infinito. Era como ver surgir el amor de una forma sólida, de una forma tan densa y compartida que no ofendía.

    Sin embargo, los ojos de Angélica se llenaron de lágrimas, porque aquel momento creía que la pertenecía y de nuevo aquella chica pequeña, desharrapada y de aspecto tan frágil, había conseguido arrebatárselo.

    50.

    Angélica dejó que todos salieran delante y se encerró en el baño mientras Martín le mostraba algo de ropa a Daniel.

    Se miró en el espejo. Sus ojos estaban enrojecidos, se veía claramente que estaba a punto de echarse a llorar y no quería que los demás la vieran así. Siempre la había dado vergüenza mostrar debilidad. No quería ser como una niña o una princesa indefensa a la que mirasen como si fuese necesario cuidar. Sin embargo, a veces la apetecía rendirse, cuando se daba cuenta de que jamás se daban cuenta de sus sentimientos. Era muy frustrante sentirse ignorada solo por no ser capaz de mostrarse desvalida.

    Martín abrió la puerta del baño.

    —Perdona —se disculpó cohibido al verla—, no me di cuenta de que te habías quedado, pensé que habías salido con los otros.

    —No importa, nadie se da cuenta nunca.

    Martín se quedó un segundo agarrado a la puerta, sin saber si salir o entrar. Al final, optó por lo último. Angélica se sentó en la taza del váter.

    —¿Qué te pasa, Angélica?

    Ella levantó la vista hacia él. Recogió la primera lágrima que comenzaba a escurrir sobre su rostro.

    —Es por Raúl ¿verdad?

    Martín se puso a cuclillas ante ella y Angélica se sorprendió ante la intuición del chico. Hacía un segundo estaba pensando en que nadie se fijaba en ella y ahora Martín saltaba con aquello.

    —¿Tanto se nota?

    Martín se rió con torpeza.

    —Digamos que tan sólo un pelín menos de lo que acabamos de presenciar todos entre el hijo del sindedos y Milita.

    Angélica hizo un gesto para que Martín bajara la voz.

    —Ha sido alucinante. Esa chica tiene el poder de eclipsaros a todos.

    Martín  puso una mano sobre la rodilla que sobresalía de las piernas cruzadas de Angélica.

    —No, a todos no.

    Angélica notó que se ruborizaba. No era posible que aquel chico se le fuera a declarar. No tenía más que ganas de llorar, no podía ser que todo le saliera siempre tan mal. Ella no podría jamás enamorarse de Martín, estaba segura, pero sería típico de ella, sería como lo más natural, que fuese a amarl justo el chico cuya muerte era inminente. Se sintió cretina al pensar en aquello.

    —Martín, yo, yo... te agradezco de verdad que quieras animarme.

    —Venga, Angélica, no quiero animarte. Es decir, claro que quiero que te animes, pero no te digo algo así por eso, ¿quién te crees que soy? No te lo diría si no estuviera seguro de ello.

    Angélica retuvo las lágrimas como pudo. Martín se puso en pie al escuchar que Daniel estaba golpeando con los nudillos en la puerta.

    Justo antes de abrir se volvió hacia Angélica para dejarla completamente desconcertada.

    —Puede que Daniel fuera la clave necesaria para que el idiota de Raúl se decida de una vez a decirte lo que de verdad siente por ti.

    3.

    Camino al colegio, Daniel no le quitaba ojo de encima a Angélica y ella no podía concentrase en la última frase que Martín la había dirigido en el baño.

    No entendía nada. Aquel chico, que no dejaba de mirarla, acababa de tener un encuentro apoteósico con Milita. Era evidente que el deseo había recorrido a los dos muchachos al punto de conseguir transmitírselo al resto ¿por qué la miraba entonces a ella  así?

    Entraron en el pasillo que llevaba a la sala y Angélica vio que Raúl y Milita hablaban junto a la puerta de entrada. Él parecía tenso y ella mantenía la mirada baja.

    Milita aprovechó a entrar apenas pasó Daniel, y entonces Raúl sujetó a Angélica, que iba la última, justo antes de que entrara ella también a la sala de reuniones.

    —Ten cuidado

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1