¡PING!
“Tendré que hacer lo que es y no debido. Tendré que hacer el bien y hacer el daño”.
—Fito Páez
Andrés, ¿tú sabes cómo se prende esta tele? Por más que Susana le sobaba todas las aristas a la pantalla plana que habían puesto en el mueble de la cocina, no encontraba un botón para prenderla.
—¡Es inteligente, mi vida! —gritó Andrés, su marido, desde el piso de arriba.
—¡Ella sí, pero yo no! ¡Ándale, que dice mi papá que ya va a salir Mena!
—¿Ya intentaste con el control? —se escuchó un ruido de piecitos corriendo por la duela y la carcajada perversa de quien se sale con la suya-, ¡Carlos, regrésate a tu cama!
Regó la mirada por la cocina. ¿Dónde demonios estaría el control? No tenía ni idea. Ella no usaba esa tele, por una razón casi de pensamiento mágico: sentía que en el momento en que se sentara en un banco de la cocina a verla, todo estaría perdido. No sabía por qué, pero le parecía que eso sí ya era darse por vencida y asumir que era una señora.
Está bien que desde hace dos años tengo una camioneta que me maneja más a mí que yo a ella, que una vez a la semana llevo a mi suegra al súper y que prefiero usar una mochila que era la pañalera de los gemelos en lugar del glamour de una bolsa, pero la tele en la cocina sí me supera.
Pero ahora no tenía opción. Tenía que dejar listo
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