Cautivo del pasado
Por Kim Lawrence
4.5/5
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Danilo se había encerrado en sí mismo tras el accidente de tráfico que robó la vida a sus padres y dejó a su hermana en una silla de ruedas; pero, al ver a Tess Jones en peligro, su instinto protector lo empujó a salvarla y a ofrecerle refugio en su imponente palacio de la Toscana.
Tess Jones podía ser virgen, pero sabía lo que quería en materia de hombres y, por muy sexy que fuera aquel italiano, no se parecía a lo que buscaba. Sin embargo, terminó por rendirse a Danilo, y a una pasión que la cambió completo. Solo faltaba una cosa: conseguir que su amante venciera a los fantasmas de su pasado y se dejara llevar.
Kim Lawrence
Kim Lawrence was encouraged by her husband to write when the unsocial hours of nursing didn’t look attractive! He told her she could do anything she set her mind to, so Kim tried her hand at writing. Always a keen Mills & Boon reader, it seemed natural for her to write a romance novel – now she can’t imagine doing anything else. She is a keen gardener and cook and enjoys running on the beach with her Jack Russell. Kim lives in Wales.
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Cautivo del pasado - Kim Lawrence
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Kim Lawrence
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Cautivo del pasado, n.º 2559 - julio 2017
Título original: Surrendering to the Italian’s Command
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9999-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
TESS apoyó la frente en el frigorífico e hizo un esfuerzo por mostrarse animada.
–Estoy bien –mintió con voz ronca–. Estoy mucho mejor.
–No sabes mentir –replicó Fiona.
Tess se irguió y se llevó una mano a la cabeza. Le dolía bastante, pero respondió con una sonrisa débil al afecto de su amiga.
–Claro que sé. Soy una gran mentirosa.
Por mucho que negara la verdad, Tess era consciente de que no sonaba tan creíble como el día anterior, cuando le había dicho a la secretaria de su madre que no podría asistir a la apertura del centro que su madre iba a inaugurar. Evidentemente, la gripe tenía sus ventajas. Pero no se podía decir que hubiera mentido a Fiona. Era cierto que estaba mejor, aunque no tanto como para no sentirse fatal.
–Si hubiera podido, te habría llevado a casa al salir del trabajo, pero tenía muchas cosas que hacer. No eres la única que se ha resfriado. Media oficina está enferma –declaró su amiga–. Volveré mañana por la mañana, cuando deje a Sally y a las chicas en la estación. ¿Necesitas algo?
–No hace falta que…
–Vendré de todas formas –la interrumpió.
–De acuerdo, pero no te quejes si te pego la gripe.
–Nunca he tenido una gripe.
–No tientes a la suerte –le advirtió.
Tess se apoyó en la encimera. Estaba tan débil que el simple hecho de salir del dormitorio y dirigirse a la cocina la había agotado.
–Entre tanto, hazme el favor de tomar suficientes líquidos –dijo Fiona–. Por cierto, ¿has cambiado las cerraduras?
–He hecho todo lo que la policía sugirió.
Tess miró las cerrojos nuevos de la puerta principal y pensó que se empezaba a sentir prisionera en su propia casa.
–Deberían haber detenido a ese psicópata.
–Bueno, mencionaron la posibilidad de pedir una orden de alejamiento.
–Y entonces, ¿por qué no han… ? –Fiona gimió de repente y dejó la frase sin terminar–. Ah, ya lo entiendo. Tu madre.
Tess no dijo nada. No era necesario. Fiona era una de las pocas personas que lo entendían. Estaba con ella cuando su madre puso su cara en unos carteles y la convirtió en vanguardia de su cruzada contra el acoso escolar, aunque solo tenía diez años. Y también estaba con ella cuando aprovechó su tristeza en el entierro de su padre para ganarse el corazón de los electores y conseguir un puesto de concejal.
–Tiene buenas intenciones –replicó, sintiéndose en la obligación de defenderla.
Tess fue sincera en su afirmación. Era cierto que Beth Tracy estaba obsesionada por promocionarse a sí misma, pero no lo hacía por ambiciones personales, sino por las causas que defendía.
–Me han dicho que quiere presentarse a la alcaldía –dijo Fiona.
–Sí, yo también lo he oído –declaró Tess–. Pero, volviendo a lo que estábamos hablando, no había garantía alguna de que los tribunales hubieran emitido una orden de alejamiento. Ese hombre parece incapaz de hacer daño a nadie. Y, por otra parte, ni se llevó nada del piso ni tengo pruebas de que estuviera en él.
–Puede que no se llevara nada, pero se metió en tu casa.
Tess se sentó en el suelo, contenta de que su amiga no hubiera visto que le temblaban las piernas. El allanamiento de su casa había sido la gota que colmaba el vaso. Hasta entonces, había optado por hacer caso omiso del problema, pensando que aquel individuo se aburriría y la dejaría en paz. Pero ahora sabía que era peligroso.
El hombre que la acosaba había estado mirando su ropa interior y le había dejado una botella de champán y un par de copas en la mesilla de noche, además de esparcir pétalos de rosa sobre la cama. Evidentemente, quería que supiera que había estado allí. Aunque se había tomado muchas molestias para no dejar ninguna huella dactilar.
–Lo sé –dijo Tess, que carraspeó–. Pero supongo que una botella de champán y unos pétalos de rosa no son agresión suficiente.
–¿Y qué pasa con el acoso? ¿Les hablaste de los mensajes de correo electrónico que te ha estado enviando?
–No contienen nada amenazador. De hecho, la policía simpatiza con él.
Tess sabía que los agentes no la tomarían muy en serio, teniendo en cuenta que no había pasado gran cosa; pero le pareció indignante que justificaran la actitud de Ben Morgan, quien creía que mantenía una relación amorosa con ella solo porque habían coincidido unas cuantas veces en la parada del autobús.
–¿Que simpatiza con él? –bramó Fiona, enfadada–. ¿Y qué pasará si te apuñala una noche, cuando estés dormida?
Tess soltó un grito ahogado, y Fiona se apresuró a tranquilizarla.
–No te va a apuñalar. Ese tipo es un perdedor, un simple cretino –afirmó, arrepentida de lo que había dicho–. Oh, ¿por qué seré tan bocazas…? ¿Te encuentras bien?
–Sí, por supuesto. No es nada que no se pueda curar con un par de aspirinas y una taza de té.
Justo entonces, se oyó un estruendo.
–¡Como no bajéis el volumen, apagaré la televisión! –exclamó Fiona–. Lo siento, Tess… Mi hermana me ha dejado a las gemelas para que se las cuide, y no las podía dejar en casa. Será mejor que me las lleve.
–No tiene importancia, Fi.
–¿Seguro que estás bien? Tienes la voz tomada.
–Mi aspecto me preocupa más que mi voz. Debe de ser terrible –ironizó.
Tess se echó el pelo hacia atrás y miró su reflejo en la reluciente superficie de la tetera, para ver si estaba tan pálida y ojerosa como se había levantado. Y lo estaba.
–Qué horror –dijo–. Pensándolo bien, me tomaré esa taza de té y me iré a la cama.
–Una idea excelente. Hasta mañana, Tess.
–Hasta mañana.
Tess llenó la tetera y abrió el frigorífico para sacar un cartón de leche; pero no le quedaba, y le apetecía tanto que decidió ir a comprar. Por desgracia, la tienda más cercana estaba a doscientos metros de allí. Y eso, si atajaba por el callejón.
Como no podía salir en pijama, se detuvo un momento en la puerta y alcanzó la gabardina que se había dejado el novio de Fiona la última vez que fueron a cenar. Era un hombre delgado, pero no tardó en descubrir que la prenda le quedaba demasiado grande.
Ya se encontraba a mitad de camino cuando se acordó de las recomendaciones que le había hecho una de las agentes de policía: además de sugerirle que desactivara sus cuentas en las redes sociales, le había aconsejado que no saliera sola a la calle y que, si se veía obligada a salir, evitara los lugares oscuros y poco concurridos. Es decir, lugares como aquel.
Tess se quedó helada, súbitamente consciente de la oscuridad del callejón. Estaba haciendo lo contrario de lo que le había pedido la agente de policía.
Nerviosa, respiró hondo con intención de tranquilizarse; pero solo sirvió para que sufriera un acceso de tos, que resonó en las paredes mientras su razón le decía que diera media vuelta y huyera a toda prisa. Sin embargo, no tenía fuerzas para correr. Y, por otra parte, estaba más lejos de su casa que de la calle de la tienda, siempre bien iluminada y llena de gente.
–No te pasará nada, no te pasará nada –se repitió–. Tú no eres una víctima.
En ese momento, un hombre se detuvo en el extremo del callejón y empezó a caminar hacia ella. Tess abrió la boca para gritar, pero no pudo. Se había quedado paralizada. No podía ni respirar. Era como si tuviera un peso enorme sobre el pecho.
–Tranquila –dijo él–. Vengo a cuidar de ti, cariño.
Ella intentó gritar de nuevo. Y, esta vez, emitió algo parecido a un grito.
–No puedo decir gran cosa sin conocer más detalles sobre el estado de su hermana. Pero, por lo que me ha contado, tengo la sensación de que ese tratamiento no funcionaría.
Danilo sacudió la cabeza y suspiró sin decir nada.
–Ahora bien, si quiere que la examine… –continuó el médico–. Aunque supongo que, antes, querrá discutirlo con ella.
–¿Con quién?
–Con su hermana, naturalmente. Ha dicho que ya se ha sometido a varios tratamientos, y que ninguno ha tenido éxito.
Por alguna razón, Danilo se acordó de las palabras que le había dedicado un chico el mes anterior, después de que él intentara alejarlo de su hermana. Le había dicho que se querían, que Nat lo quería a su lado y que no tenía derecho a entrometerse en su vida.
–Mi hermana quiere caminar, doctor.
El médico asintió, se levantó y dijo, antes de marcharse:
–Estaremos en contacto.
Danilo se puso