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Fenomenología de Maradona
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Libro electrónico168 páginas3 horas

Fenomenología de Maradona

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Pocos personajes han sido más protagonistas de su tiempo que Diego Armando Maradona, un deportista de élite proveniente del proletariado de Villa Fiorito y elevado por las masas a la categoría de Dios. Filósofos, periodistas y politólogos interpretan en este libro coral el sentido de un fenómeno que trascendió las líneas que delimitan el terreno de juego y transformó al astro argentino en objeto de veneración a escala mundial, en símbolo deportivo, político y social, en el resultado de un espectacular proceso de apoteosis profana único en su mezcla de idolatría mística y fanatismo pop.
¿Quién fue y qué significó Diego Armando Maradona? ¿Qué razones explican su triunfal y aclamado ingreso en el panteón de las divinidades laicas?
Conocido por todos, celebrado por la mayoría y denostado por algunos a causa de su problemática relación con las drogas y las mujeres, Maradona no solo es el icono que representa y encarna el robusto sentimiento nacional que pervive en el ánimo de los argentinos, sino que también se convirtió en emblema de la lucha de clases y en fuente inagotable de esperanza para los más desfavorecidos, que siempre lo vieron como uno de los suyos.
El libro incluye un texto de Fernando Signorini, histórico preparador físico de Maradona, y una entrevista al árbitro tunecino que (no) vio la mano de Dios.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2022
ISBN9788418481543
Fenomenología de Maradona

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    Fenomenología de Maradona - Santiago Zabala

    PortadaEl PelusaPortadilla

    Prólogo

    Una vida con el Diego

    FERNANDO SIGNORINI

    1

    Es imposible concebir el fenómeno Diego Maradona sin describir su periplo por el mundo. Un recorrido que lo llevó de Buenos Aires al Vaticano pasando por Barcelona y Nápoles, en cuyo mar se sintió como un pez que nadaba en las aguas más propicias. El lugar que ocupa la ciudad italiana es céntrico, como bien entendió Asif Kapadia, que en su famoso documental puso el foco en Nápoles. Todavía tengo muy fresco el recuerdo del día que llegamos allí por primera vez, en julio de 1984. En aquel momento, nadie hubiese pensado en lo que estaba a punto de crearse. Del aeropuerto al estadio, el coche que nos acompañaba a mí y a Chitoro, el padre de Diego, pasaba por esos vicoli, esas calles angostas y llenas de basura, que no fueron precisamente la mejor presentación para la aventura de Maradona en su nuevo equipo. El padre de Diego me susurró: «¿A dónde lo han traído a mi hijo?». Delante de nosotros estaba José Alberti (el agente que hizo posible el traspaso del Barça al Napoli), quien le respondió: «Don Diego, tiene usted razón. Pero verá que si se queda un año acá no va a querer irse nunca más». Y tuvo razón.

    Mientras caminábamos por el caos de las entrañas de la ciudad, Diego disfrutaba de una experiencia sensacional en la bahía a bordo de un lujoso yate para firmar el contrato. En aquella bahía apareció el primer presentimiento de que algo estaba cambiando. Diego fue un ídolo para los napolitanos desde el minuto uno, demostró en poco tiempo ser uno más: un napolitano nacido en Argentina. Se sintió como pez en el agua, o más bien como un perrito con dos colas. Recuerdo cómo a la vuelta de los entrenamientos nos quedábamos hechizados por la estupenda vista del Vesubio desde las sinuosas curvas de Via Petrarca. Se había creado una sinergia única entre lugar y persona.

    La cara de Diego cuando pisó por primera vez el San Paolo (que hoy lleva su nombre) era la de un niño feliz. Mientras los demás paseaban, él pateó una pelota al ángulo del arco y mostró en ese momento tanto su faceta juguetona como su calidad futbolística, entre las risas de todos los demás. El fenómeno nació aquel día, cuando su instinto y sus ganas de rebeldía se cruzaron con el arrebato de revancha del pueblo napolitano. Pasar de Barcelona, donde vivía en el acomodado barrio de Pedralbes, a Nápoles fue muy raro para un jugador de su calibre. Pero en Barcelona, paradójicamente, Diego tuvo muchos obstáculos para hacer la vida que él quería hacer, ya que el ambiente le exigía un determinado comportamiento. Sin embargo, no hay que olvidar que se trataba de un pibe de poco más de veinte años que venía de la humilde condición de una «villa miseria» en Argentina.

    Antes de que llegara a la sombra del Vesubio, nadie podía imaginar la posibilidad de que Diego recalara en el Napoli. «Si acaba jugando en Italia, lo hará en la Juventus, ¿no?», decían todos. Y una vez un periodista me dijo: «¿Te imaginas a Diego con el 10 de Platini?». Y yo le contesté: «En ese caso no sería Maradona…». En aquel contexto, el calor de la gente fue vital para que él se pudiera expresar al máximo nivel. Yo no puedo explicarme el mito de Maradona sin Nápoles. Creo que lo mejor que le pasó en su vida deportiva fue haber firmado por el Napoli, dónde alcanzó su zenit y su máxima serenidad. Con la Juve hubiera ganado algún scudetto más, pero no hubiera tenido nunca la oportunidad de demostrar la rebeldía de un oprimido que se niega a serlo. Ni siquiera con Boca Diego pudo mostrar de verdad su faceta revolucionaria y rebelde, pero con el Napoli sí.

    Diego era una exageración como jugador y como personaje. Y eso está demostrado por el hecho de que con veinte años ya era un jugador que se mostraba muy desenfadado con el poder. Tenía el gen de la rebeldía inoculado en Villa Fiorito. Cuando era chico, ningún presidente lo había ido a buscar, y ningún papa tampoco fue a verlo en el barrio humilde en el que nació y se crio. Después, cuando empezó sus conquistas y, sobre todo, tras la gran actuación en el Mundial de México, los mismos que lo despreciaban quisieron trabar amistad. Terminó en el balcón de la casa del Gobierno en una clara manipulación del éxito, y terminó en el Vaticano. Diego era consciente de eso y me decía siempre: «Yo sé que me están usando, pero les dejaré hasta que yo quiera, y nunca me van a callar la boca». Hasta el último momento, estuvo al lado de las Madres de Plaza de Mayo, estuvo en la marcha de los jubilados en Buenos Aires, siempre se enfrentó al poder. Primero fue peronista y después kirchnerista. Eso siempre lo tuvo claro. Jamás iba a jugar para el opresor, sino para el oprimido. Él mismo sabía que el pibe de Fiorito seguía siendo el mismo y en Nápoles encontró el caldo de cultivo más propicio, porque la pasión que los napolitanos sienten por el fútbol no puede asemejarse a ninguna otra.

    Nápoles para él fue como Buenos Aires. Las dos ciudades se parecen, porque en ambas se alternan edificios lujosos y barrios marginales. Y ahí es donde fue inmensamente feliz, sobre todo antes de que su adicción empezara a ser preocupante. Diego encontró en el vestuario afecto y reconocimiento, y con los compañeros era Diego, como en la casa de Via Scipione Capece 3. Después, cuando salía de casa o del vestuario, se transformaba en Maradona.

    Su partida definitiva, sin embargo, era lógico que fuera en Argentina. Con el paso del tiempo, cada uno tiende a volver a su casa. Él tenía un gran respeto hacia los símbolos, como sus padres, que siempre estuvieron en Argentina. Y, hasta pocas semanas antes de morir, creo que nunca llegó a plantearse poder irse así de repente. Cuando lo vi aparecer, en aquellas condiciones, el día de su cumpleaños en la cancha de Gimnasia, empecé a pensar que no le quedaban más de tres meses. Finalmente, fueron apenas veinticinco días. Tal vez él ya supo que estaba al borde del abismo. Al borde del abismo de una vida cuyo infinito y mágico periplo se tenía que cerrar cerca de donde había venido al mundo.

    La filosofía que esconde la rebeldía de Maradona

    SANTIAGO ZABALA

    2

    Quien piensa a lo grande, a lo grande yerra.

    MARTIN HEIDEGGER

    Aus der Erfahrung des Denkens

    Jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, y no por ella.

    EDUARDO GALEANO

    El fútbol a sol y sombra

    En los meses siguientes al 25 de noviembre de 2020, pocos acontecimientos recibieron tanta atención como la muerte de Diego Armando Maradona. Solo la pandemia causada por el coronavirus, el asalto al Capitolio en Washington, el bloqueo del canal de Suez y el retorno de los talibanes a Afghanistán recibieron una atención semejante en los medios internacionales. Es difícil imaginar que la muerte de otra persona pueda merecer tanta cobertura mediática hoy día. Maradona fue un futbolista, no un gran estadista, no un premio Nobel o una estrella del rock. No hay duda de que el deportista argentino llevó la dimensión existencial del fútbol más allá del terreno de juego, y que simbolizó también qué significa ser un ser humano en el mundo capitalista. Demostró que las capacidades, por sí solas, no marcan las diferencias. Se necesita actitud, ambición y determinación, que suelen ser el único equipaje de los pobres, de los desfavorecidos, de los marginados, con los que Maradona se identificó con orgullo. Nació en Villa Fiorito, un barrio de chabolas en los arrabales del sur de Buenos Aires; y allí creció sin agua corriente ni electricidad. Por eso su muerte afectó no solo a quienes algunas veces jugaron al fútbol o fueron sus seguidores, sino también a todos aquellos que se sienten social, étnica y geográficamente marginados.

    Conocida la noticia de su muerte, el día siguiente, estrellas del fútbol como Lionel Messi, Megan Rapinoe o José Mourinho, le rindieron homenaje —por supuesto—, pero lo relevante es que a ellos se unieron estrellas de otros deportes, como el equipo de los All Blacks o destacadas figuras de la nba. Argentina declaró tres días de luto nacional, el alcalde de Nápoles anunció que el estadio de la ciudad iba a ser bautizado con su nombre. Incluso el presidente de Francia hizo una declaración para honrar a la leyenda. «La mano de Dios —escribió Emmanuel Macron— bajó el genio del fútbol a la tierra», y se convirtió «en el mejor jugador del mundo… alguien que batió a la Inglaterra de Margaret Thatcher… Tenemos un rey Pelé, ahora tenemos un dios Diego». El hecho de que Macron, u otro jefe de Estado de nivel semejante, rinda un homenaje de este calibre a un jugador de fútbol de otro continente es algo excepcional, a decir poco.

    Estos reconocimientos muestran que Maradona fue algo más que el mejor jugador del mundo, y el documental de Asif Kapadia es un recuerdo elegante de lo que supuso. ¿Por qué su muerte afectó a tanta gente? Este artículo tiene como objetivo descubrir la filosofía que se escondía tras el comportamiento de Maradona y tras su rebeldía, lo que creo necesario —a mi modo de ver— para comprender el fenómeno que fue y el legado que dejó. No quiero decir que el jugador argentino tuviera «una filosofía» vital y que debamos ahora etiquetarla. Como los críticos de arte, que explican las obras de los artistas a través de conceptos y de movimientos —véase el drip painting o el land art—, me propongo demostrar que hay una actitud filosófica que da sentido a los comportamientos. Antes de aventurarse en estas cuestiones, con todo, es necesario estudiar por qué el error, dar bandazos, descarrilar, son necesarios para convertirse en leyenda.

    La grandeza necesita del error; es decir: para pensar, para crear o para jugar excelentemente, uno necesita, también, equivocarse grandemente. Para equivocarse, empero, uno debe haber tomado partido, haber elegido un grupo, un bando, o abrazado una causa. Por desgracia, los deportistas —como los filósofos—, evitan con demasiada frecuencia tomar partido o, incluso, demostrar intereses sociales, adoptar causas sociales. El miedo al error es lo que suele regular, generalmente, si merece la pena abrazar una causa o tomar partido. Maradona no es el único entre los grandes talentos que cayó en el error a lo largo de su carrera. Martin Heidegger, quizá el filósofo más importante desde Hegel, se equivocó sobremanera, aunque fuera considerado «el rey que reinó en la sombra sobre el reino de la filosofía», como dijo Hannah Arendt. Heidegger sentó la bases del existencialismo de Jean-Paul Sartre, de la hermenéutica de Hans-Georg Gadamer. Del mismo modo, influyó en la obra de muchos otros pensadores que se basaron en sus ideas. En 1933, se convirtió en el líder intelectual de la universidad de Friburgo en Brisgovia en tiempos del nazismo, se afilió al partido, si bien dimitió repentinamente del cargo de rector en abril de 1934. No fue el único gran filósofo occidental cercano a ideas racistas y antidemocráticas: Aristóteles justificó la esclavitud, David Hume consideró que los negros eran inferiores por naturaleza a los blancos, Gottlob Frege simpatizó con el fascismo y el antisemitismo. Lo más cerca que Heidegger estuvo de pedir perdón por el error fue afirmar que «quien piensa a lo grande, a lo grande yerra». Es un modo de argumentar no muy diferente al que siguió Eduardo Galeano a la hora de valorar la drogadicción de Maradona:3

    Maradona nunca había usado estimulantes, en vísperas de los partidos, para multiplicarse el cuerpo. Es verdad que había estado metido en la cocaína, pero se dopaba en las fiestas tristes, para olvidar o ser olvidado, cuando ya estaba acorralado por la gloria y no podía vivir sin la fama que no lo dejaba vivir. Jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, y no por ella.

    Hay una conexión entre la (generosa) interpretación de Galeano y la (insuficiente) excusa de Heidegger. El error de este último, como apuntó Jürgen Habermas, es un hecho independiente de la filosofía.4 El talento de Maradona, como señaló Galeano, es independiente del consumo de drogas. Del mismo

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