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Futbolítica: Una vuelta al mundo a través de clubes políticamente singulares
Futbolítica: Una vuelta al mundo a través de clubes políticamente singulares
Futbolítica: Una vuelta al mundo a través de clubes políticamente singulares
Libro electrónico350 páginas7 horas

Futbolítica: Una vuelta al mundo a través de clubes políticamente singulares

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¿Puede un partido de fútbol desencadenar una guerra? ¿Es el Barça el único equipo en poder presumir de ser més que un club? ¿Qué peculiaridades unen a conjuntos tan dispares y geográficamente lejanos como el Celtic de Glasgow y el Al-Wehdat de Jordania? ¿Puede el fútbol servir a la causa de la democracia frente a una dictadura y viceversa?

El mundo como una pelota, la historia como un partido de fútbol. Leyendo Futbolítica descubriremos que no hay ningún episodio histórico contemporáneo relevante que no se vea reflejado en la trayectoria de algún club de fútbol, hasta el punto de que, a través de sus historias, es posible revivir la mayoría de los acontecimientos que han marcado el último siglo: las rebeliones anticoloniales y la lucha de clases, el nazismo y el comunismo, la Guerra Fría y la de los Balcanes, los conflictos nacionales y la lucha contra las dictaduras…

Futbolítica es una lectura apasionante, llena de anécdotas y datos que, con el ritmo vertiginoso de los grandes partidos, nos invita a conocer estos extraordinarios actores políticos que son los clubes de fútbol y a reflexionar sobre su papel, a menudo crucial, como representantes de ideologías, grupos étnicos, comunidades oprimidas o minorías rebeldes.Las presentes páginas reúnen los episodios más significativos de esta inquietante simbiosis entre el fútbol y las dictaduras fascistas; anécdotas, hazañas —a veces trágicas y otras rocambolescas— en las que el fútbol ha sido empleado como venda para tapar los ojos del pueblo o como vehículo de adoctrinamiento en el marco de delirantes diseños propagandísticos concebidos por megalómanos déspotas de medio mundo.

El libro se divide en tres partes: la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, la España de Franco y el Portugal de Salazar, y las dictaduras latinoamericanas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2022
ISBN9788418481536

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    Futbolítica - Ramon Usall

    PortadaMaradonaPortadilla

    Introducción:

    LOS CLUBES DE FÚTBOL COMO ACTORES POLÍTICOS QUE TAMBIÉN ESCRIBEN LA HISTORIA

    Apenas nacido el fútbol tal y como lo conocemos hoy, en aquella Inglaterra industrial de la segunda mitad del siglo XIX, los clubes que practicaban esta disciplina se convirtieron en algo más que simples entidades deportivas. El carácter colectivo de la práctica de este deporte ayudó a reforzar la identidad comunitaria de unos clubes que asumieron así la representación de una determinada ideología política y la exportaron incluso fuera de la ciudad, del barrio, del centro educativo, de la parroquia o de los simpatizantes.

    La extensión de la práctica del fútbol y de su afición por él, que lo ha convertido con el paso de los años en un auténtico fenómeno global, ha contribuido a consolidar la faceta representativa de unos clubes que han asumido, de forma frecuente, la condición de portavoces de una comunidad. Esta es una circunstancia que conocemos bien en la Península Ibérica, donde hemos escuchado desde hace décadas que el Barça, una de las principales entidades deportivas de este rincón del planeta, era «más que un club». Lo certifica su intensa historia, estrechamente vinculada a la crónica de Cataluña, que a menudo ha convertido al equipo barcelonés en un actor político que ha expresado los anhelos de la comunidad catalana: desde la reivindicación autonomista en los años de la Mancomunidad, hasta el papel simbólico que tuvo durante el franquismo, pasando lógicamente por los silbidos a la Marcha Real como mecanismo de protesta contra la dictadura de Primo de Rivera. De hecho, hay análisis que, exagerando la relevancia del fútbol en la historia de nuestros días, han llegado a situar el inicio exacto de la transición española el 17 de febrero de 1974, el día en que, con Franco agonizante, el Barça asaltó el Bernabéu y se impuso al Real Madrid por un histórico 0-5 que representó un cambio en el fútbol estatal. Hubo quien quiso leer el resultado también en términos inequívocamente políticos.

    A pesar de estas interpretaciones excesivas, es obvio el papel histórico y político que el Barça ha jugado en determinados momentos de nuestra historia reciente. Un papel que nos ha llevado a considerarlo un club singular. Como también lo es, evidentemente de otra forma, el Real Madrid, cuya historia es también un fiel reflejo de la crónica española de la última centuria, tal y como puede certificarse si se comprueba su actitud durante la Segunda República, cuando el equipo dejó de ser Real, o si se analiza el papel que el club desarrolló durante el régimen franquista, cuando se convirtió en un elemento clave para la dictadura y ayudó a romper su aislamiento internacional y a proyectar de ella una imagen positiva al mundo.

    Revisando el fútbol mundial, tanto el FC Barcelona como el Real Madrid son clubes menos singulares de lo que a priori parecen. Prácticamente todas las regiones del planeta donde hay conflictos de carácter territorial tienen su Barça o su Madrid. Sin ir más lejos, en casi todas las naciones sin Estado del mundo existen entidades que han asumido el papel de representar deportivamente a su comunidad. Lo hace el Athletic Club de Bilbao en el País Vasco, con una singular política de contratación que pretende reafirmar su identidad euskalduna; el Sporting Club de Bastia en Córcega, cuyos éxitos principales coincidieron con el auge del movimiento nacionalista; los Celtic, ya sean de Glasgow o de Belfast, representando a la comunidad republicana irlandesa; el Al-Wehdat, nacido en los campos de refugiados de Jordania, que se convirtió en la voz futbolística de Palestina; el Dinamo de Zagreb o el Hajduk de Split en la Croacia integrada en la Yugoslavia federal; o el Ararat de Ereván en la Armenia soviética… Una lista larguísima que nos certifica que los clubes que han asumido, en lugares y en circunstancias históricas muy diferentes, el rol de representantes de las aspiraciones de las comunidades nacionales a las que pertenecen son una auténtica legión.

    Pero estos actores políticos que son los clubes de fútbol no han limitado su representatividad al hecho de convertirse en bandera de las aspiraciones nacionalistas. En muchos casos, las entidades deportivas han pretendido reforzar otras identidades. Es el caso del FC Sochaux, el primer club profesional francés, nacido bajo el auspicio de la principal fábrica de la localidad, la empresa automovilística Peugeot, que pretendía así fomentar la identificación de sus obreros con la imagen de la empresa, cuyo equipo lucía el logotipo y los colores corporativos.

    Al igual que ha habido clubes nacidos con el objetivo de desactivar las tensiones propias de la lucha de clases, hay otros que han hecho precisamente de su adscripción social un elemento clave de su identidad. Así pues, son también numerosos los clubes que, a lo largo de la historia, se han vinculado a la clase obrera. El Racing Club de Lens, en la región minera del norte de Francia, el Rayo del Madrid obrero y popular del barrio de Vallecas, el Sloboda de la Tuzla industrial de los años del titismo yugoslavo, el Torino que simbolizaba la aspiración obrera de vencer sobre el terreno de juego a un rival, la Juventus, estrechamente vinculado a los patronos de la FIAT o, sin ir más lejos, el modesto Atlético Baleares, que nació en la Mallorca de principios del siglo XX como un club identificado con la clase trabajadora isleña.

    El simbolismo de los clubes de fútbol es tan grande que una mirada a su historia nos permite repasar la mayoría de los acontecimientos que han marcado la época contemporánea. No hay dictador que se precie que no haya utilizado un club de fútbol como elemento propagandístico. Lo hizo Franco, como hemos apuntado previamente, con el Real Madrid campeón de Europa que permitía a su dictadura romper el aislamiento internacional; más o menos lo mismo que hizo Salazar con el Benfica lisboeta que, con Eusébio en sus filas, se convirtió en el principal representante de la idea del Portugal imperial que defendía el sátrapa. Antes lo había hecho Benito Mussolini, para quien el deporte era precisamente un vehículo de difusión del ideal fascista, instrumentalizando, en su caso, los éxitos de la squadra azzurra como medio para justificar su idea de una Italia triunfadora. Exactamente igual a como lo iban a hacer más tarde otros dictadores como Nicolae Ceaușescu en Rumanía, quien situó a su hijo Valentin al frente de un Steaua de Bucarest que se convirtió en el primer club de la Europa del Este en levantar la preciada Copa de Europa, y que impulsó también un equipo de élite en su pequeña ciudad natal de Scornicești. O como Augusto Pinochet en Chile, que manejó a su servicio no tan solo el Colo-Colo, el principal club del país, sino también varias entidades creadas bajo su mandato, fundamentalmente en asentamientos mineros contestatarios, que tenían como finalidad evitar la conflictividad social y aplicar la clásica receta de «pan y circo», tan vieja como la ciudad de Roma.

    Estos intentos del poder político de utilizar el fútbol poniéndolo a su servicio tuvieron siempre otra cara, la que nos demuestra cómo el deporte rey también ha servido, a lo largo de la historia, para cuestionar dictaduras y dictadores. Así pues, el Portugal del Estado Novo encontró en un campo de fútbol uno de sus más sólidos movimientos de oposición cuando el Académica de Coimbra, un club creado por la asociación de estudiantes de la universidad de esta localidad situada en el centro del país, protagonizó la más sonora protesta contra la falta de libertades durante la disputa de la copa portuguesa de 1969. Es más, algunos de los clubes que se convirtieron en juguetes políticos a manos de tiranos tenían un pasado contestatario que, a pesar de los intentos de desmemoria, no ha podido ser borrado. El Colo-Colo glorificado por Pinochet había tenido uno de sus principales instantes de gloria bajo el mandato de la Unidad Popular de Salvador Allende cuando, en 1973, el club se convirtió en subcampeón de la Copa Libertadores, una competición cuyo nombre, por cierto, evoca la liberación de las naciones de América Latina del yugo colonial europeo. Ese mismo Colo-Colo que el dictador instrumentalizaba había posado orgulloso en el Palacio de la Moneda al lado de un sonriente Allende, quien veía en los integrantes del equipo a unos excelentes embajadores del Chile de aquella época.

    También el Real Madrid, identificado tradicionalmente con la dictadura y el nacionalismo conservador español y cuyo personaje histórico más ilustre es el reconocido franquista Santiago Bernabéu, tiene un pasado republicano que los actuales regentes de la entidad no parecen muy interesados en recuperar. Aquel Madrid de la Segunda República, que abandonó el título «real» que le había concedido Alfonso XIII, tuvo incluso un presidente fusilado, el coronel del ejército republicano y militante del Partido Comunista de España, Antonio Ortega.

    Como vemos, no hay, pues, hecho histórico contemporáneo que no se pueda explicar a través de un club de fútbol. La obsesión enfermiza del nazismo por perseguir a los judíos provocó la desaparición del Hakoah de Viena, uno de los muchos clubes que profesaban abiertamente esta confesión en la Europa del primer tercio del siglo XX. Los cruentos conflictos balcánicos de finales de la centuria pasada tuvieron su preludio en un partido que opuso a dos equipos que representaban, de forma respectiva, los nacionalismos croata y serbio que luego se enfrentaron en una guerra abierta. Fue el encuentro que disputaron, el 13 de mayo de 1990, el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado, que acabó en una auténtica batalla campal que escenificaba el inicio de la progresiva desintegración de Yugoslavia: un país étnicamente complejo que durante los años de dominio de Tito había soñado con una convivencia basada en la hermandad entre nacionalidades, la cual representaba a la perfección un club como el Velez de Mostar hasta que la trágica guerra de Bosnia hizo añicos aquel sueño de unidad y fraternidad.

    Otro partido de fútbol, si bien en esta ocasión no entre clubes sino entre selecciones, se considera origen del estallido bélico entre Honduras y el Salvador, que protagonizaron una guerra relámpago durante el verano de 1969, fruto de la tensión que entre ambos países generó la disputa de una eliminatoria de clasificación para el mundial de México de 1970. La eliminatoria tuvo que decidirse, después de que cada una de las selecciones ganara su partido como local, en un enfrentamiento en terreno neutral que exacerbó los ánimos entre ambos estados hasta el punto de hacer estallar poco después la que el periodista polaco Ryszard Kapuściński bautizó como «la guerra del fútbol». Un fútbol que también nos sirve para explicar el fenómeno del colonialismo, que impuso la práctica de este deporte a unos territorios colonizados que, paradójicamente, lo utilizaron como mecanismo para desafiar el poder ejercido por el colonizador.

    La historia es muy rica en anécdotas asociadas a clubes coloniales como, por ejemplo, que el Atlético de Tetuán, el principal club del protectorado español en Marruecos, se convirtió en el único equipo continental africano en disputar la máxima categoría de una liga europea, o que el Racing Universitario de Argel, uno de los clubes coloniales de la Argelia francesa, es el único equipo del mundo que puede presumir de haber contado con un premio Nobel defendiendo su portería.

    A estos clubes al servicio de los colonizadores muy pronto se contrapusieron equipos surgidos de la población nativa que tenían un gran simbolismo de carácter nacionalista, como es el caso, entre muchos otros, del Esperanza de Túnez, representante de la lucha anticolonial y del deseo liberador de la población musulmana tunecina. Vemos, pues, que hay multitud de episodios históricos que pueden leerse e interpretarse a través de los clubes de fútbol. La división de Alemania fruto del resultado de la Segunda Guerra Mundial, la construcción y posterior caída del muro de Berlín o la importancia estratégica de esta ciudad durante la Guerra Fría son buenos ejemplos que pueden añadirse a los anteriormente expuestos.

    De hecho, parafraseando libremente a Albert Camus, ese portero del equipo universitario de la Argel colonial que aseguraba que todo lo que había aprendido sobre la moral, la vida y las obligaciones de los hombres se lo debía al fútbol, podemos afirmar que la historia reciente de nuestro mundo, que al fin y al cabo también nos habla de la moral y de la vida de la humanidad, se puede aprender precisamente repasando el papel que el fútbol y sus clubes han desarrollado a lo largo del último siglo y medio.

    Bienvenidos y bienvenidas, pues, a este recorrido histórico a través de la crónica de una cuarentena de clubes políticamente singulares. Es posible que en ello echéis de menos algunos equipos que seguramente deberían formar parte de esta lista, como pueden ser el popular FC Sankt Pauli, convertido en símbolo antifascista de carácter internacional, o el Rayo del no menos popular barrio de Vallecas. La razón que nos ha llevado a no incluirlos es optar por historias quizás un poco menos conocidas. Parafraseando esta vez el refranero tradicional castellano, podríamos decir que no están todos los que son, pero sí son todos los que están.

    Hecha esta aclaración, esperamos que disfrutéis con esta pequeña vuelta al mundo que nos ayudará a conocer un poco más a estos actores políticos tan atípicos que a menudo han contribuido, mucho más de lo que a primera vista nos parece, a escribir la historia de nuestro tiempo.

    Islas británicas

    MANCHESTER CITY FOOTBALL CLUB

    TOTTENHAM HOTSPUR FOOTBALL CLUB

    LIVERPOOL FOOTBALL CLUB

    CELTIC FOOTBALL CLUB

    STAR OF THE SEA YOUTH CLUB

    Manchester City Football Club

    EL ORIGEN PARROQUIAL Y SOLIDARIO DEL CLUB DE LOS JEQUES Y LOS PETRODÓLARES

    El año 2008 marcó un antes y un después en la historia del Manchester City. Por aquellas fechas y como consecuencia de la delicada situación financiera del club, su titularidad pasó de las manos de Thaksin Shinawatra, antiguo primer ministro tailandés y controvertido empresario acusado de corrupción, a las del Abu Dhabi United Group. Este grupo empresarial emiratí, liderado por el jeque Mansour bin Zayed Al-Nahyan, ministro y miembro de la familia real de Abu Dhabi, multiplicó el poder adquisitivo del City convirtiéndolo en uno de los clubes paradigma del nuevo fútbol negocio.

    La inagotable capacidad financiera de un equipo que hasta entonces, especialmente en lo que hace referencia a la proyección internacional, había vivido a la sombra de su rival ciudadano, el Manchester United, desencadenó un odio creciente hacia la entidad presidida por Khaldoon Al Mubarak, el hombre que el Abu Dhabi United Group situó al frente del club. Aunque varios equipos ingleses también habían sido comprados por excéntricos multimillonarios extranjeros, el City se convirtió en la diana preferida de los opositores a un fútbol moderno caracterizado por la pérdida de identidad comunitaria de unos clubes que gozaban, aparentemente, de una infinita liquidez.

    Una de las recriminaciones que se hace a menudo a este City de los petrodólares, que se añade a otros reproches como el hecho de disfrutar de recursos ilimitados o ser propiedad de una empresa vinculada al poder real de los Emiratos, es su falta de historia. Nada más lejos de la realidad. A pesar de ser actualmente una entidad en manos de unos jeques que la desconocen, lo cierto es que el Manchester City es un club cargado de historia. De hecho, aunque su creación oficial data de 1894, sus orígenes se remontan a 1880, cuando varios integrantes de la iglesia anglicana de Saint Mark’s, situada en la barriada de Gorton, al este de la ciudad de Manchester, decidieron impulsar con finalidades básicamente solidarias la creación de un equipo.

    El fútbol no era entonces, ni por asomo, el deporte popular en que se ha convertido hoy en día en Manchester. La capital industrial de Reino Unido era más bien una ciudad de rugby y de críquet, y contaba únicamente con un club de fútbol organizado. Fue en este contexto en el que los responsables de la parroquia, que en 1875 ya habían impulsado la creación de un equipo de críquet, decidieron fundar el Saint Mark’s West Gorton de fútbol para poder practicar deporte también durante los meses de invierno.

    La finalidad del club era muy clara. Tenía la pretensión de evitar el progresivo distanciamiento entre los jóvenes y la iglesia, proporcionándoles la posibilidad de desarrollar una actividad física que los alejara del alcoholismo y de la creciente violencia ejercida por las bandas, dos problemáticas crónicas en un este de Manchester duramente castigado por el paro, la precariedad y la miseria. Y más desde que la zona, que antes era un bucólico paraje de pastura, se había ido transformando, en pocas décadas, en uno de los epicentros de la industria siderúrgica y ferroviaria. No obstante, aun siendo un club anglicano que pretendía evitar la cada vez mayor lejanía entre la juventud y la iglesia, el carácter humanitario de la entidad propició que sus filas se abrieran a todos los jugadores, con independencia de sus creencias religiosas.

    El debut de esta nueva entidad, que representa la prehistoria del actual Manchester City, tuvo lugar el 13 de noviembre de 1880 cuando se enfrentó con otro equipo religioso originario de Macclesfield, un hecho que pone en evidencia que una parte importante de los clubes de fútbol existentes en esa época surgieron fruto del intento de la Iglesia de canalizar a la juventud y orientarla hacia sus postulados.

    A pesar del noble propósito de terminar con la violencia que golpeaba los barrios populares de Manchester, el Saint Mark’s West Gorton no solo no pudo acabar con esa lacra, sino que él mismo fue protagonista de varios episodios violentos que se produjeron en los terrenos de juego.

    Los cambios que el fútbol experimentaba en esos tiempos hicieron que, poco después de su fundación, el Saint Mark’s modificara en distintas ocasiones su denominación. Después de una fusión efímera con el Belle Vue, el equipo en el que también jugaba el entonces capitán del club anglicano, el Saint Mark’s se convirtió en el Gorton Association FC, un nombre que pretendía reivindicar su pertenencia al barrio obrero de Gorton. En 1887, con la mudanza a un nuevo estadio situado en el suburbio de Ardwick, otro de los distritos populares e industriales del Manchester de finales del siglo XIX, el club decidió transformarse en el Ardwick Association FC.

    Los vínculos obreros y comunitarios de los clubes de aquella época quedaban patentes en partidos como el que, en 1889, enfrentó al Ardwick con el Newton Heath, antecesores, respectivamente, del Manchester City y del Manchester United actuales, y que pretendía recaudar fondos para las familias de los veintitrés obreros muertos por culpa de una explosión en la mina de carbón de Hyde Road, situada al lado de donde el antecedente del City tenía su hogar.

    Después de varios éxitos notables, como la victoria contra el citado Newton Heath en la copa de Manchester de 1891 o la participación del club en la fundación de la segunda división inglesa al año siguiente, los problemas financieros acabaron provocando que el Ardwick decidiera, en 1894, reorganizarse para terminar transformándose en el Manchester City FC que hoy conocemos.

    Ese nuevo City se convirtió en un club de lo más popular en la ciudad de Manchester hasta el punto de que, todavía hoy, mantiene el récord de asistencia de público a un partido de una competición inglesa, si excluimos, eso sí, los encuentros disputados en Wembley, cuando, en una eliminatoria de copa de marzo de 1934, su estadio de Maine Road acogió ni más ni menos que a 84.569 espectadores.

    La popularidad del City, que antes de la llegada de los jeques ya presumía de dos ligas, cuatro copas y una recopa de Europa en su palmarés, lo llevó a vanagloriarse de ser el equipo con más apoyo en la ciudad de Manchester, por encima de un United que contaba con una legión de seguidores procedentes de otros territorios británicos. De ahí que la rivalidad entre ambas entidades haya llevado a menudo a los citizens a considerar a los red devils como un club foráneo a la ciudad de Manchester. Es por eso que, cuando el City fichó al delantero argentino Carlos Tévez, procedente del United, lo recibió con una provocadora campaña que pregonaba «Welcome to Manchester».

    Así, a pesar de que la compra del club por parte de los jeques ha comportado el aumento del odio hacia los skyblues y a la negación de su historia, lo cierto es que el actual City de los petrodólares es hijo de ese club de parroquia anglicana que nació con finalidades solidarias y humanitarias. Una más de las muchas contradicciones que ponen en evidencia la naturaleza del actual modelo de fútbol-negocio. Un mundo donde prácticamente todo se puede comprar; todo, menos la historia.

    Tottenham Hotspur Football Club

    LA HUELLA JUDÍA DE LOS SPURS

    En el imaginario futbolístico inglés, el Tottenham Hotspur, que recibe el popular sobrenombre de Spurs, es un equipo judío. Poco importa que las estimaciones más generosas cifren únicamente en un cinco por ciento a los aficionados del club que profesan esta creencia religiosa. Pesa más el hecho de que en las tribunas de White Hart Lane, el viejo estadio del Tottenham derribado en 2017, abundaran las banderas de Israel y las estrellas de David y que los seguidores de la entidad sean conocidos como la «Yid Army», el Ejército Yiddish.

    Aunque en la actualidad el apoyo judío al Tottenham sea absolutamente minoritario, aun a pesar de que los tres presidentes que han ocupado la más alta responsabilidad en el club desde 1982 sean de origen hebreo, la comunidad judía tuvo un gran peso en la masa social de la entidad, especialmente durante las primeras décadas del siglo XX.

    De hecho, la comunidad judía en Londres creció de forma sustancial durante los últimos años del siglo XIX y los primeros de la siguiente centuria como consecuencia de la llegada de numerosos inmigrantes hebreos que huían de la persecución que sufrían en la Europa del Este y, especialmente, en Rusia. Muchos de estos nuevos londinenses de confesión judía se establecieron en el barrio de Tottenham, al norte de la ciudad, en una zona en plena expansión industrial que necesitaba de la mano de obra que esta inmigración podía proporcionar.

    Uno de los elementos más importantes a la hora de facilitar la integración de estos migrantes judíos, mayoritariamente de clase trabajadora, fue el club de fútbol local, el Tottenham Hotspur, que había nacido en 1882 y que ya despertaba pasiones entre los habitantes del barrio. Muchos de esos judíos llegados del Este europeo se hicieron habituales de las tribunas de White Hart Lane, una situación que se acentuó con la segunda generación de seguidores, ya nacida en el barrio y plenamente identificada con él, que contribuyó de manera decisiva a forjar la identidad del club.

    Esta segunda hornada hizo que, especialmente después de la Primera Guerra Mundial, la cifra de aficionados judíos presentes en la gradería de los Spurs no parara de aumentar hasta el punto de convertir al Tottenham en el equipo más popular entre la comunidad hebrea londinense. White Hart Lane llegaba a congregar, en 1935, hasta diez mil espectadores judíos, casi un tercio del total que podía albergar el estadio.

    Esta circunstancia contribuyó de manera decisiva a convertir al Tottenham en un club de identidad judía en el imaginario del futbol inglés de la época. Quizá precisamente por esta razón, su estadio fue el escogido por la federación inglesa para acoger, en diciembre de 1935, un partido amistoso entre Inglaterra y la Alemania nazi, un hecho que la comunidad judía entendió como una ofensa debida a las políticas abiertamente antisemitas desarrolladas por Hitler.

    En consecuencia, los aficionados judíos de los Spurs lideraron la oposición al partido e intentaron evitar su disputa alegando que era un ultraje no únicamente para la comunidad hebrea sino «para todos los amantes de la libertad» del Reino Unido. A pesar de la posición contraria al encuentro de una parte importante de los seguidores del Tottenham, finalmente White Hart Lane no tan solo acogió el amistoso, que terminó con victoria inglesa por tres goles a cero, sino que vio cómo los integrantes de la selección alemana realizaban la salutación nazi al tiempo que la bandera con la esvástica presidía vergonzosamente el partido. Pero la controvertida enseña nacionalsocialista no ondeó durante mucho tiempo en el cielo del estadio ya que, poco después de iniciarse el partido, un seguidor local se encaramó hasta el techo de la gradería y consiguió arriarla.

    En pleno auge del fascismo, también en el Reino Unido, los aficionados judíos del Tottenham se convirtieron en el chivo expiatorio para organizaciones como la Unión Británica de Fascistas (BUF) que, liderada por Oswald Mosley, acusó a la comunidad hebrea de los Spurs de ser la responsable del aumento de la violencia en la gradería del país por su «incapacidad para comprender la decencia y el juego que caracterizan la deportividad británica». Un auténtico ejercicio

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