El Monasterio de las Almas
Por Ernesto Roca
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Una historia de espionaje, intrigas y peligro que se extiende desde el Renacimiento hasta nuestros días, y que gira en torno al conocimiento del que sería el más importante tesoro de toda la humanidad. Alfonso López, historiador de la época del Renacimiento, descubre un viejo papiro en una habitación secreta de un viejo hostal en Italia. El documento consiste en una biografía de Galileo Galilei. El manuscrito es en sí mismo sorprendente, sin embargo, Alfonso se da pronto cuenta de que hay mucho más por descubrir detrás de él. El documento lleva a otros documentos y también a otros escenarios, y lo que parecía ser una aventura académica se convierte en una peligrosa historia de espionaje alrededor de un plan oculto y ambicioso que busca el crear el más grande tesoro de la humanidad.
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El Monasterio de las Almas - Ernesto Roca
El Monasterio de las Almas
Ernesto Roca
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EL MONASTERIO DE LAS ALMAS
*****
INDICE
EL FAX
GALILEO GALILEI
LA REGLA CIRCULAR
EL MONASTERIO
LA SOCIEDAD DE HISTORIA
LOS ALPES
LA GRAN BIBLIOTECA
LA CONSTRUCCION
LA CIMA DEL CIELO
EL FAX
El tono del fax empezó a zumbar estridentemente en sus oídos, tanto que lo arrancó de su sueño y lo trajo de vuelta a la realidad de su habitación. La lámpara aún permanecía encendida sobre su escritorio, al igual que la luz de la sala en la que se encontraba; el resto del departamento permanecía en tinieblas.
El zumbido finalmente cesó, y empezó a surgir, lentamente, el documento que estaba siendo enviado. Se frotó los ojos y se acomodó los lentes, caídos sobre el escritorio durante el sueño. Alcanzó a leer las primeras líneas del documento, en el que aparecían los nombres de Alfonso López, como destinatario, y de Marco Mancini, como remitente. En el asunto figuraba un tercer nombre, que completaba el trío del nocturno fax: correspondía al famoso sabio italiano Galileo Galilei, personaje al que había entregado parte de su vida como investigador, intentando desentrañar todas los eventos que lo habían envuelto durante los últimos años de su vigilada vida. El reloj en el aparato de fax le reveló que ya eran las dos de la mañana, y que era hora de ir a dormir a un lugar más cómodo que su escritorio. Tenía que levantarse temprano para dictar su cátedra en la Universidad de Madrid sobre la historia del Renacimiento, de manera que lo mejor sería retirarse de una vez. Al día siguiente, por la tarde, una vez que hubiera regresado de la universidad, podría dedicar al texto del fax la atención que exigía.
Por la mañana, tal como lo había planificado, se levantó con el sonido de su despertador de pulsera, que siempre dejaba sobre la mesa de noche. A decir verdad, lo puso en pie la fuerza de la costumbre; aun somnoliento, se dirigió hacia el baño. Una vez en la ducha, el chorro de agua templada terminaría de despertarlo. Permaneció un poco más de lo necesario bajo el agua, disfrutando del suave masaje sobre su tensa espalda. Cuando sintió que estaba abusando del tiempo cerró inmediatamente la ducha y continuó mecánicamente con el resto del procedimiento. Se vistió con la primera prenda que encontró en su ropero y se dirigió a la cocina a recalentar el sobrante del café que había preparado la noche anterior. Acompañó el amargo café con un par de tostadas, untadas con miel y mantequilla dietética. Sin terminar de tragar el último bocado, se levantó y buscó en su escritorio los documentos que debía utilizar en las exposiciones de esa mañana. Apresuradamente salió del apartamento, cerrando tras de sí la puerta doble que aseguraba la tranquilidad de sus noches. El ascensor no demoró mucho en llegar: dentro encontró a una joven mujer, acompañada por un niño pequeño, de unos ocho años. Se desearon mutuamente buenos días y sin decir más palabras bajaron hasta el sótano, cada cual a buscar su respectivo automóvil. Poco después ya estaba metido en medio del tráfico infernal conduciendo hacia la universidad, y como de costumbre se prometía que al día siguiente iría en autobús, o en metro, para que fuera otro, y no él, quien tuviera que discutir con todos esos choferes violentos que abundaban en la calle. De ese modo demoraría un poco más en llegar, se dijo, no tanto por que él condujera más rápido; si no porque tendría que esperar los quince o treinta minutos que normalmente demoran en pasar por su parada los autobuses.
Una vez en la universidad se sentía invariablemente más tranquilo, como si hubiese llegado a casa, y se olvidaba del infierno del que acababa de salir. Nunca había llegado tarde a una de sus clases -su puntualidad lo enorgullecía -y aquel día no fue la excepción. La clase se desarrolló normalmente, y terminó con una pequeña tarea de investigación para la próxima semana. Luego debió asistir a diversas reuniones académicas junto a algunos colegas, y más tarde a la reunión mensual con el vicerrector, a quien tuvo que informar sobre los avances de su investigación sobre Galileo. Durante la charla se olvidó de mencionar que había recibido un fax la noche anterior; sólo lo recordó al salir de la universidad, cuando se enfrentaba nuevamente con el caos vehicular de la ciudad de Madrid.
Al llegar a su departamento se recostó un rato para ver las últimas noticias del día y despejar así su mente de sus propios problemas cotidianos, para enfrentarse con los problemas cotidianos del mundo, de mucho mayor dimensión que los suyos, pero afortunadamente mucho más lejanos. Cuando terminó la edición del noticiero, se decidió a leer el resto del texto del fax que había dejado la noche anterior. Volvió a leer su nombre en el destinatario y el nombre de su viejo amigo italiano en el remitente. Leyó nuevamente el nombre de Galileo y dirigió su mirada hacia el texto que se encontraba a continuación. Su amigo le comentaba que durante la remodelación de un hotel se habían encontrado documentos muy antiguos que hacían referencia a la vida de Galileo. Se los ofrecía, sabiendo que sin duda le resultarían de gran ayuda para la redacción de su tesis doctoral sobre el personaje. Al pie volvía a firmar con su nombre, y debajo de la firma se leía el cargo de su amigo: bibliotecario de la Universidad de Pisa.
Releyó una vez más el documento para asegurarse de que no se le hubiera pasado ningún dato por alto, pero la carta era muy simple y no contenía mayor información. Archivó el fax en una carpeta que contenía todos los que recibía y encendió su computador para redactar la respuesta, antes de que aparecieran otras actividades que le hicieran olvidar que debía responder. Redactó la carta y cuando estuvo conforme con el texto, tras la repetida modificación de un par de frases que no lo convencían, la imprimió y la envió a Italia, esta vez con los nombres del remitente y del destinatario invertidos. El asunto permanecía invariable. El texto era simple: preguntaba a su amigo si la cantidad de información encontrada justificaba la visita inmediata o si podía esperar a que llegaran las vacaciones.
La respuesta llegó esa misma noche, un poco más temprano que el fax anterior, y en ella se decía que sin duda, aun no habiendo leído todos los folios -escritos en latín clásico- podía afirmarse que había una notable cantidad de datos sobre el personaje. En la última línea se le aconsejaba presentarse lo antes posible. Lo categórico de la respuesta hizo que Alfonso se pusiera a meditar seriamente sobre el asunto. Tenía algo de dinero para lanzarse a la aventura, que seguramente alcanzaría para un par de días; ese no era el problema. La dificultad estribaba en que antes debería solicitar licencia en la universidad, y obtenerla en esa época del año era más bien difícil. Indudablemente ausentarse sería imposible, por lo que mentalmente desistió del viaje y comenzó a redactar el fax en el que explicaría a su amigo la situación y le propondría una fecha futura para el viaje. Una vez que revisó el texto, lo imprimió, y cuando estaba por enviarlo a su destinatario en Italia una llamada ingresó y poco a poco fue surgiendo del equipo de fax un texto con claros caracteres latinos. No fue necesario mucho análisis para deducir que aquel era uno de los documentos al que se hacía referencia en los mensajes anteriores, por lo que Alfonso sintió que deberían ser demasiado importantes para que Marco actuara de esa manera. Ya estaba decidido, y su mano simplemente confirmó la decisión de viajar: el fax cambió de destino, de Italia al basurero junto a su escritorio. Una vez que acabó de pasar el documento, una pequeña nota apareció a continuación. La nota simplemente decía: 'Hay más de cien documentos de este tipo; Marcos'. Tal como había visto previamente, el documento estaba escrito en latín clásico, lo cual no era un problema para él, ni para Marcos, dado que prácticamente eran políglotas en lenguas muertas. Lo leyó lentamente, con algunas dificultades en palabras poco frecuentes, pero para lo cual tenía un par de excelentes diccionarios latinos. Cuando terminó de traducir el texto completo, su reloj indicaba que habían pasado las dos de la mañana, tal como ocurriera la noche anterior. Estaba asombrado por lo que había logrado leer en ese simple mensaje de fax, el cual había terminado por alejar cualquier tipo de duda con respecto a su viaje a Italia. Estaba seguro de que al mostrar ese documento al vicerrector obtendría no sólo el permiso para ir, sino que además el viaje sería totalmente pagado por la universidad. La emoción lo embargaba, impidiéndole conciliar el sueño; al cabo de media hora de dar vueltas y más vueltas en la cama, tiempo que le pareció casi infinito, finalmente se durmió.
La mañana siguiente lo encontró muy emocionado: demoró muy poco tiempo en la ducha, apenas el necesario para enjabonarse y enjuagarse, y pasó por alto el desayuno; podría afirmarse que recién tuvo conciencia de sí mismo cuando tuvo que enfrentarse con el insoportable tráfico de la mañana. Llegó a la universidad con una carpeta bajo el brazo, en la que había acomodado los fax llegados de Italia y la traducción del documento en latín. Solicitó audiencia con el vicerrector, aduciendo brevemente que traía información muy valiosa relacionada con la investigación que llevaba adelante sobre Galileo. El vicerrector lo recibió, aunque no porque tuviese clara conciencia de la importancia de la noticia recibida, sino más bien porque estaba libre en el momento en que lo solicitaron.
-Hola Alfonso, dicen que me estas buscando.
-Sí, efectivamente, necesito hablar contigo