Cazadores de Demonios: Los Ángeles Caídos
Por Daziel M. Grey
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LOS HOMBRES PAGARÁN CON SU VIDA LA ESTUPIDEZ DE SU CREADOR
En los inicios del tiempo, existían sólo los Ángeles y su creador. Sin embargo, algunos de estos Ángeles empezaron a rebelarse, por lo que fueron expulsados del Reino del Cielo y desterrados al Infierno. Entre ellos Abbadon, Diablo y Samael. Los tres perdieron las plumas de sus alas, su piel se volvió áspera y todo rasgo de belleza y pureza se borró para siempre. El Creador, al ver que ésto no era suficiente, creó un mundo que estuviera de por medio entre los dos reinos: el Reino de los Hombres. Pero Abbadon, Diablo y Samael juraron vengarse y atacaron a los hombres. De esto surgió un pacto: los Ángeles y los hombres se unieron para proteger a los humanos y acabar con los Demonios. Así, algunos hombres, llamados Cazadores, se encargan de eliminar a los Demonios que logran llegar a nuestro mundo.
EL PROBLEMA ES QUE AHORA NADIE LO SABE.
Sebastian Grey es un joven que acaba de cumplir sus veintiún años.
Toda su vida ha sido cotidiana: vive con sus padres, estudia en casa y está a punto de entrar a una escuela pública. Sin embargo, el secreto que han guardado sus padres está por revelarse: Sebastián es un Cazador de Demonios y tendrá que vivir a la expectativa de lo que se espera de él. Y no por él, sino por el bien del Reino de los Hombres.
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Cazadores de Demonios - Daziel M. Grey
©Daziel M. Grey
©Rodrigo Porrúa Ediciones
Primera edición: 2014
Todos los derechos conforme a la ley
Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar
Diseño editorial: Rodrigo Porrúa del Villar
Corrección ortotipográfica y de estilo: Felipe Casas
Características tipográficas y de edición:
Fuente de las Pirámides 1-304
Col. Tecamachalco, Edo. de Méx.
(55) 6638 6857
rporrua_ediciones@prodigy.net.mx
ISBN: 978–607–96589–7–7
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
A toda mi familia y amistades, quienes han demostrado estar a mi lado en los momentos más felices como en los momentos más tristes.
Para Anna y Zelda quienes son las estrellas que han iluminado mi camino.
Índice
Prólogo. El Libro De La Creación
I. En las Sombras
II. El Despertar de Sebastián Grey
III. El Santuario de la Familia Grey
IV. Cazadores y Devoradores
V. La Iniciación
VI. El Ángel de la Muerte
VII. El Bosque de las Almas
VIII. Samael. El señor de la Muerte
IX. Carnicería y Redención
X. La caída del Sello
XI. Lazos de Sangre
XII. La Última Cacería
XIII. Sucesos de un Nuevo Inicio
Agradecimientos
PRÓLOGO
El Libro De La Creación
Según las antiguas escrituras, hace muchos siglos, cuando la tierra se encontraba en completa tranquilidad existía un Reino Divino gobernado por el Creador
, un ser espiritual dador de vida y creador de todo lo existente, un Reino habitado por Ángeles, unos seres divinos sin pecado alguno, un Reino regido en el vasto cielo y de ahí fue como lo llamaron el Reino del Cielo
. Sin embargo, existía otro Reino, uno lleno de maldad, oculto ante los ojos del Creador, nacido para dar destrucción y condenar a las almas impuras, este Reino ínfimo fue llamado Infierno, ubicado en lo más profundo de la tierra. Las criaturas que gobernaban el Reino del Infierno eran conocidas como Demonios, y no poseían alma alguna.
Los Ángeles, los seres más comunes en el Reino del Cielo eran dirigidos por los Arcángeles, seres divinos cubiertos por la bendición de su creador, destinados a proteger y mantener el orden en el Reino del Cielo. Todos los Ángeles y Arcángeles eran iguales entre sí, sin embargo había quienes se creían superiores a los otros e intentaron gobernar un Reino que no necesitaba gobernantes, intentando presionar e irrumpir en la tranquilidad del Cielo, condujeron a los Arcángeles a tomar partido y defender a aquellos que fueron oprimidos de manera injusta, tomando las armas ya olvidadas en el pasado para así blandirlas en defensa de los débiles, desatando una guerra devastadora; guerra que duraría siglos sin poder resolverse. Tres Ángeles: Abbadon, Diablo y Samael, corrompidos por pecados imperdonables, fueron siendo arrastrados a las orillas del Reino del Cielo buscando ser desterrados por el bien del Reino. Pero estos Ángeles entre más lejos del Reino estaban, su apariencia fue cambiando. Las plumas de sus alas cayeron lentamente, su piel se tornaba roja y áspera como si perdiera su vida. De su rostro cuernos inmensos empezaron a brotar y sus ojos se tornaron rojos como las llamas, el oído corrompió su alma y los pecados no les brindarían perdón alguno; condenados al exilio de su Reino. Solo les quedaba un lugar al cual ir: al Infierno.
El Infierno es un Reino para los condenados, aquellas almas perdidas que perdieron su rumbo y han cometido pecados prohibidos por el creador, terminan en este Reino de fuego y lava donde son castigados por sus propios actos. Los Demonios y su mera existencia nos recuerda la imperfección de nuestro ser y como es fácil caer en tentaciones para vernos corrompidos. La llegada de los tres Ángeles caídos al Infierno ocasionó un alboroto, pues como los seres divinos más puros habían podido verse tentados por los pecados, esto supondría la debilidad del Reino del Cielo y tres Ángeles caídos podrían reflejar la caída de un Reino entero. Abbadon, Diablo y Samael juraron vengarse por lo que sus hermanos les hicieron.
Al transcurrir un siglo del destierro de los tres Ángeles caídos, agruparon fuerzas con los Demonios ya existentes en el Infierno, las siete razas de los pecados prohibidos por el creador junto con el liderazgo de Abbadon, el general de las fuerzas del Infierno, organizaron un ataque devastador al Reino del Cielo reclamando su poderío ante los ojos del creador. Los Ángeles al ver el ataque a su Reino intentaron escapar, sin embargo los Arcángeles intentaron proteger diezmando las filas de los Demonios en una batalla que duraría cien años. El comandante del Reino Divino, el Arcángel Miguel, logró despojar a Abbadon de sus siervos, hiriéndolo gravemente, logró así volverlo a condenar al Infierno, prometiéndole blandir su espada en contra de aquel que osara desafiar al Reino del Cielo.
El Creador después de ver el caos ocasionado entre su Reino más querido y el Infierno decidió alejar a los Ángeles de la tentación aislándolos así de los dos Reinos y creando uno nuevo: el Reino del Hombre. Todo Ángel que aún estuviera con su alma pura, podría existir en este paraíso en la tierra, abandonando sus alas y obteniendo una vida de libre albedrío donde sus decisiones definirían su propio futuro.
Abbadon, herido, regresó al Infierno con algo nuevo en mente. Les pidió a sus hermanos Diablo y Samael que lideraran un ataque a la tierra media al Reino de los Hombres. Diablo ordenó a los esbirros más débiles a liderar el ataque y él los guiaría hacia las puertas del Infierno. Samael tomaría a los esbirros más fuertes y los ocultaría entre las sombras, guiándolos para atacar por sorpresa. Abbadon, observando desde lo lejos, pudo dirigir con fiereza el ataque al Reino de los Hombres, logrando atravesarlo con gran facilidad para saciar su sed de venganza, pero no duraría mucho este placer; el Creador ordenó a los Arcángeles a proteger la tierra y alejar a los caídos al Infierno por tercera vez. Pero esta vez sería diferente, los Arcángeles los arrastrarían al Infierno y los encerrarían por siempre a través de un Sello Sagrado. El Sello impediría que cualquier Demonio atravesara al Reino de los Hombres, cualquier Demonio que lo tocara moriría calcinado por el fuego divino, pero para que este Sello se llevara a cabo tendría que hacerse un sacrificio; un sacrificio desinteresado por la humanidad. El Arcángel Miguel lideró por segunda vez a las fuerzas divinas para lograr colocar el Sello, la batalla fue devastadora; Ángeles y Demonios muriendo en una guerra sin fin, pero cuando la batalla estaba a punto de terminar con la vida de todos los seres divinos, el Arcángel Miguel logró empujarlos a la Puerta del Infierno y ahí mismo clavó su espada en la tierra gritando:
—Demonios Infernales, per voluntatem creator, non vobis praeterire!*
La hoja de la espada del Arcángel Miguel desató un brillo tan resplandeciente que dejaría ciegos a los Ángeles y Demonios. La espada habría creado un Sello divino impidiendo que pasara cualquier Demonio al Reino de los Hombres. Satanás y Samael intentaron romper el Sello inmediatamente pero fue en vano, el fuego del Sello creado por el Arcángel era lo suficientemente fuerte para retenerlos en el Infierno por toda la eternidad. Abbadon, observando desde lo lejos, no pensaba lo mismo y se acercó al Sello. Herido, vio fijamente a los ojos al Arcángel Miguel y le dijo con una voz suave pero perturbante:
—Nada ni nadie podrá proteger a los hombres de mí, su sangre correrá como un río para saciar nuestra sed de venganza.
Abbadon viendo a sus hermanos, caminó hacia ellos y les dijo:
—Hermanos, esperaremos a que el Sello se debilite y atacaremos, pero por ahora esperaremos en las sombras.
Los tres Ángeles caídos regresaron a lo más profundo del Infierno con la promesa de volver para destruir a el hombre.
El Arcángel Miguel temeroso de que Abbadon cumpliera su promesa se volvió con los hombres y les dijo:
—El mal que yace más allá de este Sello buscará atravesarlo y ustedes mortales tendrán que protegerlo, no duden de su fuerza ni de su voluntad o ellos vencerán.
Miguel se volvió al Sello y tomó la empuñadura de su espada que se había roto para impedir que fuera retirada del Sello y se lo dio a el hombre más viejo del Reino y le dijo:
—Esta espada brillará cuando el Sello corra un gran peligro, y la única manera de reestablecer el Sello es que la espada esté completa, cuídenla y atesórenla para toda la eternidad pues el futuro del Reino de los Hombres dependerá de ello.
El Arcángel Miguel guió a los Arcángeles y a los pocos Ángeles que conservaron sus alas al Reino del Cielo para vigilar a los hombres por si alguna vez necesitaran de su ayuda. Los humanos tomaron la empuñadura y prometieron defender el Sello de cualquier Demonio que intentara atravesarlo.
* por la voluntad del Creador, no pasarán!
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En las Sombras
En los suburbios de Gatwick, Londres, un joven de veinte años de nombre Sebastián Grey, era un hombre de altura no mayor al metro con ochenta centímetros, tenía el cabello negro como la noche y de un estilo quebrado, lo usaba corto pero era lo suficientemente largo para cubrir sus orejas. Sebastián tenía una complexión delgada, pero poseía gran fuerza, era un joven caucásico y de ojos grises. Era una persona muy seria e intelectual, casi no conocía a nadie, las únicas personas con las que convivían eran sus padres. Él vivía plácidamente en una casa hermosa de color blanco, con un gran patio cubierto de césped verde rodeado por una reja de madera, a las afueras de la casa había un gran árbol frondoso. En su interior era una casa llena de antigüedades y cuadros en las paredes, tenían una Gran Biblioteca, los muebles eran antiguos y todo parecía siempre estar en orden.
El pueblo de Gatwick es un lugar tranquilo, con casas cubiertas de fachadas austeras, los jardines siempre parecían florecer y las personas que vivían ahí eran muy amigables; las calles eran tranquilas y la gente era famosa por su humildad y hospitalidad. Sebastián acaba de comenzar sus estudios superiores en Southbank una escuela de Londres. Sin embargo, no está del todo agradecido con la idea pues la mayoría de sus estudios los ha recibido en su hogar junto con sus padres, desde los quince años. Sebastián había estudiado Latín por hábito familiar ya que sus padres consideraban esencial este conocimiento y a él no parecía molestarle. Sebastián era un joven serio y poco amiguero, la verdad, le va bien mejor pasarla solo, debido a que no se siente en confianza con nadie y parece no encajar con la sociedad, sin embargo, a pesar de ser un joven serio lo que más quisiera es poder pertenecer a un mundo, poder sentirse adaptado, pues su familia es muy introvertida y no acostumbraban a convivir con más gente.
Los padres de Sebastián eran Leonardo y Natalia Grey; Leonardo era un señor que rodeaba los cuarenta y cinco años, su piel era idéntica a la de Sebastián y el color de sus ojos era el mismo, era un señor muy serio e inteligente, además, era una persona muy atlética y fornida, su cabello era corto y lizo, mientras que Natalia era una señora muy joven, su aspecto parecía reflejar los treinta años, sin embargo su edad era de cuarenta y dos, era una señora de altura promedio, poseía un rostro muy hermoso y un cuerpo atlético, su cabello era largo y ondulado de color negro, su mirada estaba adornada con unos ojos de color gris.
Sebastián no pasaba mucho tiempo fuera de su casa, las mañanas se levantaba a leer los libros que eran tan antiguos que podían sentirse rasposas las páginas de la tierra ya adherida a ellas (era uno de sus hobbies favoritos). En las tardes, cuando su padre regresaba del trabajo, el cual desconocía (su padre solía decir que no era de importancia que lo supiera), se daban el lujo de recorrer una pista de obstáculos, ya que no quería que perdiera condición física. Esta pista de obstáculos estaba conformada por paredes de escalada, una pista para practicar algo similar al parkour con objetos que tendría que golpear mientras corría. Es un ejercicio muy completo para un joven
decía su padre cuando empezaban la rutina. Por las noches era común pensar que Sebastián saliera a convivir con alguien; sin embargo no tenía a nadie, así que pasaba las noches en su cuarto leyendo sus libros favoritos o tocando el violín ya que decía que la música relajaba su mente.
Para Sebastián iniciar los estudios en una escuela pública era algo emocionante y desagradable a la vez, le gustaba la idea de conocer gente con la que pudiera congeniar pero le desagradaba pensar en que podría conocer a gente vacía
ya que sus intereses no van más allá de ser popular o buscar llamar la atención. La familia de Sebastián era muy meticulosa en cuanto a la enseñanza, debido a que no querían llenar su mente con ideas absurdas, para ellos fue un reto el decidir enviar a Sebastián a estudiar en una escuela pública.
La mañana siguiente sería su primer día de escuela, y aún más importante, sería su cumpleaños número veintiuno y no dudó en llevar su atuendo más cómodo ya que decidió pasar desapercibido: llevó un pantalón de mezclilla simple, un sweater de manga larga con un gorro amplio para poder esconder su mirada bajo la sombra que le brindara. Al tomar sus cosas salió dispuesto a ponerse en camino a la estación del metro de Gatwick, pero sus padres lo esperaron en la puerta de su casa con un obsequio. Natalia, la madre de Sebastián, extendió sus manos y le dio una caja negra acompañado de estas palabras:
—Hijo mío, hoy cumples tus veintiún años, un número muy especial en nuestra familia y es por eso que te obsequiaré mi collar, él te cuidara y así cada que lo veas podrás recordar que siempre estaré a tu lado.
Sebastián se sonrió y tomó con aprecio el collar de su madre que tenía una cruz de plata adornada con una piedra de jade en el centro. Sebastián volteó a ver a su padre y el alzó la mano y con una voz de orgullo le dijo mientras se quitaba su anillo:
—Hijo, te he preparado para este día, pero solo tú podrás tomar las decisiones más aptas para tu vida, y hoy te daré lo que por generaciones ha estado en mi familia: el anillo de la familia Grey.
Sebastián vio a su padre y tomó el anillo de la familia, era un anillo tan fino que pareciera valer más que cualquier otra cosa que hubiera visto antes. El anillo tenía una cruz de plata reconocible como el logotipo de la familia Grey con un rubí adornando su centro, la argolla estaba adornada con imágenes de caballeros medievales y personajes encapuchados luchando contra unas especies de criaturas. Su padre Leonard Grey puso su mano sobre el hombro de Sebastián y le dijo:
—Sebastián Grey, nunca olvides quién eres y de la familia que provienes, ese es tu legado.
Sebastián parecía no entender a lo que se refería su padre, sin embargo se colocó el anillo en su dedo anular de la mano