Brujas anónimas - Libro III - La pérdida: Brujas anónimas, #3
Por Lorena A. Falcón
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¿Cómo se puede confiar si siempre se encuentran mentiras?
Micaela aceptó el mundo mágico en el cual se vio sumergida; sin embargo, cada respuesta que encuentra genera todavía más interrogantes. Si aquella mujer realmente la eligió al azar, ¿por qué tenía una foto suya? En un camino que cada vez se enrosca más, Micaela está lista para llegar al final. Aunque, ¿está dispuesta a hacer sacrificios? Ya perdió una amiga, y le van a pedir mucho más.
Busca la verdad entre las mentiras junto a Micaela y empieza ya a leer el tercer libro de la serie Brujas anónimas.
Lorena A. Falcón
📝 Creadora de libros diferentes con personajes que no olvidarás. 🙃 Soy una escritora argentina, nacida y radicada en Buenos Aires. Amante de los libros desde pequeña, escribo en mis ratos libres: por las noches o, a veces, durante el almuerzo (las mañanas son para dormir). Claro que primero tengo que ser capaz de soltar el libro del momento. Siempre sueño despierta y me tropiezo constantemente. 📚 Novelas, novelettes, cuentos... mi pasión es crear. Me encuentras en: https://linktr.ee/unaescritoraysuslibros https://twitter.com/Recorridohastam https://www.instagram.com/unaescritoraysuslibros http://www.pinterest.com/unaescritoraysuslibros
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BRUJAS ANÓNIMAS - LIBRO III - LA PÉRDIDA
Lorena A. Falcón
Copyright © 2017 Lorena A. Falcón
Edición revisada.
Primera edición, 2017 en el blog Brujas anónimas (http://brujasanonimas.blogspot.com).
Diseño de tapa: Alexia Jorques
Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/.
Capítulo I
Micaela se concentró en quitarse el polvo de la ropa. Se golpeaba una y otra vez a lo largo de todo el cuerpo, pero no lograba eliminar las marcas grises que se extendían desde las rodillas hasta los tobillos y en ambos antebrazos, al igual que por todo el costado derecho. Tendría que restregarla, pero eso solo lograría que, además de sucia, estuviera arrugada.
—Te falta el pelo —le señaló Mariana, que no había hecho nada por limpiarse.
Micaela la miró de arriba abajo y frunció el ceño.
—¿Por qué tú ni siquiera lo intentas?
Mariana se encogió de hombros. Como siempre, estaba vestida completamente de negro, lo que en realidad no hacía mucho por disimular la suciedad que llevaba encima. Sin embargo, Micaela, con su ropa de color claro, no tenía forma de que no se le notara. Cada tanto se detenía, como si se rindiera, y luego comenzaba de nuevo a restregar la tela.
—¿Por qué te importa tanto? En casa están acostumbrados a que aparezca así, al igual que cualquiera de mis hermanos. Es normal para los brujos.
—No soy bruja —murmuró Micaela.
Mariana enarcó las cejas y se cruzó de brazos. Su amiga suspiró.
—Para mí no es normal esto. —Micaela se empecinó en arreglarse el pelo que, aunque corto, estaba bastante desaliñado.
—Bah, te preocupas demasiado.
Mariana se dio la vuelta y en pocos pasos llegó a la panadería de su familia y entró en el local. Micaela la siguió sin dejar de aplanarse el pelo sucio.
El local estaba vacío, como casi siempre que pasaban por allí. Y, como no podía ser de otra manera, Micaela se preguntó en qué momento del día habría alguna actividad, al menos de parte de los demás brujos. ¿O tal vez fuera durante la noche? Estaba segura de que debían de tener ese lugar por algo más que las apariencias, pero siempre olvidaba preguntarlo. Casi todo el espacio estaba lleno de polvo y no había nada que indicara que alguno de los estantes estuviera poblado en algún momento. Detrás de uno de los mostradores, estaba uno de los hermanos de Mariana, leía un libro y no se inmutó ni levantó siquiera la mirada cuando ellas entraron.
—Mamá está enojada, descuidaste varias de tus tareas.
—Las haré esta noche —dijo Mariana y siguió de largo.
El hermano las miró entonces y le sonrió a Micaela cuando ella pasó a su lado. Ella sonrió a su vez, aunque brevemente. Se detuvo.
—¿Qué es lo que…?
—Vamos, Mica —la llamó Mariana desde la puerta de acceso a la casa.
Micaela cerró los ojos brevemente.
—Espera solo un momento —murmuró y volvió a abrir los ojos.
El muchacho estaba otra vez concentrado en su libro, como si ya se hubiera olvidado de su presencia. Micaela sacudió la cabeza y se volvió para seguir a su amiga.
La sala que atravesaron después también estaba vacía, pero se escuchaban voces provenientes del comedor, además del ruido de platos y vasos. Sin embargo, Micaela no fue en esa dirección, sino que se apresuró a ir a la habitación que compartía con su madre.
Marisa estaba sentada en la cama, leyendo un libro. Micaela la observó unos momentos sin entrar a la habitación. Su madre había recuperado algo del color de sus mejillas y, tal vez, algún que otro kilo. Que ya tuviera suficientes fuerzas como para intentar leer un poco fue algo que alegró inmensamente a Micaela. Tal vez eso fuera lo único bueno de la situación que estaba viviendo.
—¿Vas a quedarte en el umbral? —Sonrió Marisa, sin levantar la vista.
Micaela entró y se sentó, con cuidado, en la cama a su lado.
—Estaba mirándote —apoyó una mano en el antebrazo de su madre―, te ves mucho mejor. ¿Cómo te sientes?
Marisa sonrió con más ganas, dejó el libro y tomó la mano de su hija entre las suyas.
―Me siento mucho mejor, creo que dentro de poco podré salir un poco de la cama.
—Eso es maravilloso.
Micaela le apretó las manos; sus ojos brillaban.
Marisa vaciló. El libro cayó al piso.
—Sabes que no es seguro…
—Lo sé —se apresuró a decir Micaela y apretó los labios un instante―, pero es bueno saber que te sientes mejor. Mucho mejor que antes, eso es lo importante ahora, nada más.
Marisa asintió.
Micaela recogió el libro y lo dejó sobre la cama, al lado de su madre. Acarició la tapa un instante. Era una novela que su madre había leído decenas de veces. Micaela sonrió y levantó la vista, pero Marisa aún se veía triste.
—A veces quisiera… —suspiró—, tal vez si tuvieras hermanos o si yo los tuviera. ¿Sabes que nunca supe si tu padre los tenía? Quizás tengas tíos o tías, incluso primos.
Micaela sacó la mano de la tapa de libro.
—Creí que dijiste que era hijo único.
—Eso me dijo él, solo vi a su madre una vez, de lejos, no hablé con ella ni con nadie de la familia. Pero ahora que lo pienso, tal vez no sea del todo cierto… Es probable, ¿sabes?, que tengas una…
Micaela le tapó la boca.
—Estoy bien, mami.
—Micaela, no sabemos si… y si yo…
—Pase lo que pase, estaré bien. Además, si la hubiera tenido, ya nos habríamos enterado, ¿no? Lo único que importa ahora es que tú estés bien, mami, nada más.
Marisa dejó pasar unos minutos antes de estirar el brazo para sacar unas pelusas del pelo de su hija.
—¿Qué has estado haciendo?
Micaela se encogió de hombros y desvió la mirada.
—He estado por ahí, con Mariana.
—Me alegra tanto que tengas amigas, esa chica te hace mucho bien.
Micaela la miró con sorpresa.
—¿En serio?
—¿No te diste cuenta todavía? —Volvió a sonreír Marisa.
—¿De qué cosa?
Su madre vaciló otra vez.
—De que, en parte, se parece a Ceci. —Ambas callaron unos momentos—. Las dos llenas de vivacidad, energía y un poco atolondradas. Justo lo que te hace falta, tu complemento.
—No…, no creo que yo…, tengo energía.
—Claro que sí, pero eres más prudente, hacen un buen equipo.
—¡Ja! Eso ya lo sabía yo —afirmó Mariana con expresión triunfante desde el umbral—. La cena ya está lista, ¿vienes, Mica?
—Te traeré un poco —le dijo a su madre.
—No te preocupes por mí.
―Sí, no te preocupes —dijo Mariana tirándole del brazo―, mamá ya viene con la bandeja. Ven, pasemos por mi habitación antes.
Micaela miró a su amiga mientras caminaba, había algo distinto en ella, algo que no encajaba con la imagen que tenía hacía solo unos momentos. Ladeó la cabeza.
—¿Te cambiaste la remera?
Mariana sonrió.
—Pero no el pantalón —miró las piernas de su amiga—, ¿eso qué arregla? Además, supongo que no te bañaste. —Frunció la nariz.
—Lo haré después, lo importante es evitar las preguntas durante la cena.
—¿No dijiste que estaban acostumbrados?
—Ah sí, no se asombran, pero que preguntan…, preguntan.
Micaela vaciló y se miró la ropa.
—Te prestaré algo para que te pongas encima, solo dices que tenías frío y listo. Menos explicaciones es mejor.
Micaela puso los ojos en blanco y la siguió hasta su habitación, cerró la puerta después de entrar. Nesi estaba parado frente a la caja abierta sobre la cama. Miraba la foto con el ceño fruncido. Eso era lo que habían encontrado en la caja que no tendrían que haber abierto aún, algunas fotos extrañas y unos pergaminos en blanco. O, por lo menos, no habían logrado hacer que apareciera ningún tipo de escritura en ellos. Algún día, tendrían que pedirles a las matriarcas su ayuda, pero por el momento…
—No deberíamos dejarlo así —opinó Micaela y se apresuró a guardarla bajo la cama de Mariana.
—No te preocupes —dijo su amiga haciendo un gesto con la mano—, nadie puede entrar en mi pieza. Además, Nesi se supone que está vigilando. —Hizo una mueca—. Bueno, supongo que es mejor que nada.
El duende se volvió hacia Micaela con los brazos en jarra.
—Puedes confiar en mí más que en la magia de la bruja.
Mariana amenazó con golpearlo, pero dejó de prestarle atención de repente, como si se le hubiera acabado de ocurrir una idea. Se