Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La mítika mákina de karaoke
La mítika mákina de karaoke
La mítika mákina de karaoke
Libro electrónico148 páginas3 horas

La mítika mákina de karaoke

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La mítika mákina de karaoke es una novela en once capítulos (todos con títulos de canciones) y un bonus track. La novela, narrada en primera persona, cuenta la historia de Pablos, un licenciado en letras desempleado que busca novio en Grindr y fracasa en el intento. Tras una serie de citas malavenidas, conoce a Diego, un chico de 17 años del que se hace novio. La relación no tarda en volverse tormentosa y terminan separándose, para encontrarse tiempo después, tras el terremoto del 19 de septiembre de 2017.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 abr 2023
ISBN9786071676764
La mítika mákina de karaoke

Relacionado con La mítika mákina de karaoke

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La mítika mákina de karaoke

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La mítika mákina de karaoke - Juan Pablo Ramos

    TRACK 01:

    MI HISTORIA ENTRE TUS DEDOS

    Les voy a confesar algo: desde niño, además del azúcar, mi principal fuente de energía es la música de Fey.

    Cuando llegaba el turno de responder a mis compañeritos de kínder qué quería ser de grande (uno decía: ¡yo quiero ser policía!; y otro: ¡yo quiero ser bombero!; otro más lejos: ¡yo quiero ser astronauta!; otro más cerca: ¡y yo quiero ser como mi papá!), yo les respondía: ¡Pues yo les gano, fíjense! ¡Yo quiero ser como Fey!

    La videocasetera era mi refugio. ¡Chingos de veces bailé a ritmo de sus coreografías con el VHS de aquel legendario concierto filmado en el Auditorio Nacional! ¡Qué tiempos! Recuerdo con cariño aquellas frases recitadas en un bosquecito, cortinillas cursis entre cada número musical. Sentada junto a un río, Fey decía: la luna es mi mejor amiga. ¡Qué dulce! ¡Qué azucarado! ¡Azucaramargoso! Y si Fey era mi mejor amiga, y ella la de la luna, eso significaba que nuestro vínculo me acercaba tantito más a la luna, ¿a poco no?

    Mi infancia fue arrullada por el sonido estéreo del bubblegum pop mexicano. ¡Qué mejor que la voz de María Fernanda Blázquez Gil! No se equivocaba su tía Gloria: Fey nació para ser una estrella. Enérgica, radiante, por siempre de diecisiete años, así recuerdo a Fey, con su camisa a cuadros amarrada en la cintura, su pañoleta en la muñeca y su sedoso cabello castaño claro, un recordatorio de que los sueños pueden volverse realidad. ¡Pero también las pesadillas!

    Una noche lluviosa, hipnotizado frente al viejo televisor Samsung, esperaba impaciente la presentación de Fey en el Festival Acapulco de 1998. Reinaba una atmósfera siniestra, como el comienzo de una peli de terror mexicana setentera. Temía que un apagón más escalofriante que el de Yuri me dejara a oscuras y sin Fey. Para colmo, un pleito con mi jefe dejó hecha un mar de lágrimas a mi jefa. Ella decidió encerrarse en el baño para chillar a moco tendido. Yo no era muy versado en leperadas para ese entonces, pero creo que le dijo pendeja y puta, y eso que mi jefa no tenía un pelo de tonta y menos de promiscua. Mi jefe aprovechó el encierro de mi mamá en el baño para hacer no sé qué tantas diligencias, guardar cosas, bajar cajas y mentar madres. Luego se salió bien envalentonado, dizque para tomar aire. De no haber permanecido embobado viendo televisión, ¿habría sido distinta mi suerte?

    Mi jefa abrió la puerta del baño como si fuera la infortunada protagonista de un culebrón del Canal de las Estrellas, Adela Noriega o un pedo así. Adicta al melodrama, corrió a reproducir en el estéreo el casete de Gianluca Grignani, un italiano que ya pasó de moda y que le gustaba mucho por ese entonces. Se sabía todo el disco y eso que nomás traía un hit, el de Mi historia entre tus dedos. ¿Qué habrá sido de Gianluca Grignani?

    Para no hacerles el cuento largo, mi jefa y yo notamos algo raro. Mi jefe ya se había tardado en regresar a casa. Las horas pasaban y pasaban y él llevaba un rato considerable tomando aire. Qué aire ni qué ocho cuartos —dijo mi jefa—, puras pinches caguamas. A mi jefe le gustaba el chupe y había que soportarlo, porque trabajaba de lunes a viernes y traía dinero para la comida. Nos obligaba a tolerar sus rancios tequilas con Squirt y sus partidos de fútbol chaquetos con la estruendosa voz del Perro Bermúdez sonorizando mis pesadillas machistas, sus discos de Rock en tu idioma a todo volumen; los vecinos, asqueados de los berridos de Alex Lora, acababan llamando a la patrulla. Si le llevábamos la contra, si le pedíamos que le bajara y que dejara el trago, amenazaba con ponernos una madriza. Pensé: ¿y si mi papá se abre a la verga no me estará haciendo un favor? Por eso no le dije a mi jefa que lo vi sacar sus triques en una pinche caja de plátanos del Carrefour.

    Mi pobre jefa se puso bien ansiosa y salió en su búsqueda. Bastaba una simple vuelta por la colonia. Seguro lo encontraría por ahí fumándose sus faritos. ¡Cómo la volvía loca el cabrón! Alguna vez me dijo que se enamoró de él porque le daba un aire a Saúl Hernández, el de Caifanes. La neta, yo nunca lo vi con admiración. Mi padre verdadero fue Emilio Azcárraga, su monopolio me enseñó todo lo que sé de la vida. En aquel entonces parecíamos una familia de anuncio de campaña del PRI. Casa de interés social nuevecita, vivienda para todos, Tratado de Libre Comercio, Festival Acapulco, ¿qué podía salir mal?

    Años después lo supe.

    Mi jefa se armó de valor y fue a tocar a la puerta del compadre de mi jefe para preguntar si de casualidad había estado por ahí esa tarde. El méndigo ruco le dijo que sí. ¿Y luego?. El compadre titubeó y le entregó un sobre manila. Adentro, una carta y mil pesos para Pablos. Mi jefa arrugó la carta y la hizo cachitos. Ganas no le faltaron de darle una madriza al don. Pero no tuvo otro remedio que darle las gracias, como cortés señora mexicana. "Auf wiedersehen, hijo de tu pinche madre".

    Cuando empezó el show de Fey a ritmo de los primeros acordes de Popocatépetl, tuve un trágico presentimiento. Vaya señal. La única canción de Fey que nunca me ha gustado es la que encapsula mi triste destino pendejo. ¿A quién se le habrá ocurrido escribir una canción tan babosa sobre un pinche volcán que todo el tiempo amenaza y no hace ni madres? Truenos, relámpagos, explosiones. Mi jefa entró a casa, azotando la puerta, y soltó la fatídica noticia: Pum-pum-Popocatépetl, na-ra-na-nana-na. Pablos, tu papá ya no va a regresar. Ahora solo seremos tú y yo. Nara-nana-na, it’s all right!

    ¡Cómo olvidar lo mucho que chilló mi jefecita! Me apretujó tanto que yo también chillé de pura asfixia. ¡Cuánto sufrimiento a los cuatro años! ¿De qué iba a trabajar para ayudar en los gastos del hogar? ¿Acaso tendría que cantar Popocatépetl en los vagones del metro? ¡Puta vida! Mi jefe ya debía estar hasta su madre de escuchar a Fey, de la telenovela Gotita de amor, harto de mí. ¿Y saben qué? Sin pedos. En ese momento confirmé que llevo dentro de mí una máquina de karaoke que suena conmigo en las buenas y en las muy buenas; en las malas y en las nefastas; en las culeras y las culerísimas. Al chile no me da pena admitirlo: el primer cabrón en ghostearme fue mi papá.

    Les voy a contar una escena telenovelera. Una telenovela adolescente, juvenil, hormonal, muy al estilo de Muchachitas y Agujetas de color de rosa. Su protagonista busca el amor a toda costa en los solitarios avisperos del Grindr.

    Eran las ocho y media de la noche y mi ligue prometió llegar a las ocho. Lo cité en el Sanborns de los Azulejos. Chale, ¿cómo se me ocurrió tener una primera cita aquí con la excusa de venir al festival del mollete? ¡Qué pendejo! Aunque la dinámica de las ciberdates no me es desconocida, siempre me ganan los nervios y me siento como en Doce corazones. Los segundos pasaban como el golpe de un martillo. Mi mano, sin saber qué hacer, revisaba una y otra vez el puto celular. Por mi mente cruzó salir corriendo e irme a mi casa para ver el noticiero de Javier Alatorre, Pare de sufrir o las telenovelas piteras de medianoche de Galavisión.

    ¡Si tan solo papá diosito me hubiese hecho más guapo! Podría abordar a otro güey cualquiera, uno más chacal. La curiosidad me mantuvo congelado. Y, ¿pa qué les miento?, también la posibilidad de enamorarme. Ora sí, ora sí, me respondió, llegaba en diez minutos. ¡Otra vez los pinches nervios! ¿Y si huelo mal? ¿Por qué no me traje mi loción? ¿Vuelvo a lavarme los dientes?

    Mi jefa trabajó en el departamento de perfumería de Suburbia, así que de inmediato reconocí el aroma de Ralph Lauren 4. Así entró Santiago, alto, guapo, distinguido, con una sonrisa de joven promesa de las telenovelas. Santiago era un príncipe de esos que yo no sabía que existían en la vida real: playera Lacoste, alpargatas, cabello largo y relamido. No por nada había protagonizado un capítulo de La rosa de Guadalupe, uno muy conmovedor sobre el acoso escolar. Llevábamos semanas platicando y su conversación me estremecía: acaba de entrar a la escuela de actuación del CEA. De niño salió de extra en Cómplices al rescate. Su papá era compadre de Alfredo Adame. Alguna vez, hace muchos años, en la posada de Televisa, Andrea Legarreta le dijo que llegaría muy lejos.

    —Santiago Ruvalcaba, un gustazo.

    Se sentó junto a mí. Brindis, sonrisa tímida, manitas sudorosas. De que algo pasa, pasa. Me sentía como una actriz novata en un set de Televisa Chapultepec. Que dominara el papel, es otra cosa.

    —¿Nos echamos un mollete?

    —No, la verdad no —respondió—. Me cagan los molletes. ¿Y si mejor vamos a la Puri?

    Nos fuimos caminando a la Purísima. Traíamos prisa porque a las once de la noche comienza a atascarse. En el trayecto, Santiago tuvo una extraña diarrea de sinceridad:

    —¿Te digo la neta? Iba a traerte flores, Pablos.

    —¿Y por qué no lo hiciste?

    —Porque el último güey al que le llevé flores fue un hijo de la chingada y no se las merecía. Y tú tienes cara de que sí te las mereces. Bueno, ya, ¿para qué te miento? Ash. O sea, la neta, me dio hueva comprarlas.

    ¡Pensar que estuve a nada de recibir flores por primera vez en mis veintitrés años de vida! Aunque sean un gasto frívolo, me hubiera gustado recibirlas. Tan siquiera unas de Cempasúchil. Santiago tarareaba la canción de reguetón que sonaba en ese momento. La que dice: yo solo la jalé, la invité, la arrastré y no sé qué. Fui a echar la meada y refrescarme la jeta al baño. Vi mis mejillitas húmedas, mis ojeras, y recordé aquel verso de cierto poeta español que dice: ¡si no fueses tan puta! Nada nuevo. Siempre me siento puta. Puta y fracasada.

    Ya con tres chelas encima, nos pusimos a perrear hasta el suelo. ¿A quién engaño? Me caga el pinche reguetón y no sé bailarlo ni pedo. ¡Vale verga! A veces el amor nace mientras uno baila bien ridículo. Y así le seguimos, una chela tras otra, con toda la pinche selección musical chaqueta de esa noche, que si Pobre estúpida, que si La Factoría y, luego, para acabarla de amolar, Puto de Molotov. Ya me sentía hasta el huevo y temía hacer un oso que me costara la cita. Es bien difícil velar por la reputación cuando te están pichando la peda.

    —¿Sabes, Pablos? No esperaba que fueras así de guapo. ¡Creí

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1