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Ventanas al mar
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Libro electrónico218 páginas3 horas

Ventanas al mar

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Mauricio es un joven nacido en Monterrey, México. Él nos relata, a partir de su experiencia, la historia de sus antepasados: cuando sus abuelos se unieron y formaron una familia, y cómo él, siguiendo su ejemplo, también decide hacer lo mismo.

 

El protagonista vive en la casa de sus abuelos cuando su padre los abandona a él y a su madre. Ahí descubre intrigantes secretos familiares. Así, va describiendo cómo detrás de la ventana podemos imaginar nuestra historia, crear oportunidades para salir adelante y soñar que logramos todo lo que deseamos.

 

Sin embargo, la felicidad puede acabar cuando menos lo esperas. Nada es para siempre. La muerte y el arrebato pueden terminar con lo que más amas en esta vida.

IdiomaEspañol
EditorialFidel Cantú
Fecha de lanzamiento19 feb 2024
ISBN9798223634492
Ventanas al mar

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    Ventanas al mar - Fidel Cantú

    Dedicatoria

    La emoción que me evoca la escritura de mi primer libro es indescriptible. Primero, porque todas esas historias que estaban en mi mente han sido plasmadas en letras y, segundo, porque estoy seguro de que habrá quienes al leerlas lo hagan con la misma emoción en que fueron escritas.

    Este proyecto no hubiera sido posible sin el impulso de mis amistades, de mi familia y de Omar, mi esposo. Todos ellos han hecho factible que yo escriba esta dedicatoria.

    Además, de manera desinteresada, me han contado sus relatos y algunos forman parte de la construcción misma de los capítulos de este libro.

    Dedico esta obra a mis padres que, a pesar de no encontrarse físicamente conmigo, están en mi corazón y también a ustedes, estimados lectores. Espero que la narrativa les resulte agradable y que encuentren en ella una forma de expresión propia.

    Fidel Cantú

    fidelcantu.autor@gmail.com

    Agradecimiento

    Venimos a aprender, es parte de la vida. Cada uno de nosotros existe por alguna razón, hoy tenemos la fortuna de coincidir en este espacio y en este tiempo.

    El proceso de narrar una historia lo construimos todos nosotros desde el momento en que nos cuentan una anécdota, un suceso relevante o hasta un chisme. Las personas que nos rodean son partícipes de este proceso inevitable. Conforme pasan los días, uno construye ese rompecabezas en su mente, que después aterriza a través de la escritura. De esta manera y sin hacer de lado a nadie, quiero agradecer primero a mis padres, por haber tenido la dicha de conocerlos y de haberme guiado desde mi nacimiento hasta su muerte. Ellos, sin duda, son parte importante en mi pasado, pero también en mi presente porque los recuerdo siempre.

    Agradezco a todas aquellas personas que han estado a mi lado en distintos momentos (esposo, amigos, familiares, profesores, compañeros de escuela y del trabajo), ellos forman parte de mi vida actual. Sobre todo, agradezco a quienes de manera desinteresada han aportado algo positivo en este camino de la escritura que, por más sencilla o compleja que sea, forma algo fundamental en mi ser. Agradezco, además, a quienes están leyendo estas líneas (mis lectores), porque con ello demuestran su interés en las palabras escritas.

    Espero que la presente novela de género narrativo contemporáneo, la cual lleva por título Ventanas al mar, sea de su agrado y que, de alguna manera, puedan identificarse con uno o más de los momentos y de los personajes de esta historia.

    Fidel Cantú

    Prólogo

    Somos seres de memorias. En nuestro ser se desvelan gestos, rostros, miradas, voces y rasgos que heredamos de alguien más; somos el resultado de un diseño de características genéticas en el desfile de lo aleatorio. Nos gusta descubrirnos en la mirada de nuestros abuelos e indagar a quién pertenece la forma de nuestra cara o el matiz de nuestra voz. Buscar las afinidades en el árbol genealógico es una forma de explicar nuestra existencia y construir una identidad.

    Lo cotidiano de nuestras ideas se explica también por las memorias que entretejen nuestros valores y pensamientos; somos historias, leyendas, relatos y misterios cuya raíz se trenza con hilos de voces y silencios. Somos un lienzo de urdimbre singular, una armonía de colores y formas que dialogan con los abigarrados hilos de las vicisitudes.

    Ventanas al mar es una novela que explora las memorias de una familia del noreste de México. Los valores tradicionales, las costumbres de la época, las circunstancias y posibilidades son hilos fuertes que tejen un entramado en donde los personajes se descubren y se reconstruyen. Los recuerdos forman una línea que bordea la realidad como ventanas que asoman al horizonte.

    Con una narrativa fresca, Ventanas al mar presenta anécdotas, vivencias familiares, dificultades, tristezas y desasosiegos que encuentran un camino de esperanza y armonía en las relaciones familiares y los valores que sustentan sus ideas. En este recorrido hay pasajes de profunda desesperación y desconcierto, soledad, incertidumbre, dolor; el tiempo transcurre, pero la vida se detiene cuando la realidad es ominosa e inevitable.

    El dintel de las ventanas es el espacio que existe entre los personajes y la inmensidad del entorno; ahí se detiene la mirada para conectar la vastedad del horizonte con el interior de los anhelos. En ese encuentro surgen nuevas posibilidades para enfrentar al mundo con amor, valentía y esperanza.

    Ventanas al mar es una obra en donde confluyen la alegría, la ternura, el amor incondicional con la desesperanza, la ira y el sufrimiento; una historia de valores familiares que permanecen en el tiempo. Al abrir estas ventanas, el lector encuentra una realidad que se perfila cada vez más en lo cotidiano como un reclamo de lo que el ser humano precisa recuperar: la libertad de tejer sus propias memorias.

    Blanca Villalobos

    1. El abuelo Matías

    Tenía apenas siete años cuando el abuelo fue por primera vez a pastorear ovejas. Vivía en la hacienda El Refugio, muy cerca del pueblo de General Terán, un lugar muy apacible. Su casa está construida de bloques de sillar, pisos pulidos de colores y techos altos de madera de encino. Manuel Mier y Terán fue uno de los héroes que luchó por la independencia del país. Este pueblo, como muchos otros, fue fundado por el esfuerzo de familias que llegaron del sur de México después de largas y difíciles travesías. Antes de llamarse así, se le conocía con el nombre de Soledad de la Mota. Terán se ubica en el noreste de México.

    Pues bien, les decía que a mi abuelo lo llevaron al campo por primera vez, ese día no lo olvidó nunca, porque siempre que tiene oportunidad me platica de ese suceso. Mi abuelo me cuenta que no lo habían llevado antes, porque en el monte hay muchos peligros, debían cuidarlo de no caer en algún pozo o que lo mordiera algún animal, pero también pensaban que tenía que aprender, así que le dijeron que los acompañara.

    Apenas se asomó el sol por la ventana, se despertó, se cambió de ropa con rapidez, se puso unas botas para no resbalar entre las hierbas y las piedras que seguramente encontraría a su paso. Utilizó una camiseta de manga larga y un sombrero vaquero para no quemarse los brazos y el cuello con los rayos del sol.

    Durante el inicio del recorrido le dieron instrucciones muy concretas, debía estar siempre al pendiente de que no se le perdieran las borregas, eran más de cien y todas tenían un ganchillo clavado en la oreja con la inicial de la letra r, eso significaba que pertenecían al sr. Ramiro, que es el nombre de mi bisabuelo. Partieron con el rebaño de ovejas nada más amaneciendo, a las siete de la mañana para ser precisos, ese día pintaba para ser muy soleado y caluroso; caminaron con rumbo a la presa grande, que se localizaba casi al final de la cerca de la hacienda que colinda con la de don Fulgencio, allá bajando la loma. Estaba un poco lejos, caminando les llevaría al menos dos horas llegar hasta la orilla, andar por el monte, pastorear a las ovejas, revisar que no se les desbalagara ninguna y se perdiera del rebaño era una de sus funciones, por lo que debía estar siempre atento. Cuando el sol se ponía justo arriba de ellos, les indicaba que era la hora de descansar, fue entonces que se postraron bajo la sombra de unos árboles grandes conocidos en el norte como mezquites. Son una especie de plantas leguminosas del género Prosopis, lo leí en un libro de botánica norestense, estas plantas o árboles se encuentran principalmente en las zonas áridas y semiáridas de México. Pues fue ahí bajo esos árboles que tomaron sus alimentos. Su madre le había preparado unas deliciosas tortas de chorizo con huevo y frijoles refritos, así como también unas garrafas de agua fresca de naranja. Después de comer, tomaron la famosa siesta, que no debía de pasar más de 15 minutos, porque según los que saben de ciencia, si se pasa de ese tiempo andarían cansados y somnolientos. Fue en ese momento cuando el abuelo Matías, en lugar de dormir un rato, se puso a escuchar a los pájaros que estaban cantando en los árboles, a ver el cielo con pocas nubes y también a estar alerta de que no se fueran a escapar las ovejas más allá del límite permitido, que serían unos 50 o 60 metros. La ventaja de cuidar manadas de ovejas es que, al colocarles un cencerro a una de ellas, las demás la seguirán: Así, si se pierde una, se pierden todas, decía en tono de risas su padre. Después de dormitar un rato, se levantaron y continuaron con el pastoreo. Al atardecer, regresaron a casa. Su padre lanzó un chiflido fuerte e hizo una señal para que el abuelo Matías se acercara a él y muy seriamente de dijo:

    —Ve hasta la puerta del corral y cuenta las ovejas cuando vayan entrando.

    El abuelo Matías apresuró su paso y subió a donde estaba el portón grande de entrada, lo abrió para dar paso a las borregas y empezó a contar conforme fueron cruzando, iban demasiado rápido, pero pudo observarlas bien. Al final llegó a contar 112. El padre notó su habilidad para contar fácilmente. Se le acercó y le preguntó:

    —Matías, ¿cuántas ovejas son en total?

    —Son 112, padre —le respondió.

    —¿Y cómo le hiciste para contarlas tan rápido? —preguntó don Ramiro.

    —Pues las fui contando de tres en tres —contestó Matías.

    Luego le preguntó nuevamente.

    —Si yo las vendiera todas a $1,000 cada una, ¿cuánto dinero me tendrían que pagar?

    —Tendrían que pagarte $112,000 —respondió el abuelo.

    —¿Y si las vendiera a $1,200 cada una? —volvió a preguntarle.

    —Le pagarían $134,400 —contestó Matías.

    Su padre se sorprendió de la respuesta tan rápida y precisa. Por último, le preguntó: —¿Cómo has hecho las operaciones sin papel ni lápiz? ¿Cómo es que has dado una respuesta rápida y exacta?

    —Solo lo imaginé en mi mente. Multipliqué 112 por 1,000, después 112 por 200, al final sumé los dos resultados y me dio ese número —mencionó el abuelo Matías.

    Su padre sonrió, estaba sorprendido porque a su corta edad ya sabía multiplicar y, además, hacía cálculo mental sin la ayuda de ningún papel. Por la noche, habló con su esposa Carmela, la mamá de mi abuelo Matías. Le dijo que el niño debía estudiar en el pueblo, porque tenía habilidad para las matemáticas y debía aprender mucho más. "No será muy difícil porque es muy inteligente el güerco", pensó.

    Ese día, además de acompañar a su padre al cuidado de las ovejas, mi bisabuelo descubrió en el abuelo habilidades matemáticas. El abuelo me cuenta que él había aprendido porque su madre le enseñó a sumar, a restar, a multiplicar y a dividir, ella le decía:

    —M’hijo, tú debes de aprender a contar y hacer todo tipo de operaciones matemáticas para que nadie, escúchame bien, que nadie te haga sonso.

    Él ya había escuchado que esa palabra, que era algo así como menso o inútil, todas similares, le advertía de tomar precaución porque muchos intentarían hacerle trampa con tal de lastimarlo.

    Su padre Ramiro, emocionado de haber descubierto sus habilidades, decidió entonces llevarlo con las maletas de ropa y zapatos a vivir a la casa de la tía Gertrudis (la hermana mayor de su padre), una señora que vivía sola y que además su casa estaba muy cerca de la escuela. Era soltera, nunca se casó porque aseguraba que los hombres solo la querían para aprovecharse de ella, que solo la someterían a realizar trabajos del hogar y a estar en la cocina todo el día, así que mejor decidió quedarse sola. Era una mujer independiente, tenía su casa impecable de limpieza, con muebles finos y caros. Ningún hombre había entrado antes, nadie había manchado jamás el piso con sus botas sucias, hasta que llegó el abuelo, quien se disculpó de inmediato. La calle estaba lodosa después de un fuerte aguacero que había caído un día anterior, era de esperarse que se manchara de lodo las suelas de los zapatos. La tía Gertrudis lo recibió con emoción, le mencionó a su hermano Ramiro que de lo único que se arrepentía al no haberse casado era de no haber tenido al menos un hijo; por eso cuando el abuelo llegó a su casa lo aceptó con gusto, de hecho, le mencionó que él sería como el hijo que nunca tuvo, que lo apoyaría en todo lo necesario para que viviera bien, estudiara mucho y obtuviera siempre las mejores notas. Y sí, así fue como el abuelo aprendió mucho, pero lo hizo en la casa con la tía, porque el maestro no tenía ni la paciencia ni el gusto por atender a sus alumnos en la clase, solo les daban temas que por supuesto él ya se los sabía, pero no podía decir nada, porque entonces, lo azotaban con un cinturón de cuero y ¡zas!, lo golpeaban en las sentaderas, luego lo castigarían sin salir del salón durante la hora del descanso. El maestro era un gruñón, se la pasaba regañando a todo mundo, no sabía enseñar, no tenía empatía con nadie, además de que siempre se la pasaba revisando libretas en su escritorio, mientras que quienes habían terminado el trabajo estaban sin hacer nada. Terminó el ciclo escolar, pasaron al siguiente grado y sucedió lo mismo. El abuelo se aburría en la clase, no había motivación en la escuela, transitaban los días y él solo quería salir e irse a casa, con la tía Gertrudis, porque solo ella era la que tenía paciencia. Le enseñaba siempre cosas nuevas, ya no quería ir más a la escuela, porque solo iba a perder el tiempo, pero la tía le insistía en que debía terminar sus estudios, hasta le dijo que lo importante era que le dieran el papel para poder seguir estudiando en la secundaria.

    Aun así, al finalizar la primaria el abuelo recibió un diploma de primer lugar, además de un certificado de culminación de estudios. Cuando entró a la secundaria, la situación se volvió mucho peor, no había día que no le echaran mosca sus compañeros, porque él conocía todos los temas que se veían en clase, empezaron a hacerle burla y decidió mejor hacerse del montón. Fue así como terminó la secundaria cerca de la ventana del salón, viendo hacia afuera, sin ningún interés por escuchar a los maestros, pensando en que algún día alguien lo escuchara y entendiera que no era su culpa no querer estar más tiempo en la escuela, porque a él le parecían aburridas aquellas horas que pasaba ahí.

    Cuando terminó la secundaria no quiso seguir estudiando, se regresó a la hacienda, a su casa con sus padres y no volvió a estudiar en ningún otro lugar, se concentró en aprender él solo; no entendía por qué los maestros que le habían tocado eran todos sin vocación alguna por la enseñanza. Por si fuera poco, algunos maestros se molestaban porque él sabía más que ellos, no aceptaban ser corregidos, porque según ellos era una falta de respeto. Todo le hacía sentirse culpable. Sin estudios de preparatoria o universidad, de todos modos supo cómo salir adelante, solo bastaba una buena inversión en un buen negocio y con eso sería suficiente, no necesitaba de ningún papel para demostrarles que

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