Recuerdo
Por Ana Matheus
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Ana Judit Matheus Juárez, nació en 1957 en Caracas (Venezuela). Comenzó sus estudios en un pueblo andino del occidente del país llamado Betijoque; cursó estudios en la Universidad del Zulia (LUZ), donde obtuvo el título de médico cirujano; también realizó estudios de magíster en la Universidad de los Andes (ULA), graduándose en Pediatría y Puericultura.
Trabajó durante 30 años como especialista en el Hospital Universitario Dr. Pedro Emilio Carrillo y en el ambulatorio Nuestra Señora de la Paz del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (en Valera, estado de Trujillo). Emigró a España en 2015 y, actualmente, trabaja en un centro de reconocimiento médico para conductores en Bilbao (Bizkaia, España). Durante el ejercicio de su profesión en Venezuela, escribió varios artículos y trabajos y, ahora, ha decidido escribir algo de sus recuerdos e imaginación, Recuerdo.
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Recuerdo - Ana Matheus
PRÓLOGO
Los primeros días de vida son importantes, sin embargo, pocos los recuerdos. Estos vienen a la mente como ventanas que se van abriendo a medida que pasa el tiempo, la rutina y la vida diaria la dejamos pasar sin grabar; pero si nos ocurre algo, por insignificante que parezca, puede despertar nuestra memoria y darnos cuenta de lo que tenemos alrededor, las personas que están a nuestro lado y, si miramos a un espejo, somos capaces de reconocernos; ese puede ser tu primer recuerdo.
Este libro se identificará contigo, llevamos una secuencia en el tiempo conociendo lugares, instantes y personas que influyeron en tu vida; sitios que con el paso del tiempo los añorarás porque quedaron grabados en tu memoria visual, auditiva y olfativa; momentos mágicos que quedarán en tus recuerdos, también tu mente tiene la capacidad de modificar e imaginar y hacer realidad lo que quieras.
Escribir no es fácil, menos tratar de hacer una autobiografía. A medida que tratas de recordar, pasa por tu mente alguna época que te hizo feliz y otra que te entristece; sobre todo, reviviendo personas que ya no están, pero se trata de honrarlas, podemos contar una historia, pero las palabras se las lleva el viento, las vivencias en tu mente no las conoce nadie por eso las escribo, aunque algún hecho ocurrió de esa manera, otros pudieron ser producto de mi imaginación. No es fácil llevar una secuencia y, aunque recuerdes algunas cosas, no las escribes porque temes herir a alguien o, simplemente, no te corresponde mencionar, no se puede juzgar a personas porque en ocasiones solo escuchas una versión de los hechos.
Cuando creces junto a tus hermanos, a pesar de pasar por el mismo lugar, los mismos momentos y con las mismas personas, la manera de percibir es diferente de cada quién, así que se pueden escribir varios libros con diferentes contenidos; según el autor, podemos tener diferencia acerca de los hechos.
Con las vivencias pasadas somos capaces de formar una familia de manera diferente, sabemos que hay patrones de conducta que se copian, ¡soy así porque me crearon de esa manera!, sin embargo, también los patrones pueden hacer que las cosas sean diferentes e influir de manera positiva en tu familia. Un abrazo, una caricia, un te quiero, preguntar «¿Cómo te va? ¿Qué necesitas? ¿Qué te pasa?», hacer empatía con nuestros seres queridos no está de más, romper barreras que en algún momento se puedan producir, no importa el tiempo ni la distancia en que te encuentres, es la calidad de los pequeños detalles que llenan la vida.
Las personas que cuentan o escriben del pasado dicen: «¡Los viejos de antes eran diferentes, menos tolerantes, más severos!». Quiere decir que hemos cambiado; hoy en día, somos más tolerantes, nos comunicamos más, tratamos de hacer las cosas mejor, a pesar de que en algún momento nuestros hijos nos critiquen. Transmitir mediante la escritura a nuestras generaciones costumbres, tradiciones, la vida cotidiana es transmitir un poco de nuestra cultura, así como de nuestra identidad, que sepan de dónde vinimos y lo que somos.
Creo que la herencia no se trata de dejar dinero o algo material, sino de dejar los valores y principios suficientes para que, en el futuro, sean buenas personas capaces de hacer una sociedad y un mundo mejor, dicen que nadie aprende en cabeza ajena, pero podemos transmitir nuestra
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experiencia a la familia mediante la escritura y que tu descendencia tenga un legado para contar.
En un pueblo andino llamado Betijoque, al occidente de Venezuela, comienza mi historia. Me encontraba en un salón enorme; por un lado, un portal con una luz brillante me impedía ver; al otro lado, veía cómo corría una señora que entraba y salía de una habitación con una cubeta de agua. Ahí se encontraban unos niños que gritaban: «¡Mamá se quema!». Observé una llamarada en la puerta de la habitación, mi corazón comenzó a latir con fuerza, mis manos temblaban y me encontraba paralizada, sin moverme. La señora era mi madre, Filomena, que logró apagar las llamas y salía de la habitación. En sus brazos llevaba un niño pequeño, era Carlitos. Detrás, salían Perutxu, rubio de grandes ojos azules como el cielo; Belkis con su pelo como el oro y sus ojos color café y Ariani con sus grandes ojos azules como el mar era la mayor; todos callados, con cara de miedo, eran ¡mis hermanos! Se me dibujó una sonrisa al ver que todos estaban bien. En ese momento, por el portal brillante entró un señor muy alto, blanco, con su pelo castaño y ojos color café; asustado dijo: «Pero ¿qué ha pasado? ¡Me avisaron de que salía humo de la ventana!». Era mi padre, Pedro, mi madre le respondió: «¡Se quemó el mosquitero de la cuna del niño con la vela que tenía en la mesa, me he llevado un susto, pero, gracias a Dios, estamos bien!». Limpiaron y recogieron la habitación que quedó como nueva.
Este pequeño incidente provocó que despertara. Miré en un espejo del escaparate de la habitación y observé una niña bajita, delgada, morena de piel canela, ojos negros como el azabache, pelo negro liso con flequillo. Era muy distinta a mis hermanos, con cuatro años, tal vez para
cumplirlos. Me llamaban Negra, tenía una familia y eso me daba seguridad, jugaba y peleaba con mis hermanos y, sobre todo, consentía mucho a mi hermanito pequeño Carlos.
Creciendo en un ambiente de armonía, opacada en ocasiones por las peleas de mis padres, una vez escuché a mi padre amenazar a mi madre: «¡Un día, ya verás, si sigues con esas peleas, ¡voy a buscar una pistola!». Mi madre le respondió: «¡Yo no tengo miedo de ninguna pistola, no tuve miedo a parirte cinco hijos!». Escuché una carcajada de mi padre que salió por la puerta sin decir nada más; miré a mi madre, en su rostro, una lágrima y a la vez una sonrisa.
Betijoque era un pueblo pequeño, pero cuando se