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El Guerrero de Aukazland
El Guerrero de Aukazland
El Guerrero de Aukazland
Libro electrónico327 páginas5 horas

El Guerrero de Aukazland

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Información de este libro electrónico

Si usted  ya jugó RPG, sabe que cada acción puede acarrear consecuencias inesperadas e inusitadas. En este libro donde los maestros del juego son la suerte y el destino, un joven guerrero, chamado Pistorius se ve obligado a luchar para escapar de las más adversas situaciones.

     Con extraños poderes ese joven consigue superar obstáculos y mostrar su valor en cada combate, creando así una legión de admiradores por donde pasa. Guiado por el mago Kitle, Pistorius se embarca en una aventura que tiene como objetivo encontrar un cristal que es la pieza fundamental para evitar la eclosión de una guerra.

          Cuando todas las piezas parecen encajar prepárese, pues el maestro del juego revela una nova pista que llevará a Pistorius a saber la verdad sobre sí mismo, su familia y sobre el destino del mundo.


           Género: Fantasía Medieval

IdiomaEspañol
EditorialCésar Costa
Fecha de lanzamiento18 ago 2021
ISBN9781667410777
El Guerrero de Aukazland

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    El Guerrero de Aukazland - César Costa

    El Guerrero de

    Aukazland

    Cesar Costa

    Edición digital

    2014

    Título: El Guerrero de Aukazland

    Revisión: César Costa

    Tapa: Mila Wander

    Diagramación: César Costa

    César Costa

    http://www.cesarcosta.tk

    Índice

    Capítulo 1 - El nacimiento de un guerrero

    Capítulo 2 – Rumbo a lo desconocido

    Capítulo 3 – Cuevas y pasillos

    Capítulo 4 – Un extraño habitante

    Capítulo 5 – Inesperada compañia

    Capítulo 6 – El bosque secreto

    Capítulo 7 – Reencuentro

    Capítulo 8 – Dulce y amarga venganza

    Capítulo 9 – De caminho a villa del sol

    Capítulo 10 – Recuerdos vagos

    Capítulo 11 – Rumbo a casa

    Capítulo 12 – El libro de la genealogía

    Capítulo 13 – Caminos cruzados

    Capítulo 14 – Nuevos comienzos

    Capítulo 15 – El jefe del consejo

    Capítulo 16 – La guerra de los pueblos

    Sinopsis

    En este libro, un joven guerrero llamado Pistorius se ve obligado a luchar para escapar de las más adversas situaciones. Después de perder su familia, el se descubre solo en el mundo y parte rumbo a tierras desconocidas buscando a su último pariente vivo.

    Con extraños poderes, ese joven consigue superar obstáculos y mostrar su valor en cada combate, creando así una legión de admiradores por donde pasa. Orientado por el mago Kitle, Pistorius se embarca en una aventura que tiene como objetivo encontrar un cristal que será un arma fundamental para evitar la eclosión de una guerra.

    Cuando todas las piezas parecen encajar prepare se, pues será revelada una nueva pista que llevará a Pistorius a saber la verdad sobre sí mismo, su familia y sobre el destino del mundo.

    Sobre el Autor

    César Rodrigo Mendonça da Costa nació el 14 de diciembre de 1980, en la ciudad de Resende-RJ, donde vive actualmente con su esposa y sus dos hijos. Soltero en Sistemas de Información, coquetea con la escritura desde la adolescencia, componiendo música, escribiendo cuentos, poemas y otras historias que van de la fantasía al romance policial. Vencedor del Concurso de Novelas Históricas/ Bahia-2012, con el libro 2 de Julho - Uma História de Liberdade, además de ese, es también autor de los libros O Guerreiro de Aukazland, O Sequestro, Lado A e Lado B - Retalhos de Uma História de Amor, Estocolmo, Segredos de Uma Vida e Os Casos Ocultos de Sherlock Holmes. Participa de las colecciones: En Cuentos de Amor, con el cuento Face a Face Com o Amor, A Morte do Outro Lado da Luneta, con el cuento A Emboscada, Do Céu ao Inferno, con el cuento O Filho da Serpente, Os Matadores Mais Cruéis Que Conheci II, con el cuento A Testemunha, Histórias Para Ler No Cemitério, con el cuento O Mistério da Senhora Woodson, Antologia Tupãense, con el cuento O Contrato, Nova Literatura Brasileira, con el poema Pensamentos Sobre Um Amor y del Micro Contos de Humor IV, con el micro cuento A Primeira Vez. Tiene en la lectura y en series televisivas su hobby.

    Además del premio de Novelas Históricas, recibió el premio Macedo Miranda/2013 como destacado en el área de literatura.

    Capítulo 1 - El nacimiento de un guerrero

    Mi nombre es Pistorius, soy solo un viejo ahora y, finalmente, tengo la posibilidad de cambiar la espada por la pluma para registrar las cosas que vi y viví, de modo que permita que mis futuras generaciones puedan saber quién soy yo. A pesar de que ya han pasado muchos años desde los hechos que voy a relatar, todavía consigo, con algún esfuerzo, recordar como sucedió todo. Era solo un joven de diecinueve años, por aquella época, esa ya era edad suficiente para que un muchacho como yo se volviera un guerrero. Mi madre y yo vivíamos en una aldea muy aislada, un lugar de personas hospitalarias y tranquilas, una villa llamada Aukazland. Llevábamos una buena vida, rodeados de amigos que, debido a la convivencia armoniosa que teníamos, eran como una parte de nuestra familia.

    Teníamos una vida normal y tranquila, nuestro día a día no exigía más que las tareas del campo, cuidar de los animales, cazar, pescar. Las mujeres de la villa pasaban su tiempo cuidando de la casa y enseñando a los niños a hacer las tareas domésticas: Sí, hasta los mismos niños en Aukazland aprendían a cuidar de un hogar, cocinar, coser, fabricar piezas de arcilla, entre otras cosas. Eso era necesario debido al hecho de que muchos acababan partiendo para las guerras y necesitaban saber cómo realizar las tareas más básicas. Los hombres de la villa, a su vez, además de proveer el sustento del hogar, enseñaban a los niños como combatir, manejar espadas, lanzas, hondas, arco y flecha. Esa educación, en cambio, no era dada a las niñas, consideradas demasiado puras y sagradas, para ser corrompidas con la enseñanza del arte de matar y guerrear. Eventualmente, después de adultas, las que quisiesen podrían aprender tal actividad.

    Aukazland era un lugar fundado por antiguos guerreros, en verdad, los mejores que hayan caminado por esta Tierra. Por lo menos fue eso lo que siempre aprendí. Entretanto, a pesar de la grandeza de sus fundadores, no era un sitio de gran importancia para nuestra civilización. No era un gran centro de comercio, o todavía un punto de paso importante para los viajantes. Pero, era una villa próspera, con muchas haciendas, cría de ganado, gallinas, puercos y toda especie de animales. Frecuentemente, pequeñas caravanas salían de allá, rumbo a Neoland y los hombres volvían llenos de piezas de oro, plata, bronce y cobre. Su seguridad era reforzada por algunos de los mejores hombres de la ciudad, debido a los innumerables grupos de ladrones y asesinos que circulaban por las carreteras.

    En fin, de un modo general, puedo afirmar que teníamos una vida tranquila, sin muchos privilegios, pero no existían pobres entre nosotros, no necesitábamos de líderes que nos gobernasen, pues todos se respetaban y conocían los límites de su libertad. No consigo pensar en un lugar mejor donde pudiese haber vivido mis primeros diecinueve años de vida. Con todo, a pesar de toda la paz y la armonía que gozábamos, aprendí que el mundo no es y jamás será un lugar perfecto donde podamos vivir tranquilamente hasta volvernos al polvo y reencontrarnos con nuestro Creador... Y aquí se inicia la historia de cómo dejé de ser un simple muchacho en un villorrio, para volverme uno de los más aclamados guerreros de la actualidad.

    – ¡Asesinos! – gritó el atalaya, dando el aviso para que todos se prepararan.

    – ¡Corran todos, ellos están llegando! – gritó otro.

    La carrera por la villa se volvió un caos. Las personas intentaban recogerse en sus residencias, procuraban huir a los campos, en fin librarse de la amenaza que se aproximaba. Yo estaba acostado, descansando después de haber cuidado del ganado durante toda la mañana, cuando mi madre entró casi sin aliento en casa.

    –  ¡Pistorius, hijo mío, corre bien lejos para salvarte!

    Ella tomo mis manos y me levantó. Salimos corriendo por la calle, una enorme nube de polvo se había formado. Varias personas corrían y muchas nos tropezaban. Pronto fui arrastrado por una pequeña multitud. Mi madre soltó mi mano, diciendo que siguiese al bosque, pues ella necesitaba volver a nuestra casa, pero luego estaría conmigo.

    – ¿Madre? ¿Madre? ¿Dónde estás que no consigo verte? – grité mientras era empujado en dirección opuesta.

    La oí gritar algo, pero no conseguí entender lo que decía, solo comprendí que ella insistía en que yo huyese sin mirar atrás.

    – ¿¡Madre?! ¡Maaaaaaadreeeeee! – grité, con la esperanza de que ella me oyese y me acompañase.

    Aquel día, fuimos atacados por un grupo de ladrones, eran muchos, cerca de cincuenta. Podríamos haber resistido al ataque si estuviésemos sobre aviso, pero la sorpresa fue un arma poderosa al servicio del enemigo. Eran liderados por un hombre muy cruel, pues mataba mujeres y niños sin ninguna piedad. Jamás oí hablar de aquel sujeto y me gustaría que las cosas hubiesen permanecido de esa manera. Los bandidos fueron inhumanos, atacaron hombres, mujeres, niños y ancianos, no salvaron uno cualquiera que tuvieran la oportunidad de matar. Como una caravana de hombres había partido recientemente el contingente estaba muy disminuido, y no fue capaz de hacer frente a tamaña masacre.

    Los invasores saquearon todo y también se llevaron algunas mujeres, probablemente para transformarlas en sus esclavas, cuando se dio por satisfecha, la banda partió, dejando solo unos pocos vivos atrás. Pues no fue de su interés sacudir los bosques a su alrededor en busca de sobrevivientes. Por suerte o azar, no lo sé, uno de los que no murió ese día fui yo. No es que me sienta orgulloso de eso, pues tuve que actuar como un cobarde, correr y esconderme, pero pensé que, si mi madre sobreviviese, ella necesitaría más de mí vivo que muerto. Corrí hasta mi casa que ardía en llamas, probablemente el fuego que mi madre hiciera para cocinar algunos alimentos se había regado con la confusión. Vi algo caído en una esquina de una habitación. Con algún esfuerzo disminuí un poco las llamas, usando una cobija con la cual me cubrí cuando la confusión comenzó y, con ayuda de una asta de madera, empujé lejos de las llamas aquello que vi en medio del incendio.

    Tuve una visión horrible. Era el cuerpo quemado de una mujer. Las lágrimas corrieron automáticamente por mi rostro, comencé a temblar, las piernas me fallaron y mi corazón quedó apretado. No me restaban más dudas: mi madre había muerto. Me senté en el suelo y me lamenté. Mis gritos resonaron por la villa vacía y destruida. Simplemente no sabía qué hacer, ni para donde ir. Con mi madre asesinada por un grupo de ladrones, y no teniendo un padre, pues este había fallecido cuando yo nací, yo no tenía otro pariente. Tomé una vasija e intenté apagar el fuego arrojando arena en él, pero era demasiado tarde, la casa ya comenzaba a caerse, pues las llamas habían agitado su estructura.

    Salí de la casa, antes de que el fuego terminara de regarse y caminé cabizbajo por la villa. ¡Estaba todo desolado! El sonido del clamor, del llanto y del rechinar de dientes, se regaba por el lugar. Los pocos sobrevivientes se lamentaban por sus muertos y por sus vidas destruidas. Nada hacía recordar el feliz poblado que antes existía allí. Mi pecho ardía, mi cabeza dolía y mis ojos lavaban mi rostro con las lágrimas. Con todo, a pesar de todo mi sufrimiento, solo conseguía pensar en una cosa: venganza... ¿Pero, cómo? Yo solo era un muchacho inexperto y ni siquiera sabía quiénes eran los animales responsables de tamaño desastre.

    Sin familia, casa y opciones, me acordé que una vez mi madre había hablado sobre un pariente que todavía nos quedaba. Un tío que vivía en un lugar distante, más allá de las tierras del norte, según las noticias que ella recibió del paradero de él y de su familia. En las condiciones en que me encontraba, solo me quedaba un camino a seguir: buscar abrigo con mi tío, en caso de que él siguiese viviendo en el mismo lugar y si yo consiguiese llegar hasta él, en vista de que no había viajado mucho en mi vida y, aún así, cuando lo hiciera fue para lugares cercanos.

    Decidido a seguir esa idea, fui hasta el fondo de mi casa, ahora completamente destruida por el incendio, tomé una pequeña pala de madera, que estaba junto a las demás herramientas y me puse a cavar, hasta que encontré una caja grande de madera enterrada.  Terminé de cavar de modo que la destapé, retiré la pesada tapa y vislumbré la vestimenta excepcional. La retiré de la caja y vestí la armadura de mi padre, hecha de un metal muy duro, trabajada con oro y muchos detalles en plata. Felizmente, por estar escondida, ella no había sido robada por los bandidos, ni perjudicada por las llamas.

    Como yo tenía buena estatura y una excelente preparación física, la armadura de mi padre me sirvió con cierta precisión. Dentro de la gran caja, tomé también la espada, que no quedaba atrás de la armadura, en belleza y detalles. Me preparé de la mejor manera que pude, buscando orientarme por el sol y por las estrellas, partí en dirección a las tierras del norte. En aquel tiempo, yo no podía imaginar, pero estaba listo para enfrentar una dura jornada que me traería grandes sorpresas y desafíos.

    Después de caminar algunos días, racionando la parca provisión que conseguí reunir, llegué a Neoland, una aldea mucho mayor y más desarrollada que el villorrio donde yo vivía. Las noticias ya habían llegado hasta allí, y los hombres de Aukazland ya habían vuelto para lo que restaba de sus hogares. Me encontré con algunos de ellos por el camino y les expliqué mejor lo que había sucedido. Desesperados, partían para allá, intentando reencontrar a sus familias y lo que sobrara de sus posesiones.

    Además de mayor y más desarrollada, Neoland de alguna forma era tan calmada, ordenada y hospitalaria como Aukazland. Había muchas más personas caminando en las calles, muchos tipos extraños, personas de caras ceñudas, criaturas de otras razas como Orcos, Ogros, Trolls y todo tipo de seres que jamás pudiera imaginar. En el local donde estaba, había una especia de mercado en la calle, las moscas infestaban el lugar que estaba repleto de todo tipo de carnes, hierbas, verduras, vegetales y especias. Una verdadera confusión, a la cual no estaba acostumbrado.

    Un poco perdido y atontado por el ambiente, me topé con un señor, visiblemente ya de bastante edad. Siendo un viejo, imaginé que sería la persona más adecuada para darme información sobre el lugar, que me espantaba mientras más yo permanecía allí. Sin formalidades, me acerqué al señor y le pregunté:

    – Con permiso, acabo de llegar a la aldea y no conozco nada por aquí. ¿Usted podría informarme de algún lugar donde yo podría encontrar algo de comer? – el hombre me miró de arriba abajo, de un modo extraño.

    – ¿Tienes dinero? ¡En esta ciudad se puede conseguir todo con el dinero! – dijo él.

    – Sí, dispongo de algunos recursos, pero no mucho. ¿Usted sabe o no de algún lugar? ¡Hace días que viajo, estoy cansado y con hambre!

    – Cierto, joven mío, tu puedes caminar cerca de cincuenta pasos al norte y entrar en una pequeña calle a la izquierda. Allí habrá un lugar apropiado para saciar tu hambre. – el viejo tenía un brillo extraño en la mirada.

    Sin quererme tardar en la presencia de tan extraña figura, agradecí por la información y comencé a caminar contando mis pasos para saber cuántos ya había dado. Después de recorrer la distancia indicada por el extraño viejo, llegué a la tal calle que él me dijo. Caminé desconfiadamente, pues se trataba de un lugar bastante oscuro y extraño, con apariencia sombría y olor a podrido, casi insoportable. Mientras más me adentraba, más sentía que algo andaba mal. El sitio estaba rodeado de casas viejas y pobres lo que le daba un aspecto todavía más siniestro a aquel lugar. Al poco la calle fue quedando más estrecha, hasta que noté que se trataba de un callejón sin salida. Me puse en estado de alerta. Escuché pasos venidos de atrás de mí. Imaginando que el viejo me siguió, me agaché y me pegué a un tronco de madera podrida que estaba a mis pies. En un gesto rápido, me volví mientras decía:

    – ¡Viejo maldito! Me mandó a una emboscada... toma esto...

    Tiré el pedazo de madera en dirección de quien estaba detrás de mí. Un hombre extraño, que no era el viejo, se tiró al suelo y rodó, desviándose del objeto lanzado en su dirección. Instintivamente saqué la espada de mi padre, mientras el hombre se levantó, jalando también su arma, y comenzamos a luchar. Era un sujeto de estatura mediana, pero muy fuerte. Vestía trapos sucios y malolientes, bastante adecuados al lugar. Tenía una mirada furiosa y confundida, pero ciertamente decidido a conseguir de mí todo lo que pudiese. Como un joven guerrero, había recibido algún entrenamiento en mi aldea, pero jamás había enfrentado un verdadero combare y mucho menos había tenida la oportunidad de derramar sangre humana. A pesar de no vacilar, yo temblaba de pies a cabeza, y mi adversario, ciertamente, notaba mi nerviosismo e inexperiencia, lo que solo aumentaba su confianza.

    –  ¿Quién eres tú? – pregunté

    – Alguien que tendrá el placer de tomar tu dinero, tu bella armadura y tu espada. Esos artículos deben valer una fortuna en el mercado de la ciudad. – él hablaba en un tono burlón.

    – No tengo dinero - repliqué.

    – Claro que tienes, el viejo me lo dijo. ¿Crees que soy algún loco? Hagamos esto, dame el dinero y todo lo demás de valor, y entonces lo dejo seguir con vida.

    – Ya dije que no tengo dinero, y jamás permitiría que alguien tomase el arma y la vestimenta de mi fallecido padre, este es el único recuerdo que tengo. Todo lo que deseo es viajar en paz a las tierras del norte, en busca de mi tío, mi único pariente vivo. ¡Déjeme pasar y olvidaremos que esto sucedió! – dije, sacando coraje de no sé dónde.

    – ¡Deme su dinero o voy a mandarlo para el infierno junto a su padre, vas a morir, maldito! – el hombre mostraba impaciencia.

    Luchábamos con vigor, nuestras espadas se chocaban mientras gritábamos el dialogo anterior. Estaba sorprendido con mi desenvoltura hasta allí, pero después de algunos cambios de golpe más, sentí mi cuerpo arder como nunca antes en mi vida. Miré a la espada de mi oponente y vi que estaba bañada en sangre. Por un segundo me desconcentré del combate, pasé la vista por mi cuerpo con cierta ansiedad y noté, entonces, que había recibido un golpe en mi barriga, que no paraba de sangrar.

    A pesar de ser hecha con mucho esmero, la armadura no estaba diseñada para cubrir todo el cuerpo, solamente el pecho, hombros y los laterales. Originalmente, había una cota de malla sujeta en la parte que cubría el abdomen, pero yo no la tenía. Tal vez fuera construida de esa manera, para evitar el exceso de peso y aumentar la movilidad de quien la usara. Muy asustado y preso de una inmensa ira sentí, por primera de las muchas veces en mi vida, una extraña sensación, pero miré un hombre horrorizado, cuando finalmente levanté mi mirada.

    – ¿Qué es eso? ¡Tus ojos!... ¿Tú eres de otro mundo?

    Solté mi espada, que cayó al suelo con un pesado ruido sordo, retiré mi armadura con alguna dificultad, pues la herida dolía bastante, corrí hasta el ladrón, que en ese momento me miraba atónito y, con un solo golpe, dirigí la mano a su pecho, arrancándole el corazón. Con espanto, vi el cuerpo inerte de mi oponente caer al suelo. Todavía asustado, tomé mi espada y salí corriendo desesperado, dejando atrás la armadura que no aguantaría cargar y un rastro de sangre en el suelo. Caminé, intentando detener el sangrado con mis manos, pero no parecía ayudar gran cosa. No sabía para donde caminar, para pedir ayuda y, después de andar por un tiempo, ya sin fuerzas, caí al suelo.

    Sin saber lo que había pasado, donde estaba y cuanto tiempo pasó, desperté confuso, con el rostro cubierto de arena y envuelto en un charco de sangre. Sin levantar la cabeza, que dolía bastante, miré para un lado y vi un lobo grande y gris, que lamía mi sangre regada por el suelo. Como si despertase de una gran embriaguez, llevé mi mano hasta la herida y palpé mi barriga. ¡Nada! El corte había desaparecido...

    – Debes estar intentando comprender lo que sucedió... ¡yo te puedo responder eso! – oí la voz, seguida de una maléfica carcajada.

    Miré para el lado y vi el maldito viejo que me envió a la emboscada. Me senté, sacudiendo la cabeza, como si intentase despertar de un mal sueño. Fijándome más en el viejo, vi que él estaba diferente de la primera vez que nos encontramos. El no usaba más los mismos trapos, ni estaba con el cuerpo encorvado. Con todo, a pesar del cambio de vestimenta y postura, su rostro era inconfundible.

    Ahora el usaba una vestimenta negra y larga que iba hasta los pies. Aunque su traje no estuviera muy limpio, lo que era normal para un lugar como aquel, conservaban un brillo extraño, como si el emanase una especie de energía. Tenía en la mano derecha un gran cayado que iba del suelo hasta la punta de su nariz. Debía tener alrededor de un metro ochenta y cinco, visto que no era mucho menor que yo, que tengo uno noventa. El sujeto tenía también ojos negros y profundos, que contrastaban con sus cabellos grises. Después de analizarlo, me levanté y busqué mi espada, pero no la encontré. Irritado, corrí encima del viejo cuando, de repente, sentí todo mi cuerpo paralizarse.

    – ¿Quién eres tú, viejo maldito? ¿Qué está pasando?

    – Calma muchacho. Mi nombre es Kitle, soy un viejo mago. Lo que pasó contigo es bien fácil de explicar. Fuiste herido y ya estabas a punto de morir, cuando te di un elixir de vida. ¡Ahora... me debes un favor! – él soltó una carcajada, nuevamente.

    – Yo no te debo nada, suéltame y verás... ¡Voy a acabar contigo!

    – Está bien, entonces tu puedes quedarte ahí parado por el resto de tu vida. ¡Adiós!

    – Hey, ¿donde piensas que vas? ¡Vuelve aquí, viejo miserable! – estaba tan airado que ni siquiera conseguía expresarme de manera correcta.

    Kitle comenzó a apartarse, sentí que aquel seria mi fin. Si él se fuese, quedaría allí petrificado hasta morir de hambre. Resignándome con la situación, no pude hacer otra cosa que no estar de acuerdo con el sujeto.

    – Está bien, ¿Qué quieres que haga? – cedi.

    – Muy bien, muchacho, sabia decisión. Necesito que vayas a un lugar llamado Taberna de los Trolls y que converses con un sujeto llamado Burlet. Dígale que yo lo envié y él sabrá de lo que se trata. – el viejo volvió a girarse para partir.

    – ¡Lo sabrás, joven mío, te garantizo que lo sabrás!

    Con un pestañeo el viejo desapareció, galopando velozmente en un bello caballo que estaba parado a su lado mientras conversaba conmigo. Segundos después de su salida, recobré mis movimientos y, todavía con el cuerpo adolorido y medio atontado, comencé a caminar sin rumbo. Todo lo que quería era encontrar a mi tío en las tierras del norte, vivir tranquilo con su familia e intentar ser lo más feliz que pudiese sin la presencia de mis seres queridos. Pero antes, ahora yo debía un favor a un viejo mago y necesitaba hablar con alguien que yo no tenía idea de quien seria, sobre algo que yo ni siquiera sabía de que se trataba. Lo peor de todo fue que el viejo se fue, se llevó mi espada con él y mi armadura estaba desaparecida.

    Caminando llegué a un descampado donde había un hombre lisiado que, viéndome, vino hasta mí. Me miró de arriba abajo, sonrió y, con la manera de hablar de los vendedores, dijo:

    – ¿Quieres comprar algo? Tengo de todo, desde puñales hasta machetes. Tengo espadas, cimitarras y todo lo que un hombre puede soñar.

    – Me gustaría, pero no tengo dinero. – respondí.

    – ¡Oh, joven muchacho! Eso no es nada, vamos a hacer esto... ¿Ves a aquel hombre allí en frente? Él es un gladiador u lucha por dinero, es un buen luchador, pero ya está viejo y tiene un punto débil... Los codos no son muy buenos. Haremos lo siguiente, luchas con él, yo apuesto alto por ti y, si ganas, te doy algunas piezas de plata y una espada. ¿Qué te parece?

    – Usted nunca me vio luchar antes, ¿cómo puede confiarse tanto así?

    – Pues, joven mío, eres joven y puedes hacer cualquier cosa. ¿Aceptas mi oferta?

    – Y si pierdo, ¿qué pasa?

    – ¡Nada! ¡Nada puede sucederle a los muertos!

    El hombre salió de mi lado y fue a hablar con el gladiador, su nombre era Sargus y hacía algún tiempo que no era derrotado. No muy diferente de la mayoría de los hombres de aquel pueblo, tenía la piel oscura y estatura mediana, hombros largos, brazos gruesos y fuertes, parecía un monstruo, tenía también las manos enormes con dedos gruesos y encallecidos. A pesar de mi repugnancia, la lucha fue acordada para una hora más tarde, pero había un problema...

    – Sabe, tengo un poco de hambre, ¿dónde podría comer algo? – pregunté al lisiado.

    – Está bien, muchacho, te voy a llevar a un buen lugar, el mejor que tenemos, y queda bien cerca de aquí. ¡Se llama la Taberna de los Trolls!

    Entramos en la taberna y noté que había muchas personas, Trolls y toda la especie de criaturas exquisitas. Era un lugar muy extraño y sombrío, tenía un aspecto sucio y no parecía nada acogedor. No es que yo esperase un ambiente mejor en un lugar con el nombre de La Taberna de los Trolls, pero de cualquier forma nunca imaginé que pudieran existir lugares así. Mirando alrededor, en busca del tal Burlet, noté en algunos Trolls, enanos y hombres que estaban sentados en una mesa jugando algún juego, ciertamente apostando dinero, pues todos tenían piezas de plata y oro a su lado y estaban con una expresión muy seria en sus rostros, lo que los volvía aún menos amigables. En otra esquina de la taberna, había un grupo de hombres con largas barbas y yelmos extraños... Esos deben ser los tales vikingos de los que tanto se habla últimamente – pensé. Ellos estaban ya muy embriagados y cantaban alegremente, lo que en verdad ayudaba a descargar un poco el clima pesado de

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