El aserradero
Por Marcelo Britos
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El aserradero - Marcelo Britos
Tengo obsesiones de historiador. Todas las imágenes que apunta la memoria deben tener un proceso, un origen y un nal que, a su vez, deben dar comienzo a otros procesos
, dice el personaje de El aserradero, y eso es lo que hace, desarrolla esta novela a partir de una posibilidad: una biblioteca enterrada. Ese el punto desde el cual se abren otros procesos que se relacionan y tejen entre sí: vínculos familiares que reconstruyen el pasado desde el presente.
Marcelo Britos, desde la uidez y claridad narrativa, nos hace vívida una historia sobre la paternidad, la memoria colectiva, la búsqueda y la enfermedad. El suspenso que se articula en estas páginas, sumado a la ternura y empatía de cada acción, hacen que como lectores agradezcamos la sensible humanidad de cada palabra.
Marcelo Britos nació en la ciudad de Rosario, Argentina, el 1° de mayo de 1970. Magister en Literatura Argentina por la Universidad Nacional de Rosario. Narrador y ensayista. Publicó los libros de cuentos: Los Dogos (2004), Alexandria (2007), Como alguien que está perdido (2011), El último azul de la noche (2013) y Nuestro miedo a las tormentas (2020). Con Empalme (2010), obtuvo el Premio Municipal de Novela Manuel Musto
. En el año 2014 obtuvo el 1º premio de novela en el certamen internacional Sor Juana Inés de la Cruz
, edición 2013, otorgado por el Gobierno del Estado de México con su trabajo A dónde van los caballos cuando mueren (2015). La novela fue traducida al italiano y al portugués. Su primer libro de ensayo, Migrantes, espectros y malditos. Un ensayo sobre Bernardo Kordon, verá la luz este año por Eduvim.
Britos, Marcelo
El aserradero / Marcelo Britos. - 1a ed. - Rosario: UNR Editora, 2022.
Libro digital, EPUB. - (Confingere / Nicolás Manzi; 21)
ISBN 978-987-702-597-2
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
UNR editora
Director
Nicolás Manzi
Diseño de Colección
Georgina Ricci
Diseño editorial
Joaquina Parma
Corrección
Tomás Boasso
Santiago Beretta
Ezequiel Hazan
Detalle de tapa y página 187
Marcelo Kopp, La sequía
2018, Xilografía
18 x 18 cm
© Marcelo Britos.
© Universidad Nacional de Rosario, 2022.
Queda hecho el depósito que marca la Ley N° 11.723.
Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida sin el permiso expreso del editor.
Impreso en Argentina.
Marcelo Britos
El aserradero
UNR
———
editora
Índice
Prólogo, por Rody Bertol
El aserradero
Prólogo
Por Rody Bertol
"Si los libros tuvieran voz más allá de la metáfora. Si por sí mismos pudieran abrir las páginas como una boca de muchas lenguas y gritaran lo que tienen escrito…"
Encontrarse con El aserradero, es encontrarse con un libro sencillamente maravilloso.
La novela tiene la ligereza y la magia de un vals crepuscular, de un sueño lejano y entrañable. Esta intencional simpleza de movimientos, oculta una pregunta central: ¿Puede el ser humano ser tan necio, tan cruel, tan absurdo?
El lector se sorprenderá con la especial sensibilidad y la conmovedora sinceridad, con que ha sabido narrar Britos esta historia. Hay cierta visión poética, lúcida y desgarradoramente disparatada, de una condición humana puesta en situación: el pensamiento del otro como enemigo.
Los personajes se entrelazan a la historia central, de manera fluida y por momentos toman atajos, como si abrieran una puerta, que abre otra puerta, que abre otra puerta.
Estuve enamorado de ella por varios periodos de mi vida, hasta que cada uno fue perdiéndose en los laberintos de otras ciudades y otras costumbres…
De todos modos, cada uno cuenta su historia. Mostrándonos cómo la memoria es miserable y caprichosa.
Desde la primera a la última página, Britos nos invita a entrar a su mundo narrativo. Un mundo donde pareciera que la vida es lo que es, sin embargo, todo puede suceder, como enterrar una biblioteca.
Lo que duró la primera cena fue tiempo suficiente para convencerme. Al menos de que esos libros existan y que superaban el rango de mito, la duda de su existencia o la necesidad de ser siempre un misterio…
El amor, el odio, la traición, la ignorancia, el miedo. Con este libro el lector encontrará muchos elementos que hacen que lo que ahora tiene entre sus manos, sea una gran novela. Porque toda la agudeza, la inteligencia y la osadía del autor está puesta al servicio de contarnos esta singular historia… y punto. Nada más ni nada menos que eso, punto. Porque el después no es silencio, es como diría Beckett: Significa quién puede
. Es decir, es la historia que nos hacemos en nuestra imaginación, nuestra propia obra.
Además, como todo buen y seductor relato, el libro contiene dos historias.
Roland Barthes decía: "Quien habla no es quien escribe y quien escribe no es quien es". Según aclaraba Susan Sontag, son tres cosas distintas: hablar, escribir y ser.
Yo que tengo el gran gusto de conocerlo a Britos, lo primero que puedo decir, es que es un ser que vive y escribe, en cercanía y desde la amistad, la militancia, las utopías y, sobre todo, el amor.
El aserradero
"He guiado camiones y dormido en aserraderos
Los buitres devoraban a mi amada
Viajé de noche sobre la arena caliente
Invoqué los nombres secretos
Conjuré un maleficio
Contuve una catástrofe
Conduje un águila a su nido
He muerto con mis muertos y estoy vivo"
Mario Trejo
Una leyenda suele tener origen en un hecho comprobable, así dicen los textos. Yo prefiero explicármelo de otra manera: alguien contó por primera vez esa historia, alguien que fue testigo de ese hecho y después le dio forma en la cabeza hasta que valiera la pena contarlo. No todo merece ser contado. La leyenda de la biblioteca enterrada en el aserradero tuvo una primera voz, un paciente cero que la esparció delante de otros y así tomó la forma eterna y magnética que tienen los relatos que bordean lo real, de un lado y del otro, los pies en el recuerdo y las manos escribiendo la historia en el aire. Esa voz fue la de mi abuela Ana.
En sus últimos años, cuando tenía los recuerdos entreverados, una intermitencia de gente muerta, otoños, vacaciones, fiestas, lo esplendoroso de su vida quizá, en su propio juicio –un juicio que se iba apagando como un fósforo de cera–, decía cosas absurdas que todos trataban de corregir, con ternura al principio, después con sorna y en el final, porque todo tiene un hartazgo de final, con indiferencia. Hay que hacer una torta para el cumpleaños de Ricardo
. El abuelo murió, abuela. Hace mucho que no viene Yolanda a cortarme las uñas
. Yolanda se volvió al Chaco hace un montón; ¿no te acordás? Cosas así. Pero a veces salía con algo en lo que todos poníamos un poco más de empeño en creer. Nene, sacá unos dólares del rollito que tengo en el tarro y comprate una estufa
. Y los idiotas sonreían y después, cuando la llevaban a la pieza a dormir, todos buscando tarros por la casa: el del azúcar, el de los botones, el de las especias, el de la miseria humana. Alto tarro
, dirían mis alumnos.
Un domingo al mediodía, sentada en la punta de la mesa, mirando fijo la puerta de su habitación como si la hubieran sacado de la jaula, un pájaro liberado en medio del incendio, dijo que había que desenterrar los libros del tío porque si no se iban a pudrir. Podría haber pasado desapercibido, pero lo que le dio esa dimensión de leyenda fue que, cuando le preguntamos qué estaba diciendo, no balbuceó ni se quedó perdida como otras veces, como volviendo en sí, descubriéndose desconectada del mundo, sino que nos explicó, bien claro, que el tío sabía que se lo iban a llevar, y como lo sabía juntó todos los libros y los enterró en algún lugar del aserradero. Que le había dicho a dónde, pero que se había olvidado. Y así empezó esto que vale la pena contar. La abuela, la que encendió sin querer la mecha, no volverá a tener presencia en la historia, se apagó el fósforo. Y ya que estamos con el fuego, creo que ella tuvo, consciente o no, el oficio de un piromaníaco, esos tipos de las películas que vacían dos o tres bidones de combustible en una casa y tiran el zippo prendido –como si fueran baratos– y se van sin más, dándole la espalda al infierno.
El aserradero era un negocio familiar. Traían madera del bosque chaqueño para vender en las mueblerías. Al principio los troncos llegaban en tren al Patio de la Madera, al lado de la estación terminal de ómnibus, y de ahí los llevaban con camiones hasta el aserradero. Después, cuando cayó Perón, les dejaron instalar vías que llegaban al terreno. Los vagones se desenganchaban del ramal y entraban a la playa de descarga.
Hay un mapa fijo en la memoria, la vista desde la tranquera que daba a un camino de tierra. El alemán, así le decían a mi abuelo, tenía la oficina en un vagón lisiado, al lado de los galpones donde estaban la sierra y la cepilladora. Afuera los peones siempre sentados en los troncos todavía vestidos con la corteza. Venían de Formosa y de Chaco, igual que la madera, curtidos por el sol, los