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Tres charlas sobre escritura de Daniel Cassany, recuperadas y comentadas por las varias voces de un solo autor.
En estas páginas se toparán ustedes con pulpos y mayordomos escritores, mellizos que supervisan originales, camaleones aplicados, icebergs gigantes, sapos apedreados, cajas de herramientas y sombreros que ocultan autores. Son algunas de las metáforas –atrevidas e incluso entrometidas– que utilizo para explicar mi experiencia como escritor y como científico sobre la escritura, en tres conferencias impartidas en América Latina. También descubrirán varias personalidades dentro de mí... pero de eso no me siento orgulloso. No se van a aburrir...
Daniel Cassany
Daniel Cassany es un buen lector de novelas y un investigador sobre la lectura y la escritura. Es profesor en la Universidad Pompeu Fabra y ha publicado numerosos artículos y libros, reeditados varias veces en España y en América. En Anagrama ha publicado La cocina de la escritura, con más de 150.000 ejemplares vendidos, Tras las líneas, Afilar el lapicero, En_línea, Laboratorio lector, El arte de dar clase y Metáforas sospechosas. Fotografía © Miguel Ramudo
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Metáforas sospechosas - Daniel Cassany
Índice
Portada
Presentación
¿Cómo conseguir que la escritura nos obedezca?
Mi cocina letrada
Sobre mis fogones
Epílogo
Notas
Créditos
Daniel Cassany (Vic, 1961) es investigador de la cultura escrita y el aprendizaje, además de un gran lector de novelas policíacas y un sufrido espectador de teatro. En Anagrama ha publicado seis libros sobre lectura y escritura, entre los que destaca La cocina de la escritura, con treinta reimpresiones.
Metáforas sospechosas Charlas mestizas sobre la escritura En estas páginas se toparán ustedes con pulpos y mayordomos escritores, mellizos que supervisan originales, camaleones aplicados, icebergs gigantes, sapos apedreados, cajas de herramientas y sombreros que ocultan autores. Son algunas de las metáforas –atrevidas e incluso entrometidas– que utilizo para explicar mi experiencia como escritor y como científico sobre la escritura, en tres conferencias impartidas en América Latina. También descubrirán varias personalidades dentro de mí... pero de eso no me siento orgulloso. No se van a aburrir…
Presentación
Durante muchos años llamé a este proyecto Papeles mestizos. Son papeles por su origen: anotaciones manuscritas, improvisadas en varios lugares y tiempos, antes del advenimiento de la nube, las pantallas y la grabación en vídeo. Los utilizaba para charlas a pelo, en vivo, sin PowerPoint ni fotocopias frente al micrófono y la audiencia. Estas cuartillas de bolsillo con garabatos me daban seguridad contra el olvido y el pánico escénico.
Los llamaba también mestizos porque incorporaban varias voces. La charla se grababa en casete, alguien la transcribía, otro la revisaba, yo la corregía y el resultado se publicaba en alguna revista latinoamericana, con una curiosa polifonía de un español peninsular de resonancia catalana, con anécdotas locales, léxico y pronombres argentinos, preguntas con entonación colombiana, platos y refranes mexicanos, reacciones imprevisibles... Además, el «conferencista» de principios de siglo, en tierras americanas, contrasta con el autor maduro que edita este cuaderno; tienen el mismo documento, pero no son la misma persona. Tienen las mismas obsesiones, como demuestra la reiteración de ideas e imágenes, pero no siempre están de acuerdo... Son como capas distintas de una misma cebolla.
Pero Papeles mestizos nunca me ha convencido, como título... y revisando las charlas me di cuenta de que un mecanismo sutil atraviesa estas páginas de manera desvergonzada: las metáforas. Aparte de alguna obviedad, las hay curiosas y exageradas, pero también excesivas, iconoclastas o entrometidas... No es solo su abrumadora presencia...: es esa imprevisibilidad, esa sorprendente capacidad de supervivencia, de reinventarse y adaptarse a cada contexto, de sacar petróleo de la evocación personal, de independizarse de su autor, de buscar la complicidad de una audiencia remota y anular su compromiso con la realidad.
Algunas metáforas parecen haber perdido cualquier escrúpulo en su empeño desmedido por iluminar la escritura, prescindiendo de los valores discutibles o lamentables que a veces transmiten. Me asaltan sospechas fundadas sobre su honestidad. Les confieso que, como científico, tengo dudas de que puedan tener valor, sin evidencias empíricas ni razonamiento coherente, solo con poesía y simpatía. Ustedes dirán.
Pero, si descubren algún delito, no culpen a ninguno de los colaboradores, los organizadores de las charlas, sus transcriptores, los editores de las publicaciones previas, los lectores que me han comentado en privado este librito, el público que hacía preguntas... Ellos son inocentes.
¿Cómo conseguir
que la escritura
nos obedezca?
1
ANTES Y DESPUÉS
El lunes 15 de julio de 2002 llegué por primera vez al Rojas, al Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. Iba a dictar una charla con este título. Eran las cuatro y quince, empezaba a las cinco y yo no había preparado nada...
Para ser honestos, casi nada. Cuando me invitó meses atrás Sebastián Adúriz, periodista y anfitrión, no presté atención. Era una charla más en un viaje cargado. Pocas horas antes de volar revisé la correspondencia y me fijé en la propuesta de título. No me gustó. Pensé: «¡Diablos! Si la escritura no obedece a nadie. La tomamos como nos llega... y la reutilizamos como podemos». Ya no podía cambiarlo. Entonces me propuse dar otro sentido a esas palabras, resignificarlas con algo así como: «Somos nosotros los obedientes seguidores de la escritura, sus fieles sirvientes».
Para ser más honestos, es falso que no hubiera preparado casi nada. Perdonen la arrogancia. Me refiero a que no había preparado una fotocopia, para repartir a los presentes, con las ideas centrales, la bibliografía, los ejemplos y mi email, algo que solía hacer y que el público agradece –aunque siempre he tenido dudas de si realmente luego alguien lo consultaba...–. Aquel día no tenía nada.
Llevaba ya entonces treinta años hablando sobre «la escritura» con todo tipo de públicos. El poso lento de explicaciones, preguntas, anécdotas o ejemplos impedía que me quedara en blanco... En caso de ofuscación, siempre hay algún cabo suelto del que tirar, una anécdota divertida o el recuerdo de una charla reciente con un público parecido.
Me senté en la cafetería del Rojas a organizar mis ideas sobre un papel, aislándome del ajetreo. Me fijé en la gente: ¿vendrían a mi charla? ¿Qué esperaban? No sabía nada del Rojas. Cuando das una charla por primera vez en un lugar, me gusta llegar con antelación, pisar la sala, respirar el ambiente, aunque esté vacía... Me da confianza y seguridad, en esa terrible empresa de tener que convencer a un público en un lugar que desconoces, a las pocas horas de haber aterrizado... Pero entonces no fue posible.
Mis consultas previas a colegas porteños habían arrancado un es un sitio interesante, muy abierto. ¿La audiencia? Variada, imprevisible. Pensé entonces que no había nada parecido en España. [Aclaremos esto, les habla el autor: me refería entonces a la temperatura del ambiente, al ánimo agitado y efervescente de aquella cafetería, a la cortesía directa de los porteños... Ignoro si aquel Rojas sigue existiendo hoy... Y les saludo con
