Silencio administrativo: La pobreza en el laberinto burocrático
Por Sara Mesa
4.5/5
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La bestial y desgarradora historia de una mujer sin techo. Un texto lúcido, contundente y revelador que incita a la reflexión y a la lucha por los derechos humanos más básicos.
Esta es una historia real. La de una mujer sin hogar, discapacitada y enferma que trata de solicitar la renta mínima a la que tiene derecho según los optimistas mensajes de la administración y los medios. Pero el laberinto burocrático que debe recorrer para ello, los escollos y trabas con que tropieza y la crueldad de un sistema que exige más a quien menos tiene desembocan en la desesperación. Mientras tanto, los ciudadanos se quedan con la impresión contraria: hay montones de prestaciones y ayudas para los más pobres. «Privilegiados.» «Caraduras.» «Vagos.» Los prejuicios se acumulan. Este es uno de los comienzos de la aporofobia: el odio al pobre.
Sara Mesa
Sara Mesa (Madrid, 1976) desde niña reside en Sevilla. En Anagrama se han publicado desde 2012 las novelas Cuatro por cuatro (finalista del Premio Herralde de Novela): «Una escritura desnuda y fría, repleta de imágenes poderosas que desasosiegan en la misma medida que magnetizan» (Marta Sanz, El Confidencial); Cicatriz (Premio El Ojo Crítico de Narrativa): «Una verdadera revelación» (J. M. Guelbenzu, El País); «Sara Mesa levanta una literatura de alto voltaje trabajada con precisión de orfebre» (Rafael Chirbes); la recuperada Un incendio invisible: «Demuestra ser una creadora muy exigente. Una novela que funciona como los buenos cuentos pues contiene mucho más de lo que dice» (J. M. Pozuelo Yvancos, ABC); Cara de pan: «Una pequeña obra maestra de la narrativa» (J. Ernesto Ayala-Dip, Qué Leer); Un amor: «Sus aristas se presentan bajo una prosa de limpieza desconcertante, escueta, ágil: se lee con la velocidad que asociamos al disfrute, pero al cerrarlo nos encontramos desamparados. Una novela magnífica» (Nadal Suau, El Cultural) y La familia:«Ha escrito algunas de las historias más turbias de la literatura actual. Ahora arremete contra los falsos sueños de bienestar en La familia… En su nuevo libro, el humor matiza el desasosiego que recorre toda su obra… Existe una constante en su obra desde sus inicios que, además de con los abusos de poder, tiene que ver con la doble vida de los personajes.» (Laura Fernández, El País - Babelia) el muy celebrado volumen de relatos Mala letra: «Cuatro por cuatro, Cicatriz y Mala letra de Sara Mesa protagonizan desde hace meses la escena literaria española» (Christopher Domínguez Michael, Letras Libres); y el breve ensayo Silencio administrativo: «Una reflexión sobre el impacto brutal de la pobreza en los individuos que la sufren y sobre las actitudes imperantes frente a ellos en nuestra sociedad. Especialmente indicado para quienes piensan que ellos no tienen prejuicios» (Edurne Portela, El País).
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Comentarios para Silencio administrativo
8 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excelente libro para los vinculados al derecho administrativo. Lo recomiendo
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Se lee de un tirón y se piensa por días.
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Silencio administrativo - Sara Mesa
Índice
Portada
Nota inicial
1. El mismo número de pie
2. El asunto del padrón
3. ¿Y mientras tanto?
4. Dickens en el siglo XXI
5. Plazos, plazos
6. Pidiendo lo imposible
7. ¿Tabaco, móvil, perro?
8. El engranaje en marcha
9. Silencio administrativo
10. El laberinto burocrático
11. ¡Privilegiados!
12. Mucho más que números
13. Un futuro previsible
Epílogo
Notas
Créditos
–¿Tienes algún prejuicio contra mí? –preguntó K.
–No tengo ningún prejuicio contra ti –dijo el sacerdote.
–Te lo agradezco –dijo K–. Todos los demás que participan en mi proceso tienen un prejuicio contra mí. Ellos se lo inspiran también a los que no participan en él. Mi posición es cada vez más difícil.
–Interpretas mal los hechos –dijo el sacerdote–, la sentencia no se pronuncia de una vez, el procedimiento se va convirtiendo lentamente en sentencia.
FRANZ KAFKA,
El proceso
Nota inicial
Este libro surge de un encuentro. Del día en que mi amiga Nuria y yo nos paramos a hablar con una mujer que mendigaba en una calle de Sevilla, y de todo lo que vino después. Es, ante todo, una crónica personal que relata un viaje hacia un mundo que yo desconocía: el de la extrema pobreza y el endemoniado laberinto burocrático por el que se hace pasar a los más necesitados.
Según el informe «El Estado de la Pobreza 2018» de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN-ES), el 26,6 % de la población española está en riesgo de pobreza y exclusión. De ellos, el 5,1 % (más de 2,3 millones de personas) padece pobreza severa, es decir, subsiste con menos de 342 euros al mes.
Descendiendo en la terrible escala de la carencia, la Fundación RAIS –Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral– calcula que en España 31.000 personas no tienen hogar, el mayor estado de vulnerabilidad y desprotección posible. Por su parte, el informe «¿En qué sociedad vivimos?», de Cáritas Española, eleva el número a 40.000 personas sin techo.
Impacta que cifras tan preocupantes no estén en el primer plano del debate político y mediático, cuando, además, los índices de pobreza continúan creciendo y los sistemas de rentas mínimas puestos en marcha por las distintas comunidades autónomas se han revelado ineficaces para erradicarla. En el caso de la pobreza extrema, la condena a la invisibilidad del colectivo de los «sin techo» –personas que, en su mayoría, no pueden ni siquiera defenderse a sí mismas– es tal que, por ejemplo, los planes estatales de vivienda siguen sin incluir medidas específicas contra el sinhogarismo.
Sin embargo, la percepción ciudadana va en sentido contrario. La idea de que existen multitud de ayudas y prestaciones destinadas a los más pobres está tan extendida que no son pocos los que las consideran excesivas, hasta el punto de sentir un agravio comparativo.
Lo que subyace bajo esta percepción es la creencia en la voluntariedad de la pobreza: habiendo tantos recursos disponibles, piensan muchos, si alguien vive en la calle es porque quiere. Y a partir de ahí, surgen todos los demás estigmas: los «sin techo» son vagos, sucios, locos, problemáticos, peligrosos.
La filósofa Adela Cortina acuñó el término aporofobia, odio a los pobres, a partir del griego áporos («indigente», «sin recursos»), bajo el convencimiento de que para resolver cualquier problema el primer paso es designarlo. En 2017, la RAE incluyó aporofobia en el Diccionario de la Lengua Española y, desde entonces, se ha convertido en un término de uso corriente. Cortina habla de la existencia de razones neurológicas para explicar –que no justificar– la aversión, miedo y rechazo hacia los pobres, mucho más extendida que otras fobias sociales. Este odio puede manifestarse desde actitudes sutiles (recelos y prejuicios que, en mayor o menor medida, todos tenemos) hasta las más radicales (crímenes de odio). Pero además de las motivaciones cerebrales, Cortina recuerda que existen razones de otro tipo –políticas, sociales y económicas– que fomentan la aporofobia, y que son las que se pueden y deben modificar.
La historia que cuento en Silencio administrativo –encarnada en el periplo de una mujer discapacitada y pobre que, al pedir ayuda, se choca contra la dura realidad del silencio– pone de manifiesto que la administración y algunos medios de comunicación contribuyen indirectamente a la existencia de la aporofobia al crear una imagen distorsionada y magnificada de las ayudas y partidas públicas destinadas a erradicar la pobreza, al tiempo que silencian o maquillan sus graves limitaciones y deficiencias.
Las rentas mínimas –pensadas para proporcionar los más elementales recursos de subsistencia– están reconocidas como un derecho humano en distintos textos internacionales, como la Carta Social Europea. No voy a entrar aquí en la idoneidad de este tipo de rentas, muy cuestionadas no solo por su insuficiencia y por la burocratización de los trámites que conllevan, sino también porque