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"EL EXCESO DE TRANSPARENCIA ABURRE AL DESEO"

En La ciencia del sexo (ed. Pinolia), el negro se lee sobre blanco. La escritora y sexóloga Valérie Tasso recopila sus artículos con un objetivo: levantar fronteras entre el conocimiento y la charlatanería.

Con lo que una se conformaría es con que más que una “ciencia” alcanzáramos una “conciencia” del hecho sexual humano. Nuestra particularísima condición sexuada genera procesos muy complejos (de sexuación, de sexualidad, de erotismo…) que exigen un marco de comprensión mucho más amplio y poliédrico que el que pudiera aportar la ciencia y que se tienen que fundar en la potencia y también en la fragilidad de las disciplinas de carácter humanístico. La ciencia, por ejemplo, te puede arreglar una fractura de fémur pero nada puede decirte Hay una apreciación de Sartre muy oportuna: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”. Cuando somos “arrojados” a la existencia, empieza. Los condicionantes, las restricciones, las recomendaciones conforman una manera de hacernos que es nuestra, pero viene heredada por los otros y que, en definitiva nos otorgan determinada forma de entender y crear el mundo. No podría desarrollarte aquí todas las caracterizaciones significativas de hoy, pero apuntaré algunas: la “centralidad del yo”, el utilitarismo (la estupidez de creer que todo tiene un uso y una funcionalidad y todo debe entenderse bajo el prisma contable del cálculo coste/beneficio que me pueda reportar), aquello que Lacan designó como “el imperativo de gozo” o el preocuparnos por los medios y casi nunca por un fin superior que nos trascienda. Por citarte solo alguno de los que considero significativos de este tiempo abstracto en lo que todo deviene “información”, “actualidad” y “contacto” con el único objetivo de soterrar el “conocimiento”, el “presente” y el “vínculo”. A mi entender, en tres grandes líneas: hacia la “abstracción”, hacia la “cháchara” y hacia el “puritanismo”. Las relaciones devienen cada vez más “virtuales”, incluso cuando estás encamado con alguien porque la ligereza en el compromiso o la deriva del seducir por el “adquirir” o por convertir al otro en algo poco carnal de manera que no pueda molestarnos u ofendernos en ningún caso y que, además, sea sustituible en cuanto le ratea el motor o surja una versión “actualizada” hace que nuestras relaciones hayan perdido “realidad”, que sean cada más más abstractas (y ridículas, esperpénticas, problemáticas y absurdas) por ser difíciles de comprender, abordar y entenderlas como honestas. Sobre la cháchara: me refiero a que lo propio de una sociedad sometida a la sobreinformación, en la que los criterios de valoración y principios de certeza son la audiencia en una sociedad en la que las sandeces, las bobadas y las paparruchas (o las , las posverdades, la posfactualidad, si quieres decirlo para estar ) sirven perfectamente a la distracción y a la ocultación del conocimiento y la pérdida del sentido crítico. La tercera línea que se viene haciendo fuerte es el puritanismo. El puritanismo es aquella voluntad de cancelar cualquier ambigüedad, cualquier doble sentido, cualquier dificultad de comprensión… En definitiva, en su deseo de pureza relacional, el conseguir complicar al máximo la relación entre los sexos y entre los seres humanos hasta llevarlo a la nada. Sí, en el paso de una sociedad de control por represión a otra de control por sobre exposición hay, debe haber, muchos tabúes que se desarticulen. Quizá el más significativo ha sido el deseo femenino y su anatomía de gozo. Si tomamos la etimología del término “tabú” nos encontraremos con que su significado es algo así como “no tocar”. En una sociedad como la nuestra en la que siempre hay algo que colocar, que vender, que consumir, que existieran cosas intocables es un inconveniente, pues mientras más cuestiones aireas, más productos y consejeros pueden emerger para ocuparse de eso que permanecía en penumbra, por lo que es lógico que ahora se toque hasta lo más íntimo, las emociones más primarias las apetencias más racionalmente contenidas. El problema no es tanto mostrar, sino saber mostrar. Nuestra condición sexuada exige de cierto pudor, de cierto saber ocultar, de cierta sacralidad y de cierto malentendido que desvelar. El exceso de transparencia aburre al deseo; algo de ocultación (que no “tabú”, ojo) no solo no le viene mal, sino que es un requerimiento que exige el deseo. Y el problema empieza cuando paralelamente a ese exceso de transparencia social que exige que todo se vuelque a lo público como si fuera el baño de la casa de uno, que todo sea tocado, aparece el fanatismo, que es una parálisis del sentido crítico. Hoy en día, ambas corrientes, transparencia y fanatismo, crecen en paralelo, de forma que uno retroalimenta al otro, con lo que nos encontramos (y aquí entra de nuevo el puritanismo) con que hay un millón de temas que vuelven a ser intocables. No es que las mujeres estemos menos liberadas que hace 40 años (lo cual sería falso), es que lo que se nos vende como “liberación” y como sus manifestaciones son muchas veces otra cosa. Libre no es solo el que puede hacer lo que le venga en gana, libre es el que opera desde el entendimiento de qué supone su libertad y lo que hace con ella. Existe un dicho japonés que enuncia algo así como “el codo no se puede doblar al revés”: el que eso sea así no implica que carezcamos de libertad para mover el brazo, sino que tenemos que actuar libremente con el brazo desde esa coartación de que el codo no se dobla hacia el exterior. El intentar desbridarse complemente de toda atadura, compromiso, coartación, porque las entendemos únicamente como un tope a mi libertad lo único que consigue es desarticularnos. Una mujer que acumula amantes en serie, que tiene todos los últimos juguetes sexuales, que consigue diez orgasmos por sesión y que se pasa el día hablando de cómo hace de bien el “francés” no es necesariamente una mujer liberada si hace todo eso sin saber ni por qué lo hace o si esa es verdaderamente su inclinación o si no se trata más bien del simple sometimiento a una ideología hegemónica que le exige rendimiento perpetuo en todo lo que emprende o le ha implantado una lógica del consumo que es aplicable a todo cuanto la rodea. n

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