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Los lenguajes de la identidad: La subversión como creación
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Los lenguajes de la identidad: La subversión como creación
Libro electrónico198 páginas2 horas

Los lenguajes de la identidad: La subversión como creación

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Este libro propone al lector un interesante recorrido por los diversos lenguajes con los que construimos nuestras identidades. Con un registro propio, personal y académico, Julieta Piastro nos revela los lenguajes en los que descubre la subversión como posibilidad de creación.
De allí que las teorías, las ideas y las experiencias de autores como Freire, Marx, Wittgenstein, Freud, Austin, Ricoeur, Lacan, Foucault o Butler acompañen la voz de la autora para construir una mirada crítica y reflexiva sobre esos lenguajes subversivos que modelaron su visión del mundo y de la vida. Piastro nos insta a recuperarlos para desenmascarar las estrategias de control y manipulación, que constituyen los relatos del poder que desdibujan nuestras capacidades creativas y de acción.
La lectura de Los lenguajes de la identidad no dejará indiferente al lector, ya que lo exhortará a salir del conformismo para animarlo a descubrir el pensamiento crítico y subversivo como un camino hacia la libertad y la creatividad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 sept 2019
ISBN9788425442810
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    Los lenguajes de la identidad - Julieta Piastro Behar

    Julieta Piastro Behar

    LOS LENGUAJES DE LA IDENTIDAD

    La subversión como creación

    Herder

    Diseño de la cubierta: Dani Sanchis

    Edición digital: José Toribio Barba

    © 2019, Julieta Piastro Behar

    © 2019, Herder Editorial, S.L., Barcelona

    ISBN digital: 978-84-254-4281-0

    1.ª edición digital, 2019

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

    Herder

    www.herdereditorial.com

    A Word is dead

    When it is said,

    Some say.

    I say it just

    Begins to live

    That day.

    EMILY DICKINSON

    A Xavier Guijarro, entrañable amigo, sabio subversivo que se fue antes de tiempo.

    A dos generaciones del grupo de teatro Art perquè PSI, porque a través del arte hemos logrado construir una trayectoria de subversión y creación.

    A Camila, por recuperar y dar vida a la memoria familiar.

    A Francesc, por nuestra complicidad en torno a los libros y a la vida.

    Índice

    INTRODUCCIÓN

    1. DE CÓMO EL MUNDO SE VOLVIÓ MI MUNDO

    2. EL LENGUAJE COMO FORMA DE VIDA

    Mi lenguaje es mi mundo

    La palabra generadora

    Una extraña conexión entre la palabra y la vida

    La hermenéutica

    Hacer cosas con palabras

    La plusvalía de las palabras

    Una realidad oculta

    El trabajo no enajenado

    3. LOS LENGUAJES DEL YO

    El lenguaje de mi identidad

    La noción de identidad

    Modernidad e identidad

    La identidad como construcción

    El reconocimiento

    Marcos conceptuales de las identidades

    4. LOS LENGUAJES DE LA INMIGRACIÓN

    No se llaman raíces, se llaman historias

    Identidades colectivas

    Multiculturalismo versus interculturalismo

    Identidades que emigran

    El discurso colonial

    Los estereotipos

    5. LOS LENGUAJES DEL CUERPO

    Imprimir el género

    El lenguaje del inconsciente

    Lectores pacientes, pacientes lectores

    6. LOS LENGUAJES DE LA HISTORIA

    ¿Quién construyó Tebas?

    La escritura de la historia

    Narrar es ya de por sí explicar

    7. LOS LENGUAJES DE LA FICCIÓN

    Ciencia y ficción

    La capacidad de nombrar mundos propios y extraños

    La comprensión subjetiva

    La literatura como enunciado performativo

    A MANERA DE EPÍLOGO: CONOCIMIENTO Y VIDA

    Introducción

    Si nuestro lenguaje es nuestro mundo, si lo que no se pone en palabra deja de existir y desaparece incluso como posibilidad, una palabra olvidada es un fragmento de experiencia perdido. Por eso, descubrir que el concepto de subversión está en desuso provocó en mí una profunda desazón. No se trata de un vocablo insignificante, sino de una noción central del pensamiento crítico que orienta cambios y alternativas. Sin ella no hay emancipación posible, sin ella estamos perdidos, atrapados en el inmovilismo del «es lo que hay», expresión miserable que revela con contundencia el conformismo de nuestra época.

    De mi malestar emergieron las palabras, y fue así como aquella misma noche comencé a escribir las primeras líneas de este libro en el que me he propuesto compartir algunas de las claves de pensamientos históricamente subversivos con los que me he identificado a lo largo de la vida; y explicar de qué manera ellos me han abierto posibilidades de comprensión y de acción.

    ¿Por qué necesitamos hoy del pensamiento subversivo? Nuestras sociedades neoliberales han desarrollado diversas estrategias de control. Quizá una de las más poderosas es la que se presenta bajo la forma de saber manipulado y estandarizado que se consume fácilmente. El sujeto subordinado se caracteriza por no ser consciente de su sometimiento ni del control que se ejerce sobre él. Por el contrario, parece vivir de manera plena realizado en el espejismo de lo que podríamos llamar «la libertad de Occidente». Su dominio de la tecnología le permite acceder a todo tipo de información, por lo que se siente seguro de su saber y de su poder. Es libre de moverse, de consumir, de elegir sus relaciones afectivas —y la modalidad en que desea vivirlas—, libre para escoger una profesión, un oficio y un destino. Y, sin lugar a dudas, libre para informarse y opinar. Aunque sus mitos y sus ritos estén estandarizados, producidos en serie y convertidos en moda, él tiene la certeza de que al poder elegir entre los diversos menús que se le presentan cuando planifica un viaje, una boda o un entierro, está haciendo pleno uso de su libertad.

    Por lo general, el dolor aparece como un síntoma cuando este sujeto es sorprendido por una experiencia verdaderamente singular que lo confronta, lo interpela y le produce malestar. Ese saber manipulado, estandarizado y de fácil consumo, no lo orienta, no lo consuela ni le explica lo que siente, y es entonces cuando el vacío, el sinsentido y la soledad hacen síntoma en forma de angustia o depresión. De pronto el mundo le es tan ajeno como su propia vida. Su experiencia ha sido fabricada por otros, sometida a un orden establecido por la norma y, por lo tanto, no hay en ella nada auténticamente propio y singular, ni tan siquiera su sufrimiento, que suele ser rápidamente atrapado en un diagnóstico. Su malestar, entonces, consiste justamente en no saber qué le pasa, en no poder expresar lo que siente. Se trata de sujetos que no tienen palabras para apropiarse del mundo, construir su experiencia y tejer un relato identitario que lo sustente.

    Muchos sucumben ante la insoportable exigencia de tener que elaborar respuestas, cuando ni siquiera entienden lo que les pasa. Se trata de adultos tan frágiles como niños, de adolescentes que se flagelan porque desprecian su propia vida y de niños que cargan con un sufrimiento tan grande que no les cabe en el cuerpo. Jóvenes del terrorismo, tan desorientados como manipulables, víctimas que victimizan a poblaciones enteras. ¡Qué gran ironía la nuestra, que vivimos en la era del GPS, de rutas trazadas, de caminos preestablecidos y señalizados que conducen por una vía de certezas hacia el destino libremente elegido, y que nos sintamos tan profundamente extraviados!

    ¿Hacia dónde dirigir nuestros pasos? ¿Cuál puede ser entonces la brújula que nos oriente en el camino? Los discursos subversivos que desenmascaran los lazos de alienación y determinación son los que me permiten concebir, aún hoy, a un sujeto como posibilidad y proyecto. La alienación significa la pérdida de la dimensión creadora y el determinismo supone el control. Por eso, los discursos que subvierten los órdenes establecidos y que intentan escapar de la producción discursiva del saber hegemónico son fundamentalmente liberadores y nos ayudan a imaginar y crear nuestra peculiar forma de vivir en el mundo y de actuar en él.

    Me parece importante mostrar, sobre todo a las generaciones que nacieron en un mundo globalizado, que nuestras representaciones sociales son producto de una ideología que, como decía Althusser, consciente o inconscientemente acompaña todos los actos y los gestos del individuo, todas sus relaciones y lo que las rige. La ideología está presente tanto en las prohibiciones como en las obligaciones, e incluso en nuestros deseos y esperanzas. Por eso, hacer visibles e inteligibles los mecanismos de control que se ejercen a través de ella nos puede ayudar a situarnos en otra lógica.

    Con este libro no pretendo mostrar grandes verdades, ni tan siquiera dibujar el camino teórico de comprensión de las identidades contemporáneas; por el contrario, parto de la premisa de que ya no hay grandes relatos que lo expliquen todo y de la convicción de que los recorridos del saber han de ser creación propia. Desearía, eso sí, mostrar a través de estas líneas que aún hay formas de apropiarnos del mundo de la vida, que es posible recuperar los lenguajes que nos hacen más humanos y cobrar distancia de las estrategias de control y manipulación de los anestésicos relatos del poder, que en muchas ocasiones se cuelan incluso en las más altas esferas del saber.

    Soy consciente de que nos ha tocado vivir la crisis de los grandes relatos y las grandes utopías, aunque como dice Blanchard,¹ apostar por la pertinencia continuada de la idea de revolución implica, a falta de hacerla, aceptar la exigencia que va imperativamente unida a ella, que no es otra que la radicalidad del pensamiento crítico. El positivismo niega la revolución, representa la normalidad del sujeto moderno, la normalidad del que se ajusta a la norma sin rechistar y asume sin más el es lo que hay.

    No concibo la historia del pensamiento como un proceso lineal y progresivo en el que conforme se avanza se superan unas ideas para ser sustituidas por otras. Desde el presente siempre hacemos nuevas lecturas del pasado, y, por tanto, las ideas, las teorías y los textos se actualizan, no se superan. Aquí aparece necesariamente la cuestión de cuáles son las ideas, teorías o textos que convertimos en clásicos. Se ha escrito mucho al respecto, pero por el momento me basta la idea de Borges para tocar la cuestión neurálgica. Lo que es «un clásico» surge de la decisión de una y otra generación de lectores que deciden leer determinados textos «como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpelar sin término». La clave es justamente la interpelación. Pero sucede que, en la actualidad, los pensamientos que interpelan no siempre interesan, justamente porque nos cuestionan, nos hacen pensar y ver lo que no queremos. Considero un acto de responsabilidad y de amor, mas no de nostalgia, entregar a las nuevas generaciones a nuestros clásicos, a los que nos han enseñado a nombrar el mundo y a vivir en él. Por eso soy profesora, y por eso escribo, para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos no se olviden de que lo que nos interpela es lo que nos ayuda a pensar por nosotros mismos y que el pensamiento en libertad nos permite crear nuestra singular forma de estar en el mundo.

    Mi pensamiento se ha dejado orientar por esa fuente inagotable de saber que emana del pensamiento crítico de la Escuela de Frankfurt: una pluralidad de disciplinas y saberes subversivos que constituyen un arsenal teórico poderoso para construir nuevas estrategias de emancipación, de resistencia y de lucha contra las formas de alienación, sumisión y cosificación de nuestro mundo contemporáneo.

    Los relatos subversivos que trabajo en este libro se abordan desde el reconocimiento de la centralidad del lenguaje a través del cual los seres humanos cargamos de significado el mundo que nos rodea y con el que tejemos nuestro relato identitario: el lenguaje como forma de vida. El lenguaje que nos hace, con el que nos hacemos y hacemos. El lenguaje con el que nos constituye la mirada del otro, los lenguajes siempre vivos de la historia, los lenguajes de la ficción como forma de comprensión de lo humano y los lenguajes del inconsciente con los que se puede tejer un proceso liberador de sentido. La lectura que hago de estos, las conexiones que me ha sugerido mi propia experiencia, muestran cómo los lenguajes, imbricados de una determinada manera, poseen un poderoso potencial transformador.

    He llegado a cada uno de esos discursos a través de una experiencia que me ha conducido hacia ellos. Esta es la manera en que mi pensamiento se ha guiado desde muy joven. En primer lugar, una experiencia que me deja perpleja y que me carga de preguntas —a fin de cuentas, como explica Aristóteles, la necesidad de saber es algo que primero se siente y luego se piensa—. Después, la búsqueda de respuestas, orientada por la intuición que se nutre de la experiencia que proporciona lo vivido y lo leído, que también es vida; y, por último, el descubrimiento de una teoría que me permite construir un marco conceptual sólido y flexible para continuar ese apasionante ejercicio de investigación que algunos convertimos en nuestra forma de estar en el mundo.

    ¿Por qué en forma de libro? Pues porque pertenezco al pueblo del libro. Y porque si el amor es una forma de identificación, si cuando amamos necesitamos del otro, queremos tenerlo cerca, esperamos que llegue el momento del día para estar con él y deseamos que esté en nuestras vidas para siempre, yo puedo decir que amo los libros. En ocasiones, al terminar de leer uno que se ha vuelto entrañable, lo abrazo, lo llevo a la estantería correspondiente, le doy un beso frugal y lo pongo en su sitio. Puede parecer un gesto cursi e inútil, pero yo lo considero una forma de agradecimiento. Por eso este texto no podía tener otra forma que la de un libro con textura y con olor de papel y tinta.

    Los libros me han descubierto que en un mismo cuerpo hay más de una vida por vivir. Ellos me han regalado saberes, historias, relatos y sueños. Me han enseñado a dibujar los trayectos de la profesión, las rutas del amor, los recorridos de la amistad, los senderos de la maternidad y los recovecos de la soledad. Como lectora existo por ellos, y como escritora desearía existir a través de ellos. Creo que dentro de la escritura puedo ser libre y creativa; gracias a ella, desde muy joven comencé a esbozar mis propios relatos identitarios, y es por eso que hoy desearía, a través de este libro, agradecer lo que me ha sido dado y devolverlo en forma de palabra.


    1 Blanchard, D., Crisis de palabras. Notas a partir de Cornelius Castoriadis y Guy Debord, Madrid, Acuarela, 2007, p. 13.

    1. De cómo el mundo se volvió mi mundo

    Pertenezco a una generación que creció bajo el influjo de la Guerra Fría. Mientras el mundo se encontraba al borde de una Tercera Guerra Mundial, debido a que Estados Unidos había descubierto bases militares nucleares soviéticas en Cuba, yo comenzaba a dar mis primeros pasos. Cuando estalló el movimiento estudiantil del 68 y se intensificaron las protestas contra Estados Unidos por el bombardeo masivo y el uso de armas químicas en la Guerra de Vietnam, yo conquistaba el pleno dominio de mi bicicleta, gran proeza de mi infancia, que me permitió experimentar la primera y excitante dosis de autonomía y libertad. Durante el movimiento estudiantil de mayo del 68, en París, y la matanza de estudiantes del 2 de octubre en Tlatelolco, la tensión se instaló en las calles y en mi casa.

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