El arte de emocionarse: La servidumbre de los sentimientos en la época cool
Por Lluís Soler
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En El arte de emocionarse, una aproximación inteligente y rigurosa a la compleja relación entre emoción y razón, Lluís Soler desgrana la paradoja que entraña la creciente simbiosis entre ambas: las emociones, expresiones genuinas de nuestra vida afectiva e impulsiva, se han convertido en mercancía de cuyo intercambio todos somos víctimas y partícipes.
Los sentimientos, lo íntimo, lo personal, se cuelan en la esfera antaño reservada a la razón; el trabajo, las parejas y las amistades ideales se reservan a quienes mejor sepan venderse ante los demás; deseos e impulsos se someten al dictado de los algoritmos; las personas pasan a ser empresarias de sí mismas; la espontaneidad se transmuta en estrategia para ganar adeptos en las redes sociales.
Profundizando en la lógica de un discurso que convierte nuestra existencia en una mercancía, y donde impulsos, creencias, ideas y valores se venden como objetos de consumo, el autor nos desvela las claves de una realidad que abarca ámbitos muy diversos —la psicología, la neurociencia, la educación, la economía, la cultura—. Y no lo hace para sumirnos en un pesimismo sin remedio, sino como una invitación a construir una realidad donde pongamos la razón y las emociones al servicio de un mundo mejor.
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El arte de emocionarse - Lluís Soler
Lluís Soler
EL ARTE
DE EMOCIONARSE
La servidumbre
de los sentimientos
en la época de lo cool
Primera edición en esta colección:
noviembre de 2019
© Lluís Soler, 2019
© de la presente edición: Alfabeto Editorial, 2019
Alfabeto Editorial S.L.
C/ Téllez, 22 Local C
28007 - Madrid
www.editorialalfabeto.com
ISBN: 978-84-17951-03-0
Ilustración de portada: Alba Ibarz
Diseño de colección y de cubierta: Ariadna Oliver
Diseño de interiores y fotocomposición: Grafime
Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
Para María José,
por estar en todo momento a mi lado.
Para Andreu, Joan Masip y Sergi Bausili,
por ayudarme a mejorar este libro
con sus comentarios y críticas constructivas.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN: EXPERIMENTE NUEVAS SENSACIONES (Y CONSIGA MÁS LIKES)
El nacimiento de la inteligencia emocional
La inteligencia emocional más allá de la psicología
Emociones y razón: una nueva alianza
Deseo y mercadotecnia
¿Nuevo humanismo o mercantilización del yo?
1. CUÁNDO (Y POR QUÉ) LA RAZÓN INSTRUMENTAL PASÓ A REGIR NUESTRA VIDA
La razón que nos gobierna
Cómo nos comportamos en sociedad (y cómo lo justificamos)
Por qué cuando dejamos de creer en Merlín y Excalibur la razón instrumental ocupó el trono
El siglo del desencanto
¿De qué manera la burocracia cambió nuestra manera de ver el mundo?
2. ¿UNA RAZÓN IRRACIONAL? CHAPLIN Y NOSOTROS
La vida moderna
Someto la naturaleza, luego existo
¿Somos «una pieza más en el muro»?: de Tiempos modernos a The Wall (Pink Floyd)
Convierto a los otros (y a mí mismo) en instrumento, luego existo
Verdad, bondad y belleza: los puentes se rompen
Somos ignorantes altamente cualificados
Cuando la razón se torna barbarie
3. EMOCIONARSE ES INTELIGENTE (Y COOL)
¿Qué es exactamente la inteligencia emocional?
Inteligencia emocional: ¿cómo incide en nuestra vida?
Emociones = biología + cultura
Sin emociones no hay ética
Los cimientos de nuestra moral
¿Somos mejores si sentimos o si pensamos?
4. RACIONALIZANDO LAS EMOCIONES, EMOCIONANDO LA RAZÓN
Sin emociones, hasta el más inteligente actúa de forma estúpida
Emociónese mucho…, pero ¡no pierda el control!
Encauzando las emociones en el ámbito laboral: ¿adiós al Homo economicus?
¿Un algoritmo para el amor? Matrimonios y negocios
LA CRISIS DE LA VIDA FAMILIAR
Las emociones en la era de las redes sociales y los speed dating
La mutación del amor
La amistad en los tiempos de Internet
Sé tú mismo (y lógralo con la ayuda del influencer más famoso)
Bienvenidos al mundo del marketing emocional
5. ¿EL HÁBITO HACE AL MONJE?
Seres en busca de sentido
Ni individual ni colectivo: relacional
Lost in Translation: la importancia de los referentes culturales
El fútbol como metáfora de nuestra vida social
¿Qué hace que nos levantemos del sofá? Impulsos, hábitos y razón
Una cuestión de legitimación
6. RAZÓN Y EMOCIONES EN LA ERA DEL BIG DATA (Y DEL MINDFULNESS
De los sistemas sociales autónomos al sistema-mundo
El sistema-mundo capitalista: qué significa y cómo puede ayudarnos a entender el mundo actual
¿Razón instrumental igual a egoísmo puro?
¿Qué son en realidad la globalización y la sociedad de la información y cómo nos afectan?
Por qué la economía se tiñe de cultura y la cultura se mercantiliza
Consumo, luego existo
Pasión y precariedad: el trabajo en el siglo XXI
La ley del deseo
El capitalismo emocional entra en la república independiente de mi casa
Ética y maratones solidarios
Compromiso por impulso y fecha de caducidad
Erigiendo muros, separando personas
¿Qué papel juegan hoy las emociones para escoger medios y fines?
7. TIEMPO, MEDIOS Y FINES
Espacio y tiempo son relativos… también a nivel social y personal
¿Aceleración del tiempo y contracción del espacio, o discontinuidad?
Pero ¿quién diablos soy en realidad? Identidad y tiempo desbocado
Viva el ahora (y páguelo en cómodos plazos)
CONCLUSIÓN: ¿OPORTUNIDAD O TRAMPA?
Gestores emocionales, S. A.
Adáptese (y apasiónese) o desaparezca
Coda: pese a todo, el futuro no está escrito
Bibliografía
INTRODUCCIÓN:
EXPERIMENTE NUEVAS
SENSACIONES
(Y CONSIGA MÁS LIKES)
Obligada muchas veces a ocultar los objetos de mi atención a los ojos de los que me rodeaban, probé a guiar los míos según mi voluntad […]. Animada con este primer triunfo, procuré reglar del mismo modo los movimientos de mi semblante. Si tenía algún pesar, procuraba darme el aire de serenidad, y aun de alegría, y he llevado mi celo hasta procurarme dolores voluntarios para estudiar durante ellos la expresión de mi placer. Así he llegado a tomar sobre mi fisionomía este imperio…
CHODERLOS DE LACLOS. Las amistades peligrosas
La gente aprende a odiar y, si pueden aprender a odiar, también pueden aprender a amar.
NELSON MANDELA
EL NACIMIENTO DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
¿Quién no ha oído hablar de la inteligencia emocional? ¿Quién no ha utilizado esta expresión en alguna ocasión? Su presencia en libros, artículos, blogs, talleres, programas de televisión, anuncios y en conversaciones de todo tipo es constante. Resulta tan familiar que nos parece que siempre ha existido. Sin embargo, su aparición y uso son bastante recientes: se remonta a los años ochenta del pasado siglo y se popularizó a partir de mediados de los noventa.
El lenguaje es menos inocente y casual de lo que parece: en no pocas ocasiones una nueva expresión actúa de correa de transmisión de una nueva visión, de una nueva forma de enfocar y entender un determinado aspecto de la realidad. Y, al hacerlo, contribuye a cincelarla, a imprimirle un nuevo sesgo.
Es precisamente esto lo que ha sucedido —lo que está sucediendo— con la noción de inteligencia. Hasta hace poco se la asociaba casi exclusivamente con los aspectos racionales, intelectuales y abstractos, que la definían como la capacidad para utilizar la lógica, la argumentación, el cálculo o el razonamiento espacial con el fin de resolver retos y problemas de forma rápida y efectiva.1
En cambio, la noción de inteligencia emocional, popularizada en un primer momento por Daniel Goleman y seguida y difundida por una estela interminable de expertos en multitud de ámbitos, se definiría como la capacidad para gestionar y utilizar convenientemente los impulsos, estados de ánimo, deseos y temores —en definitiva, las emociones, tanto las propias como las ajenas—.
Para estos expertos, la inteligencia emocional sería un factor clave a la hora de cimentar el éxito o el fracaso de una persona. Sería incluso tan relevante o más que las capacidades estrictamente cognitivas. Y, lo que es aún más significativo, Goleman sostiene que el uso correcto y eficaz de las capacidades estrictamente cognitivas depende, en buena parte, de una gestión adecuada de las emociones.
Así pues, y según esta afirmación, la novedad no reside solo en postular la importancia de la inteligencia emocional como factor clave de la inteligencia y el éxito, sino también, y muy especialmente, en sostener que se complementa con el pensamiento, con la inteligencia pura y dura como hasta ahora la conocíamos.
Con base en esto, si hasta hace poco pensábamos que razón y emociones eran ámbitos estrictamente separados, porque la razón constituía el pilar de la inteligencia, la técnica y el mundo laboral, mientras que las emociones eran la base de nuestra vida privada, ahora comenzamos a entrever que lo aparentemente más racional no está al margen de la influencia de nuestros impulsos.
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL MÁS ALLÁ DE LA PSICOLOGÍA
Estamos, pues, ante un cambio de paradigma que está teniendo, sin duda, un gran impacto en la psicología, pero también en otros ámbitos, desde la informática hasta la filosofía, pasando por el marketing, la geopolítica, la literatura o el cine, y ha preocupado a un buen número de sabios, creadores y pensadores.
A mediados del pasado siglo el informático británico Alan Turing —cuya figura se ha vuelto popular desde que su vida fuera llevada al cine en el biopic Descifrando Enigma (2014), protagonizado por Benedict Cumberbatch— diseñó un test para evaluar la inteligencia de una máquina. El método es el siguiente: un juez se sitúa en una habitación y, en otra contigua, hay una máquina y una persona. A través de un teclado y un monitor, se establece una conversación, un intercambio de preguntas y respuestas. Si el juez no pudiera distinguir entre el humano y la máquina, ello significaría que esta última es inteligente. Turing, adelantándose a su tiempo, ya empezó a ver que la inteligencia no solo tenía que ver con la lógica y la abstracción, sino también con el sentido común, la ironía o la imaginación. Sin embargo, las emociones apenas aparecen en su test.
Cincuenta años después, los directores Stanley Kubrick y, en especial, Steven Spielberg, que desarrolló y llevó al cine el guion escrito por el primero, plantearon en A. I. Inteligencia Artificial un enfoque bien distinto: la empresa Cybertronic Manufacturing fabrica miles de robots capaces de desempeñar con éxito todo tipo de tareas. Sin embargo, no están satisfechos: quieren afrontar un nuevo reto, el más difícil, el más definitivo… y el más humano: diseñar un robot (David) capaz de amar. Y lo consiguen, pero es precisamente esta nueva capacidad la que generará un sinfín de reacciones imprevistas que harán de David un ser mucho más profundo, atormentado y parecido a nosotros de lo que podría lograr cualquier robot con capacidades únicamente cognitivas.
Como se ve, científicos, creadores y público en general cada vez otorgamos mayor relevancia a las emociones en todas las facetas de nuestra psique y de nuestra vida. Sin embargo, también nos embarga la creciente, aunque a menudo vaga, sensación de que ámbitos que creíamos que eran de dominio casi exclusivo de nuestros sentimientos e impulsos más genuinos y espontáneos pueden estar, hoy más que nunca, mediatizados por el cálculo y la estrategia.
Pero no se trata solo de la sospecha de que nuestros gustos y apetencias más personales son objeto de complejas estrategias de marketing capaces de moldearlos como si de piezas mecánicas se tratara, ni tampoco de las crecientes muestras de que, en la era de las redes sociales y la hiperconectividad, nuestra vida se está convirtiendo en una especie de plató de Gran hermano donde todos nuestros movimientos, incluso los más íntimos, son escrutados, vigilados y convertidos en datos, sino también de la incómoda constatación de que nosotros colaboramos en ello cada vez que exponemos nuestra privacidad a los demás e introducimos el cálculo más metódico e incluso las técnicas más sofisticadas en nuestra intimidad.
En la era de las redes sociales ocultar nuestra privacidad bajo un manto de discreción y misterio resulta algo anacrónico. Hoy, por el contrario, trabajamos con denuedo para convertir nuestra vida privada en un activo que realce nuestra «marca personal» con cada nuevo like.
EMOCIONES Y RAZÓN: UNA NUEVA ALIANZA
Es un hecho: lejos de reprimir las emociones, de esconderlas bajo la alfombra, hoy se considera de buen tono manifestarlas en público, en la oficina, en las reuniones sociales y hasta en la actividad política. Eso sí, convenientemente gestionadas y comunicadas y, en no pocas ocasiones, descaradamente manipuladas.
Al mismo tiempo, el marketing más sofisticado y los cálculos más pormenorizados entran de lleno en el ocio, en la búsqueda de la identidad personal o en el cultivo de las relaciones de amistad y de pareja, y es así que los algoritmos analizan, desmenuzan y rigen nuestros deseos, aspiraciones y sentimientos en tanto que los impulsos irrumpen en las esferas antaño reservadas al intelecto, dando lugar a una nueva alianza entre impulsos y cálculo pormenorizado que ya no es una mera cuestión académica que interese a psicólogos y sociólogos. Ahora estamos ante algo que afecta a nuestro éxito o fracaso profesional, a cómo nos relacionamos con los demás e, incluso, a cómo modelamos nuestra personalidad.
Algo, en definitiva, que afecta a todas —absolutamente todas— las facetas de nuestra vida y que nos lleva a preocuparnos por cómo aprender a vendernos para obtener un buen trabajo… pero también para hallar a nuestra pareja ideal o tener más amigos; a preguntarnos qué sensaciones experimentaremos al comprar un nuevo perfume; a calcular qué estrategias debemos seguir para aumentar el número de seguidores de nuestro Instagram o posicionar nuestro blog en un lugar más destacado o a programar la actividad de voluntariado a la que podemos dedicarnos para sentirnos más realizados.
¿Hacia dónde nos conduce y qué repercusiones puede tener este cambio de actitud?
Algunos pensadores, como el escritor Mario Vargas Llosa, sostienen que nos encaminamos hacia un mundo donde el pensamiento y la reflexión son reemplazados por las emociones, por el espectáculo,2 por una apoteosis de imágenes y sonidos que apelan a nuestros instintos para manipularnos.
Otros, como el sociólogo francés Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot,3 dos de los principales críticos de la mentalidad neoliberal, afirman más bien lo contrario y concluyen que, en un mundo donde gobierna el capitalismo más descarnado, no tenemos más opción que la de convertirnos en empresarios de nosotros mismos, introducir el análisis de costes y beneficios en todas nuestras relaciones sociales y en todos los ámbitos.
Ambas perspectivas permiten captar aspectos importantes de la relación actual entre emociones y razón. Sin embargo, la realidad es más compleja e, incluso, más paradójica, porque la cada vez mayor presencia de lo espectacular y lo emocional en la publicidad, los medios de comunicación, el trabajo o la actividad política no siempre va en detrimento del uso de nuestras facultades intelectivas: más bien ocurre que procuramos combinarlas para aumentar nuestras opciones de experimentar sensaciones cada vez más intensas en cada vez más esferas, ya sea en el hogar o el despacho, en el centro comercial o en la sesión de yoga.
Además, y al mismo tiempo, hoy utilizamos la fuerza y la vitalidad de nuestros impulsos para