El eco de los gritos
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El eco de los gritos - Decker-Molina Carlos
EL ECO DE LOS GRITOS
EL ECO DE LOS GRITOS
Carlos Decker-Molina
ISBN: 978-91-987007-0-1
2021 © Carlos Decker Molina
2021 © Saturn Förlag, Estocolmo
2021 © Diseño de cubierta y preimpresión: Startmedia
Imagen de portada: Carlos Decker Molina
Impresión: Exakta print AB Malmö, Suecia, 2021
https://www.saturnforlag.se
info@saturnforlag.se
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, comunicaciäon pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de los titulares, salvo excepción prevista por la ley.
A los muertos por la revolución
En 1965, democracia, derechos humanos, Europa sonaban en mis oídos como cascabeles herrumbrosos; en 1995, revolución, imperialismo, lucha de clases resuenan como tambores reventados.
Regis Debray, Alabados sean nuestros señores
Obsérvalos – le indicó a su acompañante (luego me enteraría de que era Jean Daniel), señalándonos a Josefa y a mi -: No hacen la revolución, son la revolución.
Fragmento de la novela Los Años de la locura de Jorge Volpi – Página 117 Ed. Seix Barral (2003)
Preámbulo
Sonó el timbre, abrí la puerta, ahí estaba el cartero frente a mí, me entregó un paquete certificado que alguien me había enviado, firmé el recibo en una pequeña computadora con un lápiz digital y me fui a la cocina a ver de qué se trataba. Estaba muy bien embalado, decidí usar una tijera. Aparecieron dos cuadernos escritos a pulso, unos papeles sueltos con la misma caligrafía menuda. También unos dibujos a mano alzada, bastante buenos. Busqué alguna carta y no encontré nada.
Preparé un café, el paquete destripado miraba con ojos de caligrafía trémula, el autor debe ser un hombre viejo al que le tiembla el pulso. La libreta rojinegra quedó encima de la negra, de lejos parece una bandera anarquista. Bebí mi café y leí al azar, hojas sueltas, algunas páginas de las libretas. En una de ellas los textos son simples notas ¿ayuda memoria? Me vi obligado a usa una lupa, a veces la letra se pierde en la raya del papel. Aparecen algunos nombres, pueden ser los del autor de los textos. En algún lado aparece la palabra exiliado, ¿alguien que se quedó para siempre en patria ajena? suelen tener dos enemigos: la soledad y el olvido.
Después de mi siesta volví al desorden del paquete, levanté una hoja suelta, luego otra. Son fragmentos de un relato porque me pareció que tienen conexión, pero, pueden ser igual relatos cortos. Ya llevó varias horas en esta lectura dispersa.
¿El que escribe estará loco? ¿habla consigo mismo? ¿son incoherencias? ¿historias verídicas? ¿Son acontecimientos que no los quiere olvidar?
No lo sé. Mi primera reacción fue volver a empaquetar y devolver al remitente, pero no figura nadie.
El que ha escrito debe ser un solitario envejecido prematuramente o simplemente un enfermo de notoriedad ante el silencio y la oscuridad del país en el que vive, Suecia está en tinieblas un poco más de seis meses al año y es cultor de su silencio.
¿La lucha del autor de los apuntes contra el olvido será igual que la lucha contra la oscuridad?
La soledad enloquece. Seguramente nadie escucha lo que ese hombre quiera contar. Por eso escribe para no hablar consigo mismo, lo digo porque hay ensayos y crónicas en los que habla consigo mismo.
¡Todas son suposiciones! Si es viejo el autor de estos escritos conjeturo que nadie lo busca. Lo creo viejo porque las historias son viejas, tienen más de cuarenta o cincuenta años. ¿A quién o quiénes puede interesar? Los amigos han debido iniciar el camino de la muerte o están callados porque han olvidado el idioma ajeno. Los hijos están en otra cosa o simplemente acaban por dejarlo. Encuentro que escribe con claridad sobre todo los textos de la libreta de tapas negras.
Y, ¿si está muerto?, alguien al lado suyo me ha mandado este paquete de historias. Existen dos posibilidades para imaginar quién es el remitente del paquete, el autor de los textos debe saber que soy escritor y me los manda como inspiración
o el remitente es un familiar del autor, posiblemente fallecido, me los envía para que yo le dé alguna coherencia que, a mi modo de ver, la tiene. El mensaje obvio es su publicación.
Cualquiera que haya franqueado el paquete es alguien que quiere que esos escritos se divulguen. No quiere el olvido de una historia pequeña metida en la grande y por lo tanto minimizada.
Las experiencias personales divulgadas en forma de relatos sirven para alertar o sólo relatar. Reírse o llorar, también para burlarse, pero sobre todo hacen pensar, por lo menos a mí me provocó el recuerdo y me hizo pensar.
El autor debe incluirse entre los seres olvidados que alguna vez creyeron que la escuela de su aldea iba a llevar su nombre. Militantes obedientes o díscolos, pero militantes. Proletarios o pequeñoburgueses que sabían cuándo levantar el puño en alto, ya fuera por convicción o por conveniencia.
No quiere que se olviden algunos hechos colaterales, por eso los cuenta. El olvido en cualquier circunstancia es como caer en la cloaca y morir ahogado en un torrente de aguas negras, sin que nadie se atreva a tirar un salvavidas.
Por el contenido es un hombre con historia, un exiliado de la revolución, porque otros son los exiliados de la guerra o del hambre. Los de la revolución querían ser escritores, sobrevivieron derrotados y querían explicarla.
El exiliado latinoamericano es un ser humano que tiende a desaparecer en la etapa democrática, pero todavía existe, aunque viejo olvidadizo, chocho y renegón. Es una especie en extinción, ya no le interesa al historiador ni al politólogo y mucho menos al economista. La tabla salvadora es hacer un paquete y enviar a alguien como yo porque sabe que no resisto a la curiosidad cuándo golpea la puerta de la creación.
Han pasado varias semanas de la primera lectura. Repasé una segunda y una tercera vez. He decidido no añadir nada, lo único que me he propuesto es darle una cierta cronología. Eliminé más de la mitad como papeles con la lista de compras para el fin de semana, recetas de comidas, hojas con números de teléfono de China, Albania, Corea del Norte, Francia, Nueva York, Bolivia, Argentina y Uruguay y algunos relatos o poemas inconclusos.
No sé qué hacer con los buenos dibujos, podrían tal vez formar parte del cuerpo literario.
A lo que me niego es a recrear la vida del protagonista o autor de estos textos. No escribiré nada en base a ellos, no crearé un personaje que haga las veces de ese alguien que es el escribió. No sólo porque no lo conozco sino porque le tengo respeto a sus escritos. Tienen fuerza, se bastan por sí solos, no necesitan báculos literarios.
Hacerlo sería deformar lo que su memoria le dictó el instante en que se puso a escribir estas libretas. He interferido con algún añadido para llenar un par de borrones o inseguridades en la lectura de una caligrafía poco clara y algunas correcciones, nada más.
La primera parte corresponde al cuaderno con tapas rojinegras, la segunda al cuaderno con tapas negras y la tercera son unos papeles sueltos, nunca sabré si todo el material corresponde a una sola historia o son varias. Me he permitido darles sentido cronológico para que puede leerse como una sola historia formada por fragmentos.
No es un libro con planteamiento, nudo y desenlace. Alguien me dijo: A nadie le va a interesar leer fragmentos
y otro previno: Al mercado no le interesa ese tipo de historias. Una dama muy pulcra sostuvo sin pestañear:
Su material no sirve, es una reiteración"
La publicación que está en sus manos es mi homenaje al autor, personalmente soy nada más que un intermediario.
El autor
Nota – Tanto las citas como la dedicatoria estaban escritas en papeles sueltos. Nunca sabré si el autor pretendía que las dos citas vayan de apertura de su escrito. Lo que es más evidente es la dedicatoria. El título de su primer texto es el nombre propio del libro.
Libreta de tapas rojinegras
1
El eco de los gritos
Solo el Gumercindo tenía acceso a la casona. Era un pongo convertido en la nodriza del niño. Eliodoro había quedado solo con su madre luego de la estampida del padre. Pasaba sus días de ocio en la hacienda de sus abuelos maternos.
Era una mañana risueña, alegre y simple como el zumbido de las abejas de las ocho colmenas que daban miel para la familia y para la venta. La abuela convocó a Gumercindo, que algo malo había hecho. Nunca quedó en claro, sobre todo para el niño, cuál fue el error de su Gumer, como lo llamaba. Doña María Teresa azotó al indígena una, dos, tres veces. Eliodoro cesó de contar abrumado por el llanto. Se advertía que al niño le dolía como si la abuela estuviera quemando la espalda del nieto. Escuchó que la matriarca le decía: «Eliodoro, los hombrecitos no lloran. ¡Vete a tu cuarto!».
El niño quería al valluno porque le enseñó el quechua, su idioma, y porque sin saber que era poeta le enseñó la poesía.
Niño Eliodoro, mientras duermes en tu camita yo escucho a la musiquita de la nochecita.
La nochecita se acerca despacito, sin hacer ruido ni barullo. De a poquito en poco, entra por las rendijas de mi casita y me envuelve con su poncho negro.
Niño Eliodoro, limpia tu moquito de tu naricita. Limpia tu culito con tu pañuelito. Y deja que tus lagrimitas lleguen al suelo que se alegra de recibir agüita.
Cuando comienza a