Oscuro reflejo
Por Carme Jiménez
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Oscuro reflejo - Carme Jiménez
(Periodista)
Dedicatoria
Dedicado a Laia, Francesc y Paco
por ser los pilares de mi existencia,
a mi familia por el apoyo y el cariño
y a la causalidad de la vida.
Oscuro reflejo
Era un día como otro cualquiera, sonó el despertador y abrí los ojos con desgana. Suspiro matinal, un poco de gimnasia para desentumecer los músculos endurecidos por el estrés, una rápida ducha, un café de la cafetera que me regaló mamá para mi aniversario y preparada para hacer frente a otro día de intensa maratón laboral. Me consoló el hecho de que era viernes, un día más de trabajo y fin de semana. Bendito fin de semana, desconexión de todo. Levantarme a una hora razonable, desayunar sentada y hacer lo que me apetezca sin mirar el reloj. Al salir al rellano de la escalera, vi que las ventanas dejaban entrar tenues briznas de luz, una luz más bien grisácea, llena de sombras y frío, estábamos en el mes de febrero y al sol le costaba todavía salir y calentar el ambiente.
Cuando volví a mi realidad, recordé que tenía un día duro por delante y no me di cuenta de que, mientras pensaba, mis pies se dirigían a la puerta del ascensor como unos autómatas y ya estaba llegando a la portería. Saludé a la señora Rosa, la portera, debía dormir poco porque siempre estaba en el rellano con la escoba o el trapo del polvo. Era una buena mujer, atenta, amable y siempre dispuesta a ayudar. Había enviudado hacía años y le ofrecieron encargarse de la portería y aceptó encantada. Su vida había sido dura: tuvo que emigrar de su país en busca de trabajo, la desgracia de la muerte de su marido en un accidente de coche y la soledad de una ciudad grande, donde todos vamos con el tiempo cronometrado, hicieron que viera el trabajo como un refugio y un milagro.
—Buenos días señora Rosa.
—Buenos días señora María.
—Llámeme María, hace mucho que nos conocemos y ya sabe que usted es para mí la señora Rosa.
—Gracias mi niña, eres muy dulce y amable. Abrígate, hace un frío de mil demonios, perdón, no es bueno mencionar a quien busca el mal.
—Gracias, lo haré.
Sí que hacía frío, el aire soplaba como si quisiera desnudarme y congelar mi alma. Cómo odiaba el frío, pero no me quedaba otra que soportarlo. Mi trabajo era muy importante para mí. El director general me había promocionado para llevar la sede de Ávila y no podía desperdiciar esta oportunidad. Si cumplía las expectativas, podría pedir una plaza en un lugar más cálido: Barcelona, Málaga,… Tiempo era lo que necesitaba, y de eso me sobraba. No tenía pareja y mis amistades estaban lejos. Mis relaciones sociales eran con mis compañeros de trabajo, con los que de tanto en tanto me reunía para alguna cena informal o tomar una copa para celebrar un cumpleaños, pero después todos a sus vidas y familias. Resignación y paciencia, no me quedaba otra alternativa.
Me dirigí hacia el garaje a coger el coche para poner rumbo hacia el trabajo. Esperaba no encontrar mucho tráfico (me molesta perder el tiempo en la carretera, empiezas el día con un humor de perros). Mientras conducía, planificaba cómo sería la jornada con los compañeros, eran buenos trabajadores y no daban problemas. El director general estaba contento de cómo llevaba la sede. Si se cumplían las expectativas que me había propuesto, no me costaría mucho conseguir la nueva plaza. Lo malo de estos trabajos son los compañeros que dejas atrás, siempre es un adiós amargo.
Pero la vida continúa y, por lo general, suelo conservar las amistades y una felicitación navideña o de cumpleaños nunca dejo de enviar. El trabajo en la oficina fue intenso, práctico y absorbente, y por fin llegó el momento de dejar todo apartado y tomarse una copa con los compañeros para celebrar que empezábamos el fin de semana. Risas, chistes, alguno picante y provocativo, que son los que más divierten, acompañado de una buena cerveza y un poco de picoteo. Una velada completa. Después de despedirme y dirigirme