El escondite perfecto
Por Rosana Di Nobile
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Hija de un matrimonio de inmigrantes italianos, criada por sus abuelos en una familia ortodoxa, pone en riesgo sus pensamientos cuando elige escribir. Aprovecha esta oportunidad, va en búsqueda de sus emociones y se adentra en la de otros. Como narradora principal, descubre en su niñez el mismo oleaje del Mar Mediterráneo y del océano Atlántico, que la transporta en sus letras. Crecer significa sobrevivir, construir el pasado, y en su propio vaivén emocional define su propio viaje.
Siempre hay un viaje, que lo cambia todo.
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El escondite perfecto - Rosana Di Nobile
EL ESCONDITE PERFECTO
Rosana Dinobile
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El escondite perfecto
de Rosana Dinobile
© 2022– Rosana Dinobile
Todos los derechos reservados.
Corrección: Pablo Scarpaci.
Impreso en IMPRENTADELIBROS.com
Av. Libertador 6898 - Núñez - Ciudad de Buenos Aires - Argentina
ediciones@imprentadelibros.com - 04510
ediciones@imprentadelibros.com
+54 11 62438757
@imprentadlibros
1a edición: noviembre 2022
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito por el editor. Su infracción está penada por la ley.
Impreso en Argentina / printed in Argentina
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
ISBN 978-987-88-6316-0
Quería soñar una niña.
Quería soñarla mágica
y así, agotando cada espacio
de mi cuerpo, viene una confidencia que esbozan mis labios:
nunca me repondré de aquella incomparable infancia.
Índice
Agradecimientos
Viaje uno
Viaje dos
Viaje tres
Viaje cuatro
Viaje cinco
Viaje seis
Viaje siete
Viaje ocho
Viaje nueve
Viaje diez
Viaje once
Viaje doce
Viaje trece
Viaje catorce
Viaje quince
Viaje dieciséis
Viaje diecisiete
Viaje dieciocho
Viaje diecinueve
Viaje veinte
Viaje veintiuno
Viaje veintidós
Viaje veintitrés
Viaje veinticuatro
Viaje veinticinco
Viaje veintiséis
Viaje veintisiete
Viaje veintiocho
Viaje veintinueve
Viaje treinta
Viaje treinta y uno
Viaje treinta y dos
Viaje treinta y tres
Viaje treinta y cuatro
Viaje treinta y cinco
Viaje treinta y seis
Viaje treinta y siete
Viaje treinta y ocho
Viaje treinta y nueve
Viaje cuarenta
Viaje cuarenta y uno
Viaje cuarenta y dos
Viaje cuarenta y tres
Viaje cuarenta y cuatro
Viaje cuarenta y cinco
Viaje cuarenta y seis
Viaje cuarenta y siete
Viaje cuarenta y ocho
Viaje cuarenta y nueve
Viaje cincuenta
Viaje cincuenta y uno
Viaje cincuenta y dos
Viaje cincuenta y tres
Viaje cincuenta y cuatro
Viaje cincuenta y cinco
Viaje cincuenta y seis
Viaje cincuenta y siete
Viaje cincuenta y ocho
Viaje cincuenta y nueve
Viaje sesenta
Viaje sesenta y uno
Viaje sesenta y dos
Viaje sesenta y tres
Viaje sesenta y cuatro
Viaje sesenta y cinco
Viaje sesenta y seis
Viaje sesenta y siete
Viaje sesenta y ocho
Viaje sesenta y nueve
Viaje setenta
Viaje setenta y uno
Viaje setenta y dos
Viaje setenta y tres
Viaje setenta y cuatro
Viaje setenta y cinco
Viaje setenta y seis
Viaje setenta y siete
Viaje setenta y ocho
Viaje setenta y nueve
Viaje ochenta
Viaje ochenta y uno
Viaje ochenta y dos
Viaje ochenta y tres
Viaje ochenta y cuatro
Viaje ochenta y cinco
Viaje ochenta y seis
Viaje ochenta y siete
Viaje ochenta y ocho
Viaje ochenta y nueve
Viaje noventa
Viaje noventa y uno
Viaje noventa y dos
Viaje noventa y tres
Viaje noventa y cuatro
Viaje noventa y cinco
Viaje noventa y seis
Viaje noventa y siete
Viaje noventa y ocho
Viaje noventa y nueve
Viaje cien
Viaje ciento uno
Viaje ciento dos
Viaje ciento tres
Viaje ciento cuatro
Viaje ciento cinco
Viaje ciento seis
Viaje ciento siete
Viaje ciento ocho
Viaje ciento nueve
Viaje ciento diez
Viaje ciento once
Viaje ciento doce
Viaje ciento trece
Viaje ciento catorce
Viaje ciento quince
Viaje ciento dieciséis
Viaje ciento diecisiete
Viaje Final
Agradecimientos
Quienes están ahora conmigo, siguen el recorrido de mis dedos sobre mis teclas y me escuchan mientras leo;
Matías Emiliano
Federico Horacio
Agustina
Ellos siempre supieron de este libro, me apoyaron incondicionalmente durante el camino, alentaron cuando lo abandonaba, y acompañaron el ida y vuelta de mis sentimientos a medida que escribía.
A todas las personas que aparecen como personajes a lo largo del viaje;
Mi padre, de quien heredé el intelecto.
Mi madre, de quien heredé los sentimientos.
Mis abuelos maternos, de quienes heredé la conexión trascendente con nuestra historia de vida.
Héctor, el padre de mis tres hijos, de quien me divorcié.
Y también,a todos los que llevo en el corazón y no les tocó viajar como personajes en este relato.
A mi escondite perfecto; esa niña que soñó esos viajes novelescos: Rosana Di Nobile, autora.
A todos, mi más profundo amor y respeto.
Aquella mañana había llegado una nueva carta certificada, con múltiples estampillas y sellos.
El sobre decía;
Señora Mariannina Bruno
Av. Los Quilmes 895, Quilmes
Buenos Aires. Argentina
URGENTE
Quedó la carta sobre la mesa. Recién al caer la noche, noté que mi abuela observó las estampillas de colores rojas, lilas y marrones, fijó su mirada en el margen izquierdo del sobre. Junto al grabado de un avión celeste, la frase vía aérea.
Esta historia nace en el sur de Italia, donde los mares Jónico y Tirreno bañan uno y otro lado, el lugar. Sus costas rocosas y playas de colores no se confunden con su naturaleza salvaje y misteriosa.
Viaje uno
Quisiera hablarte en tu idioma, pero sabés cuánto me cuesta; por eso te hablo en dialecto. Mientras la lengua italiana se siente ajena, impuesta, la calabresa expresa nuestro sentir.
Quedan en mí huellas imborrables de aquellos orígenes. En esa región hubo un lugar único donde admiré tanto los inviernos como los veranos.
Algún día, si llegas a visitarlo, vas a encontrarme en esos colores y entender sus misterios. Hoy te cuento solo sobre aquellos misterios que también te dieron vida.
Verás un paisaje único, donde praderas verdes se interrumpen con lagos y cascadas; disfrutarás de los tibios rayos del sol sobre aguas pocas veces vistas, porque en aquellas épocas no era fácil llegar hasta ahí. Cada vez que pienso en Calabria, imagino ese mar y sus maravillosas playas.
Nací en una zona de colinas que descienden de norte a oeste por la provincia de Cosenza. Lo que llamamos «la cosecha» es un largo camino de viñedos y frutos de olivo. Algún día, podrás verte entre las muchas y encantadoras localidades que hacen a estas tierras.
Desde esta mañana me encuentro triste por esta carta. Aun sin saber leer, sospechaba de qué se trataba. Una muerte más.
Mi única hermana mujer, Teresa.
Me alivia tener esta conversación con vos, pero no quisiera que me veas así. Ni a tu abuelo, quien camina cabizbajo por los rincones de la casa sin saber qué hacer. Vidas que han quedado atrás, que no volveremos a ver ni abrazar.
Vendrán días de luto. Llevamos años vistiendo el color de la muerte. Por respeto al alma de Teresa, no saldremos de la casa por varios días. Me refugiaré en el tejido a crochet. Que el tiempo huya en cada lazada.
Los mejores sueños anidan en Italia. Pero aquella travesía en barco fue como mecer nuevas ilusiones. Viajaba con tus tres tíos y tu madre. Traía a tu tía, la más pequeña, en brazos. Fueron días largos, los peores de mi vida. Me sentía enferma desde antes de partir. Permanecí encerrada en el camarote, y desde una ventana solo se distinguían aguas abiertas, cielos, pura pesadumbre, y un vacío interminable.
Fueron treinta y cinco días de suplicio y olejaje. De mis hijos se ocupaban el resto de los pasajeros, todos italianos. Lo recuerdo como estar contemplando la foto en blanco y negro de alguien más. El mundo se había vuelto anónimo. No estaban ni mi gran mamma ni mi mamma para cuidarme, como en el pueblo.
Interrumpí a mi abuela de tanta nostalgia.
—¿Quiénes son los que parece que me están mirando desde esos retratos colgados en el pasillo? —pregunté.
—De esos retratos no habla nadie, pero son retratos que tienen nombre, apellido, historias y gestos. Algún día vamos a hablar de ellos, con otra profundidad; hoy no es el momento. Lo será cuando crezcas, seguramente. Esta noche solo puedo decirte que creas que podés ser diferente a esas mujeres del retrato, y hasta diferente a mí.
Cuando tenía catorce años y mis cabellos largos, mi mamma me hacía dos largas trenzas. Mis padres eran un baño de lindas palabras hacia mí. Me decían que era la niña más hermosa del pueblo. Pero no me sentía así; mi cuerpo se había desarrollado y era una joven con ganas de enamorarse.
Así pasaba cada tarde tu abuelo frente a la puerta de mi casa cuando regresaba de su trabajo desde las colinas, bajaba en bicicleta. Me miraba y sonreía, tan pícaro como hoy. Me ruborizaba, lo cual se notaba más por mi piel blanca, y regresaba a la casa entre suspiros.
Mis padres ya se habían dado cuenta de que me gustaba Antonio De Messa y, como me consentían en todo, tuvieron una conversación con su familia. Los matrimonios eran resultado de la negociación entre familias. Pero, en mi caso, hubo puro consentimiento de mis padres. Pude elegir al muchacho que pasaba cada tarde por mi casa, el que me enamoraba más con cada sonrisa.
En ese instante abrió la puerta mi abuelo. Buscaba una bandeja con naranjas. Las cortó en trozos. Tenían un sabor único. Y empezó a contar su propio cuento. Las naranjas sobre la mesa; mi abuela, ahora en silencio, retomaba las lazadas.
Tejía una pañoleta acampanada de color blanco.
Viaje dos
Mi abuelo desgajaba naranjas. El jugo caía y yo, con paciencia, degustaba cada trozo que me alcanzaba con sus manos. A diferencia de mi abuela, brotaban lágrimas de su narración. A diferencia de mi abuela, contar la guerra a ese hombre de aspecto hosco y modos rústicos; lo debilitaba.
Cuando conocí a tu abuela yo tenía dieciocho años y muchas ganas de ser soldado. Quería hacer el servicio militar, pero fui rechazado por la estatura, una condición fundamental para la época. A pesar de eso, encontré la forma de ser voluntario en el ejército.
Nunca pensé que la mujer con los ojos más bellos de Calabria podría fijarse en mí al pasar frente a su casa cada tarde en bicicleta. Hasta tropecé, una de aquellas tardes en las que volvía de trabajar duramente en el campo. Me detenía en ese instante, pensando en cómo hacer para enamorarla. Ser voluntario del ejército significaba un uniforme de soldado y un par de botas para ir a pedir su mano.
Asomaba en el relato de ese hombre hostil y su semblante debilitado, un seductor. No sabía que se avecinaba la Segunda Guerra Mundial. Lo imaginé con su traje de soldado y le pregunté si había matado a mucha gente.
—Soy un hombre de trinchera—dijo, esbozando una enigmática mueca parecida a una sonrisa.
La Segunda Guerra Mundial le robó parte de su identidad. Era solo un sobreviviente.
Mientras estaba en el frente de combate nació mi primer hijo varón. Puertas adentro, no se hablaba de la guerra. Tu abuela no se enteraba de nada. Y un caluroso verano quedó embarazada. Era el segundo embarazo, y su piel se volvía más suave y tersa. Durante el invierno del 43, en plena guerra, nace tu madre.
De pronto, éramos dos las que escuchábamos el relato en silencio. Mi abuelo se remontaba en cada detalle a su pueblo, a sus orígenes. El trabajo duro en el campo, la posición económica que lejos estaba de ser la ideal. Evocaba a cada familia vecina de la época. De vez en cuando, sabía reír entre lágrimas.
Miré a mis abuelos y sentí que al fin en algo coincidían. La melancolía los unía esa noche, y se unía con el reflejo del brillo blanco y negro del televisor encendido. Era el amor que esa noche los unía. El tejido a crochet de esa pañoleta acampanada blanca, el dulzor de las naranjas, y la carta certificada sobre la mesa.
Por un instante, esa nueva muerte flotó en el olvido.
Tuve la suerte de criarme con dos grandes narradores. Tan solo con palabras, se remontaron a los orígenes de mi familia, y me sentí dentro de esa historia de devastación económica, de migración, de reconstrucción instintiva de la vida. Nadie les enseñó cómo hacerlo, pero lo hicieron.
Con el último gajo de naranja sentía el peso de mi cuerpo como si hubiese vivido las palabras. Ni siquiera me había quitado el jumper gris de escuela y había olvidado hacer