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El escondite perfecto
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El escondite perfecto
Libro electrónico209 páginas2 horas

El escondite perfecto

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Información de este libro electrónico

Rosario te invita a descubrir un viaje mientras siente una conexión real con su escritura. Decide contar su historia y las de los diferentes personajes que la componen. Se sorprende a sí misma, cuando en plena crisis conyugal, abandona su matrimonio y sigue adelante sola, con sus hijos. 
Hija de un matrimonio de inmigrantes italianos, criada por sus abuelos en una familia ortodoxa, pone en riesgo sus pensamientos cuando elige escribir. Aprovecha esta oportunidad, va en búsqueda de sus emociones y se adentra en la de otros. Como narradora principal, descubre en su niñez el mismo oleaje del Mar Mediterráneo y del océano Atlántico, que la transporta en sus letras. Crecer significa sobrevivir, construir el pasado, y en su propio vaivén emocional define su propio viaje. 
Siempre hay un viaje, que lo cambia todo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ene 2023
ISBN9789878863160
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    Vista previa del libro

    El escondite perfecto - Rosana Di Nobile

    EL ESCONDITE PERFECTO

    Rosana Dinobile

    .

    El escondite perfecto

    de Rosana Dinobile

    © 2022– Rosana Dinobile

    Todos los derechos reservados.

    Corrección: Pablo Scarpaci.

    Impreso en IMPRENTADELIBROS.com

    Av. Libertador 6898 - Núñez - Ciudad de Buenos Aires - Argentina

    ediciones@imprentadelibros.com - 04510

    ediciones@imprentadelibros.com

    +54 11 62438757

    @imprentadlibros

    1a edición: noviembre 2022

    No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito por el editor. Su infracción está penada por la ley.

    Impreso en Argentina / printed in Argentina

    Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

    ISBN 978-987-88-6316-0

    Quería soñar una niña.

    Quería soñarla mágica

    y así, agotando cada espacio

    de mi cuerpo, viene una confidencia que esbozan mis labios:

    nunca me repondré de aquella incomparable infancia.

    Índice

    Agradecimientos

    Viaje uno

    Viaje dos

    Viaje tres

    Viaje cuatro

    Viaje cinco

    Viaje seis

    Viaje siete

    Viaje ocho

    Viaje nueve

    Viaje diez

    Viaje once

    Viaje doce

    Viaje trece

    Viaje catorce

    Viaje quince

    Viaje dieciséis

    Viaje diecisiete

    Viaje dieciocho

    Viaje diecinueve

    Viaje veinte

    Viaje veintiuno

    Viaje veintidós

    Viaje veintitrés

    Viaje veinticuatro

    Viaje veinticinco

    Viaje veintiséis

    Viaje veintisiete

    Viaje veintiocho

    Viaje veintinueve

    Viaje treinta

    Viaje treinta y uno

    Viaje treinta y dos

    Viaje treinta y tres

    Viaje treinta y cuatro

    Viaje treinta y cinco

    Viaje treinta y seis

    Viaje treinta y siete

    Viaje treinta y ocho

    Viaje treinta y nueve

    Viaje cuarenta

    Viaje cuarenta y uno

    Viaje cuarenta y dos

    Viaje cuarenta y tres

    Viaje cuarenta y cuatro

    Viaje cuarenta y cinco

    Viaje cuarenta y seis

    Viaje cuarenta y siete

    Viaje cuarenta y ocho

    Viaje cuarenta y nueve

    Viaje cincuenta

    Viaje cincuenta y uno

    Viaje cincuenta y dos

    Viaje cincuenta y tres

    Viaje cincuenta y cuatro

    Viaje cincuenta y cinco

    Viaje cincuenta y seis

    Viaje cincuenta y siete

    Viaje cincuenta y ocho

    Viaje cincuenta y nueve

    Viaje sesenta

    Viaje sesenta y uno

    Viaje sesenta y dos

    Viaje sesenta y tres

    Viaje sesenta y cuatro

    Viaje sesenta y cinco

    Viaje sesenta y seis

    Viaje sesenta y siete

    Viaje sesenta y ocho

    Viaje sesenta y nueve

    Viaje setenta

    Viaje setenta y uno

    Viaje setenta y dos

    Viaje setenta y tres

    Viaje setenta y cuatro

    Viaje setenta y cinco

    Viaje setenta y seis

    Viaje setenta y siete

    Viaje setenta y ocho

    Viaje setenta y nueve

    Viaje ochenta

    Viaje ochenta y uno

    Viaje ochenta y dos

    Viaje ochenta y tres

    Viaje ochenta y cuatro

    Viaje ochenta y cinco

    Viaje ochenta y seis

    Viaje ochenta y siete

    Viaje ochenta y ocho

    Viaje ochenta y nueve

    Viaje noventa

    Viaje noventa y uno

    Viaje noventa y dos

    Viaje noventa y tres

    Viaje noventa y cuatro

    Viaje noventa y cinco

    Viaje noventa y seis

    Viaje noventa y siete

    Viaje noventa y ocho

    Viaje noventa y nueve

    Viaje cien

    Viaje ciento uno

    Viaje ciento dos

    Viaje ciento tres

    Viaje ciento cuatro

    Viaje ciento cinco

    Viaje ciento seis

    Viaje ciento siete

    Viaje ciento ocho

    Viaje ciento nueve

    Viaje ciento diez

    Viaje ciento once

    Viaje ciento doce

    Viaje ciento trece

    Viaje ciento catorce

    Viaje ciento quince

    Viaje ciento dieciséis

    Viaje ciento diecisiete

    Viaje Final

    Agradecimientos

    Quienes están ahora conmigo, siguen el recorrido de mis dedos sobre mis teclas y me escuchan mientras leo;

    Matías Emiliano

    Federico Horacio

    Agustina

    Ellos siempre supieron de este libro, me apoyaron incondicionalmente durante el camino, alentaron cuando lo abandonaba, y acompañaron el ida y vuelta de mis sentimientos a medida que escribía.

    A todas las personas que aparecen como personajes a lo largo del viaje;

    Mi padre, de quien heredé el intelecto.

    Mi madre, de quien heredé los sentimientos.

    Mis abuelos maternos, de quienes heredé la conexión trascendente con nuestra historia de vida.

    Héctor, el padre de mis tres hijos, de quien me divorcié.

    Y también,a todos los que llevo en el corazón y no les tocó viajar como personajes en este relato.

    A mi escondite perfecto; esa niña que soñó esos viajes novelescos: Rosana Di Nobile, autora.

    A todos, mi más profundo amor y respeto.

    Aquella mañana había llegado una nueva carta certificada, con múltiples estampillas y sellos.

    El sobre decía;

    Señora Mariannina Bruno

    Av. Los Quilmes 895, Quilmes

    Buenos Aires. Argentina

    URGENTE

    Quedó la carta sobre la mesa. Recién al caer la noche, noté que mi abuela observó las estampillas de colores rojas, lilas y marrones, fijó su mirada en el margen izquierdo del sobre. Junto al grabado de un avión celeste, la frase vía aérea.

    Esta historia nace en el sur de Italia, donde los mares Jónico y Tirreno bañan uno y otro lado, el lugar. Sus costas rocosas y playas de colores no se confunden con su naturaleza salvaje y misteriosa.

    Viaje uno

    Quisiera hablarte en tu idioma, pero sabés cuánto me cuesta; por eso te hablo en dialecto. Mientras la lengua italiana se siente ajena, impuesta, la calabresa expresa nuestro sentir.

    Quedan en mí huellas imborrables de aquellos orígenes. En esa región hubo un lugar único donde admiré tanto los inviernos como los veranos.

    Algún día, si llegas a visitarlo, vas a encontrarme en esos colores y entender sus misterios. Hoy te cuento solo sobre aquellos misterios que también te dieron vida.

    Verás un paisaje único, donde praderas verdes se interrumpen con lagos y cascadas; disfrutarás de los tibios rayos del sol sobre aguas pocas veces vistas, porque en aquellas épocas no era fácil llegar hasta ahí. Cada vez que pienso en Calabria, imagino ese mar y sus maravillosas playas.

    Nací en una zona de colinas que descienden de norte a oeste por la provincia de Cosenza. Lo que llamamos «la cosecha» es un largo camino de viñedos y frutos de olivo. Algún día, podrás verte entre las muchas y encantadoras localidades que hacen a estas tierras.

    Desde esta mañana me encuentro triste por esta carta. Aun sin saber leer, sospechaba de qué se trataba. Una muerte más.

    Mi única hermana mujer, Teresa.

    Me alivia tener esta conversación con vos, pero no quisiera que me veas así. Ni a tu abuelo, quien camina cabizbajo por los rincones de la casa sin saber qué hacer. Vidas que han quedado atrás, que no volveremos a ver ni abrazar.

    Vendrán días de luto. Llevamos años vistiendo el color de la muerte. Por respeto al alma de Teresa, no saldremos de la casa por varios días. Me refugiaré en el tejido a crochet. Que el tiempo huya en cada lazada.

    Los mejores sueños anidan en Italia. Pero aquella travesía en barco fue como mecer nuevas ilusiones. Viajaba con tus tres tíos y tu madre. Traía a tu tía, la más pequeña, en brazos. Fueron días largos, los peores de mi vida. Me sentía enferma desde antes de partir. Permanecí encerrada en el camarote, y desde una ventana solo se distinguían aguas abiertas, cielos, pura pesadumbre, y un vacío interminable.

    Fueron treinta y cinco días de suplicio y olejaje. De mis hijos se ocupaban el resto de los pasajeros, todos italianos. Lo recuerdo como estar contemplando la foto en blanco y negro de alguien más. El mundo se había vuelto anónimo. No estaban ni mi gran mamma ni mi mamma para cuidarme, como en el pueblo.

    Interrumpí a mi abuela de tanta nostalgia.

    —¿Quiénes son los que parece que me están mirando desde esos retratos colgados en el pasillo? —pregunté.

    —De esos retratos no habla nadie, pero son retratos que tienen nombre, apellido, historias y gestos. Algún día vamos a hablar de ellos, con otra profundidad; hoy no es el momento. Lo será cuando crezcas, seguramente. Esta noche solo puedo decirte que creas que podés ser diferente a esas mujeres del retrato, y hasta diferente a mí.

    Cuando tenía catorce años y mis cabellos largos, mi mamma me hacía dos largas trenzas. Mis padres eran un baño de lindas palabras hacia mí. Me decían que era la niña más hermosa del pueblo. Pero no me sentía así; mi cuerpo se había desarrollado y era una joven con ganas de enamorarse.

    Así pasaba cada tarde tu abuelo frente a la puerta de mi casa cuando regresaba de su trabajo desde las colinas, bajaba en bicicleta. Me miraba y sonreía, tan pícaro como hoy. Me ruborizaba, lo cual se notaba más por mi piel blanca, y regresaba a la casa entre suspiros.

    Mis padres ya se habían dado cuenta de que me gustaba Antonio De Messa y, como me consentían en todo, tuvieron una conversación con su familia. Los matrimonios eran resultado de la negociación entre familias. Pero, en mi caso, hubo puro consentimiento de mis padres. Pude elegir al muchacho que pasaba cada tarde por mi casa, el que me enamoraba más con cada sonrisa.

    En ese instante abrió la puerta mi abuelo. Buscaba una bandeja con naranjas. Las cortó en trozos. Tenían un sabor único. Y empezó a contar su propio cuento. Las naranjas sobre la mesa; mi abuela, ahora en silencio, retomaba las lazadas.

    Tejía una pañoleta acampanada de color blanco.

    Viaje dos

    Mi abuelo desgajaba naranjas. El jugo caía y yo, con paciencia, degustaba cada trozo que me alcanzaba con sus manos. A diferencia de mi abuela, brotaban lágrimas de su narración. A diferencia de mi abuela, contar la guerra a ese hombre de aspecto hosco y modos rústicos; lo debilitaba.

    Cuando conocí a tu abuela yo tenía dieciocho años y muchas ganas de ser soldado. Quería hacer el servicio militar, pero fui rechazado por la estatura, una condición fundamental para la época. A pesar de eso, encontré la forma de ser voluntario en el ejército.

    Nunca pensé que la mujer con los ojos más bellos de Calabria podría fijarse en mí al pasar frente a su casa cada tarde en bicicleta. Hasta tropecé, una de aquellas tardes en las que volvía de trabajar duramente en el campo. Me detenía en ese instante, pensando en cómo hacer para enamorarla. Ser voluntario del ejército significaba un uniforme de soldado y un par de botas para ir a pedir su mano.

    Asomaba en el relato de ese hombre hostil y su semblante debilitado, un seductor. No sabía que se avecinaba la Segunda Guerra Mundial. Lo imaginé con su traje de soldado y le pregunté si había matado a mucha gente.

    —Soy un hombre de trinchera—dijo, esbozando una enigmática mueca parecida a una sonrisa.

    La Segunda Guerra Mundial le robó parte de su identidad. Era solo un sobreviviente.

    Mientras estaba en el frente de combate nació mi primer hijo varón. Puertas adentro, no se hablaba de la guerra. Tu abuela no se enteraba de nada. Y un caluroso verano quedó embarazada. Era el segundo embarazo, y su piel se volvía más suave y tersa. Durante el invierno del 43, en plena guerra, nace tu madre.

    De pronto, éramos dos las que escuchábamos el relato en silencio. Mi abuelo se remontaba en cada detalle a su pueblo, a sus orígenes. El trabajo duro en el campo, la posición económica que lejos estaba de ser la ideal. Evocaba a cada familia vecina de la época. De vez en cuando, sabía reír entre lágrimas.

    Miré a mis abuelos y sentí que al fin en algo coincidían. La melancolía los unía esa noche, y se unía con el reflejo del brillo blanco y negro del televisor encendido. Era el amor que esa noche los unía. El tejido a crochet de esa pañoleta acampanada blanca, el dulzor de las naranjas, y la carta certificada sobre la mesa.

    Por un instante, esa nueva muerte flotó en el olvido.

    Tuve la suerte de criarme con dos grandes narradores. Tan solo con palabras, se remontaron a los orígenes de mi familia, y me sentí dentro de esa historia de devastación económica, de migración, de reconstrucción instintiva de la vida. Nadie les enseñó cómo hacerlo, pero lo hicieron.

    Con el último gajo de naranja sentía el peso de mi cuerpo como si hubiese vivido las palabras. Ni siquiera me había quitado el jumper gris de escuela y había olvidado hacer

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