Superchería
Por Ignacio Bonalumi
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Superchería - Ignacio Bonalumi
Capítulo I
CAMINO AL EXILIO
Era una de esas tardes de lo que suelen llamar invierno en la Buenos Aires del año dos mil, con temperatura fluctuando en los diez grados y una leve ventolina con aroma a Río de la Plata. La esquina de Plaza Serrano se encontraba atiborrada de transeúntes que se movilizaban sórdidos y abstraídos en esta urbe cosmopolita del sur. En una mesa con mirada rinconera al Congreso Nacional, Franco movía con delicadeza la cuchara por el fondo del remo caliente, mirando de reojo las medialunas que su abuelo pacientemente sumergía en un café con leche mediano. Era el joven consciente de que estaba en sus manos romper las cadenas del sigilo, ya que Juan González era, como buen español, hombre de muchos silencios y pocas palabras.
—Dígame abuelo, ¿cómo fue que decidieron venir a América?
—¿Decidir? La guerra no dejó más remedio, quizás algo del destino o la desdicha de formar filas en el bando derrotado, o un poco de ambas, vaya uno a saber.
Tres años portaba yo entonces y aun así recuerdo el azul del mar contemplado desde la falda de mi madre, quien traía un vestido verde y acariciaba mi cabello con cariño mientras me hablaba de los naranjos que nos esperaban por las praderas argentinas.
—Debe de haber sido una mujer formidable.
—Disfruta a tu mamá Franco, es desgarradora la sensación de orfandad, quizás el tiempo la mitiga, pero nunca nada vuelve a ser igual.
—Valoro sus consejos Abuelo y hoy más que nunca necesito de su experiencia y conocimiento. Cierto es, como sabrá, que este país no tiene solución y siento que quizás llegó el momento de embarcarme a la madre patria. La prensa es muy bien paga del otro lado del mar, y estoy pronto a obtener mi diploma.
—La alegría no la vas a encontrar en un duro más que puedas embolsar en Europa, además ser periodista es un compromiso social, pero sobre todas las cosas con tu identidad. ¿Acaso serías feliz escribiendo sobre el tránsito en Madrid? Eso hay que replantearse, mi experiencia a veces ingrata me dice que la felicidad la encontramos en las pequeñas cosas y los momentos cotidianos.
—¿Y usted piensa que no lo intenté? Llevo años caminando periódicos e imprentas tratando de poder desarrollarme profesionalmente, pero como tantos jóvenes de mi generación comprendí que la única salida a la decadencia argentina es Ezeiza.
—Sería una real pena que esta nación saqueada por dirigentes inescrupulosos, sea abandonada a su suerte por una generación talentosa y creativa. Pero bueno, veo que es una decisión tomada, ¿Te puedo ser de utilidad en algo?
—La verdad que sí, estoy construyendo las carpetas de la embajada para obtener la ciudadanía y hay datos suyos que desconozco y me está costando localizar. Por ejemplo, su casamiento. No hay en todos los registros de Capital rastro alguno al respecto.
—Debes mirar la bota santafesina, en el corazón de la pampa húmeda. Allí recalamos un manojo de sevillanos dispuestos a hacer la América y fundamos un pueblo al que llamamos Superchería, en honor al batallón