La patria furtiva: Entresijos del amor durante las contiendas independentistas cubanas del siglo XIX
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La patria furtiva - José Miguel Abreu Cardet
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Edición y corrección: Lic. Natividad Alfaro Pena
Diseño de colección: Marta Mosquera
Diseño: Sergio Rodríguez Caballero
Obra de cubierta: Dayamí Pupo Ávila
Composición: Javier Laffita Zamora
Conversión a ebook: Idalmis Valdés Herrera
© José Miguel Abreu Cardet y Ronel González Sánchez, 2022
© Sobre la presente edición:
Editorial Oriente, 2023
ISBN 9789591113344
Instituto Cubano del Libro
Editorial Oriente
J. Castillo Duany no. 356
e/ Pío Rosado y Hartmann
Santiago de Cuba
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Índice de contenido
Preludio
Los íngrimos amores del Padrazo
Intervalo de sangre I
Mujeres en la guerra
Amor y muerte
Intervalo de sangre II
Zoom in a Mujeres en la guerra
Juana
Mujeres olvidadas
Isabel
Intervalo de sangre III
Josefa
Intervalo de sangre IV
Los niños de la guerra
La vida en Cuba española (1868-1878). Apuntes para poco avisados
Los resueltos a morirse
La lluvia y la guerra
Mambises y enfermedades
Intervalo de sangre V Los mambises, el amor y la posteridad
El amor por la Virgen de la Caridad del Cobre y los mambises
Intervalo de sangre VI
Mujeres y familia en el trasfondo del integrismo
Intervalo de sangre VII
La familia en la Guerra de 1868
El vehemente y enigmático joven del combate de Dos Ríos
Intervalo de sangre VIII
Fuga
Bibliografía
Prensa periódica
Documentos
Entrevistas
Datos de los autores
A Elia Sintes Gómez
y Dayamí Pupo Ávila,
nuestra retaguardia heroica.
A los que, desde el anonimato,
ayudaron a construir
la nacionalidad cubana.
El señorío de la revolución de 1868, es la rebelión de una inmensa familia, los bautizos y la muerte en la vecinería. Una visita que termina en una inmensa excursión por el bosque, seres errantes que al llegar la noche se introducen en los árboles y hacen provisión de rocío
.
José Lezama Lima
: Céspedes: el señorío fundador
.
Preludio
En la manigua rotunda de una isla extraviada en el Caribe, blanco frecuente de huracanes cantados por el primer gran poeta romántico hispanoamericano José María Heredia, junto al chisporroteo de los maderos que finalmente logran prenderse y el zarandeo de la llama de un cabo de vela de cera, el hombre en harapos habla de amor a una guajira lóbrega.
Irreversible resulta el infierno de la guerra. Las tropas colonialistas avanzan sin ceder un ápice y aniquilan a toda criatura que rezuma disidencia. Las guerrillas mambisas, espejismeantes hordas de un galeón fantasma, embisten, reculan, carbonizan, prorrumpen en diabólicas cargas al machete.
El hambre, las enfermedades, la casi nulidad del armamento, la permanente zozobra de expediciones que no llegan, el desvarío de un empeño sin retroceso posible, las heridas, la muerte ajena o propia, constituyen la avanzada, el cerco que muchas veces no puede romper el mambí.
Por eso en la honda oscuridad, en el aneblado engendro doloroso que es el amanecer, monte adentro o entre el bejuco cómplice, ocurre el desenfreno de los cuerpos, deseosos o no, correspondidos o no, nota al margen de un documento trunco.
Es la patria furtiva el fogonazo redentor del sexo en ascuas. Es la transpiración de los entes semimarchitos por el naderío de la cotidianidad lo que sucede a la emulsión del cráter en que la hamaca se transforma, improvisado tálamo seminal de un proyecto de país en pugna.
Luego se extingue la nimia llama y todo regresa a su chirrido de grillos, su espeluznante agüero de lechuzas. El amor, machete en mano, entra en la salvaguarda del brumoso cañaveral o de las montuosidades donde, de vez en cuando, asoma el hocico una jutía.
El amor olfatea el trillo en el sao, que es como se le llama a la prácticamente inaccesible selva cubana, para seguir el rastro de la tropa de esperpentos ilusos, y mientras los barruntos del próximo exterminio reptan, crece en la soledad y el abandono el ultrasedicioso vientre de la Luz.
Los íngrimos amores del Padrazo¹
Desde hace días el hombre visita con frecuencia el rancho de Panchita. Desayuna y se va muy alegre como si tuviera veinte años. Es el consuelo que ha encontrado al abandono de los principales jefes y diputados de la guerra, y al abatimiento que lo acompaña después de las aciagas jornadas de finales de octubre de 1873.
Las intrigas, miserias e ingratitudes de una contienda sin final, los lacerantes celos de Anita, vertidos en cartas donde apenas emplea una frase amorosa; el recuerdo de la ardiente Cambula, en vuelo tras él hasta los inextricables rincones, con todos los atributos que convierten a una mujer joven, aun después del paroxismo de los cuerpos, en las figuraciones de un deseo ígneo que ante lo ilusorio de un nuevo y febril encuentro necesita ser mitigado en el lecho, no de un espejismo de sensualidad, sino de una personificación de la belleza y carnales impulsos; todo se ha magnificado en la conspiración para que el héroe se deslice furtivamente entre los muslos de una jovencita, capaz de hacerle menos agria la estancia resentida y miserable en el olvido otorgado por sus contemporáneos, como gran premio al martirologio al que fue confinado en la bien escabrosa y frustrante Sierra Maestra.
En la encrucijada adonde lo han conducido los encontrados ánimos de la guerra, las pasiones dilatan su urdimbre para que ocurra lo que en lo más hondo del espíritu necesita el hombre del 10 de Octubre, estremecedor y ruborizante fragmento traspapelado hasta la fecha en los archivos de su primogénito.
Domingo 15. = Sin salir el sol café, plátanos hervidos y a forrajear. Siguen las afectaciones con la manutención. Salí en busca de Lacret para acordar asunto de la vigilancia. El hombre, que ya sabía el recado, enviado por mí la noche anterior, me esperaba en su rancho. Conversamos largo con humeante jícara en la mano de una bebida que hizo a base de hojas de naranja con muy poca azúcar. La gente tiene escasas armas y municiones, pero no vamos a descartar así como así el cuidado de los flancos como dijo mi padre, cosa en que estuve de acuerdo e insistí. Al regreso me ofrecieron un tosco almuerzo a base de viandas y jutía en casa de las viudas, que ya son como de la familia, y al enfilar hacia la casa estuve a punto de cometer indiscreción con mi padre, entretenido con los suspiros y lamentos de la mujercita que se conquistó casi desde los primeros días de nuestra llegada al rancherío. Si no es porque la ventana solo estaba a medio abrir como para divisar poco el interior no me imagino qué hubiera sucedido y la vergüenza de todos. Salí a caminar de prisa por el trillo de las mujeres solas y del tiro fui a parar junto al arroyo donde tomé un baño y me mantuve casi hasta el atardecer, sentado en una piedra pensando en mi madre. En el baile de la noche me sentí pesaroso, distante, después conversé con una liberta que hace poco llegó a la zona y con M. Torres hasta que me uní a mi padre y nos recogimos temprano a dormir.²
Intensos y tortuosos fueron los vínculos amatorios que sostuvo el Padre de la Patria Carlos Manuel de Céspedes.
En varias compilaciones de los más significativos documentos cespedianos, las cartas cruzadas con su esposa Ana de Quesada y Loynaz, de las que hasta la fecha se conservan 32 de Céspedes y 4 de Anita;³ sus diarios correspondientes a los meses de julio, 1872-enero, 1873; 25 de julio de 1873 hasta el día de su muerte ocurrida en San Lorenzo el 27 de febrero de 1874, últimos apuntes conocidos como el Diario perdido, donde el presidente de la República en Armas consignaba los avatares de la irregular guerra comenzada el 10 de octubre de 1868, de vez en cuando aparecen los nombres de Anita, su segunda esposa y madre de tres de sus hijos; el de Candelaria Acosta, a quien llama cariñosamente Cambula, madre de una hija suya, y el de Panchita Rodríguez, a quien menciona algunas veces en los días finales por haber sostenido con ella un romance del cual nacería Manuel Francisco. Mujeres que fueron espiritual refugio del primer mambí cubano, sobre el que recayeron todas las glorias del levantamiento patrio y las controvertidas pasiones e interpretaciones de la mayoría de sus contemporáneos.
El erudito en fuentes latinas, licenciado en leyes, poeta, escritor, periodista, promotor y director cultural, conocedor de varios idiomas que, a la edad de cuarenta y nueve años, emprendió el definitivo rumbo de la insurrección contra el régimen colonial español, capaz de asumir el liderazgo que lo convirtió en el centro de un movimiento sin precedentes en el itinerario insular, debió pagar el altísimo precio de perder sus propiedades, su familia y su vida. Envuelto en intrigas, controvertibles decisiones y deslices, a pesar de sus condiciones físicas robustecidas por haber practicado la gimnástica y la equitación en su juventud, junto a los sublevados padeció los rigores de una devastada manigua que apenas le ofrecía sustento a los patriotas rebeldes y permanentemente le imponía insospechados riesgos, como es el caso de sus escritos del viernes 23 de agosto de 1872 en los que describe un accidente al cruzar un río:
[...] pasamos el Contramaestre por encima de los peñascos, y al llegar cerca de los baños, volvimos a pasarlo. El vado era todo de lajas; pero como vi que los caballos sin jinetes no resbalaron, resolví pasar sin desmontarme para no mojarme los pies, ni dejar que me cargaran. El caballo era nuevo y se resistió a seguir a los otros, si no quería tomar el declive de la laja, por más que yo le tiraba de la rienda al lado contrario. Resbaló al fin y cayó de costado, dándome un golpe en la rodilla derecha; trató de levantarse otra vez y entonces, al caer de nuevo, me abatió sobre la laja, rompiéndome el carrillo derecho, la boca y dos dientes del mismo lado: por fortuna en aquel momento logré salir de la silla y desprenderme del caballo que continuó dando caída hasta cruzar el río, mojando la silla y las alforjas.⁴
Apasionado y abatido esposo, inmerso en la dirección de una guerra de guerrillas poco organizadas y peor pertrechadas, que aspiraban a derrocar en poco tiempo el poderío español y se vieron involucradas en un filme que no parecía llegar nunca a los créditos, unos meses después de la separación forzosa de Anita, debido a las inclemencias de la contienda independentista, el 15 de diciembre de 1870, con dolor extremo Céspedes le dice en una carta fechada en Camagüey el 23 de junio de 1871:
Hace más de seis meses que te separaste de mí: no creo volver a verte más en la tierra, pero mi corazón es tuyo y te amo sinceramente. No dejes de escribirme con frecuencia y sobre todo acuérdate de mí para seguir siempre el buen sendero y no desacreditar nuestro nombre con alguna imprudencia, que no soy capaz de suponer otra cosa. Ya ves que yo te abro mi pecho y te cuento todo lo que me pasa. Tú sé lo mismo conmigo y como Eloísa y Abelardo si hemos de ser más que el uno para el otro, seamos para la historia amorosos y puros.⁵
Poeta romántico, aunque de dotes poco desarrolladas si tomamos como referentes las obras de sus contemporáneos Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido (1809-1844), José Jacinto Milanés (1814-1863), Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), Joaquín Lorenzo Luaces (1826-1867), Juan Clemente Zenea (1832 -1871) y Luisa Pérez de Zambrana ([1835?]-1922), debido al mínimo empleo de su talento lírico y al cúmulo de intereses dispares de quien puso la libertad de Cuba por encima de cualquier incentivo personal, en medio de las ínfimas treguas que le ofrecían las circunstancias y el entorno, en sus raptos nostalgiantes, Céspedes alude en sus diarios —antecedentes directos de los de José Martí— a los encantamientos de la naturaleza, estableciendo afectivos paralelos entre sus estados de ánimo y los recuerdos íntimos. Un ruiseñor se posa todas las mañanas en algún árbol a la orilla del río y me envía sus amorosos trinos, que aunque de lejos, percibo perfectamente. Libre avecilla. ¡No puedes suspirar sino de amores! ¿Acaso está ausente tu compañera?
.⁶
Otra invocación a los esplendores y misterios del entorno natural y las aves del monte, pero en este caso no para recordar a la amada, sino para dar rienda suelta a la urdimbre de supersticiones propias de una época y de una cultura en formación, se corresponde con su observación del 9 de octubre de 1872, jornada anterior a la celebración del cuarto aniversario del alzamiento de la Demajagua.
Hasta ahora no habíamos oído ruiseñores en este campamento pero hoy desde muy temprano una bandada de ellos se presentó casi encima de nuestros ranchos y empezó con sus cantos a llenar de armonía el espacio. Como es la víspera del inolvidable aniversario de nuestro glorioso alzamiento esta galantería de los ruiseñores de Cuba se recibió con expresivas muestras de alborozo y a guisa de los antiguos romanos se interpretó como un feliz presagio.⁷
Los amargos presentimientos, lógicos en el individuo consciente del peligro al que cotidianamente se expone, surgen una y otra vez en sus escritos como indefectibles y desgarradoras presencias, en muchas ocasiones asociadas a la memoria de ilícitos amores, como es el caso del recuerdo de su amante, la bellísima joven que en Yara cosió para él y para la patria la bandera de la insurrección, quien en más de una ocasión es mencionada y recordada con ternura en estos escritos de campaña.⁸
Es importante significar la estremecedora relación de estos apuntes, hechos dos años antes de su inmolación en un remoto barranco del caserío San Lorenzo, estigmatizado por quienes habían sido sus compañeros de viaje en la ruta de la independencia y apartado de sus funciones al frente del Gobierno cubano.
Hoy hace un año que no veo a Cambula ni a mi hijita. En todo este tiempo me he hallado solo como en el mundo, como si hubieran muerto todas las personas que me profesaban y a quienes yo profesaba un verdadero cariño. Desde ese día he gozado solo todas mis alegrías y solo he sufrido todos mis pesares. Ni una lágrima secreta para mezclarla con el raudal de mis ojos en las noches de insomnio y aflicción; ni una sonrisa cordial en un rostro entristecido para saludar mis venturas; ni una mano blanda y amorosa para enjugar el sudor de mi frente en las horas de cáliz o de enfermedad; ni una voz simpática y suave para consolarme en mis adversidades, o en las injusticias de los hombres; todo esto se acabó para mí y tal vez nunca más volverá a ser. ¿Y la falta de vista de mi hijita; sus gracias infantiles; el afecto que ya sabía demostrarme: el gusto que yo sentía en velar por ella, en descubrir los gérmenes de los buenos y elevados sentimientos en su tierno corazón? De todo no queda más que un amargo recuerdo, recuerdo que evoca todas las grandes amarguras de mi alma. ¿Y el porvenir? ¡El porvenir se me presenta sombrío! Yo expirando, abandonado en la roca de Prometeo; mi honor mancillado; mi patria pobre y esclava; mis hijos con el sombrero del pordiosero en la mano, o en los cubículos de la prostitución! ¡G…A…D…M…! Aparta de mi vista ese horroroso cuadro: no castigues tan cruelmente mis culpas: mira tan solo a la pureza de mis intenciones. ¡Extiende tu mano poderosa sobre esos débiles seres!⁹
En otra miserable jornada, a tenor de lo sucedido en la inclemente noche, Céspedes refiere uno de los sueños que ha tenido asociados con su esposa y sus hijos: Anoche me mortificaron bastante las pulgas q. vienen de los otros ranchos; po. en el momento q. dormí tuve el agradable sueño de q. mi Anita me había enviado las estatuitas de mis niñitos en terra cotta
.¹⁰
Pese a los horrores que le rodean, no faltan los saludos, despedidas y párrafos cariñosos y estremecedores en las cartas que dirige a su esposa. Entre múltiples y efusivos requerimientos y cumplidos la llama Mi muy querida Anita de mi corazón
, Mi muy idolatrada esposa
, Mi muy adorada mujercita de mi vida
, Mi queridísima Anita de mis ojos
, e incorpora apasionados cierres como el del final de la misiva fechada en Bejuco el 18 de octubre de 1871:
Para concluir, alma mía, tú sabes que soy tuyo, ¡que te quiero más que a mí mismo, y que jamás podré olvidarte, que tu separación me es más dolorosa que la muerte; pero te repito que no puedo mandarte venir por las razones que te he expuesto y ahora menos que nunca. A nadie le es más sensible que a mí; pero es preciso conformarse con la suerte y esperar días más felices. Mientras que se realiza tanta ventura, me despido de ti, enviándote mis suspiros amorosos, mis besos que se pierden por el aire…
Tuyo eternamente¹¹
Desbordes emocionales del hombre, que hasta en los fenómenos naturales aspiraba a encontrar la presencia de su amada:
El día 4 de este mes, a las seis y media de la noche vi una especie de incendio al N.; lo avisé a los demás y aunque pensaron que era un vasto incendio, la generalidad opinó que teníamos a la vista una aurora boreal. No pudimos observarla bien por los árboles del bosque donde vivíamos. A las siete y media pareció disiparse; pero luego volvió a encenderse entre N.N.E. y N.E. y duró hasta media noche. Si efectivamente se presentó ese fenómeno y, como es natural, fue más patente en esas regiones polares con respecto a nosotros, y, como también es natural, tú te pusiste a contemplarlo, tus ojos y los míos a la misma hora estaban fijos en el cielo, donde algún día, si esa es la mansión de las almas, podrían encontrarse. Esa fue una de las más gratas ideas que me asaltó en aquel momento.¹²
Son también conmovedoras sus notas del diario, del 13 de diciembre, al recordar el tercer aniversario de la separación de la esposa:
Cumplen tres años justos q. me separé de mi Anita […] Nunca he estado tanto tiempo separado de una persona amada. De mi primera esposa solame. lo estuve dos años, cuando fui a concluir mis estudios en España. Eran también distintas las circunstancias. Ella quedó en casa de sus padres y yo fui con bastantes recursos a un país civilizado, sin tener pendiente una cuestión de vida o muerte. Ahora, aunque mi Anita vive con su familia, todos están en un país extranjero y sin más medios de subsistencia q. los q. mi posición les proporcionaba. Muchos amigos les volverán la espalda; pr. q. he dejado de ser Presidente […] No conozco a mis propios hijos nacidos en el destierro y es muy probable q. jamás vea a esos objetos tan queridos.¹³
Presentimientos que, en la recta final de su vida, también vierte en sus cartas:
Yo estoy bien persuadido de que no he de volver a verte; porque moriré en la guerra, o alguno me matará antes. Nunca conoceré a nuestros hijitos más que por retratos; pues también su tierna edad los expone mucho a una desgracia. Tú misma padeces; y así es que siempre estoy esperando que cada correo me traiga la noticia de un funesto acontecimiento. Mi corazón me presagiaba la enfermedad que ahora han sufrido y todo esto se añade a mis penas; porque los amo y a ti