Hijos malditos
()
Información de este libro electrónico
Con un arrebatador estilo poético que bebe del surrealismo pero también de la poesía de la experiencia, Juana Inés Sánchez Bonilla consigue adentrarse paulatina y certeramente en los cimientos emocionales de los edificios de nuestra identidad, consiguiendo que se tambaleen al ritmo de sus frases y de sus certezas, así como de las incertidumbres y de la afilada y apasionada crítica social que desprenden.
Relacionado con Hijos malditos
Libros electrónicos relacionados
Mi Maldito Yo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl invierno del desaliento Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRetrato de Don Juan mirando al mar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesComo el bosque en la noche Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVida, confesión y muerte de Efraín González Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Sobre las ruinas de la ciudad rebelde: La novela que nos muestra el arte mayor de la seda en todo su esplendor en el siglo XVIII Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuentos de poeta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLibertad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Ciénaga De La Muerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHasta la última gota Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas moras agraces Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa patria furtiva: Entresijos del amor durante las contiendas independentistas cubanas del siglo XIX Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesJunto a la madre muerta y otros cuentos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMiedos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesClamor de un Reino encadenado: Presagios Vespertinos, #1 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAntes que los labios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBotín de guerra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTierras ajenas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSin monedas para el barquero Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa condenada (cuentos) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBiutiful Laif: El suspiro fugaz de un sueño imposible Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Sombra de la Bestia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDespertar en casa Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa marca de Kahim Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCaminos de intemperie Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Palabras y Compañía Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUn millón de amigos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMagia y muerte entre los enanos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUna odisea ricotera Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRienzi el tribuno Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Ficción histórica para usted
El Joven Hitler 2 (Hitler adolescente) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El amante diabólico Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las brujas de Vardo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Como ser un estoico Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLazarillo de Tormes: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La Orden de los Condenados Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos de abajo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El último tren a la libertad Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los de abajo: Edición conmemorativa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Don Quijote de la Mancha Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Hombres de valor: Cinco hombres fieles que Dios usó para cambiar la eternidad Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Rojo y negro Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los miserables: Clásicos de la literatura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Gen Lilith Crónicas del Agharti Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El papiro de Saqqara Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una luz en la noche de Roma Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los hermanos Karamazov: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Joven Hitler 3 (Hitler vagabundo y soldado en la Gran Guerra) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El príncipe y el mendigo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La sombra del caudillo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cornelius: Buscaba venganza. Encontró redención. Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los secretos de Saffron Hall Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Joven Hitler 1 (El pequeño Adolf y los demonios de la mente) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El ejército de Dios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl código rosa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El nombre de la rosa de Umberto Eco (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos de Canterbury: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Puente al refugio Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los años del silencio Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Crimen y Castigo: Clásicos de la literatura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Categorías relacionadas
Comentarios para Hijos malditos
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
Hijos malditos - Juana Inés Sánchez
La protagonista y narradora de este libro nos cuenta en retazos de vida reencontrada pasajes entrelazados de pasado y presente. Desde los infiernos acaecidos en su familia durante la nunca suficientemente superada guerra civil española, hasta las pequeñas y grandes tragedias que asuelan sus días de hoy, consecuencia en buena parte de lo sucedido en el pasado siglo.
Con un arrebatador estilo poético que bebe del surrealismo pero también de la poesía de la experiencia, Juana Inés Sánchez Bonilla consigue adentrarse paulatina y certeramente en los cimientos emocionales de los edificios de nuestra identidad, consiguiendo que se tambaleen al ritmo de sus frases y de sus certezas, así como de las incertidumbres y de la afilada y apasionada crítica social que desprenden.
Hijos malditos
Juana Inés Sánchez
www.edicionesoblicuas.com
Hijos malditos
© 2015, Juana Inés Sánchez
© 2015, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-16341-73-3
ISBN edición papel: 978-84-16341-72-6
Primera edición: junio de 2015
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
www.edicionesoblicuas.com
A mis Danieles, dos Mieles.
A mi Saúl, al que espero acariciar algún día.
A mi León, eterno rugiente.
Y a mi Padre, a quien Diógenes por fin encontró.
El posesivo ancla a la realidad a quienes nos hemos visto tentados a abandonarla.
La inhóspita presencia alzaba el vuelo, quebrantando la humilde paz del estúpido; aquella en la que parece estar sumergido para no oler su mierda y no soportar sus noches de vigilia fraudulenta, de aridez eterna, de muerte entre cadáveres, de música musitada por focas inmundas esperando un amanecer nunca lejano, nunca cercano…
Y mi padre muerto, muerto antes de que pudiera olerle y saberle; respeto póstumo, dolor indecible. Adiós, Padre antes del hola; adiós, Amor Mío sin haber dedicado un momento a amarte.
Tantos calificativos en tan poco espacio, tantas pasiones anhelándolos.
Nunca tuve madre, fue una mujer dadora del Mundo. ¡Peligro! Responde con creces, niña, a lo concedido, que es mucho, la vida, los ojos, el sustento y los brazos para tu hijo. Los brazos para mi hijo, los brazos para mi hijo...
Y el hijo no tuvo padre ni madre, sólo abuelos, todos mansos, todos buenos. Me dejaron sin Mi Niño.
Andrés (1927-1985). Mi padre
La fiera tarde invitaba al recogimiento, a la sombra, a la huida, al olvido de uno mismo en una siesta memorable de la que se vuelve otro, pero las vísceras de Andrés se recogían en un puño y la náusea lo invadía con espasmos que recordaban torturas de lejanas épocas de Inquisición y cobardía.
La antropofagia se había instalado en el pueblo como cortina de humo tiznada al sol de mediodía, haciendo imprecisos los contornos del mal. La guerra, excretora de pensamientos putrefactos, se adueñaba de la voluntad de los vecinos, recaudando cuerpos desmembrados en la impunidad de la noche. El enemigo podía despuntar en la fingida cordialidad de un pariente, en el hombre del carrito de melones o, incluso, en un listo de pueblo disfrazado de tonto de pueblo. Nadie confiaba en nadie, y cualquier descuido podía ser objeto de delación y desolación. Una afilada hoja de afeitar pendía del cuello de cualquier campesino, de cualquier panadero, de cualquier persona que aún no estuviera muerta.
A los que habían sido dominados por una vida de servidumbre, señoritos déspotas, hambre atrasada, tierras de otros y palizas clandestinas, se unían los famélicos envidiosos y los de siempre, los uncidos al Poder del signo imperante engalanados con la careta correspondiente.
Andrés, el valiente, acababa de nacer, tan solo diez años atrás surgiría de un lugar por determinar a este otro mundo de ideas enconadas. Era avezado en fiebres de las que volvía aún más seco; dadas por bien empleadas, pues en esos momentos de contiendas establecidas contra la enfermedad disponía de una gran aliada, su madre, que le devolvía la conciencia a base de caricias diestras. Hubiera deseado indisponerse doce horas al día para acapararla. Mujer morena, madre de muchos, capaz de parir en el olivar para traer a casa un retoño esponjoso. Trabajaba con la celeridad congénita impresa en las personas activas y aborrecía a los vagos, seres nefastos allí donde su plaga prosperara. Padre, hermanas y hermanos se apiñaban en torno a este lar de los olivares de Jaén. ¿Cómo renegar de tan buena fortuna, Andrés, si además tienes por amigo a un perro?
Y un día de cartas endemoniadas llegó la guerra.
—¡Los rojos, que vienen los rojos! —dijeron en casa. Hasta aquel momento nunca le habían atemorizado los colores. Pero tal como había sido pronunciado, helaría la sangre al mismísimo Goliat.
La propiedad de un terreno puede convertirse en solivianto de aquellos que tan solo buscan transferir la misma a sus propias arcas de cobardía. El pánico atenaza a aquel que se sabe espiado en su prosperidad.
Pero los rojos no fueron una amenaza cierta hasta el preciso instante en que un bando fue publicado: Todos los perros debían ser sacrificados porque transmitían no recuerdo qué imprudente infección y Andrés ya no está aquí para contármelo.
Su madre le conminó: Si escondes al perro, tarde o temprano lo encontrarán y nos arriesgas a los demás, hijo.
—Sí, madre —le contestó él, queriendo sumergirse en ese sitio del que venía y que no lograba recordar, y así, ahogar su memoria y no a su mascota.
El chucho saltaba entre los olivos celebrando la fiesta de la vida, ignorando la sentencia. Cuerpecillo alborotador, enredado en espinos, en piernas amadas. Sonrisa lista anclada en los ojos, futura carroña, porque nadie lo indultó. El chiquillo amaba al perro como a sus propias manos, pies, ojos. Nudos de sangre coagulada se congregaron en su garganta angustiándolo hasta el paroxismo. ¿Qué clase de profeta era él para que le exigieran este sacrificio? ¿Era acaso Abraham? ¿Y qué clase de dioses eran esos rojos para obligarle a matar a su amado amigo?
Y, mientras, el cosmos era tragado por un agujero negro nacido de las entrañas del Hades; el mundo se heló y enmudeció en un grito de espanto; los olivos se tornaron fantasmas imposibles ansiando sangre de justos; el arroyo, su arroyo, hirvió en clamores de muerte negra; y Andrés hundió el cuerpecillo de su amigo en esa negrura que había atascado el horizonte. Los