La primera crónica oficial sobre fantasmas que debe merecer nuestra credibilidad nos la narra Plinio el Joven, que debió vivir en Roma allá por el año 62 hasta el 113 d.C. En la carta que le escribe a un amigo suyo, narra los insólitos fenómenos que tienen lugar en una casa encantada de Atenas, en cuyas noches podía escucharse el insolente ruido de cadenas con el que el fantasma de un anciano de larga barba y cabellos erizados, amedrentaba a sus pobres inquilinos: “Debido a ello –escribe Plinio– los habitantes de esta mansión pasaban noches espantosas; al despertar enfermaban, y si el terror no los abandonaba, sobrevenía la muerte; pues incluso durante el día, cuando ya el fantasma había desaparecido, flotaba la figura del anciano en la fantasía de los habitantes, y el miedo duraba más que la causa que lo producía”.
Así que un día, sus inquilinos no encontraron mejor remedio que abandonar la casa y ponerla en venta a bajo precio, pues toda Atenas estaba al corriente de los rumores que circulaban en torno al inmueble. Tan suculenta ganga, aunque fuera con fantasma incluido, no pasó desapercibida para el filósofo Atenodoro de Tarso (¿74 a.C.-7 d.C.?), quien decidió adquirir la vivienda y pasar en ella su primera noche…
Es precisamente en la literatura grecorromana donde se nos sugiere la idea de los escenarios bélicos como atmósferas insinuantes para la recreación de apariciones de ESPÍRITUS FANTASMALES.
No tardó en escuchar el rumor de cadenas