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Clamor de un Reino encadenado: Presagios Vespertinos, #1
Clamor de un Reino encadenado: Presagios Vespertinos, #1
Clamor de un Reino encadenado: Presagios Vespertinos, #1
Libro electrónico242 páginas3 horas

Clamor de un Reino encadenado: Presagios Vespertinos, #1

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Regiones Encadenadas, es una novela de fantasía y se mide por la historia de sus protagonistas quienes van surgiendo a medida que el relato avanza. Es una historia un tanto compleja para mí -una adolescente de apenas veintidos años-; sin embargo, he logrado extrapolar un relato viviente, duro y al mismo tiempo salvaje, brutal diría. Los protagonistas contienen una vida disipada en un ambiente moderno, que de pronto se ve afectado por la irrupción de una amenaza sobrenatural. Como siempre, existen otros factores que se irán desarrollando a lo largo de la historia. A veces los capítulos son de unas pocas horas, otros puede que designen días e incluso semanas. En el caso de este primer volumen, todo el argumento se desarrolla en diferentes momentos y otras situaciones que trascienden al mismo tiempo.

IdiomaEspañol
EditorialEli Key
Fecha de lanzamiento19 abr 2024
ISBN9798224073498
Clamor de un Reino encadenado: Presagios Vespertinos, #1
Autor

Eli Key

Eli Key, de 22 años; oriunda de Gualeguaychú. Provincia de Entre Ríos, Argentina, es estudiante de marketing y trabaja como niñera para poder pagarse sus estudios. A partir de los doce años comenzó a escribir, y no fue hasta que leyó a Charlotte Brontë ya sus hermanas Anne y Emily, que comenzó a interesarse seriamente en la literatura. Después de conocer a Emily Dickinson; Richard Bach; Patrick Leigh Fermor; Megan Mayhew Bergman y Joan Didion, entre otros; se decidió a incursionar en ideas más decentes y prolijas, relativo a la narrativa y a las prolijidades de los textos. A partir de los dieciocho años, se arrojó de lleno a escribir todo cuanto pudiera salir de su pluma. Después de probar en varias plataformas digitales y de explorar los blogs, se decidió autopublicar en Draft2 Digital. Y mientras el país donde vive se debate en un mar de angustias y déficit económico; ella se esfuerza cuanto puede para depurar sus obras.  La vida no es fácil, se hace lo que se puede con lo que se tiene, pero al final de una tormenta siempre sale el sol;  es lo que dice siempre.

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    Clamor de un Reino encadenado - Eli Key

    CLAMOR DE UN REINO ENCADENADO

    Presagios Vespertinos

    Eli Key

    ©Todos los derechos reservados 2024

    Contenido

    Prólogo

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    ¡Qué pequeño mundo tan extraño, alocado y

    bullicioso era aquel internado! Se hacían grandes

    esfuerzos por ocultar las cadenas tras las flores;

    una sutil esencia de catolicismo impregnaba todas

    sus disposiciones: una considerable indulgencia

    con los sentidos (por así decirlo) contrarrestaba

    las rígidas restricciones espirituales. Las mentes

    crecían en la esclavitud; pero, para impedir que

    alguien meditara sobre esto, se aprovechaba al

    máximo cualquier pretexto para el esparcimiento

    físico. Allí, como en todas partes, la IGLESIA

    luchaba por educar a sus hijos robustos de cuerpo

    y débiles de alma, gordos, rubicundos, fuertes,

    alegres, ignorantes, irreflexivos, incondicionales.

    «¡Comed, bebed y vivid! —decía—. Ocupaos de

    vuestro cuerpo; dejadme a mí el cuidado de

    vuestras almas. Yo me encargaré de curarlas... y

    guiaré sus pasos: yo garantizo su destino final». Un

    acuerdo que todo católico convencido encuentra

    ventajoso. Lucifer ofrece exactamente lo mismo:

    «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos;

    porque me los han entregado a mí, y yo se los doy

    a quien quiero. Si me adoras, serán todos

    tuyos».

    Charlotte Brontë – Villette

    «Me fascinan las historias de fantasía de aquellos cuyos vértices del alma exploran los recónditos secretos de la simetría de una imaginación que expone ocultos lugares, regiones y paradigmas que no corresponden al bien común de los simples mortales. Quizá ahí radica la elegancia del insondable mundo hendido en el cosmos de la buena literatura. Y quienes lo encuentran, pasan horas tratando de descubrir los detalles, y los numerosos caminos estrechos por donde habrán de transitar para poder llegar a la cumbre de sus obras.»

    Stephanie Marhget

    Prólogo

    Interludio primero

    Los incontables brillos etéreos, se contrajeron mientras danzaban en compañía de la cobardía, de los que no se habían atrevido a expresar con palabras y emociones, las poderosas sensaciones del alma, de la vida, y del destino mismo que los aguardaba impresos en amor y libertad. Y enfrente de un mar que les revelaba sus más oscuros misterios, se permitieron morir, renunciando al voto de su existencia y dejándose llevar, por la cruda fuerza de una insubstancial soledad. Y fueron estos, los inútiles llamados de la amistad que inscriptos en blancas sábanas y vestidos de algodón negros, hablaban a los sueños, los cuales dormían, esperando a ser realizados.

    Y fue en ese preciso instante, que el cielo se descubrió y la rueda del presente, el cordón de plata, la lluvia, y los gritos de los libres azuzados por sus pensamientos, rebotaban en la oscuridad aquí y allá, en una sólida expresión redundante de un tiempo irrelevante, de un tiempo perdido. Y yo mismo, estoy a las puertas del umbral de mi primer viaje a otras tierras. ¿y qué es lo que me esperará del otro lado? ¿Llamaré por el nombre a mis padres y a mis hermanos, cuyas vidas fueron arrebatadas por violentas manos impías cubiertas de veneno y maldad hace ya cien años, durante una guerra que nos sobrevino al caer la tarde? ¿Hacia dónde iré y dónde pernoctará mi espíritu una vez que alcance el abrigo del clímax de las horas? Solo veo la punta de la espada del ángel que me señala el camino, mientras dice con una voz que produce temor:

    El muro no ha caído de tu voluntad, pero si has renegado de lo que eres, ¿qué queda para ti que ya has deshecho tu oportunidad de amar y solo te has enturbiado con la seca ambición de conocer la pasión de un amor no correspondido? Yo te conozco, te he descubierto y sé quién eres. No dejes que interrumpan el cálido esplendor de tus palabras. Un día. No, dos, ni tres. Un día, por cada ventura de tu jornada, y el viento responderá, hablará y te dirá dónde está el secreto, el nudo, el tesoro que anhelas. La felicidad de lo que esperas, la respuesta de lo que buscas. y todo. Todo se te dará a conocer, solo si sabes escuchar. Para ti que oras por las noches, que suspiras en el balcón de tu habitación, que te preguntas si acaso será o no, el sendero que debes recorrer. Yo te digo que sus poemas, sus escritos, todo cuanto hizo, ha sido para ti, y solo para ti. Quizá por eso, cuando contemplas un amanecer te entristeces y lloras al caer la noche. Y él lo sabe, lo sabe porque te ha visto.

    CAPÍTULO 1

    «NADIE PRESUME ANTE nadie. Todos son odiosos, pesados y quisquillosos», pensó María, una mujer de veintisiete años, cabellera negra como la misma noche. Rostro franco y gentil, y de tez blanca. Labios no tan gruesos, y portadora de un cuerpo de músculos elásticos trabajados a base de intensos ejercicios físicos. Más bien, un rudimentario entrenamiento griego que su padre le había enseñado en sus primeros años de adolescencia.

    La sagaz muchacha, se veía inmersa en un estado de reflexión. Al mismo tiempo y en tanto avanzaba por las solitarias calles sosteniendo en una de sus manos sus zapatos de color azul Francia, se sentía hastiada de las horas y de su trabajo como secretaria general adjunta de la cancillería. Contempló el regazo de la noche, y más allá, a las callejas vacías desprovistas de movimientos, desprovistas de personas, de carros y carruajes. Solo se veían perros que husmeaban en los botes de basura, y a uno que otro gato siendo perseguidos por los primeros. No obstante, tales merodeadores de residuos y restos de comidas, compartían un mismo miedo en común, un secreto guardado en las celdas de las mismas tinieblas. Y ese secreto, ese halo embebido en cenizas y secas raíces de árboles viejos, generaba un sentimiento de inquietud que los movía a huir en busca de refugio, sea donde sea; huir con tal de estar lejos de aquellos inciertos y sombríos parajes impresos, en la más oscura soledad de una desconocida mortaja mortuoria. Y entre esas historias de avenidas, de historias dormidas en los aposentos de las solitarias aceras y el arrullo de los constantes sonidos procedente del interior de los hogares, se depositaba como un ungüento sacro y antiguo, la pesada burla del destino, cuya holgada matriz, había dado a luz, una herejía sin nombre. Una herejía marcada por el mismo sello de la destrucción.

    Mientras revisaba los hechos ocurridos durante su reunión semanal con los primeros directivos de la corte ciudadana, María sintió arder su sangre. Y ese acto tan natural como humano, la llevó a emitir un gesto de decepción. Frustrada, arrugó un pequeño envoltorio de papel que llevaba en una de sus manos. Suspiró con fuerzas viendo hacia el cielo estrellado. Su cutis evidenciaba cierto cansancio. Cierta molestia convenida en asuntos que la aquejaban hasta inquietarla.

    Lo ocurrido anteriormente en la reunión que sostuvo con los miembros del consejo, solo sirvió para reñir con algunos de los ingratos concejales, en especial uno, cuyo semblante tiránico, ruidoso y hasta si cabía la descripción, un asco de temperamental; le había enseñado que era mala idea tratar de hacer algún tipo de reclamos sociales, puesto que solo discutiría y discutiría sin llegar a ninguna clase de acuerdo.

    «Me gustaría saber que pensaba de mí, ese pequeño pelele enviado a husmear en las estanterías de mi trabajo. ¿Cuáles serían las impresiones que denotaba a escondidas, sin siquiera evidenciar la más mínima declaración concerniente a su juicio como hipotecario de las rentas del pueblo? Sé que me odia; pero, ¿qué importancia tiene? Está más que seguro de su posición como regente local, que de verme como alguna amenaza a su jodida actitud parlamentaria como el cretino burócrata que es ─el gesto desdeñoso que se movió por sus labios fue más que acertado a lo que pensaba─; y por el momento... idiota infeliz; no prevé peligro alguno para su candidatura a pesar de mis denuncias en su contra. Además, es consciente de que yo también lo sé ─se detuvo y observó la enorme luna plateada que pendía sobre su cabeza y la de todos en esa abundante región. Sonrió negando con la cabeza─. El muy imbécil, sabía de mis querellas en torno a sus demandantes negocios fuera de la institución. Por eso sus continuos ataques que de continuo me había estado arrojando a lo largo de todos estos últimos meses, con intenciones de humillarme, fue la respuesta a mis objeciones. Lo hizo con intenciones que me apartara de mis investigaciones respecto a los casos que, jurídicamente, él había estado llevando a cabo en conjunto con otras personas no menos inescrupulosas... Pobre estercolero de paja y porquería. Me reí de sus abstractos comentarios. Y no supo que hacer al respecto. Al presente, era la única mujer dentro de la cancillería, que no le temía y que le había plantado cara en más de una oportunidad ─suspiró─. En fin, supongo que deberé esperar a la confirmación del tratado, para acabar con todo este misterio que nos ha mantenido a todos en vilo por tanto tiempo. Tantos enredos. Tantas cosas a puertas cerradas.»

    En ese momento, recordó exactamente lo que ocurrió minutos antes de salir de la alcaldía; después de haber permanecido casi por dos horas, reunida con todo el consejo de los máximos jerarca de la ciudad.

    Había saludado a todos con intenciones de abandonar la junta, cuando el individuo con el que acababa de discutir, la sorprendió con una disculpa que ofreció delante de todos. María, se mostró algo conturbada por la repentina acción del vicecanciller; no obstante, ocultando su asombro que, muy a pesar, se sentía en la prudencia de disimular, manifestó una solícita respuesta de gentileza hacia el mencionado dirigente. Se vio obligada a expresar un saludo cortés, sin importar lo disgustada que se encontraba.

    ─Gracias por permitirnos disfrutar de su encantadora presencia ─había arrojado sardónicamente, el bien vestido sujeto de la alcaldía.

    María reconoció que aquel noble señor, solo buscaba demostrar una caballerosidad que no disponía en lo absoluto. Con todo, el tema fue sajado allí mismo y la imbatible secretaria general, procedió a retirarse.

    ─Ánimo ─se dijo por lo bajo, una vez afuera, en tanto observaba la luna dispersa sobre el cielo de una ciudad en calma─. No te desveles en tantas alegorías y espera confiada a que todo saldrá bien ─pero enseguida, sonrió frustrada─. Como si eso fuera a ser posible.

    ─ ¡Señorita María! ¡Señorita María! ─escuchó no tan cerca ni tan lejos, detrás de ella. La voz le resultó familiar; es decir, no admitía lugar a dudas de quien se trataba. Porque el responsable de aquel sonido infantil y chillón, solo le correspondía a una sola persona que conocía bien. Se limitó a negar con la cabeza─. ¡Espere señorita, por favor! ─prosiguió la insistente voz que ya comenzaba a menguar de intensidad.

    Un obeso joven de no más de veinte años y baja estatura, corría hacia ella, agitando un sobre con una de sus manos. Tenía ojos de un tono celeste, mirada turbada por la carrera que debió realizar para alcanzar a la mencionada asistente, y una excitación poco común para el momento. Quizá se debiera, como se mencionó, a la loca carrera que había efectuado desde el ayuntamiento municipal. O... puede que se tratara de otra cosa.

    ─Ralf, gordo pretencioso, ¿qué quieres ahora? ─espetó molesta.

    María no lo tiranizaba ni buscaba menospreciar su existencia. Ella simplemente no soportaba que alguien tan joven perdiera su vida en la holgazanería y en el corretear detrás de las mariposas ─por decirlo de algún modo─; con el fin de atraparlas y conjugar con ello una colección de pérdida de tiempo, sin propósito ni metas que lo ayudaran a superarse y convertirse en el hombre que debía ser. Enseguida tachaba todo y se lo atribuía a la edad de las hormonas célibes, cuya tardía manifestación, era el problema en cuestión; algo que aquejaba a la mayoría de los adolescentes. Un punto difícil para tratar, según ella. Pensó, les hemos dado tantos privilegios y los hemos puesto en tan alta estima, que muchos creen poder salvar el mundo con la sola fuerza de su juventud y el peso de sus alborotadas hormonas. No solo desprecian a los ancianos, sino que se atribuyen que nada malo les ocurrirá, dando por sentado con ello, que siempre podrán salir airosos por sí solos sin la ayuda de nadie. Imprudentes e irresponsables hasta el hastío.

    ─ ¡Señorita María! ─expresó el aludido heraldo, luchando por un poco de aire y sudando copiosamente─. Perdón, señorita María.

    ─Deberías hacer más ejercicio, Ralf. Estás tan gordo como una foca. No te hace bien, eres joven e inteligente. Ponte en la dedicación de cultivar tu salud, muchacho. ¿Qué es lo que pretendes? ¿Morir joven?

    El mencionado, acusó la interpelación e inclinó su cuerpo hacia adelante y jadeó por unos segundos mientras buscaba recuperarse. Se enderezó y miró avergonzado a la elegante dama que se hallaba enfrente de él, quien lo contemplaba con algo de lástima. La expresión lo hizo palidecer, y aunque no había orgullo en él, una fuerte punzada desafió su hombría.

    ─Graci-gracias, señorita... sé que no se burla usted de mí, y que... tiene toda la razón. Porque es necesario que deba hacer algo con mi vida... soy lamentable y...

    ─Primero, no te menosprecies, eso nunca conduce a nada bueno. Segundo, ¿Qué es lo que quieres? No tengo toda la noche.

    ─Se ha olvidado usted su paga.

    Los ojos azules de la aludida brillaron de resignación más que de satisfacción. Con el ceño fruncido, extendió su mano hacia el sofocado mensajero.

    ─Oh, por supuesto. Mi paga. Claro, el reverendo olvidó dármela. Gracias, Ralf, muy gentil de tu parte.

    ─Descuide. Por suerte no se tomó un taxi ─el joven mozo se interrumpió e inspeccionó su entorno y a la pregunta que acababa de hacer, como si algo no estuviera bien. De inmediato, expresó para sí mismo que, en aquellas horas de la noche, no había ese tipo de servicios en las cercanías. Entonces, su semblante se cubrió de una tensa ansiedad. Absorto, observó el rostro de la sutil mujer─. Espere... ¿Piensa caminar sola hasta su casa? Hasta donde sé, usted vive en las fronteras de la zona negra. Donde prácticamente no existe resguardo de...

    ─Eso Ralf, no es de tu incumbencia. Si todavía resido en ese apartado lugar de la tierra, solo a mí me concierne. Por otro lado, tú y yo sabemos que los taxis y los carros de carga, ya hace varias horas que han dejado de cumplir con sus recorridos.

    ─Tiene razón, lo siento. Pero, usted... usted sabe que hay un intruso que vaga por los alrededores, ¿verdad? Y no solo él, otros también merodean más allá de la zona perimetral. Aunque no me explico cómo es que lo han dejado que vague a sus anchas, siendo que podría llegar a lastimar o matar a alguien ─María se sopló un mechón de sus cabellos sintiéndose fatigada de escuchar tanto parloteo─. Desconozco el motivo del porque todavía no han terminado con las reparaciones de nuestra muralla. ¿No le parece extraño? Es lógico que las alabardas consagradas protejan a las pocas casas que todavía permanecen fuera del territorio circundante permitido. Pero esa no es una razón viable para que usted decida atravesar el caserío para llegar a su hogar, cuando bien puede hacerlo desde este punto de la avenida principal.

    La sola mención de ese pensamiento, terminó por acelerar el corazón del agotado mozo. Un golpe de emociones se produjo en su mente. Miró hacia el muro que se levantaba como un bastión en contra de los peligros que habitaban en los recodos del aire nocturno

    ─Lo es, Ralf ─respondió, María, calmada y segura de sí misma. Tratando de no perder la paciencia frente a ese curioso asistente─; sin embargo, hasta ahora no ha ocasionado mal alguno. Y también sé muy bien, que no me hará daño en caso de que me vea. Y en cuanto a los otros, sabes que están afuera, y no se acercarán dado que la Malla de Contención y Los Sellos, los mantiene alejados. Al menos, es lo que todos tenemos entendido. Y en cuanto al porque todavía no han procurado cerrar esta parte de la ciudad con los candados de

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