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Mi novia, la tristeza: El recuento biográfico sobre Agustín Lara
Mi novia, la tristeza: El recuento biográfico sobre Agustín Lara
Mi novia, la tristeza: El recuento biográfico sobre Agustín Lara
Libro electrónico676 páginas10 horas

Mi novia, la tristeza: El recuento biográfico sobre Agustín Lara

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El recuento biográfico más completo, informado y original que se haya escrito sobre Agustín Lara.
Más allá de la mera semblanza biográfica o la simple colección de anécdotas, estas páginas significan el encuentro más pleno y emotivo que se haya elaborado hasta hoy con la figura de Agustín Lara. Es una pintura vivaz e informada del gran compositor, del México que le tocó vivir, de su música, de sus intérpretes, de las películas en las que participó, así como de los avatares de una existencia de alguna manera marcada por la búsqueda de un ideal amoroso que se vislumbra en la letra de sus canciones. Hay, por tanto, aquí un minucioso retrato de las mujeres que amó y que marcaron su existencia. Verdadera leyenda viva, Agustín Lara seguirá en la memoria de todos gracias al trabajo que consigna Mi novia, la tristeza.
IdiomaEspañol
EditorialOcéano
Fecha de lanzamiento10 may 2013
ISBN9786074007992
Mi novia, la tristeza: El recuento biográfico sobre Agustín Lara
Autor

Guadalupe Loaeza

Se inició en el periodismo como articulista del diario Unomásuno, de donde salió a finales de 1983. Se incorporó al semanario Punto y al año siguiente estuvo entre los fundadores del periódico La Jornada, en donde colaboró por más de ocho años. En 1985 publicó Las niñas Bien. Recibe la Orden de la Legión de Honor en grado de Caballero, conferida por el Gobierno de la República Francesa. Ha escrito en las siguientes revistas: El Huevo, Escala, Polanco para Polanco, The Billionaire, Caras, Casas y Gente, Vogue y Recompensa de American Express. Actualmente, colabora tres veces por semana en los periódicos Reforma, Mural, El Norte y diez periódicos más de la República Mexicana. Ha sido pionera en las publicaciones en formato digital. Su libro Leer o Morir fue descargado en tres meses por más de 190,000 lectores. Sus más recientes publicaciones son: El Licenciado, Los Excéntricos, Poesía fuiste tú: a 90 años de Rosario Castellanos, que se suman a una lista de más de 42 títulos entre los que se cuentan recopilaciones de textos, ensayos narrativos y cuentos.

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    Muy bueno me encanto una investigacion muy satisfactoria felicidades a los autores gracias

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Mi novia, la tristeza - Guadalupe Loaeza

tristeza…

PRIMERA PARTE

EL ESPLENDOR

DE AGUSTÍN LARA

(1938-1945)

Una multitud de cartas,

canciones y sobres…

y un solo amor

En el teatro, en el radio y en el cine: Agustín Lara. Cada pequeña vida que va por la calle tiene presente una de sus canciones, y la canta y la repite y la vuelve a recordar. Hasta las palmeras de Veracruz y los toros en el ruedo bailan a su ritmo. Su voz omnipresente figura incluso en las preocupaciones de la Secretaría de Educación Pública; el secretario Manuel Gual Vidal no duerme por las noches al pensar que una jovencita pudiera estar, en ese momento, entonando una de las canciones de Lara: que ninguna muchacha del país piense en el músico poeta, que no se enteren que siendo tan niñas son párvulas bocas que enseñan a besar, que en sus ojeras no aparezca la sombra de la perversión; pero, sobre todo, que no conviertan en un mercado su frágil corazón. Si pudieran seguir siendo aquellas muchachas, cabecitas sin pensamiento, ¡pero tan bellas! como lo quería Amado Nervo, y no caer en la tentación del placer; pero cada joven que se asomó al amor en los años treinta soñó con ser la flor de la maldad y la inocencia y soñó con convertirse no en señora de sociedad, sino en Señora Tentación, tal como lo sugerían las voces salidas de la XEW.

Entonces las serenatas sólo tenían letra de Agustín Lara. Los niños bien, los hijos de políticos y sus guardaespaldas; los banqueros y sus empleados; los burócratas, los comerciantes, los artistas de cine y hasta los Trescientos y algunos más… cantaban frente a la ventana de sus novias. Mientras, ellas se desvanecían de gusto y de amor al ser llamadas: Pecadora, Vendedora de Amor, Flor de Tentación, Pervertida o Cortesana. Cuántas casas chicas no se habrán formado al influjo de una canción del músico poeta. Cuántas esposas decentes no abandonaron su hogar movidas por el deseo de experimentar en carne propia las letras de Lara. Y cuántos hombres no habrán diversificado su vida íntima gracias a los consejos del compositor, al grado de que la familia mexicana de los años cuarenta parece estar conformada por papá, mamá, hijos y la otra…

En todos los lugares —todos— existe una canción de Agustín Lara; hasta en el pensamiento de los sacerdotes y de los integrantes de la Liga de la Decencia que exigen: ¡Que nuestras mujeres no tengan cada noche un amor!. Pero esa voz curtida en el pecado, que se fragmenta y se escucha en millones de radios diariamente, habla al oído y pronuncia las palabras correctas para inundar un corazón: Quiero ese tono lila de tus ojeras, / nube que la tristeza dejó en tus ojos.

-Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida.

-¿Hace cuánto tiempo te confesaste, hija?

-Apenas ayer, padre. Pero es que no puedo dejar de cantar aquello de Yo que tuve tus manos / y tu boca y tu pelo / y la blanca tibieza que derramaste en mí….

-¡Hija, eso es pecado! Como penitencia te dejo diez rosarios, cinco vía crucis y que jamás vuelvas ni siquiera a murmurar el nombre de ese compositor. Ve en paz —replicó el sacerdote mientras tarareaba también Lágrimas de sangre de Agustín Lara.

El larismo fue un aroma, el olor de una época, que salió de las antenas de la XEW. En virtud de él, las mujeres adquirieron un alma imperial y altiva; una proclividad por el abandono y la languidez. Nunca como en esa época la mujer sintió que su alma era un enigma complejo, nunca resuelto del todo. La inusitada propagación de ese aroma sentimental alarmó a buena parte de la sociedad y se convirtió en tema de discusión pública durante años: las voces pretendidamente sensuales que popularizaron sus canciones, los malos hábitos que introdujo en las mujeres, la decadencia de la poesía que evidenciaba con sus letras y el fin de la música tradicional. Hasta el compositor Manuel M. Ponce lanzó un grito de advertencia: Los niños han dejado de cantar las canciones de sus padres para cantar a Agustín Lara.

Pero Lara, seguro de haber dado con el conjuro mágico para el amor, se dedicó a vivir su leyenda, a enamorarse y pecar sin remisión. Él sólo vio crecer incontenible la marea de su fama. Frente a un radio de onda corta, la voz en alto, como profeta, le espetó a Ricardo Garibay:

-A ver, Ricardo, dime un país.

Y sin importar el continente o la hora del día, una canción de Lara se escuchaba en ese momento en algún lugar del mundo. Claro, no podía ser de otra forma, si Noche de ronda se cantaba en noruego y en ruso y Madrid fue muy popular cuando se grabó en japonés. Si, incluso, el servicio consular llegó a reportar que Granada y Fermín eran tan populares que los organilleros de Madrid las tocaban por las calles.

Su escenografía esencial: unas ojeras azules, unas pestañas como alambrados para retener un corazón, una cadencia pasional, una rosa roja, un pie pequeño sobre un enamorado rendido, una boca chiquita en forma de fresa que encierra una mentira y un beso. Para estos elementos, prontos a aparecer en cada canción, la XEW le acondicionó a Lara un estudio radiofónico especial. En este espacio sobrio pero muy elegante, nunca faltaba un piano de cola siempre impecable y afinado, floreros con rosas, fotos dedicadas por artistas que colgaban de las paredes, una pequeña sala para los invitados y una cava con botellas de coñac listas para ser servidas en copas de cristal de Baccarat. Antes que el compositor, sólo una persona de absoluta confianza podía entrar a limpiar el teclado del piano, con una franela especial en la cual resaltaban las iniciales bordadas del artista. En los mejores días, una alfombra roja esperaba su llegada, minutos antes de comenzar La Hora Íntima de Agustín Lara. Durante años, el programa fue una reunión de amigos en donde las Hermanas Águila, Pedro Vargas, Toña la Negra y Mario Alberto Rodríguez, entre muchos otros intérpretes, acudían a conversar y a cantar. En distintas épocas, las voces de los locutores Manuel Bernal, Ricardo López Méndez y Álvaro Gálvez y Fuentes platicaban con Agustín y lo hacían recordar anécdotas o contar la historia de una canción: Dinos, Agustín, ¿cómo conociste a la cantante estadunidense Josephine Baker? ¿Por qué no nos cuentas de tu amistad con el gran torero Silverio Pérez? ¿Cuándo compusiste ‘Piensa en mí’?. Pero siempre, lo esperado era el momento en que las manos del compositor se acercaban al teclado; el temblor de las notas anunciaba la melodía que a la mañana siguiente cantaría todo el país. Con cierto enigma, Lara decía al aire: Esta w es la casa de todos mis pecados. Inconscientemente, el auditorio de La Hora Íntima fue olvidando la culpa que sucede al pecado; las radioescuchas pudieron enterarse de que era posible portarse mal sin consecuencias. Agustín Lara y su vida eran la demostración de que era posible conquistar el prestigio administrando el pecado secreto y mostrándolo estratégicamente. De eso estaban ávidas sus radioescuchas, de encontrar una verdad amorosa en sus canciones; y Lara, reacio a entregarse de una vez, musitaba con su voz sugerente en el micrófono: Yo no sé si te odiaba o te quería, / el olvido triunfó sobre el recuerdo….

En un bolero de 1955, Ausencia, Agustín definió al corazón como un viajero solitario. Cada corazón que escuchó esta imagen quiso navegar hacia el compositor en forma de carta hasta lograr que la Oficina de Correos se volcara entera sobre la estación de radio. Todas las mañanas se recibía correspondencia en la w: la Doctora Corazón, la famosa consejera sentimental de la radio de esos años, atendía las súplicas que llegaban hasta su Clínica de Almas; los Catedráticos como Álvaro Gálvez y Fuentes leían con atención las preguntas que les eran dirigidas para ser contestadas al aire. Si éstos no respondían correctamente a la pregunta, el remitente se hacía acreedor de un premio. He aquí un ejemplo: Dígame, maestro, ¿por qué el lugar donde vive el papa se llama el Vaticano?. Y uno de ellos contestaba engolando la voz: Estimado radioescucha, ha de saber que el Vaticano se llama de esta manera porque en la antigüedad existió en ese mismo sitio un oráculo que vaticinaba los sucesos futuros; de allí el nombre Vaticano. Pero las cartas más constantes a lo largo de años fueron las que recibió Agustín Lara: confesiones, declaraciones de amor, peticiones y saludos. Semana con semana, enormes bolsas pletóricas de cartas llegaban hasta su estudio. Aunque Agustín dedicó muy poco tiempo a leer aquella correspondencia, a veces cedía ante la curiosidad. En 1955, le confesó a su intérprete Carmela Rey un romance epistolar:

¿Sabes, Carmela? Era yo todavía muy chamaco y hojeaba aquella revista cuyo nombre no recuerdo. En la sección de intercambio sentimental, me llamó la atención la firma de una de las corresponsales: Mónica. Qué nombre tan raro, me dije, pero asocié el nombre con la madre de san Agustín. Pensé: ¿Cómo será Mónica? ¿De qué color tendrá los ojos? ¿Cómo será su voz?. Y mi fantasía comenzó a trabajar. Aquella mujer en su carta solicitando correspondencia decía poco menos así: Deseo la amistad de alguien que sea lo suficientemente tonto para creer en la supremacía del espíritu sobre la materia; lo bastante inteligente para no pretender conocerme nunca en persona y lo estrictamente caballero para no burlarse de mis ideas y de mis sentimientos. Mónica. Como puedes comprender, Carmela, despertó enormemente mi curiosidad, y por conocer cuáles eran esas ideas y esos sentimientos, le escribí a Mónica por medio de la revista. Te confieso que a través de sus cartas me enamoré de ella; no me interesaba tanto que fuera rubia o morena, o alta o chaparrita, o bonita o fea; lo que yo deseaba era escuchar su voz. Imaginaba que sería delicioso oir de sus labios aquellas palabras que yo sólo podía ver escritas. Su voz tenía que ser dulce, armoniosa, musical. Su voz tenía que corresponder a la delicadeza, a la armonía y a la dulzura de sus ideas y de sus sentimientos. No fui lo bastante inteligente como para no pretender conocerla en persona. Insistí tanto en que me concediera una entrevista que al fin accedió. Si vieras qué emoción sentía yo, Carmelita preciosa; al fin iba a conocer a una mujer toda espiritualidad, toda delicadeza y cuyas cartas revelaban un gran talento. Me acercaba a la cita murmurando una canción… Y al fin conocí a Mónica. Pero la mujer frívola, un poco tonta y de voz desafinada que me recibió no era ella. No era lógico: una mujer como la que tenía enfrente no podía escribir como Mónica; y logré arrancarle la verdad: ella sólo era una amiga. Mónica jamás, por ningún motivo, se dejaría ver, nunca supe por qué y la impostora nunca me dijo la causa de esa inflexible incógnita. Fue como una sombra de mi fantasía. Sería porque Mónica era fea; tendría algún defecto físico, a lo mejor era una viejita… nunca lo supe.

Carmela lo miró con incredulidad. También ella sabía de la capacidad de mentir que tenía Agustín Lara. ¡Ah, cómo mentía el poeta! A tal grado mentía que de tanto repetir sus propias mentiras las daba por verdades. No se equivocaba porque tenía una memoria extraordinaria, tal vez enriquecía muchas de sus mentiras, pero jamás se contradecía y, sobre todo, no confundía el nombre de sus mujeres, especialmente en los momentos más íntimos. Cada vez que Carmela entraba al estudio del compositor, veía torres de cartas sobre la mesa. En efecto, había muchísimas mujeres distintas a Mónica que sí deseaban conocerlo en persona. Una tarde en que Lara estaba concentrado en su piano, de forma muy discreta, Carmela tomó de aquella montaña de cartas un sobre color lila. Salió al pasillo y leyó:

Adorado Maestro:

No hay tarde en que no escuche su programa. A esa hora, suelo encerrarme en mi habitación bajo llave. Entonces me recuesto y tomo entre mis brazos uno de los almohadones de mi cama. Con esta misma posición me preparo para escucharlo. Y a partir del momento en que usted comienza a cantar, yo empiezo a soñar. Me imagino cómo será vivir fuera de Río Verde. Aquí todo es tan aburrido… Cómo será pisar las calles de Madrid. ¡Qué lejanas me parecen esas ciudades! Y cómo se verán sus manos cuando toca el teclado del piano. Son muy delgadas, ¿verdad? Claro, son manos de artista. Dígame, maestro, ¿le puedo hacer una pregunta indiscreta? ¿Acaso usted estará enamorado de su intérprete Carmela Rey? Le confieso que cada vez que le dice Carmela, preciosa, tengo ganas de romper mi radio Majestic, tengo ganas de aventarlo contra la pared y hacerlo callar para siempre, pero todavía debo varias mensualidades… Sí, maestro, estoy celosa, porque… porque… estoy enamorada de Agustín Lara. Pero del mío, que a lo mejor no corresponde con el Lara que conoce todo el mundo. El Lara famoso, el Lara inalcanzable y el Lara misterioso. El mío es fiel, sincero, hogareño y con muchos valores morales. Sin embargo, mi mamá dice que usted es un aventurero y que tiene muchas mujeres. ¿Verdad que miente, maestro? ¿Verdad que usted es un hombre de bien? Por último le hago una petición. ¿En su próximo programa podría cantar: Solamente una vez?

Totalmente suya,

Andrea de la Tejera

Cuando Carmela terminó de leer la carta, no pudo evitar esbozar una amplia sonrisa. ¿Lara un hombre hogareño, un hombre fiel?, se preguntó divertida. En seguida pensó que la cadena infinita de cartas debió tener un primer eslabón.

Carmela tenía razón; años antes, en 1933, una mujer que firmaba como Simy, enviaba sus cartas desde Puebla. En ellas se autonombraba su musa y la dueña de sus canciones. Varias de sus misivas eran en realidad poemas dedicados al compositor; a veces, cuando Agustín se enfermaba, los sobres de Simy traían medicina para el alma del pianista. Tres años seguidos mandó sus cartas en las que intentaba descifrar el espíritu de Lara:

Desde que a Agustín Lara se le contrató para el programa La Hora Íntima en la XEW, que estrenó estudios, el volumen de correspondencia que empezó a recibir obligó al director de la revista Ilustrado a abrir una sección especial para las radioescuchas del compositor (1933)

Nada menos, al ritmo de unas notas

te quisiste morir desesperado…

Siento que aún tienes las arterias rotas

y de tu sangre las candentes gotas

al rodar por mi alma le han quedado.

Agustín se obsesionó por ella un tiempo: le cumplía pequeñas peticiones en su programa y hasta llegó a escribirle algunas composiciones inspiradas en su nombre, que le parecía vagamente oriental. Más que en las calles de Puebla, veía a Simy entrando a una mezquita o contemplando el desierto. Para ella escribió el fox-trot Tánger:

Tánger, lamento

que todavía se asoma en mi canción,

queja que se mueve

en las arenas que mi amor cruzó.

Pero responder a las cartas de sus admiradoras nunca formó parte de su trabajo ni de las preocupaciones de Lara. Cuando Emilio Azcárraga Vidaurreta lo contrató en 1933 para que transmitiera desde la XEW su programa La Hora Íntima, el solo hecho de ver la cantidad de correspondencia hizo pensar a Gonzalo de la Parra, director de la revista Ilustrado, en abrir una sección especial para las radioescuchas del compositor. Sin embargo, todas las misivas fueron a dar a manos de una mujer muy sensible, de una mujer muy bella y de una mujer muy importante para la vida del compositor, Angelina Bruschetta, quien era en ese entonces su pareja, su inspiradora, su administradora, su confidente, su secretaria y su amor. Tan importante fue Angelina para el compositor que podemos asegurar que Agustín nunca compuso tantas canciones como cuando vivió a su lado.

Cuando el compositor la conoció en 1928, se enamoró de inmediato de sus hermosos ojos verdes. Él era todavía un pianista desconocido que tocaba por necesidad en restaurantes del centro de la ciudad de México y ella era la hija de la dueña de un café. Angelina era una mujer divorciada muy joven, con un hijo de sólo dos años, Jorge. Aunque vivió muy cerca de su madre, es importante decir que Angelina llegó a relegarlo —como ella misma lo confesó— ante las frecuentes exigencias de Agustín. Tal vez sea ésta la principal falta de Angelina ante sí misma, pero el hecho es que desde 1928 dejó de lado todo compromiso, sin tener en cuenta su importancia, con tal de seguir al lado de Agustín. Ahora, a cinco años de haber iniciado su relación, tenían momentos prolongados de separación. Cuando llegaron las primeras cartas que debían ser contestadas, Agustín y Angelina las leían con atención y decidían qué responder. Sin embargo, con el tiempo, Angelina se convirtió en la única redactora de respuestas para las admiradoras de Agustín.

Angelina Bruschetta y Agustín Lara en los años de la calle de Matamoros, en la Lagunilla, en 1929-1931

Fue tan paulatino el alejamiento del compositor en esa época, que ella tardó mucho tiempo en darse cuenta de la brecha que se abría entre los dos. Los días en que el compositor se ausentaba, las tardes de soledad, convirtieron a Angelina en una más de las mujeres que soñaban con el amor de Lara. Más que celos, las líneas de estas mujeres le provocaban una extraña empatía. De ahí que procurara contestar a cada una de ellas de una forma personal. Para redactarlas tomaba varias de estas epístolas al azar, elegía la más bonita, tal vez la que desprendía un aroma especial y la releía hasta encontrar el tono perfecto para hablarle a aquella mujer. Muchas veces, antes de contestarles, llegó a imaginárselas en el momento de escribir: Sarita… seguro ha de ser solterona. Quizá use lentes y es un poco gordita. A ella habría que decirle que nunca pierda las esperanzas en el amor. Elvira… tal vez se trata de una mujer un poco frustrada. ¿Y cómo será la que firma con el nombre de Lirio de Shanghai?.

¿Qué sentían esas admiradoras cuando veían en su buzón que efectivamente su amor secreto sí les había contestado, que durante unos instantes había pensado en Sarita, Olga, Mariana, Guadalupe, Adelita o Jesusa? Pero desafortunadamente no era así. ¿Qué habrían sentido entonces al saber que Agustín Lara en muy pocas ocasiones en su vida llegó abrir uno de aquellos sobres? ¿Se habrían decepcionado, o al contrario, lo habrían compadecido por el agobio de todos sus compromisos? Sin embargo, cuando estas cartas eran respondidas por Angelina, las lectoras pensaban que el que contestaba era el propio Lara. ¿Qué habrá sentido, por ejemplo, Elvirita de Torreón, Coahuila, cuando al abrir la revista Ilustrado de diciembre de 1935 leyó la respuesta del supuesto Agustín?

Sus letras, siempre gentiles, tan amables, tan dulces. Si usted me lo permite, me atrevería a tratar de penetrar la causa de su incurable tristeza. (Conste que casi usted misma me ha dado la clave.) Adiós Nicanor… Y luego, unas palabras bien significativas de esta canción:

Sé muy bien que no vas a volver.

Sé muy bien que tu amor

es para otra mujer…

¿Acaso el Nicanor de usted se fue y jamás volvió? Si lamentablemente eso fuera, me atrevo a dejar caer en su vida unas gotitas de optimismo y de fe: es usted muy joven. La vida aún se le ofrece plena de sus encantos, de sus esperanzas, de sus ilusiones. Tal vez el amor no tardará en llamar dulcemente en su puerta. Yo se lo deseo sinceramente. La felicidad de las personas que me son afectas me interesa grandemente.

Adorado Maestro:

No hay tarde en que no escuche su programa. A esa hora, suelo encerrarme en mi habitación bajo llave. Entonces me recuesto y tomo entre mis brazos uno de los almohadones de mi cama. Con esta misma posición me preparo para escucharlo. Y a partir del momento en que usted comienza a cantar, yo empiezo a soñar. Me imagino cómo será vivir fuera de Río Verde. Aquí todo es tan aburrido… Cómo será pisar las calles de Madrid.

Desde el principio fue la propia Angelina Bruschetta quien se ocupó de contestar la correspondencia de las admiradoras de Agustín Lara

No pierdo esta otra ocasión para felicitarla una vez más por su notable caligrafía. En la carta que ahora contesto, ¿se lució más que en la otra? Es muy posible también que sea porque me dejo arrastrar por mi creciente admiración.

Elvirita, con mis fervientes deseos para su bienestar, me despido cariñosamente.

Puesto que esta sección se llamaba Agustín Lara dice a sus admiradoras y amigos, no tenía necesidad de firmar con su nombre las respuestas. En ese mismo ejemplar se publica la respuesta a una mujer llamada Angelina. Seguramente Angelina Bruschetta se identificó mucho con su tocaya ya que en el año de 1935 la relación con Agustín empezaba a deteriorarse:

Sus líneas evocadoras parecen estar escritas con lágrimas en vez de tinta… Invierno… Un año… Otro invierno. Un poema gélido. Besos que se fueron. Divinas mentiras de amor. Ante nuestra mente, ordenada por la subconsciencia, pasa la caravana de recuerdos… La carreta rueda por el suelo con estrépito. Sentimos hundirnos en el abismo. El corazón deja de latir por instantes. La desolación se aferra a nuestra garganta. Una angustia terrible invade nuestro ser… Y del fondo del alma brota el grito desesperado: ¿Será posible? Y no creemos que nuestros ojos tengan razón. Y sin embargo todo acusa traición. Dedos invisibles y múltiples señalan a los traidores… Al fin aceptamos la amarga verdad… y comienza la interminable peregrinación, tratando en vano de huir de nuestro yo. Todo nos habla de la persona amada: la banca del jardín, el cafetín de barrio, el lujoso cinema, una esquina, un perfume, y la sublime torturadora: la música, con elocuencia dulcemente cruel nos dice al oído: piensa… recuerda…. Entre el milagro de las siete notas, creemos escuchar la voz querida. Nuestros nervios hiperestesiados nos llevan casi a la tragedia. El deber o el orgullo nos salvan. Aparentamos tranquilizarnos y olvidar. Pero la herida sigue sangrando… sangrando… Dígame, ¿me he acercado un poquito a su corazón?

Mi espíritu está con usted, porque usted sufre.

No hay duda de que el contenido de la respuesta de Angelina corresponde perfectamente a su estado de ánimo en aquel momento. Para esos días, Angelina ya había escuchado los rumores de las infidelidades de Lara. Habría que preguntarse en quién pensaba realmente el compositor cuando escribió su canción Piensa en mí, estrenada precisamente en ese año (1935). Algo que llama particularmente la atención en esta carta es la frase en que Angelina dice: El deber o el orgullo nos salvan. He allí una consigna que jamás abandonara a esta mujer cuya vida dedicó completamente al compositor: su gran orgullo y el sentido del deber. Y así, mientras la vida continuaba, la herida de Angelina seguía sangrando y sangrando…

Una carta y una súplica

(1947)

Nos queremos imaginar ahora la suerte de una carta muy especial escrita en Puebla en 1947. Han pasado varios años desde que la revista Ilustrado ha dejado de publicar las cartas de las admiradoras de Agustín; también han transcurrido algunos desde que Angelina y Agustín dejaron de verse. Por triste que parezca, no podemos dejar de suponer que Angelina había llegado a ser para Agustín un recuerdo cada vez más lejano. Han pasado casi diez años desde que, un día, Lara llegó a su casa en San Ángel y descubrió que Angelina se había marchado para siempre, llevándose su ropa, sus pocas pertenencias y, sobre todo, las cartas de amor que una vez se escribieron. Agustín quiso averiguar el paradero de Angelina, pero pasaron muchos años antes de que se enterara que ella se encontraba viviendo en Puebla muy pobremente. Cuando lo supo, Agustín ya no tuvo tiempo ni ganas de ir a buscarla a esa ciudad. Incluso, suponemos, llegó a pensar que Angelina lo había olvidado. Nos lo imaginamos porque sabemos la opinión que Agustín tenía de la memoria de las mujeres, a la que consideraba volátil, errática y, por si fuera poco, ingrata.

¿Por qué no imaginar que una tarde de julio, Agustín entró, como siempre, a su estudio privado en la XEW y de pronto notó la existencia de una carta perdida entre todas las que se encontraban sobre la mesita de centro? Se trataba de una carta que enviaba, en esta ocasión, el amor de sus amores, Angelina Bruschetta, desde Puebla. Con una expresión un tanto vanidosa, quizá tomó una carta cualquiera, pero ciertamente no era cualquiera. De reojo, lo primero que le llamó la atención fue la escritura, la cual le resultó por demás familiar. Leyó con atención su nombre, la dirección de la XEW y se dijo que esa carta era de Angelina. Se quedó pensativo. Tal vez ni siquiera la abrió y la dejó naufragar entre las demás, para ser archivada en las oficinas de la estación de radio. ¿Acaso ni siquiera se imaginó que esa carta le hablaría de muchas verdades dolorosas? O, por el contrario, al abrirla ¿habrá tenido remordimientos al leer las palabras de la primera mujer que lo amó desinteresadamente y que inspiró sus mejores canciones? Qué ironías tenía la vida, porque ahora esa carta no podía ser contestada por Angelina puesto que había sido escrita por ella misma; pero esta carta poseía un tono muy distinto del que solía usar cuando respondía la correspondencia del compositor.

Puebla, 14 de julio de 1947

Querido Agustín:

Anoche, accidentalmente escuché tu nuevo programa en Palmolive. Y digo accidentalmente porque, como salgo tarde de mi empleo, ya casi no puedo darme el gusto de oir radio. Bien, pues anoche, al saber que relatarías tu vida en el curso de esos programas, se me ocurrió escribirte y hacerte una petición que va a parecerte, por demás, peregrina y vanidosa.

De sobra sabemos tú y yo y todos los que te conocen de mucho tiempo que no te sería posible relatar tu vida, tu verdadera vida, a un auditorio que, además, ni siquiera la comprendería. Sin contar con que siempre hay que presentar al público, en forma casi teatral, los episodios de esa vida tuya, tan llena de matices raros, de acontecimientos únicos; envuelta en tanto dolores; sacudida por todas las miserias y heroicamente elevada a todas las grandezas.

Sí, hay mucho que contar, habría mucho que decir; pero también hay algo que debes callar, y en ese algo desearía yo que incluyeras aquellos diez años de nuestra vida; seguramente te será muy fácil llenar ese paréntesis con tantos y tantos hechos, sin duda más interesantes para el público que te escucha y, desde luego, más agradables para ti. Al fin y al cabo, afortunadamente, no es el micrófono un confesionario, como alguna vez le dijiste a tu auditorio, ¿te acuerdas? Y no es que me moleste a mí o moleste a alguien lo poco o mucho que tú quisieras hablar de mí; no, sencillamente que, como no habrías de decir solamente la verdad y nada más que la verdad, resultaría casi insultante para mí que velaras mi recuerdo con bellas mentiras, como las que tú sabes decir. ¿Verdad que no deja de ser presuntuosa mi petición? Pues a lo mejor ni siquiera se te había ocurrido pasar el plumero por el polvo que debe cubrir actualmente la parte de tu pasado, en la cual tuvo su momento histórico aquello que empezó en Salambó y terminó no sé dónde. Puedes creerme, lo digo sin amargura, ya casi sin dolor, quien fue mi compañero por tantos años. Al contrario, hasta me siento un tanto dichosa de poderte hablar como a un viejo amigo, y de haber sido la primera mujer en tu vida que oyó el primero de los millones de aplausos que el mundo habría de tributar al artista que nació contigo en el instante en que abriste los ojos a la vida […]

Desafortunadamente, no contamos con la carta completa de Angelina. ¿Qué más le habrá dicho esta mujer tan decepcionada y desencantada de su suerte? ¿De qué más se habrá acordado, qué más le habrá reprochado y, por último, nos preguntamos si finalizó su misiva perdonando a Agustín? Qué complejos son los corazones cuando se sienten abandonados, especialmente cuando han vivido el amor tan intensamente, como le sucedió a Angelina.

En efecto, aquel romance tan profundo había comenzado en el restaurante Salambó. En ese restaurante de la calle de Bolívar, del cual Angelina y su madre, doña Sofía Carral, eran socias, Agustín había llegado a pedir trabajo como pianista. En 1928, era apenas un músico desconocido que había compuesto algunas cuantas canciones, las cuales acostumbraba cantar en sus sitios de trabajo. Muy poco tiempo después de conocerlo, Angelina y su madre le habían rentado un cuarto en su departamento de la calle de Matamoros, en la Lagunilla. En aquellos días, Agustín fue detenido por la policía de Puebla, acusado injustamente de un robo que no cometió. Gracias a un amigo del gobierno de Puebla, el compositor había logrado fugarse una noche de la cárcel. Pero al llegar a la ciudad de México, como había viajado toda la noche en una camioneta sin vidrios, se encontraba enfermo de pulmonía. Entonces pidió que se presentara un sacerdote en el modesto departamento de Angelina y le pidió frente a todos: Cásenos. A pesar de que Angelina tenía muy poco tiempo de conocer a Agustín, aceptó casarse con él, pero el sacerdote le advirtió: Si este hombre sobrevive a su enfermedad, tienen que ratificar su matrimonio. Agustín tardó unos meses en aliviarse por completo, pero nunca, nunca a lo largo de diez años fue con Angelina a ratificar su compromiso. Por más que ella se lo pidió de muchas maneras, Lara puso todos los pretextos que se le ocurrieron para no ir a la iglesia de

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