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Viajes y ensayos, I
Viajes y ensayos, I
Viajes y ensayos, I
Libro electrónico1459 páginas18 horas

Viajes y ensayos, I

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Esta obra de Salvador Novo (1904-1975) supone un recorrido más allá de la poesía pero sin perder de vista la característica sensibilidad del autor. El presente volumen reúne los textos ensayísticos que, al paso del tiempo, Novo compiló en libros, así como las crónicas que escribió durante sus frecuentes viajes. Partícipe de la fundación de una nueva cultura urbana en México, Salvador Novo se descubre como un observador incansable de su ciudad, de su país y del mundo en ebullición que le tocó vivir.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2013
ISBN9786071612762
Viajes y ensayos, I

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    Viajes y ensayos, I - Salvador Novo

    Viajes y ensayos

    I

    Salvador Novo


    Primera edición, 1996

    Primera edición electrónica, 2012

    Agradecemos la ayuda prestada por el Estudio de Salvador Novo, A. C., para la realización de esta edición.

    D. R. © 1996, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Fax (55) 5227-4649

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-1276-2

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Presentación, Sergio González Rodríguez

    ENSAYOS

    Novo en el ensayo, Sergio González Rodríguez

    Prólogo. Salvador Novo

    ENSAYOS

    De las ventajas de no estar a la moda

    Algunas sugestiones al boxeo

    Proposiciones honestas

    Meditación sobre los anteojos

    Radioconferencia sobre el radio

    Motivos del baño

    Discurso sobre las camas

    Antología del pan

    De las muertes diversas

    Alrededor de las barbas

    Acerca de los barberos. Digresión

    Ensayo sobre la leche

    Los criminales y la pena de muerte

    Del crimen accesorio

    Sobre las penas

    Divorcio. Drama ibseniano en cinco actos

    Mis razones privadas

    Acto I

    Acto II

    Acto III

    Acto IV

    Acto V

    Confesiones de pequeños filósofos

    Medea

    La Venus de Milo

    Don Quijote

    Cleopatra

    Jeanne D’arc

    Noé

    Salomé

    Cuauhtémoc

    Le penseur

    Fausto

    Job

    El mal de saber

    El pensador mexicano

    El buen té y la poesía de Vachel Lindsay

    El cometa de yendo al sol

    El circo del hada

    El caballo terrestre y el caballo marino

    Acerca del ratón con dos colas

    Salimos hacia las cataratas del oeste

    El faisán habla de los cumpleaños

    Globos

    Traducciones del chino

    Consejo a los que alquilan mandarines jóvenes

    Inscripciones para un casillero en Brooklyn

    El viejo mandarín en sus viajes

    Un místico americano

    Gusta de exponer los dos aspectos del asunto

    El viejo mandarín se apesadumbra

    Se reconforta

    Su experiencia con los periódicos

    Ajuste

    Oneiromancia

    Estimación mutua

    ¡Ya viene Pancho Pistolas!

    EN DEFENSA DE LO USADO

    En defensa de lo usado

    Soledad y matrimonio

    Meditaciones sobre el radio

    Ojos y oídos

    Consciente y subconsciente

    Máquinas, ¿vs. individualismo?

    Juego y trabajo

    La decadencia del arte

    La técnica

    Biografía del radio

    Radio y soledad

    El radioescucha, ciego voluntario

    El lenguaje de los sonidos

    La atención

    Mike

    Nuestra ciudad mía

    Los mercados

    Acerca de los policías

    Apostillas policiacas

    Sobre el placer infinito de matar muchas moscas

    Usted no necesita morirse para ganar

    Calvicie

    Sobre la H

    De la utilización de los libros

    Literatura del pueblo

    Contra las fábulas literarias

    Salvador estaba inmóvil

    El arte de la fotografía

    Lujo y miseria de la ilustración1

    Oficio y beneficio

    Animales en nosotros

    Los mexicanos las prefieren gordas

    Los pájaros y la poesía

    NUEVA GRANDEZA MEXICANA

    1. Caballos, calles, trato, cumplimiento…

    2. Regalos, ocasiones de contento…

    3. Letras, virtudes, variedad de oficios…

    4. Origen y grandeza de edificios…

    5. Gobierno ilustre, religión, Estado…

    6. Primavera inmortal y sus indicios…

    7. Todo en este discurso está cifrado

    Apéndice. El joven

    LAS AVES EN LA POESÍA CASTELLANA

    Palabras iniciales

    El ruiseñor, ave renacentista

    Berceo, o la paloma

    El gallo y el arcipreste

    Las aves del romancero

    Jaula de cortesanos

    El cisne

    Quevedo, o el antipájaro

    Las poéticas gallinas

    Colibríes

    Las aves en la poesía mexicana

    LETRAS VENCIDAS

    Actualidad de astucia

    Inclán y sus críticos

    El hombre Inclán

    El héroe Astucia

    El México de Astucia

    Actualidad de Astucia

    Evocación de Gutiérrez Nájera

    Raterías

    Autobiografía

    El trato con escritores

    Evocación de Schiller

    Sturm und Drang

    El teatro y la Revolución mexicana

    El teatro inglés

    Respuesta académica a Celestino Gorostiza

    El teatro por fuera y el teatro en México

    El teatro por fuera

    El teatro en México

    Prólogo a la Reseña histórica del teatro en México, 1538-1911

    Valores adicionales de la Reseña

    LAS LOCAS, EL SEXO, LOS BURDELES

    Las locas y la Inquisición

    De pelos y señales

    El maíz, nuestra carne

    Huevos famosos

    Algunos aspectos del sexo entre los nahuas

    Del taco al sándwich

    Con estación en la torta compuesta

    Del género epistolar y su lamentable decadencia

    Los burdeles y la decadencia de la conversación

    España y México

    Hamlet en México

    Mientras más viejo…

    ¡Pasa Juana al diván!

    Sor Juana recibe

    Sor Juana Inés de la Cruz Don Carlos de Sigüenza y Góngora

    Teatro y juventud

    El drama del dramaturgo

    La decadente urbanidad

    La denostada sobreactuación

    Hígado, virus y magia

    Curanderos y médicos

    Viajes

    PRIMEROS VIAJES

    RETURN TICKET

    JALISCO-MICHOACÁN

    Itinerario

    Jueves 29

    Viernes 30

    Sábado 1º.

    Domingo 2

    Lunes 3

    Martes 4

    Miércoles 5

    Jueves 6

    Viernes 7

    Sábado 8

    Domingo 9

    CONTINENTE VACÍO. VIAJE A SUDAMÉRICA

    México

    USNRA

    Washington

    Nueva york

    Northern Prince

    Canto a Teresa

    Rio

    Santos

    Montevideo

    Buenos Aires

    Montevideo

    El airado cuaderno de lecturas

    Buenos Aires

    Eastern Prince

    Trinidad

    Nueva York

    México

    ESTE Y OTROS VIAJES

    Nota preliminar. Salvador Novo

    Tequisquiapan

    Le jour de gloire

    Table d’hotel

    La caridad cristiana

    La compasión cristiana

    Flash de Querétaro

    Antología queretana

    Monterrey

    Poza Rica

    Diario de Mazatlán

    Yucatán, buen vecino

    I. Invitación al viaje

    Aniversario y reivindicaciones

    II. Estampa de Valladolid

    III. Izmal y Remedio

    IV. Decadencia y grandeza

    V. Sálvese quien pueda

    VI. Retrato de una matrona

    VII. Placas veladas

    Tepic

    Santiago Ixcuintla

    Contrapunto

    El escaparate

    PRESENTACIÓN

    SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ

    El propio Salvador Novo, que nació en la ciudad de México el 30 de julio de 1904, sitúa su entrada en el periodismo profesional en el año de 1919. Si bien se inicia ahí como poeta, a partir de 1922 desplegará un talento extraordinario en el manejo de la prosa. Resultado de una intoxicación temprana, fructífera, de lecturas de clásicos españoles y escritores modernos franceses, ingleses y norteamericanos, hacia los 20 años de edad Novo está listo para oficiar como hombre de letras, difusor de otros usos culturales y terrorista de los viejos prestigios literarios. El joven Novo desdeñará la retórica ornamental, las pasiones bohemias de los modernistas —suerte de lastre decimonónico de lo que denomina la generación anecdótica—, y se deslindará también del humanismo de sus hermanos mayores, los ateneístas. Esta discordia se guió por varias brújulas: el entendimiento corporal como terreno de la literatura, el ritmo veloz de las imágenes cosmopolitas, el ingenio volátil, el don conversatorio, las afecciones de lo cotidiano, la exquisitez libresca, el ritual del dandi. Esos recursos entrañaban la búsqueda de una complicidad con el lector, la gracia narcisista.

    En Salvador Novo, el eje creativo será la prosa del mundo —incluso su poesía se vuelve un juguete profano contra las sacralizaciones preciosistas o evanescentes de la literatura de sus antecesores—. En un país que vive bajo el peso del catecismo, los mitos rurales y las arengas nacionalistas, el temperamento moderno de Novo —que lo une en la juventud con sus compañeros generacionales del grupo Contemporáneos— trasluce un estilo renovador que también se manifiesta en la defensa de las provocaciones, las parodias, los juegos de suplantación, las ironías, los plagios creativos, las presunciones cosmopolitas y la filia homosexual. Con estas armas, adoptará una postura clara en la prensa —principal medio de comunicación en esa época— que perfila al menos dos valores supremos: la inteligencia ubicua y la calidad múltiple de sus escritos.

    Salvador Novo construirá una personalidad pública hecha de palabras y de acciones opuestas. Esta empresa centrífuga contempla la amplitud divulgadora: son insólitas sus tareas como lector o como traductor pionero de obras y autores que en otras culturas apenas se conocían y de los cuales, por supuesto, nada se sabía en nuestro país. Durante los años veinte y treinta de este siglo, Novo aparecerá en los periódicos y revistas de mayor público en México (El Universal Ilustrado, Revista de Revistas, Excélsior) y colaborará en publicaciones de élite intelectual (Ulises, Contemporáneos), institucionales (El Libro y el Pueblo) o semiclandestinas como El Chafirete, en que celebró al gremio de los choferes con sus versos fes tivos. Su obra principia y culmina en el periodismo (incluso en 1931 fundará y editará la efímera revista Resumen); sus primeros años en éste permiten fraguar las virtudes del cronista y del ensayista extraordinario que será en la madurez.

    Viajes y ensayos reúne —en el primer tomo de esta edición— los textos ensayísticos que, al paso del tiempo, el escritor reconoció y compiló en libros, así como las crónicas que escribió durante sus frecuentes viajes. E incluye asimismo —en el segundo tomo— la prosa que Novo dispersó, entre 1922 y 1940, en artículos periodísticos. Este periodo refleja los años tempranos y el inicio de la madurez del prosista, a contrapelo de su crecimiento profesional en la publicidad, el cine y la radio. A partir de los años cuarenta se convertirá en una figura imprescindible de la vida política y cultural del despunte del México moderno: en 1946 gana el concurso Ciudad de México con su crónica-ensayo Nueva grandeza mexicana; poco después asume la Jefatura de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes, que le permitirá desarrollar sus dotes de autor, director y profesor de escena. La posición iconoclasta y provocadora del joven escritor se convertirá poco a poco en el pedestal —siempre activo en su leyenda— de un prestigio institucional en la edad adulta. En 1953 asciende a la Academia Mexicana de la Lengua y funda en Coyoacán, con el concurso de sus amigos, su foro teatral y gastronómico de La Capilla. Once años después aparecerá su libro Toda la prosa, manada a lo largo de cuarenta años de ningún día sin línea.

    En 1965 se le nombra cronista de la ciudad de México y en 1967 recibe el Premio Nacional de Letras. Su venia al régimen autoritario durante los conflictos estudiantiles de 1968 lo enemista con las nuevas generaciones. Los últimos años de su vida los dedicará a compromisos de su cargo, a la poesía de efemérides, al gusto por el rescate histórico y documental, a las amistades de salón, a sus conversaciones en la pantalla televisiva y al empeñoso periodismo, del que extraerá en 1972 un libro de ensayos de vejez que recupera algunas pasiones antiguas, perdurables: Las locas, el sexo, los burdeles. El 13 de enero de 1974, Salvador Novo muere en su casa coyoacanense de la calle de Santa Rosalía, que desde 1967 llevaba su nombre.

    En Viajes y ensayos el lector encontrará las notas introductorias de Sergio González Rodríguez, Antonio Saborit y Mary K. Long, una hemerografía (1923-1940) elaborada por Lligany Lomelí, y la cronología escrita por el propio Saborit, que en conjunto se proponen como una invitación a una lectura distintiva —al margen de la vertiente de interpretar con criterios grupales— de la obra de Salvador Novo, figura central de la literatura mexicana del siglo xx.

    Ensayos

    NOVO EN EL ENSAYO

    SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ

    Más que como una consumación prosística, el primer Salvador Novo se imaginaba a sí mismo como una voz múltiple, viva en el asombro. En su Radio conferencia sobre el radio de 1925 elabora un autorretrato ante el fenómeno de la radiofonía: No sabría explicar la emoción que se intercala en mi garganta al considerar que mi voz se escucha, débil como es, en el confín lejano, por magia de la ciencia. Estas palabras resumen al ensayista precoz y prefiguran al escritor final. Novo ficciona su voz, a la que califica desde la escasez de potencia, en el momento en que alcanza ámbitos distantes; una voz débil, eléctrica, que recaerá en oídos anónimos, simultáneos. El tono de la voz aparece intercalado con un aliento emotivo que empuja la sorpresa.

    La conciencia de los límites de la propia voz, que lleva consigo estados emotivos, sobrepuestos entre el ahogo, el temblor o el gesto admirativo de compartir una fuerza mágica, se modula en el escritor al intuir que a través de la tierra podemos escuchar la voz de nuestros semejantes como antes podíamos recibir su correspondencia o como más tarde pudimos telegrafiarles o hablarles por teléfono, siempre merced a la ciencia omnipotente y avasalladora. El peso de esta realidad supraindividual insertaría a las personas en un juego de interlocuciones mediante los aparatos, los objetos, las mercancías, los anuncios publicitarios que conforman la vida urbana.

    A los 20 años de edad, Salvador Novo se funde con un presente en que lo simultáneo y lo ubicuo extienden lo moderno como fatalidad, desenlace del país en su despertar posrevolucionario. Os habréis fijado —afirma luego en aquel escrito— en cómo las artes de hoy se mezclan con la ciencia y están en posibilidad de ser más actuales, más palpitantes y menos duraderas. Tenéis la prueba con el cine y la fotografía. El sentimiento de desgaste, de fugacidad, de la obligación del eterno retorno de la mercancía ubicarán a las personas en una perspectiva peculiar respecto del tiempo: el arte de hoy se gasta con el uso porque tiene aplicaciones prácticas y ello produce la ventaja de su renovación constante, la abolición de los museos y de las investigaciones arqueológicas. Nos falta hoy tiempo. Nadie lo tiene para emprender pirámides en Egipto o en Teotihuacán.

    Atento a su tiempo, el escritor guardará siempre referencias culturales para contrastar lo inmediato, que se resuelven a través de la ironía: Y cuando salimos de la oficina nos viene el deseo de ver algo grandioso, entramos en el cine, y la linterna mágica nos presenta palmeras y esfinges más razonables y en mejor estado que las genuinas. Allí, en el cine, se dan la mano el cooperativismo (los novios), el arte y la ciencia.

    Semejante ingenio, producto de un afán de lector tan amplio, distintivo y plural en sus intereses como la realidad que percibe en los tiempos modernos, conduce a Salvador Novo al trazo de relaciones específicas con lo cotidiano, cuyo funcionamiento se explaya en medio de dos extremos: la utilidad y lo grato; o bien, en el caso adverso, lo inútil y lo desagradable. En un momento se pregunta: ¿Habré demostrado, con mis anteriores palabras, que el radio y el cine unen lo útil y lo agradable, como en el precepto de Horacio? Si no es así, que la nación me lo demande. En 1925, fecha en que publica este artículo en El Universal Ilustrado —luego incluido en su primer libro—, Novo define ya los rasgos de un empeño ensayístico —su amigo el poeta Xavier Villaurrutia evocaría el género del ensayo como una mixtura de periodismo y filosofía—. Dicho empeño estará vigente entre 1923, año en que se vuelve asiduo colaborador de varias publicaciones de la ciudad de México, y finales de los años treinta, cuando se incorpora al periodismo político y la crónica de actualidades. Esta primera década de Salvador Novo como escritor profesional podría considerarse como una etapa primera, que le lleva a consumar dos libros: Ensayos (Talleres Gráficos de la Nación) publicado en 1925, y En defensa de lo usado, de 1938.

    Ensayos explora una sensibilidad y un temperamento novedosos. El ensayista protagoniza la vida ante la excepcionalidad de sus percepciones, de su mayor cultura, de su gusto preciso en el don de discernir lo que la homogeneidad de los estímulos modernos arroja. Y, en una respuesta que reafirma su distinción, culmina por representar el papel de testigo y actor de un drama cuya dinámica incluye las interlocuciones entre lo íntimo y lo público, lo doméstico y lo colectivo, lo personal y lo común. En Ensayos se trasluce el plagiario de las enciclopedias y el fanático de las revistas literarias en inglés y en francés; el lector de las ediciones de Cvltvra de Agustín y Rafael Loera y Chávez, y el curioso impertinente que frecuenta a Oscar Wilde, a Walter Pater, a Marcel Proust, a André Gide.

    Los temas de Ensayos concurren con una heterogeneidad divertida: meditaciones breves, oblicuas sobre la moda, el boxeo, los anteojos, el baño, las camas, el pan; o bien, inciden en la muerte, las barbas, la leche, los criminales. Como una suerte de agregado, el libro añade a tal escenario de representaciones de lo íntimo una pieza breve o drama ibseniano, titulado Divorcio, parodia del mestizaje mexicano-norteamericano, y una serie de Confesiones de pequeños filósofos, que recuerdan los retratos de Edgar Lee Masters tanto como las vidas imaginarias de Marcel Schwob; a través de éstos se escuchan las voces históricas de la Venus de Milo, Don Quijote, Cleopatra, Jeanne D’Arc, Cuauhtémoc, entre otros.

    Novo se acerca también a las obras dispares de José Joaquín Fernández de Lizardi y Vachel Lindsay, o bien, traduce del inglés poemas chinos. La idea de la lectura crítica que emplea, entrecruza las descripciones didácticas, las obras y los autores conocidos o raros con los asertos ingeniosos que suenan a indiscreción, producto de imágenes cinemáticas o analogías contrapuestas que culminan los relatos informativos: Si Wagner no podía musicar sin poesía, el perfecto wagneriano que es Lindsay no concibe tema alguno que no sea colorido o musical a la vez, que no se preste a complicadas orquestaciones y a dibujos muy bellos.

    La voz del Novo de Ensayos surge con un vaivén que va de lo sentencioso a la ironía; de la provocación al énfasis didáctico, del chisme a la ocurrencia que busca resumir mediante ideas aforísticas: Los baños públicos son acaso la institución más desagradable de la edad moderna; el boxeo es el más completo de los espectáculos porque hace un actor de cada espectador; entre las cosas que sólo conozco de oídas está el mar; el ensayo, agudo y corto en la piocha de Montaigne, encaneció lánguidamente con Carlyle; el crítico y el coleccionista, dos peligros sencillos, son hombres nacidos con don científico que lo han aplicado al arte.

    Salvador Novo muestra su necesidad de conversar aquí y allá. Una conversación que se propone instruir, ilustrar, revelar. Su voz se difunde y confía en el oído cómplice de cualquier lector anónimo, que se verá reflejado en el espejo de la excepcionalidad del ensayista, porque —escribe Novo— como todos los alimentos, el del espíritu no puede uniformarse para toda la gente. Hay que tomar en cuenta la edad, la ocupación y la fisiología. Hasta, como dicen nuestras abuelas, no confundir el gusto del paladar con el del estómago. La voz de Novo se escucha discordante, volátil respecto del concierto de la época. Sus Ensayos se alejaban de las correcciones académicas y de la estolidez del periodismo literario al uso, que privilegiaba las divagaciones retóricas, sentimentales, lacrimógenas del modernismo de finales del siglo XIX, que los años de la guerra revolucionaria habían preservado en el clima cultural —aun a principios de los años veinte— como síntesis de norma poética.

    Novo se esfuerza en conocerse a sí mismo y representarse para otros, a través de sus Ensayos: Confesemos que todos somos, de 50 años a esta parte, no otra cosa que coleccionistas ‘en general’. Mejor dicho, traficantes en credos y tradiciones que irreverentemente resucitamos para volver a desechar, no creando nunca, repitiendo lo recién aprendido o descubierto, y originando así una dispersión, una confusión, una aceptación de todos los valores consagrados por su mayor edad, que no se nota nunca en las grandes épocas del arte. A ojos del escritor, esto crea el riesgo de una circularidad cursi de lo antiguo. La salida de este callejón podría consistir en la amnesia ante el pasado, que permite a los artistas desarrollar su propio concepto de la obra y dedicar a ella toda su virgen atención, sin resonancias interiores de otras dignas de imitación y seguimiento. Para Novo, este desdén de las tradiciones era una forma de darle cuerpo a esta idea: el artista debía partir de cero. La rueda del tiempo se vuelve análoga a la rueda del mundo moderno: los modernos, llenos de saber, lo encontramos todo explicable, todo natural, todo perdonable. En estos términos, diferenciar, precisar, definir, será el camino de lo nuevo.

    Cuando aparece En defensa de lo usado y otros ensayos (editorial Polis, 1938), Salvador Novo está a punto de abandonar el esquema literario del inicio de sus tareas periodísticas, bajo contenidos que abordan el asombro ante lo inmediato; propósitos que explotan el ingenio provocador; y alcances que si bien están dirigidos a lectores en general, se circunscriben a la sociedad literaria de la época. En adelante, procurará públicos más amplios y destinatarios más precisos; ante todo, las figuras de la esfera política.

    En defensa de lo usado, que reúne también escritos publicados en la prensa, perfila un enfoque homogéneo, irónico y reticente ante los prestigios o los productos modernos, con mayor transparencia que su libro anterior. Al carecer de inserciones ajenas al género ensayístico, como en el caso de Ensayos, el escritor se concentrará en reflexionar sobre tres grandes aspectos: en primer lugar, sus obsesiones precoces, como lo fugaz, la radio, las máquinas, la técnica, la urbe; en segundo lugar, la crítica de la vida cotidiana, mediante la observación de los mercados, la tarea de los policías, la intolerancia ante las moscas, o la gordura de las mujeres mexicanas; por último, sus ensayos se proponen testimoniar los gustos y las aversiones del intelectual y del literato.

    El Novo de En defensa de lo usado resiente ya el paso de sus 34 años; su entusiasmo adolescente, confuso ante lo nuevo, se transfigura en una lucidez juiciosa que descree de la idolatría de la moda, del cambio mercantil. Lamenta que las máquinas hayan destruido en el hombre el sentido de lo perdurable; no obstante, evita las jeremiadas y acota: lo cual, incidentalmente, ha venido a crear el secundario, pero primordial, problema de los objetos de segunda mano. Las divorciadas, los automóviles, los trajes y los zapatos quedan en tan buen estado de uso cuando los abandonamos por los del último modelo, que sería insensato destruirlos por el simple hecho de que a nosotros ya no nos sirven. Este vaivén entre la queja y el desvío irónico se mostrará en el resto de los ensayos.

    El entendimiento de la paradoja se vuelve uno de los recursos predilectos de Novo. Confrontado a los peligros que representan las máquinas, encuentra en ellas lo contrario de lo que el miedo común indicaría: la muerte de la acción individual. Para Novo el consumo no podrá ser sino individual, lo mismo que el uso de los artefactos: ‘la era colectivista del maquinismo’ resulta ser la que más amplios horizontes ofrece al individualismo, porque le ahorra al hombre, con la máquina, la necesidad de contacto con los otros hombres. Al dotarlo de instrumentos maravillosos, la civilización le permite, como nunca antes, la elección arbitraria y libre de sus actividades espirituales. Más próximo a Gustave Le Bon que a Aldous Huxley, el temperamento de Novo descreerá de los impulsos apocalípticos: la máquina habría depurado incluso al arte.

    En Defensa de lo usado presenta una actitud irreverente que se opone a las ideas convencionales. Con todo, esto no significa que el Novo de la tardía juventud se entregue ya al elogio del progreso: se interesa en contradecir lo obvio desde las presunciones y los desplantes: "la decadencia de la conversación ha permitido el auge del bridge, por ejemplo, en sociedad. En el mismo rumbo, matiza sus admiraciones ante la radio, en cuanto reino pasivo del oyente, al que podemos concebir como ciego y mudo. La palabra debe ceder entonces su lugar al sonido puro, efímero y ajeno al anhelo literario de eternizarse. De estas impresiones Novo deriva una certeza radiofónica: debe cumplir su objeto —impresionar discretamente, por la amable puerta de los oídos del señor que le permite entrar hasta la intimidad de su alcoba, de su espíritu, y retirarse para no volver más en la misma forma". En esta idea ya se transparenta la influencia de su labor publicitaria: después de 10 años de ocupaciones burocráticas y editoriales, en 1934 Salvador Novo se incorpora a la publicidad —un ejemplo de esta labor serán sus notas publicitarias, bajo contenido cultural, en el Boletín Mensual Carta Blanca— y el cine. Sus Meditaciones sobre el radio ya exponen el punto de vista del difusor, del empresario: El problema de una estación radiodifusora comercial estriba, pues, en despertar, mantener y gratificar, para el provecho de sus anunciantes y el suyo propio, la atención que tan múltiplemente le brindan los miles de personas que a todas las horas del día y de la noche cifran toda la esperanza de su diversión en el aparato que están pagando en abonos cómodos, consumen escuchándolo la dosis de cocaína, o de Beethoven, o de ensoñación mística que les granjea un perentorio Nirvana de individualismo y privacía en este mundo colectivista. El ensayista se profesionaliza.

    La vida urbana de En defensa de lo usado se le presenta como un mundo electivo que permite ostentar sus afectos incondicionales: pocos mortales habrá que amen a esta ciudad de México tan desinteresada, puramente como yo. ¿Cuál es tal ciudad? Novo trata de hallar los signos antiguos, la historia o la memoria que reconstruyan un prestigio; lo hace en particular mediante las referencias a los cronistas, desde los coloniales hasta los contemporáneos. A todos ellos les faltaría el fuego ignorante, irracional que a él lo domina ante una grandeza a primera vista inabarcable, luego plena de recintos del afecto entre el anhelo y la posibilidad, entre las diferencias sociales y su rango adyacente: un determinado cine de un barrio, un jardín en una colonia, la fama —cría fama y échate a dormir de lado— en otro.

    Si bien cuestiona el afrancesamiento citadino del viejo régimen porfiriano, notorio en la arquitectura heredada, celebra el auge de los mercados que se dispersan en la ciudad, ironiza sobre la moda en manos de las criadas y atestigua la paulatina extinción de los mercados puros, que sólo se ven ya en los pueblos de México. El observatorio urbano del escritor incluye el registro de las normas convivenciales en la figura de los policías, de sus uniformes, de su historia anecdótica, de sus innovaciones o nombres populares, en la lectura de novelas policiacas. El vicio de evitar lo unánime se muestra de varios modos: contra la lectura de Chesterton, Novo se burla: Dios me libre de confesarme con el padre Brown; contra la obligación gramatical: de tiempo atrás vengo guardándole rencor a la letra H. Es la más antipática del alfabeto; contra la manía de comprar libros: ¿Qué nos pueden decir los muertos, fuera de los mensajes espíritas que nos dirijan, que nos sirva para el futuro?; contra los refraneros del falso folklorismo y los excesos nacionalistas de la época posrevolucionaria: el pueblo parece demasiado seguro de su propia poesía y no solicita, ni admite, innovaciones en su esencia ni en su forma; contra la enseñanza de las fábulas: ¡pero qué mañas nos enseñan! La hipocresía, la segunda intención, la lisonja; contra el ideal estético de la esbeltez sajona: las mujeres que en nuestra historia han registrado más numerosos éxitos amorosos no han pesado nunca menos de doscientas libras, cuando ha habido básculas en qué verificarlo. No obstante, estas agudezas se despliegan mejor cuando se reflejan en el ámbito literario.

    En Salvador estaba inmóvil se leen sus preferencias por los cuadros de José T. de Cuéllar, en los que encuentra poder evocativo y vigencia, al mismo tiempo que contrapesos irónicos: Facundo no logra evitar tal cual observación personal a lo que va pintando, un leve comentario, una exclamación, un paréntesis. Este método, cuya tradición obedece a los cuadros de costumbres, se muestra como una imagen en el espejo de ciertas observaciones del Novo ensayista. Los ensayos de En defensa de lo usado reconocen más de una vez la importancia de las imágenes: ya sea a través del estudio de la fotografía (a la que le predestina uno de dos caminos: la creación o la reproducción), o de los libros ilustrados. El cariz que complementa lo anterior desafía las presunciones modernas, hasta el grado de refugiarse en el anacronismo de los pájaros en la poesía: las doncellas conversaban antaño con el papagayo; hablan ahora por teléfono con sus amigas. Novo se da incluso el lujo de las confesiones contradictorias, ambiguas: yo pude ser útil, me digo con un poquito de amargura. En lugar de ello, sé muchos nombres y muchas fechas; vivo con los muertos. Sé declinar nombres y pronombres. Esta definición de un perfil individual elusivo, paradójico, pleno de acotaciones, de ritmo conversacional entre la broma y lo serio, de cláusulas irónicas o desvíos hacia la risa cotidiana que provocan la incredulidad, o el apego en el lector, se volverán en adelante los giros gozosos, asiduos, en los ensayos de Salvador Novo.

    En 1904 la ciudad de México tiene un poco más de medio millón de habitantes; en 1921 alcanza el millón y medio; a principios de los cuarenta tal población se habrá casi duplicado. A pesar de las destrucciones del antiguo aspecto colonial de la capital mexicana —que se manifestaron desde mediados del siglo XIX hasta el final del porfiriato en 1911—, la transformación radical se vivirá a partir de los años treinta, cuando la apertura de algunas calles céntricas como 20 de Noviembre y San Juan de Letrán termina por destruir la antigua entereza del centro urbano. México entra en una creciente modernización, apoyada en el auge industrial y en el modelo de una cultura cosmopolita, que significa reformar los ejes de la convivencia: se amplía el mercado y también el consumo, aparecen nuevas reglas del trato público y privado y, por último, se comienza a instaurar el esfuerzo individual como núcleo de la familia y el trabajo. Éste es el trasfondo de cultura y sociedad del libro Nueva grandeza mexicana; ensayo sobre la ciudad de México y sus alrededores en 1946, que Salvador Novo publica en Editorial Hermes ese mismo año, después de ganar el premio Ciudad de México convocado por el Departamento del Distrito Federal.

    En Nueva grandeza mexicana se encuentran la figura del guía urbano y la del maestro de ceremonias de los prestigios institucionales. Novo establece una serie de resonancias en el tiempo en que el paseo por la ciudad adquiere una vocación doble: es una lectura del pasado y una escritura de sucesos recientes. El presente se desdobla, por este propósito trascendental, y accede a un plano superior respecto de la inmediatez cotidiana.

    El libro consta de siete capítulos breves que corresponden a un paseo íntimo, amistoso, por diversas zonas de la ciudad, que a su vez resumen características de la historia, de los cambios de usos y costumbres y de las aportaciones contemporáneas: 1) los automotores, el transporte, los choferes, la amplitud territorial; 2) la comida, los restaurantes, el ocio cinematográfico, los teatros, el Palacio de Bellas Artes, los centros nocturnos, los prostíbulos; 3) la Universidad antigua y la nueva, las librerías, las bibliotecas, los salones de belleza, los baños públicos, las dulcerías, las galerías de pintura, los anticuarios; 4) los edificios históricos, las plazas, los monumentos, los rascacielos, los barrios; 5) las sedes del gobierno, las obras edilicias, los festejos religiosos; 6) las bondades del clima, los paseos, el bosque de Chapultepec, los alrededores, San Ángel, Coyoacán y la arquitectura colonial. Al final, el ensayo de Novo resume el paseo: Habíamos visto una ciudad transformada, modernizada, en pleno crecimiento.

    Nueva grandeza mexicana refleja a un ensayista que se sabe observador privilegiado de los cambios urbanos y mensajero adventicio del progreso. El autor presenta una ciudad que abandona su escala peatonal y asume la automovilística, recorrible desde sus estratos y lugares más altos, hasta los bajos fondos de la noche; la ciudad se democratiza conforme se viaja a lo largo y a lo ancho de ella, de acuerdo con el bolsillo del ciudadano, o con las disponibilidades de su gusto.

    El asombro fresco, fragmentario, vertiginoso, del Novo de 20 años atrás —como se confronta al leer su fragmento narrativo El joven, publicado por la Editorial Popular Mexicana en 1928— ha dado paso a la visión del Novo maduro, cuyos propósitos se sujetan a un orden preciso, profesional: presentar un entendimiento homogéneo de la ciudad en el que se entrecruzan los privilegios del diletante, del dandi, con la mirada atenta a la modernización, a sus disparidades y sus contrastes. Iglesias, palacios porfirianos, rascacielos. Esta trinidad esquemática y coexistente de nuestro yo urbano, que representa a nuestra historia arquitectónica, se halla tan viva en nuestra vida doméstica como presente en nuestras calles. El realce de tal trinidad requería un manejo prosístico que estuviera a la altura. Novo se halla en la antesala de la Academia; su prosa purifica, brilla y da esplendor a la ciudad, mediante recursos ensayísticos que reiteran el ideal wildeano en que se formó: distinción, encanto, belleza y fuerza imaginativa.

    Salvador Novo pertenece a una generación que funda la cultura urbana moderna en México. A lo largo de los años, este aliento institucional se bifurcará así: el escritor accede a un estrato superior en su calidad de intérprete de la nueva vida social y cultural; su escritura consigna, avala o se graba al pie de las fundaciones de la ley, del orden, del dinero. La obra literaria deberá expresarse en el reverso de semejante mandato; o bien, entretejida con éste. En 1953 Novo llega a la Academia Mexicana de la Lengua. Su discurso inaugural es una antigua obsesión que proviene, al menos, de 1935: Las aves en la poesía castellana.

    Su libro de ornitología literaria consiste en un archivo de citas, glosas y comentarios amenos, opuestos a la rigidez profesoral de los filólogos; recoge ejemplos de la antigüedad grecolatina, de la poesía castellana desde el medievo hasta el Siglo de Oro y de la poesía mexicana contemporánea. Entre la erudición y el juego, declara sus propósitos, en los que reconoce una clara anacronía: ¡Las aves en la poesía castellana! El tema fue incubándose de un modo tan casual, tan botánico, como el Ibis concibe, ‘si tradición apócrifa no miente’. Sugiriómelo, por vuelos cada vez más altos, el canto, y meditar en él con qué reiterada frecuencia ocurren todavía en las canciones populares los pajarillos, y cómo, en cambio, han huido de la poesía moderna. Quiere dotársela ahora de un contenido social, por el que se entiende el dominio mecánico y brutal de la naturaleza. Contra las disecaciones virtuales, producto del creciente urbanismo, Novo revalorará la memoria y los libros, y enriquecerá la lectura con las aportaciones cercanas del cancionero de la radio, en el giro de un gusto capaz de apreciar y fundir, mediante un acto pionero de voluntad creativa, manifestaciones y registros disímbolos de la cultura.

    Más que un historiador, Salvador Novo será un anticuario, y más que un erudito literario será un coleccionista. Esto no implica que carezca de saberes históricos ni de erudiciones insólitas; sino que sus intenciones serán otras: crear espacios de placer compartido a través de las conversaciones y las lecturas. A él le interesa rescatar un conocimiento, una obra, una anécdota, una historia, y difundirla, recrearla, extenderla a sus lectores cotidianos, a sus amigos.

    Al reunir en 1962, bajo el título de Letras vencidas, sus ensayos sobre literatura para la edición de la Universidad Veracruzana, resumía un tema permanente en su obra: la literatura del siglo XIX mexicano a través de Luis G. Inclán y de Manuel Gutiérrez Nájera. En Inclán descubría una actualidad necesaria de recuperar ante el embate de todas las influencias, por su mensaje indirecto de llamado a la tierra; su credo de sencilla felicidad campirana; su condensación de la esencia de nuestras más auténticas virtudes; de las más dignas de salvar del naufragio; en Gutiérrez Nájera apreció la perspectiva volátil y duradera del cronista-transeúnte, en que se veía reflejado: alguna vez toma un tranvía, o un coche; y entonces, sus ojos observan y absorben; y su pluma nos deja descripciones vívidas, rápidas, firmes, de la ciudad.

    En Letras vencidas se recogen también los ensayos de Novo sobre la sociedad literaria en que se formó, El trato con escritores, y sus reflexiones sobre el teatro, el drama alemán, los autores ingleses, la escena histórica mexicana, cuyo complemento será el Prólogo a Reseña histórica del teatro en México, 1538-1911 de Enrique Olavarría y Ferrari, publicado por Editorial Porrúa en 1961. En unas líneas define su idea instructiva del teatro: el teatro obra el milagro de partir en su espejo, de una imitación verosímil de la vida del público, a una superación ideal de sus problemas. El público lo abandona purgado, satisfecho, contento de haber presenciado la impartición de una justicia poética en que participó. Ha aprendido. Cuando se vea en un caso semejante, ya sabrá cómo obrar. En su Trato con escritores, Salvador Novo convoca sus recuerdos y fija los trazos de un retrato de sí mismo, al confesar ser un poco heterodoxo: no he pertenecido ni a este grupo ni al otro grupo, ni me ha gustado adherirme. Como lo precisa en algún momento, prefería la satisfacción del punto y coma. Novo habría querido una forma de estilo —y de vida— abierta siempre al tiempo, a las palabras.

    En 1972 apareció el libro Las locas, el sexo, los burdeles (y otros ensayos), en Editorial Novaro. Novo resonaba al joven de las aventuras noctámbulas, y lo convocaba a dialogar con el anticuario y el coleccionista. El libro entreteje la historia y lo cotidiano, y el cuerpo parece surgir como el tema de fondo en los ensayos sobre los sodomitas, la mesa y los antojos alimenticios, los pelos, la sexualidad maya, los burdeles, el psicoanálisis de Sor Juana, los huevos, el teatro infantil, la urbanidad que erradica los pleitos públicos, el histrionismo, la medicina ineficiente, la salud maltrecha. El libro parece adelantar un juguete epilogal. Salvador Novo establece al final de ese festejo ensayístico un juicio lapidario que lo pinta de cuerpo entero: cuando el capital de la juventud se agota, el kilo y medio de cerebro perdura y luce, bien administrado, en la vejez. Ésta fue su intención esencial y, para su fortuna, también un cumplimiento literario en los placeres múltiples.

    PRÓLOGO

    SALVADOR NOVO

    Como otros tantos personajes en busca de su autor, se congregan en este grueso volumen todos mis libros de prosa.

    Entre el primero —Ensayos, 1925— y el último —Letras vencidas, 1962— corren los 37 años durante los cuales nacieron sus hermanos. Unos a otros se llevan, pues, años de diferencia en las edades. Ahora llegan a esta reunión de familia con el aire que les impone un parecido, y con los rasgos propios de cada cual. Y me miro en ellos, más que como a un espejo apagado, como en los retratos que en un álbum conservaran, irónicos, un rostro que ha ido gradualmente endureciéndose.

    Buenos, tiernos, dulces —o temibles— hijos, se proponen hablar por mí, y así acaso festejar el grave cumpleaños de su padre. Es suya una palabra que a tiempo les cedí, o me arrancaron. Pero antes que la tomen, quiero paternalmente presentarlos, uno por uno.

    El primogénito es Ensayos. Si hubiera sido un hijo de carne y hueso sería ahora el más viejo y caduco de la familia. Pero se ha conservado joven, ágil, audaz, en sus músculos de papel, en el esqueleto de su asombro gozoso frente al mundo que sus 20 frescos, alegres años, descubrían, cantaban, se apresuraban a comunicar. Tenía prisa por plantarse en la vida; por acompañar de poemas su emancipación, su acto de presencia.

    La huella de sus amistades es evidente en la conducta de este mimético muchacho. Frecuentaba a los autores ingleses y norteamericanos que, en aquellos años, pocos trataban ni conocían en México. Cuadraba a su temperamento: con él consonaba este desparpajo, esta adjetivación sorpresiva, este juego con las palabras y las imágenes, apto a romper los moldes secos y quebrantados del cascarón gramatical ortodoxo. Anunciaba el nacimiento o la forja de un estilo que, dentro del crisol de un castellano académico, infantilmente sorbido a los clásicos, vertía la ductilidad de otras lenguas y la frescura del habla popular, escuchada en las calles de su tiempo.

    Esos apuntes rápidos: esas explosiones verbales reducidas a pocas páginas, le ganaron a aquel muchacho pronta fama de inteligente. Los críticos vieron en sus Ensayos el vaticinio de una brillante carrera en las letras. Don Eduardo Colín dijo del joven autor: Es cual caja de sorpresas. Con alentadoras palabras le saludaron Carlos González Peña, Enrique Fernández Ledesma, don Victoriano Salado Álvarez —éste desde su destierro de San Antonio Texas—.

    Bastantes años más tarde (1938) nació un hermano anacrónicamente gemelo de los Ensayos: el que En defensa de lo usado esgrime los más largos y ambiciosos reunidos, decantados, sedimentados, en esos años. Pero el segundo, en el tiempo, de mis hijos literarios: ahora resurrecto, o deshibernado, o recuperado en este volumen, es mi consentido, y un libro que siguió tan de cerca al primero, como 1928 queda de 1925: Return Ticket.

    Mirar ahora juntos a todos mis libros, me permite apartarlos en dos grupos: los que tratan de viajes (y aun dentro de este renglón: a], al extranjero; b], por la República), y los que siguen, pero engruesan, la línea inicial de los Ensayos: Las aves en la poesía castellana, Letras vencidas —y el prólogo aquí reproducido de la Reseña histórica del teatro en México, 1538-1911, de Enrique de Olavarría y Ferrari.

    Los de viaje, a partir de Return Ticket (1928), siguen este orden de aparición: Jalisco-Michoacán, 1933; Continente vacío, 1935; Este y otros viajes, 1951.

    Si pretendo someter a disección este libro de Return Ticket, no lo consigo. Al contrario; es él quien, puesto nuevamente ante mis ojos, opera en mí una especie de mágica vivisección. Descubro ya en sus páginas: a los 23 años del viajero asombrado que narra su aventura, todo lo que después (cuando madure, si madura; cuando endurezca, si perdura) habrá de caracterizarle: un narcisismo autobiográfico no carente de desolación; una premiosa voluntad de ruina (si yo hubiera tenido fuerzas a tiempo —exclama el personaje cuando aún lo era de tenerlas—), una inclinación avestrúcica a cancelar al mundo hostil o difícil, por el medio expedito y elemental y pasivo de hundir el cráneo en la erudición o en su semblanza. En Return Ticket, esa tendencia se manifiesta en el capítulo consagrado a la lengua hawaiana.

    Pero en 1927: a pesar de su quejas y sus desistimientos, el joven viajero dispuso de poco tiempo que rendir a la desolación estudiosa. Ya para 1933, en cambio, durante el viaje a Sudamérica, el mal había avanzado hasta provocar —sórdido paréntesis, laberíntico escape— ese Canto a Teresa, por el cual se sustrae a la aventura, y la trueca por el ejercicio de una agotadora trashumancia libresca.

    En Return Ticket, mientras la playa entrega su abrazo a los muchachos desnudos, el autor abre el grifo de su baño caliente, remiso, solitario. En Continente vacío, con todo el mar enfrente; si bien le canta en un poema, prefiere husmearlo en la poesía de los demás. ¿Cobardía? ¿Complejo de culpa, o de inferioridad? De cualquier modo, una irresistible tendencia a transmutar en literatura —a trocarla por ella— la vida, y cuanto ella vanamente le brinda.

    Cronológicamente, a Return Ticket siguió, en 1933, Jalisco-Michoacán. Reseñaba, en una especie de diario, el viaje emprendido por esos dos estados en el séquito de un ministro de Educación: Narciso Bassols. En su tierra, el mal viajero se siente más a gusto que en el extranjero. Llega aun a apasionarse por ella, a admirar sus bellezas, y contagiado por el espíritu mesiánico de aquel político, a estimar sus problemas educativos. A la distancia de todos estos años, los retratos de los personajes que discurren por sus páginas ofrecen —como los trazados en Return Ticket— los rasgos de tipos de la novela que el autor no llegó a escribir, pero que entonces parecía calificado para forjar.

    El viaje a Sudamérica descrito en Continente vacío (1935) reitera y extiende, o agrava, los mecanismos que al estímulo del desplazamiento de su rutina dictan al autor las efímeras sorpresas del nuevo ambiente. Personajes otra vez novelescos le circundan; en las páginas de ese libro quedan las instantáneas de Alfonso Reyes, de un recuperado Henríquez Ureña, de un amistoso Díez-Canedo, de un García Lorca en plena apoteosis bonaerense. Y la renuncia irrevocable a la vocación del viajero. De otros dos exilios —a Los Ángeles en 1940, a Europa en 1947— no sale ya ningún libro. Cartas a amigos —largas, quejumbrosas— serán todo el testimonio de su alergia a los viajes.

    Nueva grandeza mexicana es en orden de fechas (1946) el siguiente libro. Concebido y escrito con rapidez al estímulo de un concurso oficial que premiaba la Crónica de la Ciudad de México, obtuvo el galardón, agotó dos ediciones —y fue más tarde reimpreso dos veces en la Colección Austral de Espasa Calpe y en los Populibros de La Prensa—. Es el hijo más gustosamente engendrado. Puse en él toda mi admiración, mi amor por la ciudad que —entonces— conocía bien, a fondo; y que hoy, acromegálica, excede a mi decadente capacidad de comprenderla.

    Este y otros viajes (1951) recoge —mapa fragmentario— trozos de la República, visitados con brevedad y gusto en diversas ocasiones. Una recurrente añoranza de la vida provinciana frustradamente disfrutada en la niñez impregna estas imágenes, y a su tiempo, nutrió el fallido anhelo de instalarme, fugitivo, en la placidez de un pueblo a simplemente escribir y vivir. Llegué a pensar lo hermoso y lo útil que sería residir en cada pedazo de México el tiempo necesario para absorberlo y florecer su germinación en libros que fuesen integrando una geografía espiritual, emocional del país.

    Las aves en la poesía castellana, que al fin vinieron a constituir mi discurso de recepción en la Academia Mexicana de la Lengua (1952), comenzaron por 1935 como la desmesurada ambición de hurgar a los pájaros en la poesía y en la leyenda de todo el mundo. Emprendí esta exploración libresca y escapista en momento de desconcierto: cuando acababa —en uno de aquellos renovadores, bruscos cambios de gobierno— de ser excluido de los empleos de que hasta entonces había dependido, y antes de hallar el modo libre de subsistir por el solo ejercicio de la pluma, como lo he felizmente logrado desde entonces. El proceso de elaboración de este estudio me exigió como primer paso el de la ornitología. Sólo en aptitud de reconocer científicamente a los pájaros, podría estimarlos en la poesía.

    Una vez dueño de ese conocimiento científico, todo fue cuestión de paciencia, fichas e imaginación para rastrear a las aves literarias. Por supuesto, el abrumador plan original se fue reduciendo a la proporción de sólo la poesía castellana. Al verme honrado con la designación de Académico, aproveché redondeándolo, un material que me pareció propio como tema para el discurso ritual de ingreso en la, como la dicen, docta corporación.

    No careció de emoción el verme invitado, admitido e instalado entre quienes por su edad y saber, y algunos por haberlo realmente sido, consideraba mis maestros: don Alejandro Quijano, don Genaro Fernández MacGregor, Carlos González Peña —quien contestó mi discurso—, Mediz Bolio, Vasconcelos, Jiménez Rueda, Núñez y Domínguez, don Alberto María Carreño, don Artemio de Valle-Arizpe, don Nemesio García Naranjo, don Agustín Aragón, Alfonso Reyes, Alfonso Cravioto, Castillo Nájera, Santamaría, Luis María Martínez, Alfonso Méndez Plancarte —para sólo mencionar, con respeto, a los 17 que, fallecidos desde entonces, han sido sustituidos por nuevos cuadros de vigilantes adalides de nuestra pureza idiomática. Junto a aquellos ausentes, me honró en 1952 la compañía y el aplauso de Francisco Monterde —actual director de la Academia—, Julio Torri, Martín Luis Guzmán, Alfonso Junco, Jesús Silva Herzog, Antonio Castro Leal, Jaime Torres Bodet, Isidro Fabela, el Abate de Mendoza, Miguel Alemán, el padre Garibay, Agustín Yáñez y Carlos Pellicer. El más joven entonces de los académicos, hoy oscilo entre los que ingresan tiernos y los que se disponen, conmigo, a aumentar las codiciadas vacantes.

    Letras vencidas es el volumen que en 1962 reunió conferencias y ensayos largos sobre diversos temas literarios —principalmente teatrales— producidos en distintas ocasiones. Cedo la palabra a quien en la solapa de la edición en los cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Veracruzana, presentó así este libro:

    Letras vencidas aspira a llenar, aunque sólo sea en parte, la necesidad de perpetuar en textos algunas muestras de la actividad de Salvador Novo. El presente volumen incluye conferencias y charlas que el autor ha ido dejando regadas en auditorios y conmemoraciones o que hallaron publicación en revistas que son ahora de muy difícil localización. Sin embargo —y ésta es también característica personal de Novo— lo incidental de la ocasión, la informalidad de sus intervenciones, nunca han menoscabado la agudeza de sus análisis, la profundidad de la investigación, la gracia y la pureza en la palabra y en el concepto.

    Letras vencidas es, también, un libro autobiográfico. No sólo por lo que el autor relata acerca de su trato con escritores, sino porque es también un testimonio de sus simpatías y diferencias, de sus hallazgos y encuentros siempre novedosos y plenos de vivencias, con los clásicos de la literatura de México y del mundo.

    La Nómina bibliográfica de Salvador Novo, reunida por el acucioso David N. Arce y publicada por la Biblioteca Nacional de México en 1963 (con datos hasta 1962) registra 16 prólogos a diversas obras ajenas. Algunos de ellos se reproducen en este volumen, cuyo título —Toda la prosa de Salvador Novo— promete más, y menos, de lo que sus centenares de páginas alcanzan a abarcar.

    Toda mi prosa: manada a lo largo de 40 años de ningún día sin línea, se ha mayormente evaporado en la arena de las publicaciones periódicas. Lo que aquí se rescata es la mayoría de mis libros en prosa, todos agotados. A la publicación de este volumen seguirá la de una antología de mis testimonios de 27 años de cronista extraoficial de la ciudad de México y de su vida artística, política, teatral, típica. A hurgar en la maleza que los contiene consagra ya su generoso talento el joven José Emilio Pacheco.

    Sueltos y libres hasta ahora, estos mis hijos pródigos se congregan para tender su mano, por mí conmovidamente presentados, a la que el lector les conceda.

    Ensayos

    DE LAS VENTAJAS DE NO ESTAR A LA MODA

    NUNCA se siente más el encanto de ignorar la actualidad palpitante que cuando se enferma uno o se va de la ciudad. Ambas situaciones alejan al sujeto de cines, periódicos y calles concurridas, en las que nunca falta un escaparate con libros y otros con trajes, tan diversos del que trae, que lo exhortan a tratar de obtenerlos. Las enfermeras y los campesinos no cambian de aspecto. Son un regreso a la química y a la botánica, aquel retorno a la naturaleza que recomiendan como cura prudente los sabios en épocas de complicados tintes. Se vuelve uno personaje de novela ejemplar. Las gentes que lo asisten llevan nombres que ya creíamos muertos, y los llevan con gallardía: Anarda, Clorila, Partenio, Filis. Se escucha en las tardes el dulce lamentar de dos pastores, se lee a Valle-Inclán y la murga toca cosas de Arditi. Aparece de repente la luna de todos los románticos en su cartón con goma y es completa la escena. Las lejanas estrellas no lanzan manifiesto alguno subversista y, cuando mucho, espolvorean su yeso azul sobre un paisaje que se ha quedado en Ramos Martínez sin alcanzar las exuberancias de Diego Rivera. Para que nada falte, suena la esquila…

    Pero en la ciudad, ¿quién se atreve a esto? Sanción que no figura en el código es la sonrisa lateral de quienes os escuchan hablar de cosas atrasadas, o vestir un mal traje, o confesar que no entendéis el último ismo. A cualquier rama del árbol social a que os halléis prendido, si vivís en la ciudad, disfrutando de sus conocidas ventajas —los caminos, la luz eléctrica, el teléfono, las novelas francesas, el empleo público, el baño turco—, debéis pagar a la civilización el tributo de estar enterado de sus últimas manifestaciones y de saberlas discutir pulcramente. Si sois mujer, debéis vestir de organdí, raparos el cuello y masticar chicle, amén de otras obligaciones comunes a todo ser ciudadano, como asistir a los estrenos semanales del cine, ir de cuando en cuando a un concierto de música clásica, y enteraros de la prensa del día. Si sois un hombre de sociedad, sospecho que vuestras obligaciones diarias son siempre nuevas y complicadas. Consistirán, principalmente, en llevar impecables las puntas del traje y las del pelo, en que no os brille la nariz en los bailes, y en tomar el té sin azúcar, con limón, con crema, sin sándwiches, o como se use. Deberéis también enteraros con minuciosidad de la página social de los diarios, en la que se da cuenta de fallecimientos sensibles, felices nacimientos, elegantes matrimonios y distinguidos viajeros; para enteraros de todo lo cual necesitáis pulir vuestro talento, cepillar vuestro traje y escoger vuestra felicitación.

    Supongamos que sois esa cosa que llaman diletante; que os da por todo; que vuestro mérito consiste en saber un poquito lo que es la música, otro poco lo que es la literatura, tantito lo que es la pintura y otro poco lo que es la escultura. Entonces, para quedar bien delante de los especialistas, tenéis que distinguir, con erudición, la música clásica de la romántica y de la moderna, y confesar que os gustan los rusos por encima de los alemanes, que suelen ser sordos o dejarnos, y que Mussorgsky está por encima de Stravinsky, y naturalmente por debajo de Amani, cuya Ave del paraíso sobre una cascada os gusta tanto como el Diálogo entre dos máquinas de escribir y un gato, de Erik Satie; pero menos que Fuegos artificiales en una taza verde y Fragmentos en forma de pera, de no recordáis si Niemann, el alemán. Claro está que ya no se debe mencionar a Debussy.

    Si la conversación se desvía por veredas literarias, Cocteau, Morand y Max Jacob sientan bien. Un poco Blas Cendrars, pero ni por equivocación ese mastodonte de Victor Hugo, pues entre Notre Dame y la torre Eiffel hay su diferencia. Luego hay que disertar, por supuesto, sobre Apollinaire, sobre el PEN Club y sobre el Museo de las Letras. Mas ya está mal hablar de Manuel José Othón, de Rubén Darío y de José Asunción Silva, y mucho más de los anteriores. Revelaría que andáis atrasado en noticias importantes.

    Si se habla de pintura, es necesario decir que encontráis, en los cuadros nuevos, frente a los que os paráis en éxtasis, muy bien resuelto el trazo, admirable el colorido y estupendo el volumen…

    Es, además, indispensable para todo hombre enterarse de y discutir todos los escándalos sociales recientes. Esto es más fácil porque se les encuentra en los periódicos.

    En el campo no sucede todo esto. Tampoco en los sanatorios. Vestís el traje que mejor os plazca, habláis con quien os acomode mejor y no tratáis temas escabrosos. No os exponéis, además, a que vuestro interlocutor os lleve ventaja en las noticias del arte.

    Claro está que a vuestro regreso a la civilización vais a encontrar las cosas muy cambiadas. Os habrán llegado 20 volúmenes que tenéis que leer. Los pintores habrán pintado más cuadros, cuyo sentido es necesario que os expliquen. Habrá debutado un pianista nuevo con música ultravioleta. Vuestro primer deber es mirar las notas de sociedad. Bajo la cabeza restablecido se encuentra vuestro nombre en un párrafo de bienvenida comprometedor. Os ha pescado de nuevo la moda. Tenéis que haceros ropa y erudición; empieza el martirio del diletante…

    Si Manuel Acuña ha contradicho a Fray Luis (dos señores que ya no se citan) en la vida campestre, yo os aseguro que no tenéis otra escapatoria: el hospital o la casa de campo. Acaso queda también el suicidio; pero de éste habrían de hablar también las notas de sociedad.

    ALGUNAS SUGESTIONES AL BOXEO

    SUELE suceder que aquellas actividades que fueron un día parte de la vida y que la civilización ha borrado de su agenda, pasen, ornamentadas, al dominio del arte. Así el noble arte del ataque y de la defensa caballeresca, con lanza, ha sido relegada por arte de pistola y de máuser, a las fiestas patrias de México. Así también la horca, descartada por la prisión perpetua, por el fusilamiento y la silla eléctrica, se refugia, majestuosa y caduca, en las novelas.

    Asimismo el toreo, pálida sombra de los circos antiguos y de luchas trogloditas, adorna sus figuras, luce capas costosas y se exhibe cada otoño. Cosa igual sucede con el boxeo, cuyos orígenes son tan oscuros como los del hombre, que le ha acompañado siempre y que, reglamentado, cuesta cada ocho días dos pesos en ring general. Nada puedo decir de las peleas de gallos, porque los ovíparos, que yo sepa, no han evolucionado hasta aceptar códigos de honor. En algo, es claro, debían ser diferentes.

    Imagino que el primer conflicto jurídico de intereses y voluntades dio lugar y origen no sólo al derecho, sino, también, al boxeo sin rounds. Pero el arte estaba en pañales. Cuando hubo otras maneras de aparecer legal —tribunales, Inquisición—, la diaria actividad devino cosa de los domingos, y pública. Detalle importantísimo, se inventaron los guantes. Los griegos los usaban ya, pero pesados y dañinos. Toca a los ingleses el haberlos inventado más razonables. Jack Broughton (1705-1789), padre del pugilismo inglés, al inventarlos, llegó a ser un famoso y querido profesor de la aristocracia de su tiempo y de su país.

    Lo siguió John Jackson (1769-1845), llamado Gentleman Jackson, profesor de lord Byron y conocido de Tom Moore, el poeta, que se quejaba, como recientemente el canónigo Chase, de que aquel boxeador ganara tanto dinero. A Jackson se deben ciertas modificaciones de importancia, como el juego de piernas, la distancia adecuada, etc. Tan caballero era y tan buen profesor, que cuando a lord Byron le reprochaban su amistad con aquella clase de gente, éste alegaba que tenía más finos modales que muchos de sus amigos nobles. Lo cita en sus Hints from Horace:

    And men unpractised in exchanging knocks,

    Must go to Jackson ere they dare to box.

    El boxing moderno data de 1866, al fundarse, a iniciativa de John G. Chambers (1843-1883), el Amateur Athletic Club. Chambers y el señor marqués de Queensberry redactaron juntos las reglas, que aún rigen en Inglaterra, de Queensberry, estableciendo rounds, y que rigieron en los Estados Unidos hasta la fundación del Amateur Athletic Club of America. En 1869 lord Queensberry reconoció los pesos diferentes que hoy rigen.

    El knock-out, ambición moderna de todo boxeador, resultado del time is money, era despreciado por los antiguos, que se complacían en exhibir su fuerza y su agilidad el mayor tiempo posible. En Norteamérica el boxeo se empezó a popularizar a principios del siglo XIX. Fue el primer campeón nacional Tom Hyer (1841-1848) y le siguió James Ambrose, alias Yankee Sullivan. Vinieron luego Tom Allen, Jeem Mace, J. Kilrain, John L. Sullivan, John Morrisey que, después de boxeador famoso, fue electo diputado al Congreso de la Unión y se cuenta que sus votos tenían mucha fuerza. El encuentro de Jack Johnson, el negro, en 1910, con James J. Jefries, en que éste resultó vencido, marcó una fecha dolorosa para los americanos.

    Los franceses, por su parte, han evolucionado también, aunque muy lentamente, en esta actividad natural. Su juego data, juego romántico, de 1830, y se acerca más al pugilismo griego, pankratios, que al box sajón. En la boxe francaise se ataca con los pies. El chausson o Jeu Marseillais fue, durante largo tiempo, diversión favorita de los soldados.

    Como Byron en Inglaterra, el voluminoso Dumas padre fue para Francia el lado atlético de la literatura. Por él sabemos que Charles Lecour combinó el primero las patadas francesas y el boxeo inglés, y que abrió en París una academia de box en 1852, de regreso de Londres, adonde había ido a tomar lecciones de Adams y Smith. Lecour y un tal Vigneron dieron exhibiciones públicas que la policía suspendió. Francia no es para eso. Ya veis cómo un portero de restaurante puso knock-out a Carpentier…

    México, si no atletas propiamente dichos, produce quienes admiren su maestría. Nos han visitado Jack Johnson y Firpo. El box es punto implícito de reunión de México entero. Hace muy poco que

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