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De Coyoacán a la Quinta Avenida: Una antología general
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Libro electrónico851 páginas13 horas

De Coyoacán a la Quinta Avenida: Una antología general

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A José Juan Tablada se le conoce básicamente por su obra poética, sin embargo, fue un escritor prolífico que incursionó en muchos otros géneros de manera sobresaliente. La suma de sus experiencias literarias nos permite advertir el espíritu vanguardista, ávido de novedad y aventura, transgresor de los códigos morales y estéticos, capaz de enlazar los siglos XIX y XX.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2016
ISBN9786071642660
De Coyoacán a la Quinta Avenida: Una antología general

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    De Coyoacán a la Quinta Avenida - José Juan Tablada

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    ESTUDIO PRELIMINAR

    DE COYOACÁN A LA QUINTA AVENIDA

    RODOLFO MATA

    José Juan Tablada es uno de los escritores más controvertidos y polifacéticos de la literatura mexicana. Su espíritu inquieto, ávido de novedad y aventura, enlaza el siglo XIX con el XX, desde el punto de vista estético, de una manera tan profunda y equilibrada que resulta problemático situarlo en un periodo sin hacer referencia al otro. Tablada no sólo fue un poeta que entendió la modernidad cuando ésta asomó su rostro a nuestras letras sino que comprendió y practicó la proyección de sus ímpetus de cambio en los gestos de ruptura radical de la vanguardia.

    Fue un escritor modernista excepcional, pues no sólo dominó la musicalidad y la riqueza métrica promovidas por los seguidores de Rubén Darío, sino que encabezó, en México, la incorporación de temáticas novedosas y la transgresión de códigos estéticos y morales. Su japonismo, su erotismo y su diabolismo lo hicieron célebre y lo llevaron a suscitar y protagonizar polémicas que determinaron los rumbos de la literatura mexicana, como la que se fraguó en torno al tema del decadentismo.

    Fue un escritor vanguardista sui generis, pues a pesar de que superó la poética modernista, incursionando en el verso libre, el haikú y el caligrama, nunca lanzó un ismo ni se afilió a ninguno. Tablada fue un vanguardista sin vanguardismos y su afán de ruptura tuvo un límite: nunca se interesó por movimientos como el dadaísmo y el surrealismo, ni siquiera para cuestionarlos, a pesar de que en Nueva York estuvieron a su alcance y en México recibieron la atención de los estridentistas y del grupo sin grupo de los contemporáneos. Su papel fue el de un escritor de transición, pues por un periodo prolongado tuvo la percepción aguda de un visionario que supo anticipar las corrientes artísticas en ciernes y colocarse a la cabeza de ellas; sin embargo, llegado un cierto momento, perdió esa disponibilidad al cambio y sus convicciones estéticas se asentaron —a veces con cierta nostalgia— en las referencias que habían cimentado sus años dorados.

    Otro aspecto importante de la multifacética personalidad de Tablada es que, a pesar de que su presencia en las antologías de poesía hispanoamericana es imprescindible, considerarlo sólo como poeta es ignorar la mayor parte de su obra. Su producción abarca casi todos los géneros: crónica, cuento, novela, poema en prosa, ensayo, teatro, crítica literaria y de arte. En sus crónicas llegó incluso a mezclarlos con gran habilidad, pues algunas oscilan entre la crónica propiamente dicha y el sketch teatral, el relato de ficción, el ensayo o el poema en prosa. También vale la pena mencionar otros escritos que no constituyen géneros diferentes pero que tienen características que obligan a considerarlos aparte, como muestras de la versatilidad del escritor. Me refiero a la antología de textos infantiles El arca de Noé (1926), la serie de crónicas político-satíricas reunidas en el volumen Tiros al blanco (1909) y el libro póstumo Hongos mexicanos comestibles (Micología económica) (1983), catálogo ilustrado con acuarelas del autor que quedó inconcluso y que tiene la fisonomía de un tratado escrito por un naturalista aficionado.

    La controversia alrededor de la figura de Tablada tiene su origen en su comportamiento político. Fue partidario del presidente Porfirio Díaz, cuya dictadura se extendió de 1884 a 1911, y llegó a ser llamado para leer, en ceremonias oficiales, poemas celebratorios, de civismo patriótico, como Canto a los héroes y A Hidalgo. El pequeño libro de siete poemas La epopeya nacional (1909) es un canto a las hazañas del general Díaz. Tablada creyó firmemente en la paz porfiriana —pues bajo ella alcanzó una situación social y económica boyante, además de un prestigio literario— y se opuso firmemente a los cambios que traía la presidencia de Francisco I. Madero. Por ello, en 1909 atacó denodadamente al Partido Antirreeleccionista, con sus artículos Tiros al blanco —publicados en El Imparcial y reunidos en el libro homónimo ese mismo año— y ridiculizó a Madero y a sus partidarios en Madero-Chantecler. Tragicomedia zoológico-política de rigurosa actualidad en tres actos y en verso (1910). Cuando el desequilibrio político propició el golpe de estado de Victoriano Huerta, Tablada observó atónito y amedrentado los hechos sangrientos de la Decena Trágica. Sin embargo, colaboró con el régimen espurio de Huerta —llegó a escribir La defensa social. Historia de la campaña de la División del Norte (1913) para halagarlo—, razón por la cual tuvo que salir del país a su caída, en 1914, rumbo a Estados Unidos. Tablada logró el perdón de Venustiano Carranza en 1918 y a partir de entonces volvió a colaborar con los gobiernos en turno, siendo mucho más cuidadoso al exteriorizar sus opiniones sobre personajes de la política. Sin embargo, la huella de su comportamiento perduró. La lectura de Madero-Chantecler es ciertamente desagradable, porque la calumnia y el afán ridiculizador de la figura del entonces candidato a la presidencia raya en lo soez. Los textos de Tiros al blanco son más ligeros y aún hoy conservan la gracia de la caricatura ingeniosa, el juego de palabras y la imaginación satírica desbocada. Observar la trayectoria de Tablada desde el punto de vista de su oportunismo político y su conducta reaccionaria ayuda a entender parte de su personalidad y su obra, pero limitarse a ello es empobrecer su apreciación global.

    José Juan Teodoro Tablada nació el 1º de abril de 1871, en la ciudad de México, según los datos del acta del Registro Civil del Distrito Federal. Sus padres fueron José Aguilar de Tablada y Mariana Acuña, y sus abuelos paternos Juan Nepomuceno de Aguilar Tablada —quien perteneció a los Dragones del Rey en la Nueva España, de lo cual Tablada se ufanaba— y Josefa Gutiérrez de los Ríos, que era descendiente del marqués del Apartado. Sus abuelos maternos fueron Tomás Acuña y María Eugenia Osuna. Los Osuna eran del pueblo de La Noria, vecino de Mazatlán. A los tres años, Tablada hizo un viaje con su madre y un tío a Mazatlán, del cual guardó gratos recuerdos. El haber recorrido la ruta de los mercaderes de la nao de China y el que parte de sus familiares fueran de aquel puerto del Pacífico mexicano (algunos habían sido navegantes, un tío era armador de barcos, y una amiga de la familia era esposa de un comandante de las naos de China) le parecieron más tarde premoniciones de su afinidad con Oriente.

    La hacienda de Chicomóztoc, en Tlaxcala, de la que su padre era dueño o administrador fue el escenario de sus primeros años. En sus memorias, Tablada cuenta que fue ahí donde tuvo su primer contacto con la poesía, durante una tertulia nocturna en que la sonoridad de los versos y el sortilegio de las rimas lo cautivaron. También se autorretrata como un niño inquieto y de una poderosa imaginación, alimentada por las lecturas que hacía mientras su madre y sus hermanas realizaban labores del hogar. Posteriormente, la familia se mudó a Otumba, población de la que el padre había sido diputado en el Congreso Constituyente de 1857, y donde en esa nueva ocasión instaló una fábrica de puros y cigarrillos que fracasó. Tablada relata en sus memorias que ahí descubrió la ilusión teatral con las compañías de títeres itinerantes, como la de Rosete Aranda.

    En 1877, la familia se fue a vivir a Puebla. Ahí Tablada asistió al colegio en que el poeta Manuel M. Flores enseñaba y, según cuenta en sus memorias, recibió de él, entre otros estímulos para dedicarse a la pintura, una caja de acuarelas. También frecuentó al tío Pancho, solterón afable y nervioso que lo introdujo en la apreciación de las artes plásticas y en la observación de la naturaleza, pues era ornitólogo, pintor y coleccionista. La casa del tío Pancho, que estaba en el hoy desaparecido callejón de Mecateros, fue escenario de otra iniciación, pues al salir de ella, una tarde, tuvo una especie de éxtasis místico-poético —provocado por el tañido de las campanas de la catedral— que en sus memorias relaciona con la conciencia cósmica, idea fundamental de sus creencias espiritualistas y teosóficas. En la misma ciudad asistió por primera vez a una corrida de toros, tema sobre el que escribirá más tarde.

    Avecindado ya en la capital, en el barrio de Tacubaya, Tablada concluyó su educación primaria en varias escuelas, entre las que destacan el Instituto Kathain y el Colegio Grosso. Ahí aprendió francés y compartió con sus compañeros las lecturas de Julio Verne y Las mil y una noches. También presenció la vida disoluta de las cantinas y prostíbulos cercanos al Gran Teatro Nacional y a la Alameda y, junto con otros adolescentes, vio los desfiles de galantería que pasaban por las calles de San Francisco y Plateros. En sus memorias, Tablada describe también las corridas de toros, protagonizadas por las figuras de Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz, y los últimos días de su adolescencia en libertad, que transcurrió en Tacubaya, entre los puestos y barracas donde había juego, música, bebida, mujeres alegres y peleas de gallos. En 1884, a raíz de una juerga, su padre lo castigó y lo mandó al Colegio Militar, entonces en el Castillo de Chapultepec. Ahí se reencontró con Julio Ruelas, a quien había conocido un año antes en el Instituto Científico e Industrial Mexicano de Tacubaya, y juntos fundaron un pequeño periódico irreverente en que Tablada escribía y Ruelas dibujaba. Fue entonces cuando el poeta comenzó a hacer epigramas como el siguiente, dedicado al propio Ruelas, en que hace alusión a sus estudios en Alemania, de 1891 a 1895, y a la bohemia que a su regreso compartieron y que acabó destruyendo al pintor: Ruelas nada cual delfín, / con donaire y perfección; / antaño nadó en el Rhin / y hogaño nada en el ron… Tablada también practicó en ese lugar la entomología y llegó a formar una colección respetable. Su estancia en el Colegio Militar fue corta y cuando salió fue para ingresar en la preparatoria.

    El año de 1888 trajo acontecimientos importantes en la vida de Tablada. Su padre murió y, según cuenta Nina Cabrera, el poeta tuvo que abandonar la idea de ser pintor. También publicó su primer poema, A…, en La Patria Ilustrada. En 1891, siendo empleado de contabilidad del Ferrocarril Central, publicó otros poemas en El Universal, de Rafael Reyes Spíndola, quien lo invitó a colaborar con más poemas y artículos y, posteriormente, lo contrató como redactor. Desde El Partido Liberal, Gutiérrez Nájera lo felicitó por sus poemas pensados en francés, casi escritos en francés, mientras que Luis G. Urbina, en El Siglo XIX, elogió sus artículos Rostros y máscaras. Recibió también el estímulo de José Martí, entonces en México, y los consejos de Manuel Puga y Acal, especialmente en lo que se refiere a las novedades de la literatura francesa. En sus memorias, donde da noticia de la buena recepción de su debut literario, relata también que en esos días tomó la decisión de operar un desdoblamiento literario que mantuvo toda su vida: el periodismo le procuraría el sustento y en él amasaría su prosa como un pan, mientras que sus versos serían el vino, destilado en alambiques de arte y servidos en las copas ornadas por la fantasía, para regalo suyo y de los buenos catadores.¹

    Entre 1892 y 1893 Tablada colaboró en El Siglo XIX y a principios de 1893 fue nombrado director de la sección literaria de El País, diario en que publicó, el 8 de enero, el poema erótico Misa negra, con el que se inició la polémica del decadentismo. En sus memorias, el autor cuenta que el escándalo entre la burguesía mexicana lo obligó a renunciar a la sección literaria de El País con una carta, publicada en el mismo diario el 15 de enero, y dirigida a Balbino Dávalos, Jesús Urueta, José Peón del Valle, Alberto Leduc y Francisco Olaguíbel. En ella, denunciaba la hipocresía del público y declaraba que el grupo defendería la escuela del decadentismo, porque era la única que garantizaba libertad al artista que hubiera recibido la más mínima educación moderna. El hastío, el escepticismo, las sombras, los abismos de lo desconocido, las pesadillas, la locura, los ambientes fúnebres y la sensualidad y el misticismo mórbidos definían la fisonomía de sus almas. Como complemento de ese decadentismo moral, Tablada proponía un decadentismo literario, un refinamiento del espíritu que huía del lugar común, lo vulgar, y la popularidad masiva, integrando así una mezcla de autoexilio y defensa del ideal estético. Asimismo, anunciaba que el proyecto de la Revista Moderna pasaba a ser una realidad. Jesús Urueta y Alberto Leduc también tuvieron una participación significativa en esta polémica.

    Según cuenta Tablada en sus memorias, los reclamos y censuras hacia este grupo de poetas malditos mexicanos llegaron a tener el aval moral de doña Carmen Romero Rubio —esposa del presidente Porfirio Díaz—, quien expresó su descontento al periódico, instigada por el líder político Rosendo Pineda, enemigo del poeta. La publicación del poema Ónix, en septiembre de 1893, contribuyó a reafirmar la postura estética de Tablada. Este poema, que sigue la línea de Misa negra, pronto se hizo célebre y se convirtió en un texto emblemático del momento.

    Otra polémica se desató cuando Victoriano Salado Álvarez, el 29 de diciembre de 1897, publicó en El Mundo una crítica al libro Oro y negro de Francisco M. de Olaguíbel, en la que atacaba de nuevo a los seguidores del decadentismo. Su argumento central era que le parecía fuera de lugar (incompatible con el medio, siguiendo a Taine) que se cultivara en México una estética proveniente de París. Condenaba el artificio y la imitación y abogaba por la pureza de la lengua española. La respuesta vino de Jesús E. Valenzuela, quien, en una carta dirigida a Tablada y publicada en El Universal, defendía el derecho a la filiación francesa, señalando la necesidad de una renovación artística en México. La discusión entre estos dos escritores tomó cuerpo en febrero de 1898 con cartas intercambiadas a través de periódicos de México y Guadalajara, en que se citaban las ideas del positivismo dominante y otras tendencias filosóficas y estéticas. Tablada y otros escritores participaron con comentarios a este debate que aparecieron en periódicos como El Nacional. Esta polémica dio el impulso definitivo para el lanzamiento de la Revista Moderna.

    Aunque en la carta de El País Tablada anunciaba que la publicación de la Revista Moderna se vería realizada en unos días, transcurrieron cinco años para que se concretara el primer número del 1º de julio de 1898. La Revista Moderna (1898-1903) continuaría como Revista Moderna de México (1903-1911) y llegaría a transformar el panorama literario del país y a influir fuertemente en el ámbito hispanoamericano. En el proyecto —que había sido esbozado por Bernardo Couto Castillo y mencionado por Balbino Dávalos en la dedicatoria de un poema, antes de que Tablada lo anunciara— participaron al inicio también otros escritores y artistas como Julio Ruelas, Jesús Urueta, Ciro B. Ceballos, Rubén M. Campos, Alberto Leduc y Jesús Valenzuela. Este último proporcionó además un apoyo económico para sacar adelante los primeros números. El principal sustento financiero llegó en 1899, con el arribo a la revista del millonario Jesús E. Luján.

    El nacimiento de la Revista Moderna fue considerado por Tablada como la realización del sueño de contar con una publicación exclusivamente literaria y artística. Efectivamente, la revista se mantuvo alejada de temas políticos aunque, como el subtítulo Arte y Ciencia lo anunciaba, llegó a incluir, en proporción muy pequeña, temas científicos. Fueron publicados en ella los poetas mexicanos más importantes, como Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón, Luis G. Urbina, Enrique González Martínez, Efrén Rebolledo, Manuel José Othón y Rafael López, y los hispanoamericanos más connotados, como Rubén Darío, Leopoldo Lugones, José Santos Chocano, José Asunción Silva, Guillermo Valencia y Ricardo Jaimes Freyre. De esta manera, el diálogo hispanoamericano auspiciado por el modernismo se fortaleció.

    Tal vez el entusiasmo por la batallas literarias iniciadas en 1893 exacerbó la bohemia ligada a los credos decadentistas y provocó que 1894 y 1895 fueran años poco claros en la vida de Tablada. En ellos se percibe que su ritmo de publicación, tanto de poemas como de artículos, disminuyó significativamente. De octubre de 1894 a enero de 1895 residió en Mazatlán, ciudad a la que llegó para colaborar, por recomendación de José Ferrel, en El Correo de la Tarde, de Miguel Retes. Tablada sustituyó en este periódico a Amado Nervo pero, a diferencia del poeta nayarita, no pudo adaptarse al ambiente de provincia. Sus actitudes desafiantes causaron escándalo y lo enemistaron con el director, a quien juzgó, en sus memorias, como averso a las innovaciones del periodismo francés y americano, que había aprendido con Reyes Spíndola. De regreso a la capital pasó unos días en Guadalajara, donde tuvo noticia de la muerte de Gutiérrez Nájera, a quien consideraba su mentor. La Revista Azul incluyó un artículo y algunos poemas suyos —la mayoría ya publicados— pero fuera de eso no hay rastros de actividad. Entre septiembre y octubre de 1895 ingresó al Hospital de San Hipólito por una crisis de intoxicación con drogas.² Carlos Díaz Dufoo dio cuenta, en la Revista Azul, de esta caída del poeta en los paraísos artificiales.³ En marzo de 1896, Tablada retomó su ritmo de publicación en El Mundo, y El Universal, pero de marzo a septiembre de 1897 hay otra laguna informativa que hace suponer que tuvo nuevamente problemas de salud. A partir de octubre, Tablada empezó a escribir crónicas y algunos cuentos en El Nacional, situación que se mantuvo hasta 1900.

    En 1899 Tablada publicó El florilegio, su primer libro, en la imprenta de Ignacio Escalante. Ocho años después de su primer poema, tras haber atravesado las polémicas del decadentismo y en pleno florecimiento de la Revista Moderna, Tablada se encontraba en un momento muy importante de su ascenso en el panorama del modernismo en México. El libro constaba de 33 poemas pero fue corregido y aumentado para sumar 84 en la reedición de 1904. Tablada agregó varias secciones y reacomodó los poemas en ellas, modificó la puntuación y cambió palabras, versos e incluso estrofas enteras. Sobresale la nueva sección Musa japónica, en la que incluyó, entre otros poemas, los Cantos de amor y de otoño. Paráfrasis de poetas japoneses y las ‘Utas’ japonesas.El florilegio muestra la influencia de Baudelaire y de otros poetas simbolistas franceses. El amor, el erotismo y la sensualidad que rayan en lo mórbido, la religiosidad cristiana abordada en forma sacrílega y herética; el gusto por lo exótico, la desesperación nihilista de fin de siglo, el spleen y los llamados a un dios ausente son algunas de sus principales características. Las pedrerías, los temas versallescos y personajes como Pierrot y Colombina, típicamente modernistas, también están presentes junto con un dominio notable de la versificación.

    Tablada viajó a Japón en 1900, financiado por Jesús E. Luján. Salió de la capital en tren hacia San Francisco el 14 de mayo y de ahí se embarcó a Yokohama el 15 de junio. Durante su estancia escribió una serie de crónicas que fueron publicadas en la Revista Moderna y posteriormente reunidas en el libro En el país del sol (1919). Regresó en febrero de 1901 por la misma ruta. La veracidad de este viaje ha sido puesta en duda por diversos escritores contemporáneos de Tablada y posteriormente por la crítica. Sin embargo, nada ha sido probado en un sentido u otro.⁵ Lo que sí es innegable es que el viaje es un punto de transición de su japonismo cuyos inicios se remontan a los primeros años de su carrera literaria. Atsuko Tanabe, en El japonismo de José Juan Tablada (1981), hasta ahora el estudio más completo de esta vertiente del escritor mexicano, menciona que las primeras muestras de su interés por la cultura japonesa son dos traducciones, una de Judith Gautier, y otra de los hermanos Edmond y Jules de Goncourt, que aparecieron en 1891. Después vinieron algunos textos de creación, como los poemas Kwan-on y Nirvanah, de 1893, a los que siguieron otros, en los que persiste el exotismo decorativo al estilo Pierre Loti. Atsuko Tanabe señala que este rasgo sólo cederá ante la visión más depurada y realista de las crónicas de su viaje a Japón y ante el contacto con las formas poéticas japonesas, que lo ayudarán a adelgazar su verso, camino al haikú.

    En sus memorias, Tablada relata que fue Pedro de Carrere y Lembeye quien lo inició en las difíciles técnicas de las artes e industrias del extremo oriente. Gracias a la reciente anotación del Archivo Gráfico, se ha podido ubicar este encuentro alrededor de 1893, pues durante ese año el poeta copió o imitó, con tinta, lápiz o acuarela, algunas estampas japonesas propiedad de este diplomático español. Fue de él también de quien adquirió una importante colección de libros japoneses en 1913. Tablada publicó varios artículos antes de 1900 sobre temas japoneses y lo siguió haciendo a su regreso, en El Mundo Ilustrado, El Imparcial, Revista de Revistas, El Diario y La Semana Ilustrada, según consta en el Catálogo de Esperanza Lara Velázquez. También lo hizo en Nueva York, para revistas y periódicos estadounidenses. Ya en México, en abril de 1937, organizó, con Gabriel Fernández Ledesma, una exposición de paisajes de Hiroshigué, en el Palacio de Bellas Artes. Hoy sabemos que parte de su colección de libros japoneses se encuentra en la Biblioteca José Vasconcelos, y que la Biblioteca Nacional tiene en sus acervos especiales otra parte significativa de ella y cerca de 200 estampas que también pertenecieron al autor.⁶ Atsuko Tanabe basó su estudio principalmente en textos poéticos, en las crónicas de la serie En el país del sol y en el libro Hiroshigué: el pintor de la nieve y de la lluvia, de la noche y de la luna (1914), pero no tuvo a su disposición todos estos materiales. Sin duda una nueva revisión minuciosa ayudará a trazar un mejor mapa del japonismo de Tablada.

    Otro momento importante de esta línea de la producción de Tablada es la publicación de Hiroshigué…, en 1914, justo antes de su exilio, pues, para entonces, el conocimiento de la cultura japonesa que había ido acumulando alcanzó su clímax. Años más tarde, el poeta se mostraría orgulloso de este libro pues, para 1928, según relata en Las sombras largas, ya se había convertido en pieza de coleccionistas, por su combinación de belleza y erudición. El libro es un homenaje al artista japonés, pero también a Edmond de Goncourt, a quien Tablada consideraba su maestro. Lo dedica a la memoria de este escritor francés y lo propone como continuación del plan original que éste tenía de publicar monografías sobre cinco pintores, de las cuales sólo alcanzó a concluir Outamaro, le peintre des maisons vertes (1891) y Hokousaï. L’Art japonais du xviiième siècle (1896). Hiroshigué también es un trabajo minucioso en sus referencias bibliográficas y un ejemplo notable de prosa poética modernista, pero, sobre todo, es una obra que explica la transformación profunda de la poética tabladiana, la cual se hará evidente en el ejercicio del haikú. Según Atsuko Tanabe, en este libro se percibe que Tablada había comprendido la relatividad recíproca de la pintura y la poesía japonesas, su equilibrio y mutuo refuerzo practicado desde épocas muy antiguas en el emakimono, el kakemono y el shikishi. También se puede ver que manejaba conceptos como mono-no-aware (sentimiento sobre las cosas) y kokoro (corazón en el sentido de mente, espíritu, sensación y entrañas contenidas en el tórax), y que había liberado su visión del ukiyo-e de las connotaciones pornográficas, para abrirla a la contemplación de la naturaleza en un panteísmo ingenuo, atribuido por el poeta al budismo.

    Después de que regresó de Japón, Tablada reanudó su noviazgo con Evangelina Sierra, sobrina de Justo Sierra. Se casó con ella el 7 de enero de 1903 y viajó a París de luna de miel. La vida bohemia del poeta, su reincidencia en las drogas y sus infidelidades destruyeron el matrimonio que se disolvió de facto cuando Tablada salió del país en 1914. Siendo Justo Sierra Secretario de Instrucción Pública del presidente Porfirio Díaz, Tablada llegó a tener diversos cargos y comisiones en la Escuela de Bellas Artes, el Museo Nacional y la Sección de Archivo, Estadística e Información, entre 1902 y 1903. En febrero de 1906 recibió el nombramiento de profesor de arqueología del Museo Nacional. Además de su participación en la Revista Moderna, que se extendió hasta 1907, siguió colaborando en El Mundo Ilustrado (1905-1908), El Heraldo (1908) y El Imparcial (1906-1910) con crónicas sobre espectáculos, pintores y escultores mexicanos, política, literatura, arqueología, temas orientales y automovilismo, entre otras cosas.

    Por recomendación de su amigo el doctor Aureliano Urrutia, en 1905 Tablada compró en abonos el terreno en Coyoacán donde construiría su casa. Por esas fechas comenzó a practicar gimnasia y box. En 1908, cansado de los cargos burocráticos y de los comentarios insidiosos acerca de su parentesco con los Sierra, e instigado por su amigo Víctor Ramond —su colega del gimnasio—, se convirtió en comerciante de vinos. Esto le permitió ahorrar lo suficiente para construir El Buen Retiro, la casa en que haría realidad sus sueños de bibliófilo y japonista. Entre 1909 y 1910 Tablada tuvo la participación política mencionada anteriormente, en defensa del presidente Díaz y contra el Partido Antirreeleccionista, y recibió el encargo de escribir una serie de biografías de los titulares de la Secretaría de Relaciones Exteriores, que serían publicadas entre 1911 y 1913. El 20 de septiembre de 1910 fue nombrado diputado en el Congreso de la Unión por el tercer distrito de Tlaxcala.

    En mayo de 1911, Tablada se embarcó a París para estudiar los sistemas europeos de archivos, paseó como un verdadero flâneur por esa capital, se entrevistó con Leopoldo Lugones —quien escribiría el prólogo a su próximo libro de poemas— y envió a Revista de Revistas la serie de crónicas Los días y las noches de París. No presenció la caída de Porfirio Díaz, pues regresó a México en febrero de 1912. Para esas fechas, probablemente ya había concebido el proyecto de escribir Hiroshigué: el pintor de la nieve y de la lluvia, de la noche y de la luna, en cuya composición dice haberse refugiado, durante los días congojosos y adversos que rodearon la Decena Trágica, en febrero de 1913, y desembocaron en la caída de Victoriano Huerta, en julio de 1914, suceso que lo condujo al exilio. Tablada lamentó muchísimo tener que abandonar tanto la posición social y económica a la que siempre había aspirado, como la casa que había construido en Coyoacán, la que llegó a llamar pequeño emporio del arte. En ella, había vivido rodeado de sus objetos más queridos, sus posesiones de artista, que fueron pisoteadas por los revolucionarios zapatistas: su biblioteca, con libros raros y preciosos, sus colecciones de arte japonés, colonial y prehispánico; el jardín, por el que deambulaban sus patos pijijes y en el que había un pequeño estanque lleno de carpas y tortugas; los árboles frondosos, entre los que se contaba un sauz por el que profesaba una singular devoción, el invernadero de orquídeas y el pabellón japonés.

    De los primeros años de Tablada en Estados Unidos se sabe poco. Salió rumbo a La Habana, pasó por Galveston, Texas, donde permaneció varios meses, y finalmente llegó a Nueva York. El comienzo fue difícil pues, cuenta el abate González de Mendoza, se vio incluso forzado a trabajar en una fábrica de focos donde se olvidaron de pagarle la primera semana. Colaboró en varios periódicos y revistas de lengua española, como el Magazine de la Raza, comerció con arte mexicano, frecuentó a artistas latinos y a amigos mexicanos e impartió clases de francés a los hijos de las familias hispanas acomodadas. Según notas de su archivo, en 1916 vivió con el artista plástico José Torres Palomar, creador de los kalogramas (especie de monogramas), y realizó los primeros poemas ideográficos: El puñal y Talon rouge. Al año siguiente conoció a Eulalia Cabrera Duval, Nina, hija de una familia cubana dueña de ingenios, a quien daba clases de francés. Viajó a México y comenzó a gestionar su reconciliación con el gobierno. Gracias a su habilidad y al apoyo de su ex concuño Jesús Urueta y de su amigo José Vasconcelos, en un segundo viaje a la capital, en julio de 1918, logró que el presidente Venustiano Carranza lo perdonara. Pasó entonces a formar parte del cuerpo diplomático, con el encargo de hacer propaganda a favor del gobierno mexicano, en Sudamérica, para contrarrestar la imagen de caos que había dejado la Revolución. El 9 de octubre se casó con Nina y, después de pasar una temporada en La Habana, se embarcó rumbo a Colombia.

    En marzo de 1918, Tablada recibió el primer ejemplar de Al sol y bajo la luna, que incluye un poema-prólogo de Leopoldo Lugones. Este nuevo libro de poemas es ecléctico, de transición. Entre los textos que pudieron haber sido incluidos en la reedición de El florilegio y otros que siguen la misma línea temática, sobresalen aquellos en que el influjo neoyorquino es determinante, como el titulado …?, que comienza con los célebres versos Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida, / tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida…, y otros que prefiguran la estética minimalista de los haikús y los juegos visuales de los caligramas, como Lawn tennis y Luna.

    A principios de 1919, Tablada ya se encontraba instalado en Bogotá. Es poca la información que quedó en su diario de la breve pero agitadísima estancia en Sudamérica. En José Juan Tablada en la intimidad, Nina Cabrera da algunas noticias fundamentales; otras se encuentran en el expediente diplomático de Tablada, en la Secretaría de Relaciones Exteriores, y algunas más en las notas a su Archivo Gráfico. El ensayo de Serge Zaïtzeff, incluido en esta antología, reúne esta información y la complementa con un recorrido por los textos publicados por Tablada en Sudamérica y los que produjo la prensa y la crítica locales, a raíz de su visita. La fama del escritor en estas tierras giraba principalmente en torno a su prestigio como poeta modernista, japonista y decadente. No obstante, estaba ya sintonizado con el entonces incipiente espíritu de vanguardia hispanoamericano, el cual desarrolló y apoyó con vigor, manejando ideas del cubismo y el futurismo. De ahí su polémica con el poeta Eduardo Castillo, a raíz, entre otras cosas, de su imprudente y demoledor comentario informal de que la filosofía de Amado Nervo era la de una cocinera, el cual no afloraría en sus apreciaciones escritas sobre el poeta nayarita; de ahí también las cartas que intercambió con López Velarde y con González de Mendoza sobre las posibilidades de la poesía caligramática. Tablada dictó una serie de conferencias sobre cultura, literatura y arte mexicanos y dio entrevistas, en cumplimiento con el trabajo encomendado por Carranza y para alimentar su propio prestigio, que no era poco.

    Uno de los episodios más importantes de su estancia en Colombia fue que, a causa de la altura de Bogotá, el matrimonio Tablada decidió bajar a la estación veraniega La Esperanza, un lugar paradisiaco en medio de las montañas. Fue ahí donde se gestaron los libros gemelos Un día… Poemas sintéticos (1919) y El jarro de flores. Disociaciones líricas (1922). Tablada ejercitó la composición del haikú de una manera integral, iniciando el proceso de creación por cualquiera de las dos vías, la imagen o la letra. En septiembre, Un día… Poemas sintéticos fue publicado por la imprenta Bolívar de Caracas —ciudad a la que se había trasladado en junio— y recibido con asombro por la crítica: conjugaba admirablemente su japonismo con las tendencias estéticas modernas de la brevedad y la yuxtaposición de imágenes. Por cada poema de las cuatro secciones —La mañana, La tarde, El crepúsculo, La noche, adaptación de la costumbre japonesa de reflejar las estaciones del año en este tipo de composición— Tablada dibujó una imagen que se presenta junto con el poema en la página y dialoga con él. No se trata de una ilustración del poema, pues incluso de los dibujos y acuarelas que se conservan en su archivo gráfico se deduce que es imposible afirmar que Tablada haya realizado siempre primero el poema y luego la imagen, como se antojaría hacerlo considerando que fue más poeta que pintor. Su vocación literaria coincidió inicialmente con sus habilidades para la pintura, que se desarrollaron hasta cierto punto y fueron ejercitadas con frecuencia sin una conexión forzosa con la escritura, como se puede observar en algunas acuarelas de su archivo gráfico.

    En Caracas, Tablada llevó a cabo tareas similares de propaganda de la nueva situación cultural y política del México posrevolucionario. Cuando llegó el momento de trasladarse a Quito, siguiendo al embajador Gerzayn Ugarte, se negó a hacerlo. Su espíritu rebelde, la sensación de que el cargo burocrático no estaba a la altura de su prestigio literario, el éxito que había alcanzado en Bogotá y Caracas, las pocas perspectivas de que continuara triunfando en Quito, y los problemas de salud, lo llevaron a exclamar: A Quito yo me lo quito. Tablada adujo afecciones respiratorias, problemas cardiacos y enfermedades renales,⁹ sin que se supiera entonces si exageraba o mentía, o cuál era la verdad. Ese mismo año de 1919, en Nueva York, la casa Appleton y Compañía publicó En el país del sol, el volumen que reúne sus crónicas japonesas.¹⁰ Tablada dejó el cargo diplomático y se embarcó rumbo a México el 19 de enero de 1920. Pasó unos días en la capital para ver a sus amigos y se entrevistó con el presidente Carranza, a quien convenció de que le diera la oportunidad de realizar las mismas tareas en Nueva York.

    A principios de 1920, unos días antes de que Tablada partiera rumbo a México, terminó de imprimirse en la Imprenta Bolívar Li-Po y otros poemas. Algunos adelantos de los poemas ideográficos de este volumen ya habían sido publicados en 1918.¹¹ Li-Po y otros poemas también fue un libro desconcertante y renovador en el ámbito hispanoamericano. Ramón López Velarde discutió el tema de la poesía ideográfica con Tablada: Hoy por hoy, dudo con duda grave de que la poesía ideográfica se halle investida de las condiciones serias del arte fundamental. La he visto como una humorada, capaz, es claro, de rendir excelentes frutos si la ejercita un hombre de la jerarquía estética de usted.¹² La respuesta de Tablada incluye un mesurado reproche teñido de ironía —se muestra asombrado de que prefiera las odas pindáricas y el soneto petrarquiano a la poesía ideográfica— y defiende el nuevo modo de escritura en que la expresión simultánea lírica y gráfica, la síntesis, el dinamismo y la multiplicidad sustituyen lo explicativo y discursivo de las antiguas formas, dejando los temas literarios en calidad de poesía pura, como quería Mallarmé. Además cita una serie de antecedentes distintos de los caligramas de Apollinaire: la Antología griega de Panude, con un poema en forma de ala; ciertos himnos chinos, cuyos caracteres escriben el movimiento de la danza; y un poema de Jules Renard, Les fourmis —las hormigas—, del libro Histoires Naturelles (1904), ilustrado por Pierre Bonnard, en que la cifra 333333333 imita a las hormigas caminando.¹³ El alegato de Tablada para distanciarse de Apollinaire es válido, más si se considera su ejercicio de la pintura, la reseña de los kalogramas de Torres Palomar, en 1914, y su conocimiento de la cultura japonesa y la poesía china. Además, se puede decir que la inquietud por estos temas estaba en el aire, acompañada por la tradición del libro francés ilustrado y el surgimiento del póster con Jules Chéret (1836-1932).¹⁴

    Tablada se instaló a mediados de febrero de 1920 en Manhattan y comenzó a publicar artículos y entrevistas tanto en español como en inglés. Inició entonces su larga carrera de cronista y promotor cultural en la metrópoli estadounidense. En enero de 1919 ya había publicado, en El Universal Ilustrado, su primer texto con tema neoyorquino: Tres artistas mexicanos en Nueva York: Marius de Zayas, Pal-Omar, Juan Olaguíbel. En 1920 y 1921 Tablada reanudó esta labor con dos columnas en Excélsior: Crónicas neoyorkinas y México en Nueva York. En estos años comenzó a recibir apoyo de su primo Genaro Estrada, con quien mantuvo una copiosa correspondencia. Solicitará constantemente su ayuda a lo largo de toda su estancia en Nueva York: Estrada, que en 1921 ya era oficial mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores, llegó a ocupar el puesto de secretario, de 1927 a 1930, y después el de embajador en diversos países.¹⁵ Otro episodio importante de 1921 fue la apertura de la Librería de los Latinos, empresa importadora y exportadora de libros que, aunque tuvo una existencia efímera, da una idea de cómo Tablada concebía la presencia cultural mexicana y latinoamericana en Nueva York. También inició la construcción de su bungalow en las montañas de Catskill, lugar de recreo en el que se daba tiempo para observar la naturaleza y cultivar su amor por los animales.

    El segundo libro de haikús de Tablada, El jarro de flores. Disociaciones líricas, apareció en 1922, publicado en Nueva York bajo el sello Escritores Sindicados. Originalmente el poeta realizó algunos dibujos que acompañarían a los poemas, según consta en el Archivo Gráfico. Sin embargo, tomó la decisión final de pedirle a Adolfo Best Maugard que hiciera la portada y las ilustraciones. La propuesta del libro es diferente, pues se aleja aún más de la interpretación inicial de las convenciones japonesas practicada en Un día… Poemas sintéticos y se vuelve más americana. Las secciones del libro —De camino, Bestiario, Paisajes, Marinas, En el jardín, El reló de sombra, Árboles, Frutas y Dramas mínimos— van precedidas por un dibujo de Best Maugard. El prólogo es un reclamo por la incomprensión que la crítica mostró ante Un día…, una explicación y defensa del haikú, una reivindicación de haber sido el introductor de esta forma —justo vehículo del pensamiento moderno; tema lírico puro, adámico como la sorpresa y sabio como la ironía— y el anuncio de que otros poetas jóvenes estaban ya comenzando a escribir haikús.

    El interés de Tablada en estos años por lo nuevo en el terreno del arte lo llevó a entablar amistad con Edgar Varèse, quien escribió Offrandres, cantata dividida en dos partes: la primera, basada en el poema de Vicente Huidobro Chanson de là-haut, y la segunda, en el poema La Croix du Sud, de Tablada. El estreno fue el 23 de abril de 1922, en el International Composers Guild. Tablada hizo la reseña en una de sus crónicas de mayo y siguió mencionando esta obra y al músico en textos sucesivos. En La música del momento y el ultramodernismo musical¹⁶ escenifica un encuentro con el músico francés, que le sirve para exponer una serie de reflexiones en torno a la música, la pintura y la poesía, como artes que mantienen una serie de vínculos, y menciona el tema de la cuarta dimensión ligado a las artes, asunto que ya venía desarrollando y que gradualmente fue adquiriendo importancia en sus convicciones teosóficas y estéticas. Tablada menciona también a otros músicos, como Erick Satie, Igor Stravinsky y Serguei Prokofiev, sin olvidar a los mexicanos Carlos Chávez y Julián Carrillo. Como cronista procuró asistir tanto a los conciertos como a los espectáculos de danza y teatro.

    Después de aparecer en las columnas mencionadas, las colaboraciones de Tablada en Excélsior continuaron en otras: Nueva York múltiple (1921-1923) y Las horas neoyorkinas (1923-1924). También publicó en la revista vasconceliana El Maestro (aunque no sobre tema neoyorquino) y en Cine Mundial. Sin embargo, el grueso de su producción neoyorquina —cerca de 550 textos— fue publicada en El Universal, en la columna Nueva York de día y de noche (1924-1934). Con el entusiasmo que tenía por desarrollar nuevos proyectos, Tablada pronto percibió que sus escritos podrían integrar un nuevo volumen, como había sucedido con sus crónicas japonesas y parisinas. La primera noticia de La Babilonia de hierro está registrada en su diario, el 20 de agosto de 1923, y, en su correspondencia con Genaro Estrada, el 18 de octubre ya el autor comenta que está en prensa. En realidad, nunca logró llevarlo a cabo y hoy vemos que la escritura de textos neoyorquinos continuó durante el primer semestre de 1936, bajo la columna Horas neoyorkinas. Es importante señalar que 1935 fue un año de silencio en la producción tabladiana. Poco se sabe de la vida del autor.¹⁷ En enero se encuentra en Nueva York y en agosto y septiembre está en México, meses en los que se publicó una entrevista con Rafael Heliodoro Valle y se celebraron un par de comidas en su honor.¹⁸

    Las crónicas que José Juan Tablada escribió desde Nueva York reflejan de una manera deslumbrante y crítica la vida de esta gran metrópoli que se convirtió en uno de los principales centros económicos y culturales después de la primera Guerra Mundial. En ellas, desfilan mujeres de asombrosa belleza, cabarets con gangsters, millonarios de Wall Street, deportistas y luchadores famosos, estrellas del cine y del teatro, criminales y víctimas en medio de esplendores y miserias contrastantes, multitudes amenazadas por la deshumanización de las máquinas, científicos, líderes espirituales, políticos, músicos, pintores y escritores que conforman un amplio panorama de la época. Los hechos, personajes y temas que Tablada aborda son, sin lugar a dudas, importantes no sólo para nuestra historia literaria, política, social y cultural sino incluso para la de Estados Unidos e Hispanoamérica. Su prosa es ágil, lúcida y punzante, mantiene vivo el interés de un público muy amplio, tratando de los más diversos temas, y ofrece un contrapunto constante entre Estados Unidos, México e Hispanoamérica.

    Tablada no sólo escribió para el público mexicano, pues enviaba sus crónicas a los periódicos Puerto Rico Ilustrado y El Heraldo, de Cuba. También colaboró con diversas revistas estadounidenses como The International Studio, Shadowland, Survey Graphic, The Arts, Theatre Arts Monthly y Parnassus, escribiendo principalmente sobre arte y artistas mexicanos. Por ejemplo, a él se le deben los primeros artículos en inglés sobre pintores como Diego Rivera y José Clemente Orozco, y sobre caricaturistas como Miguel Covarrubias y Ernesto García Cabral. También publicó trabajos sobre la política cultural y educativa de México en Current Opinion, The New Republic, The Trend y The Younger Set. Otra actividad importante que desarrolló fue la promoción de exposiciones de artistas mexicanos en Nueva York. Por ejemplo, en marzo de 1924 organizó una exposición en el Whitney Club con obras de Covarrubias, Orozco y el escultor Luis Hidalgo; en abril de 1927, una noche mexicana, en el Club Cosmopolitan; en 1928, planeó una exposición artística e industrial, con apoyo de la Fundación Rockefeller, en el Art Center; y en 1931 promovió una exposición de arte indígena y colonial en la Architectural League de Nueva York. Tablada también dictó conferencias en diversos foros, como la serie que presentó en la George Town University, de Washington, y vio publicadas entrevistas y traducciones de sus poemas en periódicos y revistas como The Evening Post, Christian Science Monitor, Art Review y el suplemento cultural del New York Times.

    En 1924 Tablada concluyó la novela La resurrección de los ídolos, que fue publicada por entregas en el periódico El Universal Ilustrado. Se trata de su única incursión en el género que logró concluir. Según el autor, el manuscrito de La nao de China se perdió cuando su casa fue saqueada durante su exilio en 1914, y El teósofo y Lu-Kai hoy forma parte de los muchos proyectos que dejó inconclusos.¹⁹ Tablada publicó algunos relatos breves como En otro mundo. Expoliarium (anunciado como fragmento de novela), La diadema y De ultratumba, publicados, los dos primeros, en Revista Moderna, y el último en El Nacional. Con La resurrección de los ídolos, el poeta pretendió participar en la polémica de la época en torno a la identidad nacional, situándola en el enfrentamiento entre civilización y barbarie —Quetzalcóatl contra Tezcatlipoca— y la combinó con sus convicciones teosóficas, ligadas a Ouspensky y su libro Tertium organum, según observa Eduardo Serrato.²⁰

    Desde 1923, José Juan Tablada inició la redacción del ensayo Historia del arte en México —que fue finalmente publicado en 1927— y otro proyecto, que quedó inconcluso y que llevaría el nombre de Iconografía de la ciudad de México o Iconografía mexicana. Para ambos trabajos hizo acopio de fotografías, estampas y mapas, que obtuvo en librerías y tiendas neoyorquinas o que encargó al extranjero. Sus preocupaciones por lo nacional tienen otros reflejos en su obra. Uno de ellos es la escritura de sus memorias, pues se sitúan con cierta nostalgia en el México porfiriano. El primer volumen, La feria de la vida (1937), está integrado por textos publicados en El Universal, de enero de 1925 a febrero de 1926. En ellos, Tablada vertió partes de lo que había escrito en los cuadernos de su diario, desde luego, expurgadas de los comentarios inconvenientes. Tal vez esta acción depuradora motivó la mutilación de este documento. Los textos del segundo volumen, Las sombras largas, aparecieron en el mismo periódico, de marzo de 1926 a julio de 1928, y sólo fueron publicados en forma de libro en 1993. En sus memorias, Tablada relata, con la misma gracia que utiliza en sus crónicas, episodios de su vida que van desde sus más tempranos recuerdos hasta los días previos a su exilio, en 1914. Verdadero compendio de la vida literaria de esa época, el autor hace el retrato de algunas personas —como Justo Sierra, Julio Ruelas y Marius de Zayas—, cuenta anécdotas del periodismo, la bohemia y la política —como su encuentro con Reyes Spíndola, los frecuentadores del Jockey Club y la Decena Trágica— y recuerdos personales —como su iniciación poética, su proximidad con las artes plásticas y sus afanes de coleccionista.

    La revisión de su vida y el regreso espiritual a su patria crearon un clima en la escritura de Tablada que fue colocando a México —su pasado, presente y futuro— como preocupación central de su prosa periodística. Este impulso, sostenido en columnas como México y el mundo (1928-1929), de El Universal, y textos sueltos, que Esperanza Lara ha agrupado bajo el rubro de Miscelánea, se mantuvo hasta 1931, fecha en que se interrumpió en favor nuevamente de los temas neoyorquinos, que había seguido cultivando a la par.

    En 1926, Tablada concluyó La feria, libro de poemas que se considera como el cierre de su ciclo en este género. Después de esa fecha no logró integrar un nuevo volumen, a pesar de que anunció varios títulos como próximos a publicarse: Intersecciones, Los ojos de la máscara y El alma en pena. Fuera de la antología Los mejores poemas de José Juan Tablada (1943), que elaboró con González de Mendoza, la cual incluye algunos poemas entonces inéditos, la mayor parte del resto de su producción permaneció dispersa en diversas publicaciones periódicas y, en una mínima proporción, inédita en su archivo personal.²¹ La feria se publicó en 1928, en Nueva York, por F. Mayans, y fue ilustrado por Miguel Covarrubias, Matías Santoyo y George (Pop) Hart. Las peleas de gallos, los tianguis, los puestos de juegos de las ferias pueblerinas, la cantadora y los personajes de circo se mezclan con objetos emblemáticos del folklore, como los sarapes de Saltillo, los charros, las jícaras de Michoacán, el incienso de copal, y, desde luego, la comida: moles, camotes, cajetas, chiles, pulque y adobos. Algunos poemas como El ídolo en el atrio tocan el

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