Pocos escritores hay en las letras españolas del siglo XX tan fascinantes, cultos y extraños como Juan Eduardo Cirlot, que en cambio fue relegado a un segundo plano seguramente por su exclusiva manera de ver el mundo y sentir la poesía y el arte en general.
Ante su singular talento —el de un humanista entregado a la cultura universal, además de forma autodidacta—, ya en esta centuria se le empieza a hacer justicia: primero, con la edición de su voluminosa poesía reunida en Bronywn, en el año 2001 —que coincidía con el trabajo de Jaime D. Parra El poeta y sus símbolos. Variaciones sobre Juan Eduardo Cirlot—, y más adelante, con la recuperación de su única novela, Nebiros, escrita en 1950 y censurada por ser considerada «de una moralidad grosera» y «repugnante», y, al fin, con su biografía, Cirlot: ser y no ser de un poeta único (Fundación José Manuel Lara, 2016), de Antonio Rivero Taravillo.
Incluso el propio Cirlot era consciente de semejante ostracismo al confesar, en una, el deseo de que el ciclo poético que constituía su «fuera un libro entero, y editado por ti; un libro americano y no español, ya que mi país me oculta y me niega».