Desde su poema de fecha más temprana, Alba para mí, escrito en 1934, hasta ese poema en prosa titulado Madera de boj (1999), donde se convocan mares y horizontes borrachos de náufragos y cadáveres, leyendas de las costas gallegas amparadas por una mitología descrita con la minuciosidad de un científico, la muerte encierra la presencia de su insigne vulgaridad a lo largo y ancho de la obra de Camilo José Cela. Cualquier lector que se prodigue en los escritos del Nobel 1989 verá tal cosa incuestionable y acaso innecesaria de remarcar.
Ciertamente, si la primera sección del joven poema mencionado rezaba «Mi