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Dentro de luz: Poemas en prosa juveniles
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Dentro de luz: Poemas en prosa juveniles
Libro electrónico85 páginas35 minutos

Dentro de luz: Poemas en prosa juveniles

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Probablemente por primera vez, devolvemos aquí a su poesía, a la poesía de Miguel Hernández, estos textos que tanto en su primera aparición editorial de 1958, como en la más completa aunque no definitiva de 1986, son presentados en ambos casos como "prosas". Y también bajo el título de “Prosas”, y no entre su poesía, aparecieron distribuidos cuando se pudo publicar por fin su obra completa. Y no sólo eso, tampoco se los consideró como unidad sino entreverados, intercalados con su narrativa, crítica, memoria, crónica, no sólo personal sino también por supuesto histórica y política. Aquí se los devuelve por fin a su verdadera condición de legítima poesía: la de poemas en prosa.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2019
ISBN9789876993715
Dentro de luz: Poemas en prosa juveniles

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    5/5
    Miguel Hernández es poesía máxima. Leer por favor


    Gracias!!! Amigos

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Dentro de luz - Miguel Hernández

MIGUEL HERNÁNDEZ, RAYO QUE NO CESA

El limonero de mi huerto influye más en mi obra

que todos los poetas juntos.

M. H.

Sin duda, para la relativa indiferencia posmoderna resultaría inimaginable. Pero las pasiones que encendió la guerra civil española (1936-1939) continuaron vigentes durante mucho después y en todo el mundo. Es que la heroica y espontánea resistencia del pueblo español contra una de las primeras agresiones del fascismo, y la concomitante ilusión de estar construyendo un mundo mejor (que parecía literalmente al alcance de la mano en aquella segunda mitad de la década de los treinta), asociadas con sus originales y emocionantes características, convirtieron a ese acontecimiento no sólo en legendario sino directamente en mitológico.

A ello contribuyó el decidido, masivo alineamiento de una más que brillante generación de escritores, artistas e intelectuales en defensa de la legalidad republicana. Que no pocos de ellos hayan pagado con su vida y muchos más con el exilio aquella decisión ejemplar, no dejó de agregar buena leña al gran fuego. Como el asesinato de García Lorca, tronchado en mitad del camino de su vida, o Antonio Machado, agonizando en el destierro de Collioure, a pocos pasos de la recién traspasada frontera francesa.

Pero quizás nadie como Miguel Hernández encarna, en vida y obra, la profunda relevancia de esos hechos. Auténtico hijo del pueblo, humilde pastor en su Orihuela natal (30 de octubre de 1910), sin ninguna premeditación ni posibilidad alguna de preparación previa sintió crecer en su interior la riqueza entonces todavía fresca, corriente, saludable e irresistible de la lengua de todos, tan de uno, y así pudo ofrecer unas primicias donde se vuelve a respirar el temple y el esplendor del Siglo de Oro, devolver al soneto su frescura abrumada por antiguas glorias y reavivar el auto sacramental, que querían congelar en venerable.

Cuando llegó la hora, sin pensarlo dos veces, instintivamente, eligió (como muchos, y no sólo españoles) la primera línea de fuego. Pagó su precio, y después de salvarse casi por milagro de la pena de muerte ya dictada, tras haber sido paseado por todas las prisiones del régimen, su breve existencia fue apagada por la tuberculosis en la cárcel de Alicante, cuando sólo tenía treinta y un años, el 28 de marzo de 1942.

Una vida tan limpiamente entrelazada con su época, con su gente y con su tierra, hasta el punto de volverse emblemática e integrada a la vez como vimos en un mito mayor, no podía evitar que su alta voz fuera enmarcada por las circunstancias. Algo similar le ocurrió a César Vallejo, ese indo-americano que también murió prácticamente de amor a la España desangrada. (Sobre cuya dolorosa gesta escribió el libro para mí más hondo y más tocante: España, aparta de mí este cáliz.) Y en ambos es posible advertir cómo se encarnan los más dilatados alcances de la poesía con su autenticidad, sus razones y sus actos, sin ocultar que había allí también vertientes más fecundas y no menos nutritivas.

Yo no quiero más bienes / que tu persona, me repite siempre desde el disco uno de los grandes cantaores del flamenco. Y en la hondura del cante alto la palabra, sin dejar de ser legítimamente popular, se vuelve sentimiento vivo, que se transmite más por empatía que por mero concepto. De idéntica manera, pero a un nivel que se me hace acaso superior, por belleza y dominio, el pobre Miguel Hernández, internado en la cárcel franquista, rumiando la derrota, separado de su mujer y de su primer hijo muerto, y que no conoce al nuevo hijo recién nacido (al que dedicará las indelebles Nanas de la cebolla, como casi todo lo suyo también ligado con una circunstancia significativa, la de sólo tener eso para comer), pudo decir magníficamente: Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío, logrando así hacer relampaguear en esos papeles escritos a escondidas de sus guardianes, entre 1938 y 1941 (que Argentina tuvo el honor de ver editados por primera vez) aquellos intensísimos momentos de lenguaje vivo que constituyen el Cancionero y romancero de ausencias.

Entre el resplandor de sus primeros poemas como labrados intuitiva pero certeramente en el cuerpo del idioma, y la evidencia flagrante y comunicativa de los textos encendidos por el

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