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Octavio Paz: el poema como caminata
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Libro electrónico276 páginas4 horas

Octavio Paz: el poema como caminata

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Verani propone es leer los poemas de una de las voces más importantes de las letras mexicanas con una visión nueva, fresca, alejada de las interpretaciones cotidianas, aportando, además, un cuadro completo de las influencias y aprendizajes. Se presenta cada poema como una reflexión frente a lugares que visita, una experiencia individual que encarna en la historia; en ellos, prevalece la conciencia del desmoronamiento de una civilización y el deseo de liberación a través de la palabra, una voluntad de transformar el mundo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 abr 2014
ISBN9786071619617
Octavio Paz: el poema como caminata

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    Octavio Paz - Hugo J. Verani

    citados

    UMBRAL

    Un sueño fue el punto de partida de este libro: me vi caminando del brazo de Octavio Paz por una larga calle desierta. Desde 1975 tuve el privilegio de contar con su amistad; la memoria rescata encuentros, visitas, conversaciones y caminatas. Pero nunca del brazo. El sueño es una segunda vida, sostiene Gérard de Nerval en Aurelia, una especie de memoria intemporal que convoca misterios impenetrables. Meses después, al elaborar una nota sobre el volumen XII de las Obras completas de Paz, me sorprendió recordar el sueño y, más que nada, entrever en él una posibilidad de estudiar su poesía a partir del devenir de un cuerpo y de las repercusiones que suscitan las huellas del sujeto que escribe. Presentí, entonces, que allí asomaba una clave para leer su obra poética, en particular sus poemas extensos, a mi parecer, su logro artístico mayor: el acto de caminar enlazado a la escritura. La imagen propia del existir —itinerancia, errancia, búsqueda— resume nuestra única certeza: todo es tránsito, un perpetuo deambular hacia sí mismo. O, mejor, como dice Paz en Viejo poema, de ¿Águila o sol?: Yo parto al encuentro del que soy, y reitera en El mono gramático: Volver a caminar, ir de nuevo al encuentro, incesante imagen o creencia dadora de sentido, que resume una vida y una poesía.

    En la poesía de Paz, el acto de escribir responde a exigencias rítmicas afines a los pasos de un caminante. La vivencia de andar por el mundo ocasiona su poesía y condiciona una escritura que se propone reconstruir las peregrinaciones de un yo errante en busca del otro lado del lenguaje y del tiempo, de un acorde entre el mundo natural y la vida humana.

    Escribir equivale a caminar por este mundo, a ser parte del transcurso de lo viviente, de la condición de ser en el cosmos. En El mismo tiempo, anota Paz: Si estoy vivo camino todavía. Y escribe. La poesía es una acción vital que sustenta su existencia. Caminar y escribir no se excluyen; por el contrario, son actos profundamente interrelacionados: Escribir y hablar es trazar un camino: inventar, recordar, imaginar una trayectoria, ir hacia…… La pintura nos ofrece una visión, la literatura nos invita a buscarla y así traza un camino imaginario hacia ella, señala Paz, en El mono gramático. La imagen del sendero pone en marcha un proceso de apertura a la otredad, una búsqueda elusiva, sin dirección fija y sin fin previsible. Deslumbrado por la naturaleza —en tanto destello de totalidad— el poeta transfigura sus vivencias en un canto al hechizo de estar vivo en este mundo.

    En resumidas cuentas, reconocer el acto de caminar como un factor determinante de la poesía de Octavio Paz es el fin de estas páginas.

    San Ángel, México

    4 de abril de 2011

    EL POEMA COMO CAMINATA

    Caminaba, nada más caminaba, sin rumbo fijo. Iba al encuentro… ¿de qué iba al encuentro? Entonces no lo sabía y no lo sé ahora.

    El mono gramático

    PREÁMBULO

    La transfiguración de la experiencia vital en poesía despierta resonancias imprevisibles en la obra poética de Octavio Paz. Sus poemas revelan una errancia sin fin, un movimiento perpetuo; todo es proceso, devenir; constante transitar por el mundo. Su poética —su actitud implícita ante la poesía— representa un desafío al lector; el entrecruzamiento de numerosos intertextos culturales —literarios, históricos, antropológicos, filosóficos, psicológicos, míticos— estimula múltiples posibilidades de lectura. Reconocerlas rebasa los límites de este ensayo; sólo se considera aquí un perfil creativo que no ha recibido la atención debida: la poesía como caminata, la escritura como una conversación en el camino.

    El acto poético como peregrinación encauza una revelación de la condición humana. Partiendo de vivencias personales, Paz construye poemas —variaciones de una misma situación, aunque sean muy diferentes entre sí— que abren las puertas de acceso a un estado de armonía primordial. Escribir un poema como si fuera un camino a seguir, por el cual el yo se echa a andar en busca de una vida más plena, o sin propósito aparente, por calles que no se acaban nunca, calles caminadas como se lee un libro o se recorre un cuerpo, dice Paz en 1930: Vistas fijas, de Árbol adentro (1987), al evocar su deambular juvenil por la Ciudad de México, el vértigo inmóvil del adolescente, que camina de nuevo por el poema más de medio siglo después, constituye un punto de referencia duradero en su poesía (OC: XII, 120 y 122).

    La cadencia de andar a pie impone un ritmo que responde a incitaciones análogas a la creación del universo. Hay una retórica del caminar, advierte Michel de Certeau: el arte de emprender una caminata encuentra su equivalente en el arte de construir frases (1984, 91). El ritmo provoca una expectación y coloca al lector en actitud de espera, anota Paz en El arco y la lira; para él, el ritmo poético es un doble del ritmo cósmico, y, además, una fuerza creadora, en el sentido literal de la palabra, capaz de producir lo que el hombre desea.¹ La disposición verbal —acentos, cadencias, pausas, sonoridad— y la prosodia de los textos, la estrecha correspondencia entre sonido y sentido, no son meros recursos retóricos; son una tentativa de reconstruir una armonía perdida, de abrir sendas a lo desconocido, una apertura hacia la esencia de la vida.

    Confío en que este planteamiento crítico sea tan —o más— relevante como otras exploraciones que se repiten sin cesar, polarizando la atención de la crítica. No considerarlo implica, al menos, mutilar una faceta esencial de la labor literaria de Paz, su apego a instalar al lector en el centro del hecho poético, como si participara de la propia génesis del poema; vale decir, reducir la distancia entre pensamiento y palabra, abolir la distancia entre el hombre y las cosas mediante una escritura lo más cercana posible a la experiencia. Éste es el valor más auténtico de la poesía contemporánea, observa Julio Cortázar: la voluntad de conectar al lector en una relación equivalente a la que hizo posible el poema (1949, 94).

    EL POETA SE ECHA A ANDAR

    Los numerosos viajes de Octavio Paz fueron una condición inseparable de su vida, un aporte decisivo tanto para su formación intelectual como para su sensibilidad artística. Viajero incansable, va asimilando tradiciones culturales muy distintas entre sí, cuya confluencia enriquece su siempre cambiante modalidad poética.

    La experiencia encamina su escritura. Los países en que vive y las ciudades que visita marcan profundamente una literatura adecuada a un lugar o a una situación específica. No se trata de notas de viaje, ni de crónicas circunstanciales mientras recorre el mundo; para él, el poema no es una confesión ni un documento: es una vía hacia el (auto)conocimiento. El tránsito por un espacio conocido o inventado condiciona la relación del ser con su circunstancia, y determina el curso del poema.

    La vida de intelectual itinerante de Octavio Paz se inicia en marzo de 1937 en Yucatán, en el sureste mexicano, donde comienza a desarrollar una conciencia ética.² Desde entonces, solidaridad y dignidad humanas son para él inseparables. Unos días antes de cumplir los veintitrés años viaja —con dos amigos— a fundar una escuela para hijos de campesinos mayas, desarraigados por la historia. El joven abandona su casa, la familia, sus estudios de abogado e inicia un continuo peregrinar. En 1937 vive en Mérida, Yucatán, y y allá escribe Entre la piedra y la flor, su primer poema extenso, carta de creencia inicial de un poeta habituado a marcar su paso por la tierra: tú caminas y tus pasos / son la llovizna en el polvo (OC: XIII, 89). El poema cuenta un viaje de retorno al origen de una civilización, al tiempo petrificado de los mayas, revela los contrastes entre la vida humana (sombría e inhóspita) y la paradisiaca (cósmica y luminosa), fundiendo una experiencia real y una visión poética. Paz transforma la vivencia autobiográfica en un acto verbal: la extrema pobreza de los descendientes de la alta cultura maya se transfigura en una reflexión poética acerca de la degradación de un pueblo. Por otra parte, su retorno a las raíces indígenas de México despierta su interés en la cultura autóctona de su país y encauza, muy probablemente, esa itinerancia que tanto lo cautivaba. Entre la piedra y la flor corrobora sus convicciones sociales, una percepción ética que trasciende el tiempo y el ámbito que lo inspira.³

    En sus tres viajes siguientes —a España, los Estados Unidos y Francia— Paz va descubriendo culturas distintas que reorientan decisivamente su actividad literaria, encaminando al joven escritor hacia el centro de la modernidad poética.

    El viaje a España en agosto de 1937, como miembro de la delegación mexicana que asistió al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Valencia, en plena Guerra Civil, fue decisivo para su formación intelectual, desde dos ángulos diferentes: la cuestión literaria y el debate político, como él mismo rememora quince años después en Las peras del olmo (1957) y en numerosas ocasiones posteriores. La travesía canaliza su solidaridad con la causa republicana y con el pueblo español, que testimonia en sus Cantos españoles, poemas de circunstancias y tono combativo que no tendrán continuidad, y en artículos periodísticos, de prédica partidaria, publicados en los principales órganos culturales de la Segunda República.⁴ Durante los cuatro meses que pasa en España (y brevemente en Francia, donde finaliza el congreso) conoce a los principales escritores de la época y comienza a ampliar sus lecturas literarias.⁵ Si por un lado responde a las exigencias de la Historia, España le da a la vez la oportunidad de descubrir la riqueza de la modernidad cultural. Las meditaciones históricas de Ortega y Gasset, modelo de universalismo y de ramificación de pensamiento, de prosa imbuida de pasión poética, y el pensamiento de Antonio Machado, en particular una noción clave suya, la esencial heterogeneidad del ser —frase que Paz usa de epígrafe de El laberinto de la soledad—, un deseo de otredad, que para el mexicano es una las ambiciones más altas de la poesía.

    En España, Paz conoce a escritores de primer orden, sobre todo poetas.⁶ Descubre afinidades estéticas con poetas españoles, especialmente Luis Cernuda y Jorge Guillén, con quienes mantuvo una firme amistad —y gran admiración— hasta el fin de sus días. El contacto de Cernuda con el surrealismo —el tema del cuerpo como rebelión y el deseo de transformar la vida mediante la poesía— acerca a ambos poetas. El lenguaje preciso y una forma diáfana, así como la convergencia de emoción y lucidez, son lecciones de Guillén que contribuyen a moldear la poética de Paz. De su viaje a España se desprenden, en efecto, consecuencias decisivas: desde entonces, su palabra poética irradia una mayor riqueza expresiva, una cadencia rítmica, acentual, que pretende reencontrar la intensidad de la palabra original, despertar un acorde o una analogía universal.

    Su primera salida larga de México (1944-1953) empieza con su viaje a los Estados Unidos, donde Paz pasa dos años y se familiariza con la poesía norteamericana (T. S. Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens, e. e. cummings, Robert Frost), punto de partida de una nueva sensibilidad estética. Con Libertad bajo palabra (1949), su obra poética comienza a asimilar características distintivas de esa tradición, propias de la lírica moderna: fragmentarismo, simultaneísmo, autorreferencialidad, pluralidad de tiempos y espacios, supresión de nexos sintácticos, lenguaje urbano, versificación irregular rítmica. La estética de la modernidad plantea otro aspecto clave; el yo poético se convierte en un sujeto colectivo: la subjetividad lírica es llevada al extremo opuesto, impersonal, y los sucesos humanos presentados no corresponden —necesariamente— a la persona empírica. Esta disolución de propósitos individuales da cabida a la historia como materia del poema, orientando otro ciclo de su obra poética. En algunos poemas escritos en California a mediados de los cuarenta (Conversación en un bar, Seven p.m., Cuarto de hotel) están ya prefiguradas las transformaciones futuras de su poesía; la yuxtaposición de lenguajes cultos y conversacionales, el enlace de planos superpuestos y el fragmentarismo polifónico agilizan la presentación simultánea de la vida urbana, deshumanizada. Poco después escribe su primer gran poema, Himno entre ruinas (1948), estudiado con detenimiento en el capítulo siguiente.

    En Francia (1946-1951) la relación de Octavio Paz con la ciudad no es meramente circunstancial; como los surrealistas, se dedica a deambular por las calles de París, un placer nocturno, según sus propias declaraciones.⁷ En esos años, Paz asimila la herencia de Apollinaire y de otros poetas cubistas, se vincula a Mallarmé, el ejemplo máximo —con Un coup de dés (1897)— de la espacialización de los versos y de la tipografía como escritura, que orienta una reflexión sobre la naturaleza del lenguaje. Colabora, además, con el movimiento surrealista, por razones tanto estéticas como de carácter moral; por pretender cambiar el mundo el surrealismo se convierte desde 1924, fecha del primer manifiesto, en el centro de las actividades literarias, hasta los cincuenta, cuando Paz se incorpora a las reuniones del grupo, en su crepúsculo. Siguiendo a André Breton, el surrealismo es, para el mexicano, una actividad vital más que un ejercicio de expresión, basada en las ideas de rebelión, amor y libertad, una de las formas más altas de la comunión humana, una subversión total que pretende transformar al universo en imagen del deseo (OC: II, 203-215). El surrealismo no cambió el mundo, como ingenuamente se pretendía, pero sí transfiguró la poesía moderna.

    En ¿Águila o sol? (1951), libro de poemas en prosa escrito en Francia, la convergencia de estrategias surrealistas con una realidad americana precolombina funda una escritura como sitio de convergencia de culturas. De igual manera, otros libros de Paz ilustran sus preocupaciones de entonces: en Semillas para un himno (1954), La estación violenta (1958) y Salamandra (1962) el desborde de imágenes oníricas, la sumersión en las profundidades del yo, la visión alucinada de la realidad, el utopismo visionario y la reconciliación de antinomias provienen de su compenetración con el surrealismo. Incluso su teoría poética, reunida en El arco y la lira (1956), está saturada de surrealismo.

    Los viajes de Paz a Asia le abren nuevos horizontes culturales. Sus vínculos con el Oriente, desde su residencia en la India (1951), en el Japón (1952) y nuevamente en la India (1962-1968), encauzan una transfiguración radical de su poética y de su pensamiento. Una vez más, cambia su lenguaje y su idea de la poesía. En Asia, su afinidad con las meditaciones orientales (sobre todo el budismo y el tantrismo) resuena en su poesía de los sesenta, especialmente en Blanco (1967) y en Ladera este (1969). La fusión de eros y lo sagrado, el salto a la otra orilla donde pactan los contrarios, el carácter indecible del mundo y la disolución del yo, así como su desarrollo intelectual, son una consecuencia explícita de su contacto con la ladera este del mundo.

    La continua metamorfosis de la obra literaria de Octavio Paz obedece a los avatares de su formación cultural itinerante, al vínculo entre vivencia humana y acto poético. Para el hombre, reflexiona Martin Buber, los límites de su mundo están trazados por su experiencia corporal (2002, 20). Paz ha señalado frecuentemente que su poesía es una respuesta a sus peripecias vitales: Todo lo que he escrito y el lugar ha sido producto de las circunstancias, respuesta a un estímulo exterior e interior. El monólogo del poeta es siempre diálogo con el mundo o consigo mismo. Así, mis poemas son una suerte de biografía emocional, sentimental y espiritual.⁸ Incluso los poemas en prosa de ¿Águila o sol?, su libro más imaginativo y surrealista, relatan o recrean experiencias vitales, quiero decir, tienen que ver con mi vida diaria (OC: XV, 116). Cerca del fin de sus días, en el prefacio de La llama doble, reitera: Para mí la poesía y el pensamiento son un sistema de vasos comunicantes. La fuente de ambos es mi vida: escribo sobre lo que he vivido y vivo. Vivir es también pensar y, a veces, atravesar esa frontera en la que sentir y pensar se funden: la poesía (OC: X, 211).

    Estos testimonios revelan que su vida nutre su obra poética y que ésta es una extensión de su vida. Vivir y escribir se fecundan mutuamente; lo que se dice o se sugiere consolida la conexión autobiográfica con lugares donde se sabe que el autor ha estado. Paz lleva a la práctica un ideal romántico, retomado por la vanguardia histórica, cuyos postulados hace suyos: transformar la vida en poesía y la poesía en vida. En efecto, su obra literaria puede leerse como una biografía poética, huellas de su paso por el mundo. Paz solía llamar a su poesía un diario ideal, un diario poético o un diario impersonal por reflejar lo vivido. La autenticidad de su poesía emana de sus vivencias; en su conjunto, compone una autobiografía espiritual, como él mismo ha dicho, ligada a su biografía temporal. Sin embargo, sus poemas nunca son una simple reconstrucción de lo que se evoca o se nombra; la libertad imaginativa y el poder fundante del lenguaje transforman la vivencia en creación poética. Por más que la experiencia se haya filtrado en sus poemas, la impersonalidad, condición clave del arte moderno, conduce —parafraseando a T. S. Eliot en The Sacred Wood— a someter la voluntad individual a estados de conciencia universales, a una especie de comunión cósmica. Al hablar de impersonalidad o de objetividad, Eliot concuerda con los surrealistas, al afirmar la libertad de la escritura poética, de un lenguaje que habla por sí mismo; de allí que la conciencia individual, el yo del poeta, se desvanezca, se disuelva en el lenguaje. El gran poeta mantiene particularidades de la experiencia, pero enuncia una verdad general, una sabiduría que proviene del lenguaje y de la madurez humana (Eliot, 1961, 299-300).

    En efecto, los textos poéticos suelen alcanzar su máximo poder persuasivo cuando la vivencia se despersonaliza y universaliza, cuando se acentúa la fe en el poder creador del lenguaje, en la soberanía de las palabras: El poema devora al poeta, subraya Paz en El arco y la lira; Todo poema se cumple a expensas del poeta, reafirma en Hacia el poema (OC: XI, 228). Para él, la poesía no es un ejercicio de expresión literaria ni una estética; es una actitud frente al mundo, un acto cotidiano, como saludar, cada día, al sol que nace y dar las gracias a la vida por estar vivos.

    Paz considera que el lenguaje mana de una situación común a todos; de allí que la célebre máxima de Isidore Ducasse, Lautréamont (La poésie doit être faite par tous. Non par un [La poesía debe ser hecha por todos. No por uno, 1978, 76]), constituya un aspecto clave de su poética. Desde esta perspectiva, el hecho creativo es involuntario e impersonal, un producto cultural asociado a la vida colectiva. Como bien apunta Tomás Segovia, la verdadera poesía nos saca de la literatura (1959, 61), vale decir, la poesía es un acto social, histórico.

    La experiencia vivida puede motivar un poema, pero la obra poética es irreductible a la mímesis. La enunciación literaria representa el nuevo aspecto de un nuevo mundo en el medio imaginario de la invención poética (Hans-Georg Gadamer, 1977, 563). El poeta evoca lo que toca su sensibilidad, pero a medida que transcribe, ya sea algo objetivo o subjetivo, el texto sobrelleva una transmutación total, acaso ajena a la voluntad del propio escritor; es decir, la poesía emana de lo individual para alcanzar lo universal. En Libertad bajo palabra, poema en prosa (manifiesto, poética) que inicia Libertad bajo palabra, proclama Paz: Allá, donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Donde empieza el silencio. Avanzo lentamente y pueblo la noche de estrellas, de palabras, de la respiración de un agua remota que me espera donde comienza el alba; una vibración primordial, una suerte de latido cósmico, le confiere sentido a todo lo existente: "caminar hacia atrás, deshandar lo andado, retroceder hasta

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