Poesía de uso
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Poesía de uso - Jaime Jaramillo Escobar
Exordio
Por diversos motivos he procurado siempre que los poemas sean conocidos antes de reunirlos en el libro al que estarán destinados. Ésa fue la costumbre en la época dorada de la poesía. Construir obras temáticas al modo académico es procedimiento ajeno a la auténtica poesía, incidental y popular. La poesía es una vocación del oído, como la música. Cada poema es único e independiente. Reunirlos constituye un simple recurso de conservación. Eso ocurre con algunos de los textos de este volumen, que previamente se publicaron por separado, en selecciones o impresos ocasionales. Nada importa cuándo fueron escritos, ni las clasificaciones literarias a que son aficionados los que tienen la manía de encasillar, rotular y dictaminar. Sólo pertenecen al posible lector, si algún día se encuentra con ellos. La superioridad del poema sobre los demás géneros consiste en que el poema vuela. Vuela, si es que tiene alas. Dejo volar estos poemas. Llegarán hasta donde puedan llegar. Considero que el poema, una vez publicado, pertenece al público. El lector puede hacer con él lo que prefiera. El libro conserva la forma original como referencia histórica, pero el texto estará a la orden del día. Se transformará en canción o representación, o pasará en cualquier otra forma a integrarse como fragmento en la vida de quien llegue a su encuentro. La poesía es impredecible. El poeta es la antena que la capta por casualidad, y luego la devuelve porque es de todos. El tiempo la multiplicará, o la olvidará.
El relato conserva su origen popular como género afín a la poesía. Los relatos en la segunda parte de este libro son independientes, escritos como los poemas en tiempo diverso, sin propósito de conjunto, y prefieren la clara sencillez narrativa.
La poesía y el cuento son géneros desinteresados. Atraen por su brevedad, su oportunidad, su aparente ligereza y concisión. Dada la analogía del cuento con el poema, muchos cuentos son poemas, así como también está la poesía narrativa. Nuevos personajes entran en la vida del lector, no por fantásticos menos necesarios, porque ellos son el relato.
La humanidad ha sido desde sus comienzos contraria a creer la verdad, y decidida a tener por cierto el mito.
Cantar en español
Escribir en español es la delicia de las delicias, por su riqueza y flexibilidad.
Pensar en español es la fortuna de las fortunas, por su precisión y claridad.
Cantar en español es el placer de los placeres, por su sonoridad y belleza.
Hablar en español es la maravilla de las maravillas, por su libertad y seducción.
Amar en español es el encanto de los encantos, por su ternura y expresividad.
Vociferar en español es el gusto de los gustos, por su fuerza y contundencia.
Secretear en español es el regocijo de los regocijos, por su cadencia y delicadeza.
Orar en español es la bendición de las bendiciones, por su fervor y concisión.
Jugar en español es la diversión de las diversiones, por su astucia y malicia.
Mentir en español es el deleite de los deleites, por su artificio y esplendor.
Soñar en español es la felicidad de las felicidades, por su ilusión y fantasía.
Vivir en español es la suerte de las suertes, por su variedad e intensidad.
Morir en español es el deseo de los deseos, por la palabra Adiós y la palabra Gracias.
Memoria de los colores pintados
En el pueblo donde me crié, todas las casas eran blancas, todas las puertas eran verdes, y los zócalos de siena.
Todas las vacas eran blancas, los gatos eran grises, no había sino dos colores para los caballos, y todas las mujeres eran amarillas. No había mujeres negras.
En aquel pueblo lo único de color negro era la sotana del cura y los zapatos de la gente. (Los gallinazos eran blancos).
Todos los árboles y las plantas eran verdes. Si daban flores rojas, los habitantes no tenían la culpa del mal gusto de la Naturaleza, que pone los colores uno junto a otro, sin detenerse a considerar su efecto ante nuestra vista.
Todos los chicos escribían con tinta violeta y se manchaban las manos, pero yo escribía con tinta verde porque quería ser Pablo Neruda.
En total, no había sino doce colores en todo el pueblo, y cuando aparecía el arco iris, era como si llegaran los gitanos.
Cuando los gitanos llegaron trajeron infinidad de calderos de cobre —cocobre rosado y cocobre amarillo— y un caballo negro. Como mi tío tenía aficiones por lo exótico, compró el caballo negro.
El arco iris llegaba una tarde, desplegaba en el cielo todas sus telas de colores, las mujeres las compraban en un dos por tres, y el arco iris se iba para Medellín a traer más telas de colores, pero se demoraba sus buenos ocho días.
Como teníamos tan poquitos colores, no se hablaba sino de colores:
—Cómpreme, compadre, la yegua blanca. Se la cambio por ese caballo negro que le vendieron los gitanos.
Así decía el paisano, pero sabiendo muy bien lo que le había acontecido al caballo negro.
Los ladrillos de la iglesia eran de un color que por no saberle el nombre le decíamos color ladrillo.
Saber los nombres de los colores es muy importante, porque si se pierde algo, lo primero que hay que declarar ante el juez es el color.
—Señor juez, se perdió mi gallina.
—¿Y de qué color era?
—Como una colcha de retazos, así era. Pero ponía huevos de oro, porque era la gallina de los huevos de oro. Se perdió en la madrugada. ¿Cree usted que me la robó el Banco de la República?
Antes, todas las monedas eran de plata, pero cuando pusieron a un gitano como gerente del Banco de la República, entonces las monedas pasaron a ser de cobre.
Mi famosa novia de dientes de perla y labios de rubí, me la robaron una vez que la llevé a un baile, y qué tal si hubiera ido con mi amigo, que tiene el corazón de oro.
Hubo una vez en que ese pueblo de los doce colores se vio pintado todo de un solo color, porque fue obligado pintar todas las casas
